COMPRUEBA QUÉ HACE JESÚS
Salmo 139:1-24;
Juan 1:41-42, 47-48.
INTRODUCCIÓN: Andrés y Juan el que llegó a ser apóstol de Jesús, originalmente solo quisieron ser discípulos de Juan el Bautista el último de los profetas entre los judíos, y entre todos los israelitas. Pero, gracias a que su maestro bautizador no acaparó la atención en sí mismo, sino que responsablemente les hablaba de alguien que ya estaba entre ellos (cf. Juan 1:26-27), y que pronto él les indicaría quién era específicamente este personaje, pero que al saberlo ellos deberían seguirle. Un día, cuando Juan el Bautista les dijo: “He aquí el Cordero de Dios…” (Juan 1:29,36), Andrés y este otro Juan supieron que el personaje de quien el Bautista tanto anunciaba sin especificar su nombre, era nada menos que Jesús, por cierto, era primo tanto de Juan el Bautista como del Juan que llegó a ser apóstol. Juan, aunque quizá desde años atrás había previamente observado algo extraordinario en su primo Jesús, y Andrés quien sabe si le había conocido desde antes, pero nunca se imaginaron lo que Jesús iba a hacer con la vida de ellos.
Ahora, olvidando a Juan el apóstol, y estudiando más a Andrés, observamos en el texto bíblico que cuando Andrés hubo conocido y estado con Jesús por primera vez, aunque tan solo por unos cuantos minutos, inmediatamente Andrés va en busca de su hermano Simón, a quien al encontrarle le dice: “Hemos hallado al Mesías […]. / Y le trajo a Jesús” (Juan 1:41a, 42a). Simón, no puso ninguna resistencia, ni expresó palabras de dudas acerca de lo que estaba escuchando acerca de Jesús. Andrés junto con Juan el apóstol, habían querido conocer a Jesús, porque su Maestro Juan el Bautista les había hablado mucho acerca del pronto inicio de un ministerio del reino de los cielos. Así que cuando el Bautista anunció en Betábara junto al río Jordán que Jesús es “el Cordero de Dios” (Juan 1:29, 36), ellos quisieron conocerle mejor. Cuando le conocieron y trataron con él, Andrés consideró necesario hacérselo saber a su hermano Simón. Cuando Simón recibió la noticia de parte de su hermano Andrés, él también quiso conocer a Jesús. Lo que Simón no se imaginó fue lo favorable que Jesús iba a hacer con él.
Cuando un día después de la experiencia de Andrés y Simón, Felipe conoció a Jesús, igualmente después de breve estancia de él con Jesús, inmediatamente fue en busca de su amigo Natanael a quien le dijo: “Hemos hallado a aquél de quien escribió Moisés en la ley, así como los profetas: a Jesús, el hijo de José, de Nazaret” (Juan 1:45). Felipe como que tuvo que batallar un poco más con Natanael que Andrés con su hermano Simón, para que Natanael se animara ir a conocer a Jesús. Natanael, le hizo una observación a Felipe: “¿De Nazaret puede salir algo de bueno?” (Juan 1:46a), Lo que sabiamente le respondió Felipe, fue: “Ven y ve” (Juan 1:46b), o más bien, según la Nueva Traducción Viviente: “Ven, y compruébalo tú mismo” (Juan 1:46b, NTV). Cuando Natanael y Felipe fueron a Jesús, Natanael no se imaginó lo que Jesús ya había hecho con él solamente con haberle momentáneamente visto antes, por lo que quedó grata y grandemente sorprendido, y tuvo que preguntarle a Jesús: “¿De dónde me conoces?” (Juan 1:48a).
Basado especialmente en la experiencia de estos personajes, lo que ahora voy a predicarles, es que: Jesús hace OBRAS espirituales en la vida de las personas que acuden a él. / ¿Cuáles son las OBRAS espirituales que Jesús hace en la vida de las personas que acuden a él? / Basado en las historias de los encuentros respectivos de Andrés y Juan juntos, de Simón, y de Natanael con Jesús, les voy a exponer acerca de tales OBRAS espirituales que Jesús hace en la vida de las personas que acuden a él.
La primera OBRA espiritual que Jesús hace en la vida de las personas que acuden a él, es:
I.- CAPACITARLES PARA QUE SEAN SUS DISCÍPULOS.
Un día después que Juan el Bautista con respecto a Jesús había dicho ante una multitud de personas: “He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo” (Juan 1:29), volvió a decir: “He aquí el Cordero de Dios” (Juan 1:36), pero en esta ocasión, según lo narra san Juan el apóstol, que a Juan el Bautista: “Le oyeron hablar los dos discípulos, y siguieron a Jesús” (Juan 1:37). Estos dos discípulos que siguieron a Jesús eran hasta ese momento discípulos de Juan el Bautista, y se trataba de Andrés el hermano de Simón, y de Juan el que luego fue también junto con Andrés, apóstol de Jesucristo. Observamos aquí que ambos: “siguieron a Jesús”, en el sentido de que caminaron para alcanzarle en el camino, y platicaron con él. Luego Jesús los invitó a que fueran a la casa donde al parecer estaba hospedado, y se quedaron con él aquel día que ya era como las cuatro de la tarde (“era como la hora décima”, cf. 1:39b). No lo dice esta narración del apóstol Juan, pero es seguro que Jesús invitó a ambos para seguirle no solo para conocer donde esta hospedado, sino para invitarlos a que ahora ellos sean sus discípulos. Lo sugiere el contexto en el que tomando en cuenta que el propio Juan el Bautista durante un promedio de seis meses siempre les estuvo insistiendo que pronto todo debería enfocarse en Jesús. Es de esperarse entonces, que la razón por la que “siguieron a Jesús”, era para ser sus discípulos.
Pero, en el siguiente contexto, todavía es más claro. Ahora, observemos el caso de Felipe ocurrido un día después de la decisión de Andrés, y del que sería el apóstol Juan. No es claro si Jesús le encontró en la provincia de Galilea, o allí mismo en Betábara donde estaba hospedado. El caso es que cuando Jesús le halló, lo primero que le dijo fue: “Sígueme” (Juan 1:43). Donde quiera que le haya hallado no fue solamente para tener un compañero de camino. Pues, como ya sabemos por la conversación que posteriormente hubo entre Felipe y su amigo Natanael, cuando Felipe le dijo: “Hemos hallado a aquél de quien escribió Moisés en la ley, así como los profetas: a Jesús, el hijo de José, de Nazaret” (Juan 1:45), es notorio que Felipe tuvo una conversación bíblica con Jesús en el que debieron haber platicado diversos pasajes tanto de la ley como de los profetas, identificándose Jesús con él como el Mesías esperado, y que Felipe podría ser su discípulo. Ser discípulo de Jesús, es lo que él espera de todo aquel que busca acercarse y creer en él. Es por eso que cuando años después le fe en Cristo fue practicada por miles de personas en Jerusalén, y habiéndose propagado esta misma fe en otras ciudades lejanas de Jerusalén, los creyentes tal como se indica 27 veces solo en el libro de los Hechos de los Apóstoles, eran simplemente llamados: “discípulos” (cf. Hechos 6:1,2,7; 9:1,19,25,26,38; 11:26,29; 13:52; 14:20,21,22,28;15:10; 18:23,27; 19:1,9,30; 20:1,7,30; 21:4).
Amados hermanos, hasta el día de hoy, a pesar de haberse atribuido a los discípulos el nombre de cristianos para identificarlos como seguidores de sus doctrinas, siempre sigue teniendo valor e importancia el ser llamado “discípulos”, porque indica no solamente ser seguidores, sino comprometidos en aprender y poner en práctica sus enseñanzas. Esto es lo que Jesús hace en los que se acercan a él. Los hace discípulos. Cada uno de nosotros debemos ser discípulos de él. Después de esta exposición, quien se dé cuenta que no está siendo un discípulo de él, debe tomar la decisión de serlo hoy mismo. Jesús quiere seguidores por el único motivo de ser sus discípulos comprometidos a formar a nuevos discípulos con el evangelio de reino de Dios que aprendemos de sus enseñanzas, en la actualidad todo ya revelado y escrito no solo en los 4 evangelios, sino desde la primera hasta la última página de la Biblia, nuestras Sagradas Escrituras.
La segunda OBRA espiritual que Jesús hace en la vida de las personas que acuden a él, es:
II.- DARLES UNA NUEVA VISIÓN DE VIDA ENFOCADA EN DIOS.
San Juan nos narra acerca de lo primero que Jesús hizo con Simón en aquel primer encuentro con él. San Juan dice: “Y mirándole Jesús, dijo: Tú eres Simón, hijo de Jonás; tú serás llamado Cefas (que quiere decir, Pedro)” (Juan 1:42). Aquí hay algo que Jesús hizo con Simón al cambiarle el nombre. Su cambio de nombre solamente fue un acto simbólico, pues el cambio más relevante que Jesús le estaba haciendo es realmente en su corazón, y como diríamos ahora, no en el archivo del registro civil, ni en nuestra CURP (Clave Única de Registro de Población), ni en nuestra identificación del INE (Instituto Nacional Electoral), o IFE (Instituto Federal Electoral). Kephas = Cefas que es arameo significa no una piedra pequeña sino roca. Igualmente, en griego Koiné que es el griego usado en los evangelios, y que es el griego usado por San Juan en la traducción que inmediatamente él hace de Kephas, diciendo: (que quiere decir, Pedro). La palabra que él usa para Pedro es Petros, que tampoco significa una piedra pequeña como algunos interpretan para definir una doctrina con respecto a Pedro, sino que Petra está en femenino, y Petros en masculino, como sinónimos de Roca. Para una piedra pequeña la palabra griega sería Litos, pero no es la palabra que San Juan usó para traducir Kephas. Aunque en griego ático y en griego iónico del mismo tiempo, si hacen la diferencia entre Roca y piedra pequeña respectivamente, en lo que tendrían razón los que abogan por la teoría de la Roca y la piedrita, y que Pedro es la piedrita, pero nuestro texto bíblico no es griego ático ni iónico sino koiné[1], y la palabra Petros, o sea la persona de Pedro o Kephas, es la Roca el sujeto de quien Jesús en otra ocasión más adelante se refirió cuando dijo que sobre él edificaría su iglesia. Debe haber por lo menos una razón por la que Jesús le puso este nombre a Simón.
El nombre Simón no es arameo ni griego, sino hebreo, en el cual significa “el que ha escuchado a Dios”, o sea, que su nombre no era nada malo o negativo, sin embargo, lo que Jesús quería de Simón era mucho más que solamente conocerle. El nombre en arameo: Cefas, o en griego: Petros, sugiere que un discípulo de Jesús debe ser una persona como “piedra firme, estable, algo grande y macizo”. Es decir, Jesús vio en Simón un hombre inestable, voluble de carácter lo cual es evidente en diversas ocasiones en la historia de sus reacciones. Este era un aspecto que Jesús quería que Simón corrigiera en su vida. Que sea un hombre firme en sus convicciones, y lo llegó a ser. Pero, Jesús también quería cambiarle la visión de vida a Simón quien solamente se había dedicado a la pesca junto con su hermano Andrés. En otros textos complementarios escritos por Mateo y Marcos, al encontrar Jesús a Andrés y a Simón en la orilla del mar donde ellos estaban reparando sus redes de pesca, Jesús les dijo: “Venid en pos de mí, y os haré pescadores de hombres” (Mateo 4:19; Marcos 1:17). En cuanto a Simón, al darle el nombre Kephas, Jesús quería darle una nueva visión más relevante que ser solamente pescador de peces, y que ser solamente ‘oidor de Dios’ según lo que significaba su nombre, pues quería que él entendiera que Jesús le quería como discípulo para pescar personas conduciéndolas al evangelio del reino de Dios que Jesús estaba predicando. Jesús le promete a Simón, al igual que a su hermano Andrés, que le capacitaría para este propósito cuando les dice: ““Venid en pos de mí, y os haré pescadores de hombres”. Pero, era necesario, especialmente, en el caso de Simón, que sea un Kephas, que sea una roca, un hombre firme en sus decisiones, que corrija primeramente las inestabilidades de su carácter. Después de la venida del Espíritu Santo, unos tres años y medio de haber Jesús comenzado a entrenar a todos sus discípulos, entre ellos a Simón, o Kephas, o Petros, durante sus predicaciones la gente se convertía de a 3 mil y hasta de 5 mil personas a la vez. Todo un verdadero pescador de hombres, quien estuvo primero trabajando con su carácter, y entrenándose como discípulo, y ahora su visión había cambiado. Estaba más interesado en ser pescador de hombres que pescador de peces.
Amados hermanos, lo que aquí importa es que Jesús quiere que sus discípulos no solamente seamos personas que escuchemos a Dios, sino que seamos libres de prejuicios que invaden nuestra vida, y tengamos la visión de apegarnos a hacer cualquier cosa en la vida que sea siempre para dar toda la gloria a Dios, y no a nuestra naturaleza humana. Yo creo que, si Jesús estuviese físicamente entre nosotros, ahora nos cambiaría el nombre quizá a la mayoría si es que no a todos como lo hizo Dios con otras personas en el pasado con el fin de enfocarlos a sus propósitos, tal como a Abram se lo cambió por Abraham, a Jacob por Israel, etc… Al parecer en el cielo no todos mantendremos nuestros nombres actuales, pues en la visión del apóstol Juan, según lo escribió en su libro: El Apocalipsis, dice que Jesús envió un mensaje a la iglesia de Pérgamo, una de las siete iglesias de Asia Menor, diciéndoles: “Al que venciere, daré a comer del maná escondido, y le daré una piedrecita blanca, y en la piedrecita escrito un nombre nuevo, el cual ninguno conoce sino aquel que lo recibe” (Apocalipsis 2:17). No sé cómo me llamaré allí, pero seguramente que no Diego, porque Diego el nombre que escogieron mis padres para mí tiene un significado nada apropiado para uno que sirve a los propósitos de Dios. Ojalá que me dé el nombre Israel, tal como Dios le cambió el nombre a Jacob llamándole Israel, pues mi nombre Diego se deriva de ese mismo nombre hebreo Jacob, del griego Jacobo o Santiago, del inglés James, que en español también es sinónimo de Jaime. No sé cómo te llamarás allí, pero sin duda que ha de ser un nombre que concordará con tu nueva vida perfecta.
La tercera OBRA espiritual que Jesús hace en la vida de las personas que acuden a él, es:
III.- ORIENTARLES EL CORAZÓN HACIA LA FE.
En cuanto a lo que Jesús hizo con Natanael en el primer encuentro que él tuvo con Jesús, lo podemos observar en el diálogo que hubo entre ellos, que san Juan nos lo narra diciendo: “Cuando Jesús vio a Natanael que se le acercaba, dijo de él: He aquí un verdadero israelita, en quien no hay engaño. / Le dijo Natanael: ¿De dónde me conoces? Respondió Jesús y le dijo: Antes que Felipe te llamara, cuando estabas debajo de la higuera, te vi” (Juan 1:47-48). Lo que debemos observar en este diálogo es que lo primero que Jesús vio en Natanael ni siquiera cuando él vino a Jesús, sino desde mucho antes cuando Jesús le vio debajo de una higuera, es que en este hombre no había engaño. Esto no quiere decir que era un hombre absolutamente perfecto, sino que, en su intento natural de ser honesto, no estaba hablando con engaño al decir: “¿De Nazaret puede salir algo de bueno?” (Juan 1:46a), sino que había sido sincero al creer que de Nazaret no podría haber salido algo bueno, pues tenía razón en el detalle que Nazaret nunca había sido un lugar de donde procediera gente prominente ni en lo político, ni en lo religioso. Él solamente estaba expresando lo que pensaba y sentía con respecto a que Nazaret, pero su expresión también indicaba que al no saber lo correcto acerca de Jesús, también no tenía la fe necesaria que debería tener en él. Pero Jesús por haber crecido en Nazaret durante 26 años, desde la edad de 4 hasta sus 30 años, era por ello de Nazaret, y como caso extraordinario era no lo bueno sino lo absolutamente bueno que geográficamente venía de Nazaret. Qué bueno que Natanael durante su primer encuentro con Jesús, no tardó en corregir su creencia, sino que inmediatamente reconoció su previa equivocación, y lleno de fe en su corazón le dijo a Jesús: “Rabí, tú eres el Hijo de Dios; tú eres el Rey de Israel” (Juan 1:49). De su ignorancia pasó inmediatamente a la fe correcta en Jesús.
Pero, el punto a comprender aquí es cómo supo Jesús la afirmación que hizo acerca de Natanael de que era “un verdadero israelita, en quien no hay engaño”, y como bien Natanael pregunta sorprendido: “¿De dónde me conoces?”. Para resolver este detalle es necesario recordar lo que los israelitas que tenían conocimiento previo de la palabra de Dios sabían que el engaño procede del corazón, lo cual en una ocasión les había sido dicho por el profeta Jeremías quien les dijo: “Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso; ¿quién lo conocerá?” (Jeremías 17:9), del cual les dice también que: “… escrito está con cincel de hierro y con punta de diamante; esculpido está en la tabla de su corazón” (Jeremías 17:1). Y por lo que en una ocasión Jesús enseñó acerca del corazón diciéndole a su audiencia que: “… del corazón salen los malos pensamientos, los homicidios, los adulterios, las fornicaciones, los hurtos, los falsos testimonios, las blasfemias” (Mateo 15:19), incluyéndose aquí el engaño entre los falsos testimonios. Entonces, si el engaño procede del corazón, lo que Jesús vio en Natanael cuando él estaba debajo de una higuera, antes de que él viniera a Jesús, fue el corazón de este hombre en el cual Jesús tenía y sigue teniendo hasta el día de hoy, el poder para identificar a detalla tanto las cosas malas que hay en ella, como las cosas buenas que la gracia de Dios está edificando en el corazón de los que temen a Dios. Esto es lo que David, el autor del Salmo 139 dice con respecto a las cosas que Dios conoce de todas las personas aun antes de que las digan o hagan. David dice: “Oh Jehová, tú me has examinado y conocido. / Tú has conocido mi sentarme y mi levantarme; has entendido desde lejos mis pensamientos. / Has escudriñado mi andar y mi reposo, y todos mis caminos te son conocidos. / Pues aún no está la palabra en mi lengua, y he aquí, oh Jehová, tú la sabes toda” (Salmo 139:1-4).
Eso fue lo que sucedió la ocasión cuando unos mil años antes de Jesús, el profeta Samuel encargado de identificar a uno de los 8 hijos de Isaí de Belén a quién de ellos había escogido Dios para ser el rey de Israel. Pasó el mayor, pasaron los otros 6, entre ellos pasaron todos los altos, fuertes, expertos en muchas habilidades, etc…, pero ninguno de ellos había elegido Dios sino al último, al menor, al que nadie pensó que podría ser un rey. Tan pronto Samuel hubo visto a Eliab el primero de los hijos de Isaí, Dios le advirtió a Samuel: “No mires a su parecer, ni a lo grande de su estatura, porque yo lo desecho; porque Jehová no mira lo que mira el hombre; pues el hombre mira lo que está delante de sus ojos, pero Jehová mira el corazón” (1 Samuel 16:7). El corazón es lo que Dios mira en cada persona, y que está al descubierto ante su mirada, al igual que a la mirada de su Hijo Jesús como lo podemos corroborar en su mirada a Natanel. En los evangelios también se mencionan cómo el miró el corazón de otras personas (cf. Mateo 9:4; Marcos 2:8; 3:5; Lucas 2:35; 5:22; 9:47).
Amados hermanos, lo que Natanael tenía que saber, y nosotros también es que Jesús primeramente mira el corazón de una persona, y le enseña que es precisamente en el corazón donde Jesús comienza a hacer su obra en todo aquel que se acerca a él para ser su creyente, y su discípulo. Si Jesús no encuentra fe en el corazón de una persona, primeramente, le exige fe en él. Esto era lo que evidentemente le faltaba a Natanael por haber dicho antes acerca de Jesús que si de Nazaret podría salir algo bueno. Jesús, primero guiaba a la genta a que creyera en él, e incluso conforme va pasando el tiempo desde que uno inició el creer en él, uno tiene que verificar si todavía uno sigue con fe en él. A quienes ya creían en él como es el caso de sus propios discípulos a quienes incluso ya había entrenado en el ministerio, les recordó poco más de tres años después: “No se turbe vuestro corazón; creéis en Dios, creed también en mí” (Juan 14:1). Creer en Jesús es un asunto del corazón, y es allí donde comienza la obra de Jesús.
CONCLUSIÓN: Amados hermanos, quiero concluir recapitulando que las tres OBRAS espirituales que Jesús hace en la vida de las personas que acuden a él, es: 1) CAPACITARLES PARA QUE SEAN SUS DISCÍPULOS; 2) DARLES UNA NUEVA VISIÓN DE VIDA ENFOCADA EN DIOS; y 3) ORIENTARLES EL CORAZÓN HACIA LA FE. Que cada uno de nosotros saque el máximo provecho de las obras de Jesús para que nuestras vidas den la gloria a Dios en todo. Que, como discípulos de él en estos tiempos, nos enfoquemos principalmente en Dios y no solamente en nuestros intereses personales, y que nuestro corazón deseche toda incredulidad, y desinformación; y que llenos de fe, comprobemos en nuestra propia experiencia lo que él quiere hacer en nuestra vida. Él quiere que usted sea útil para dar gloria a Dios en todo.
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[1] https://www.catholicbridge.com/catolico/pedro-la-roca.php
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