
SAMUEL, COMPROMETIDO JOVEN MINISTRO LLAMADO A SER PROFETA.
1 Samuel 3:1-21.
Predicado por el Pbro. Diego Teh Reyes, el domingo 21 de enero 2024, a las 18:00 hrs. en la misión Getsemaní, del Fracc. Paseos de Itzincab, Umán, Yuc; como segundo sermón de la serie: JÓVENES COMPROMETIDOS CON LA VOLUNTAD DE DIOS.
“El joven Samuel ministraba a Jehová en presencia de Elí; y la palabra de Jehová escaseaba en aquellos días; no había visión con frecuencia.
2 Y aconteció un día, que estando Elí acostado en su aposento, cuando sus ojos comenzaban a oscurecerse de modo que no podía ver, 3 Samuel estaba durmiendo en el templo de Jehová, donde estaba el arca de Dios; y antes que la lámpara de Dios fuese apagada, 4 Jehová llamó a Samuel; y él respondió: Heme aquí. 5 Y corriendo luego a Elí, dijo: Heme aquí; ¿para qué me llamaste? Y Elí le dijo: Yo no he llamado; vuelve y acuéstate. Y él se volvió y se acostó. 6 Y Jehová volvió a llamar otra vez a Samuel. Y levantándose Samuel, vino a Elí y dijo: Heme aquí; ¿para qué me has llamado? Y él dijo: Hijo mío, yo no he llamado; vuelve y acuéstate. 7 Y Samuel no había conocido aún a Jehová, ni la palabra de Jehová le había sido revelada. 8 Jehová, pues, llamó la tercera vez a Samuel. Y él se levantó y vino a Elí, y dijo: Heme aquí; ¿para qué me has llamado? Entonces entendió Elí que Jehová llamaba al joven. 9 Y dijo Elí a Samuel: Ve y acuéstate; y si te llamare, dirás: Habla, Jehová, porque tu siervo oye. Así se fue Samuel, y se acostó en su lugar.
10 Y vino Jehová y se paró, y llamó como las otras veces: ¡Samuel, Samuel! Entonces Samuel dijo: Habla, porque tu siervo oye. 11 Y Jehová dijo a Samuel: He aquí haré yo una cosa en Israel, que a quien la oyere, le retiñirán ambos oídos. 12 Aquel día yo cumpliré contra Elí todas las cosas que he dicho sobre su casa, desde el principio hasta el fin. 13 Y le mostraré que yo juzgaré su casa para siempre, por la iniquidad que él sabe; porque sus hijos han blasfemado a Dios, y él no los ha estorbado. 14 Por tanto, yo he jurado a la casa de Elí que la iniquidad de la casa de Elí no será expiada jamás, ni con sacrificios ni con ofrendas.
15 Y Samuel estuvo acostado hasta la mañana, y abrió las puertas de la casa de Jehová. Y Samuel temía descubrir la visión a Elí. 16 Llamando, pues, Elí a Samuel, le dijo: Hijo mío, Samuel. Y él respondió: Heme aquí. 17 Y Elí dijo: ¿Qué es la palabra que te habló? Te ruego que no me la encubras; así te haga Dios y aun te añada, si me encubrieres palabra de todo lo que habló contigo. 18 Y Samuel se lo manifestó todo, sin encubrirle nada. Entonces él dijo: Jehová es; haga lo que bien le pareciere.
19 Y Samuel creció, y Jehová estaba con él, y no dejó caer a tierra ninguna de sus palabras. 20 Y todo Israel, desde Dan hasta Beerseba, conoció que Samuel era fiel profeta de Jehová. 21 Y Jehová volvió a aparecer en Silo; porque Jehová se manifestó a Samuel en Silo por la palabra de Jehová” (1 Samuel 3:1-21).
INTRODUCCIÓN: Samuel, el profeta que dirigió en el reino de Israel la transición entre el gobierno de los jueces y el gobierno de los reyes, nació en un hogar de padres temerosos de Dios, como ha sido el caso de algunos de ustedes (pero, no, en mi caso, aunque por la gracia de Dios fui entregado a otra familia que fueron mis padres legales quienes profesaban la fe cristiana). Pero, bueno, el nacimiento de Samuel tuvo diversos aspectos extraordinarios como el que su madre doña Ana era estéril, y por ello, en una ocasión (probablemente también en otras ocasiones) le rogó a Dios que le concediera un hijo, prometiéndole que en gratitud se lo dedicaría todos los días de su vida; y así se lo concedió Dios, y ella así le cumplió también a Dios. El padre de Samuel, el señor don Elcana estuvo de acuerdo con doña Ana su esposa. Así, pues, dice la historia de Samuel con respecto de su madre que: “Después que lo hubo destetado, lo llevó consigo, con tres becerros, un efa de harina, y una vasija de vino, y lo trajo a la casa de Jehová en Silo; y el niño era pequeño. 25 Y matando el becerro, trajeron el niño a Elí. 26 Y ella dijo: ¡Oh, señor mío! Vive tu alma, señor mío, yo soy aquella mujer que estuvo aquí junto a ti orando a Jehová. 27 Por este niño oraba, y Jehová me dio lo que le pedí. 28 Yo, pues, lo dedico también a Jehová; todos los días que viva, será de Jehová. Y adoró allí a Jehová” (1 Samuel 1:24-28). Aquí con el viejo, y sumo sacerdote Elí, comienza el ministerio de este pequeño niño Samuel, muy pronto el joven Samuel, y tiempo después el señor profeta Samuel.
Basado en esta historia, literalmente del joven Samuel, lo que ahora voy a predicarles es que: Los jóvenes que son llamados por Dios a ejercer algún ministerio, deben tener algunas características mínimas. / ¿Cuáles son las características mínimas que deben tener los jóvenes que son llamados por Dios a ejercer algún ministerio? / De manera específica les voy a compartir en este momento, algunas de estas características mínimas.
La primera característica mínima que deben tener los jóvenes que son llamados por Dios a ejercer algún ministerio es:
I.- QUE ESTÉ COMPROMETIDO CON DIOS.
Es necesario que observemos que, en la etapa de la niñez temprana de Samuelito, nos dice el autor de su historia, en 2:11 que: “el niño ministraba a Jehová delante del sacerdote Elí” (1 Reyes 2:11b). Esto debió continuar así por varios años, pues cuando más adelante el autor de su historia lo describe ya no como un niño, dice de él que: “… el joven Samuel ministraba en la presencia de Jehová, vestido de un efod de lino” (1 Reyes 2:18). Samuel, habiendo aprendido durante su niñez a llevar a cabo su ministración en el Tabernáculo bajo responsabilidad del sumo sacerdote Elí, ahora es un joven que ha permanecido fiel en su dedicación de ministrar. No es así como, sin generalizar, algunos adolescentes y jóvenes que, aunque hayan sido enseñados por sus padres (o uno de ellos) a servir a Dios desde que son niños, luego que ya se sienten grandecitos, actúan con rebeldía de no querer más hacer el servicio a Dios que les ha sido enseñado. Samuel, pudo haber pensado así, o haber tomado la decisión de no querer más ministrar en el Tabernáculo de Dios en las tareas que le habían sido enseñadas por el señor sacerdote don Elí; pero no se hizo rebelde, sino antes bien, se demostraba comprometido con Dios.
Recuerdo la época cuando en el Seminario Teológico Presbiteriano San Pablo, en el que yo estudié, no se aceptaba a jovencitos que recién terminada su educación secundaria querían estudiar el bachillerato en teología con la intención de ser pastores. En aquel entonces, no se había implementado la licenciatura en teología. Pero, bueno, para no recibir a la ligera a un adolescente en el Seminario, no se aceptaba a ninguno que recién estaba terminando la educación secundaria, sino que se le recomendaba que por lo menos esperara un año más, mientras en la iglesia en la que asiste se dedicara a servir en algún área de trabajo; y además también se les recomendaba que continúen estudiando su preparatoria, y si es posible que continúen estudiando una carrera adicional. De esta manera se filtraba a los candidatos a estudiar teología, para que ninguno entre al seminario, solamente porque no había querido seguir estudiando su preparatoria, o porque no sabe que otra cosa podría estudiar, pero sobre todo porque se necesitan comprometer con la obra de Dios. Es más, se requiere que para que alguien entre a estudiar en el seminario, tenga por lo menos dos años de ser miembro de su iglesia, suponiendo que en ese tiempo se haya desempeñado comprometidamente con algún servicio que de testimonio de su buen interés por hacer la obra de Dios. Así ocurrió también con el joven Samuel, pues dice su historiador que: “El joven Samuel ministraba a Jehová en presencia de Elí; y la palabra de Jehová escaseaba en aquellos días; no había visión con frecuencia. 2 Y aconteció un día, que estando Elí acostado en su aposento, cuando sus ojos comenzaban a oscurecerse de modo que no podía ver, 3 Samuel estaba durmiendo en el templo de Jehová, donde estaba el arca de Dios; y antes que la lámpara de Dios fuese apagada, 4 Jehová llamó a Samuel; y él respondió: Heme aquí” (1 Samuel 3:1-4a). Dios llamó a un joven que estaba comprometido en servir a Dios en una etapa de entrenamiento y aprendizaje.
A ustedes jóvenes, los animo a comprometer sus vidas en servir a Dios. Pueden hacerlo aquí mismo donde ustedes se reúnen para la adoración juntamente con sus familias. Aquí es el lugar donde van a formar su carácter de compromiso serio con el servicio a Dios; y si ha Dios le place llamar a alguno o a todos ustedes, a un ministerio como quizá el ministerio pastoral u otro, sin duda que Él lo hará porque Dios llama a personas que aceptan comprometerse con él. En caso de que no les haya tocado en su niñez la oportunidad de comenzar a formarse con el sentido de compromiso, pues, ahora, todavía es tiempo para ello.
La segunda característica mínima que deben tener los jóvenes que son llamados por Dios a ejercer algún ministerio es:
II.- QUE APRENDA A ESCUCHAR A DIOS.
La historia del llamado de Dios al joven Samuel ocurrió durante una madrugada cuando “Samuel estaba durmiendo en el templo de Jehová, donde estaba el arca de Dios; y antes que la lámpara de Dios fuese apagada (es decir, antes de que amanezca)” (1 Samuel 3:3). Antes de que cierto día amaneciera “Jehová llamó a Samuel; y él respondió: Heme aquí. 5 Y corriendo luego a Elí, dijo: Heme aquí; ¿para qué me llamaste? Y Elí le dijo: Yo no he llamado; vuelve y acuéstate. Y él se volvió y se acostó” (1 Reyes 3:4-5). En esta primera ocasión, se nota que Samuel no distinguió si la voz que le llamaba era de otro que no fuese Elí, el sumo sacerdote con el que vivía y a quien tenía por padre. ¿Quién más sería? Él no se imaginaba que es Dios quien le hablaba, pues, el único que al parecer que estaba cerca de Samuel era Elí, porque no parece que estuviesen allí los dos hijos de Elí: Ofni, y Finees. Por eso Samuel, fue a ver a Elí en su dormitorio, y encontró que por cierto Elí no estaba dormido, aunque él no tuvo la gracia de escuchar la voz de Dios que habló a Samuel, que pudo no haber sido una voz audible para todos, sino solamente para ser escuchado por Samuel. Al saber entonces, que no fue Elí quien le habló, pues, regresó a acostarse. Pero, así ocurrió una segunda ocasión, y también una tercera ocasión, en las que Samuel no se imaginaba quién le estaba hablando.
Ya para esa tercera ocasión, dice el autor de la historia que: “Entonces entendió Elí que Jehová llamaba al joven. 9 Y dijo Elí a Samuel: Ve y acuéstate; y si te llamare, dirás: Habla, Jehová, porque tu siervo oye. Así se fue Samuel, y se acostó en su lugar. 10 Y vino Jehová y se paró, y llamó como las otras veces: ¡Samuel, Samuel! Entonces Samuel dijo: Habla, porque tu siervo oye” (1 Samuel 3:8c-10). No podemos saber si Elí había antes tenido una experiencia semejante a la de Samuel escuchando que le hablaran por Dios; o si otras personas que habían tenido una experiencia semejante se la habían contado a Elí; no sabemos. Pero, lo que es claro, es que Elí supo cómo orientar a Samuel, por si se repitiera otra vez la misteriosa voz que Samuel no percibía de donde provenía, ni sabía de quién era aquella voz. El consejo de Elí fue que Samuel respondiera a aquella voz: “Habla, Jehová, porque tu siervo oye” (v. 9a1). Ya con el consejo de Elí, Samuel al escuchar de nuevo que le hablaran por su nombre dos veces, aunque quizá con algún temor de que no sea Jehová, pues omite decirle Jehová, diciéndole solamente al hablante misterioso: “Habla, porque tu siervo oye” (v. 10b2). Y así, Samuel comienza su experiencia de aprender a escuchar a Dios.
El detalle mencionado en el v. 1 donde el autor explica que: “la palabra de Jehová escaseaba en aquellos días; no había visión con frecuencia” (1 Samuel 3:1b), es sin duda que por causa del pecado de los líderes del pueblo y del mismo pueblo en el que en aquel tiempo cada uno hacía lo que mejor le pareciera, Dios también se reservó el derecho de no darles mucha revelación sino solamente poca y no con mucha frecuencia. Hoy vivimos en un contexto diferente, que aunque no haya necesidad de escuchar la audible voz de Dios, tenemos la palabra de Dios ya escrita sin escasez sino con abundancia de idiomas, dialectos, versiones, etc… Es más, hay versiones leídas que se escuchan en formatos digitales de audio que cualquiera de nosotros puede portar, o de hallar en pocos segundos, prácticamente cualquier cosa que uno quiera saber o escuchar de Dios. El problema de escasez que ahora se tiene es la de tener ganas de escuchar a Dios. Puede que Dios te ha estado llamado por el poder y la gracia de Su Palabra, pero no has aprendido a escucharle. Rogamos a Dios que todos aprendamos a escuchar su palabra y que ustedes los jóvenes escuchen Su Palabra que ha de tener un llamado a algún ministerio con un compromiso adquirido directamente de Él.
La tercera característica mínima que deben tener los jóvenes que son llamados por Dios a ejercer algún ministerio es:
III.- QUE BUSQUE CONOCER A DIOS.
Como un detalle relevante en esta historia, el historiador dice de nuestro joven en el versículo 7: “Y Samuel no había conocido aún a Jehová, ni la palabra de Jehová le había sido revelada” (1 Samuel 3:7). Samuel, desde que había quedado encomendado al cuidado y educación del sumo sacerdote Elí, había sido enseñando y se había habituado a prestar algunos servicios en el Tabernáculo, o templo de Dios. Desde niño (2:11) como ya hemos observado antes, ya ministraba delante de Dios, y siendo ya joven (2:18) había permanecido fielmente en la responsabilidad de ministrar a Dios en el templo. Pero, por el hecho de estar antes ministrando no significa que Samuel ya haya conocido al Dios que estaba sirviendo. Es necesario que uno tenga la experiencia de conocer personalmente al Dios que uno sirve.
En el evangelio, según San Juan encontramos que Jesús enseñó que si alguien quiere conocer a Dios, le ha conocido si conoce a Jesús. En una ocasión, en una respuesta que Jesús le dio a su discípulo Tomás, le dijo: “Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí. 7 Si me conocieseis, también a mi Padre conoceríais; y desde ahora le conocéis, y le habéis visto” (Juan 14:6-7); y en otra respuesta que le dio a su discípulo Felipe, le dijo: “El que me ha visto a mí, ha visto al Padre; ¿cómo, pues, dices tú: Muéstranos el Padre? 10 ¿No crees que yo soy en el Padre, y el Padre en mí? Las palabras que yo os hablo, no las hablo por mi propia cuenta, sino que el Padre que mora en mí, él hace las obras. 11 Creedme que yo soy en el Padre, y el Padre en mí; de otra manera, creedme por las mismas obras” (Juan 14:9b-11).
Obviamente no hay que ver físicamente a Jesús para conocerle, sino con el hecho de creer en él, se da por hecho de que uno está conociendo al mismo tiempo que a Él, también a su Padre Dios. En otras palabras, a Dios se le conoce, creyendo en Jesucristo el Hijo de Dios. No puedes dejar pasar el tiempo sin que conozcas al Dios que debemos estar sirviendo. Una de las primeras cosas que debes hacer si no lo has hecho, es creer en Jesús. Es así como empieza en toda persona el conocimiento del Dios que espera tengamos la decisión de servirle.
La cuarta característica mínima que deben tener los jóvenes que son llamados por Dios a ejercer algún ministerio es:
IV.- QUE PROCURE UNA VIDA DE SANTIDAD.
En el tiempo que Dios llama a Samuel, el pueblo israelita ya estaba inconforme con este sistema de gobierno que él les había constituido; en parte porque el mismo pueblo no se sometía al gobierno de ellos, e igual porque cada ciudadano, así como los mismos jueces llegaban a hacer cada uno lo que mejor le pareciera (cf. Jueces 21:25). Los únicos personajes institucionales que podían hacer la función de unificar al pueblo eran los sumos sacerdotes en turno, pero, en aquel momento Elí el sumo sacerdote ya estaba viejo. El sacerdocio, por determinación de Dios se podía heredar; y a veces también el sumo sacerdocio, pero debido a la gravedad de los pecados de los dos hijos de Elí: Ofni y Finees, Dios no permitiría que ellos reciban la investidura de gobernar al pueblo, pues, Dios ya había determinado hacerlos morir (2:35c), porque sus vidas no eran ni moral ni espiritualmente apropiadas para juzgar y gobernar a la nación.
Por esta situación, Dios, tenía que hacer surgir a alguien que tuviese el carácter moral y espiritual, y que así pudiera llevar a cabo bien esta tarea; y en aquel momento sería nada menos que Samuel, que de algún modo era como el hijo heredero de Elí. Quiera Dios que aquí entre nosotros, Dios también quiera hacer surgir todo tipo de ministros como pastores, misioneros, evangelistas, maestros, etc…. con una moral y espiritualidad a la altura de la aceptación de Dios. Damos gracias a Dios por la vida de todos los jóvenes que han tenido y están teniendo el cuidado de no caer en conductas incorrectas, sino que están siendo ejemplos en todo, como el apóstol Pablo le dijera a Timoteo, “en palabra, conducta, amor, espíritu, fe y pureza” (1 Timoteo 4:12), o sea, en todo lo que corresponde a un buen discípulo de Jesucristo.
La iglesia de nuestro Señor Jesucristo no es para personas que quieren servir a Dios, y que se ostenten como ministros de la palabra, de los sacramentos, de la oración, de la alabanza, de adoración, de las relaciones humanas, de los recursos, de la evangelización, o de la educación, y de otras muchas cosas más, y que luego la vida personal después de ministrar esté entregada más al pecado que a Dios. Ningún adulto, pero también ningún joven debería jugar entre el servir a Dios y vivir en el pecado, sino que todos deberíamos procurar servir a Dios y llevar una vida de santidad delante del Dios santo que nos llama a servirle.
CONCLUSIÓN: Jóvenes, Dios está activamente llamando personas para entregarnos por lo menos una responsabilidad. Quizá no seas de las personas que dicen: Ah, a mí no me interesa servirle; sino, ojalá que seas de las personas que anhelan dedicar toda su vida para servir a los propósitos que él tiene. Pero, recuerda, hay características mínimas que debe encontrar en ti. I.- QUE ESTÉS DE ACUERDO EN ESTAR COMPROMETIDO CON ÉL; II.- QUE ESTÉS INTERESADO EN APRENDER A ESCUCHAR A DIOS; III.- QUE SIENTAS LA NECESIDAD DIARIA DE BUSCAR CONOCER A DIOS MEDIANTE JESUCRISTO SU HIJO; y IV.- QUE SERVIR A DIOS NO SEA SOLAMENTE UN DISFRAZ DE LA PECAMINOSIDAD DE TU VIDA, SINO QUE PROCURES TENER UNA VIDA DE SANTIDAD.
Dios quiera que después de este mensaje, decidas aceptar que Dios te llama de manera personal a algún servicio, y que estés siempre dispuesto a cumplir sus requisitos.
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