COMPRUEBA QUÉ ES EL CIELO ABIERTO
Ezequiel 1:1;
Juan 1:49-51.
INTRODUCCIÓN: El 25 de septiembre del 2008, en una visita que hicimos como directiva de nuestro presbiterio a la iglesia Betel de Yaxhachén, Oxkutzcab, por motivo de su aniversario, ocurrió algo aquella noche durante el culto que me llamó mucho la atención. Resulta que minutos después de haber iniciado el culto de las 7:00 de la noche, el cual se llevó a cabo al aire libre a un costado del templo, también inició una fuerte lluvia sobre toda la comunidad y que se extendía hasta muchos kilómetros de distancia. Pero, el detalle que les quiero comentar es que justo arriba de donde se estaba llevando a cabo el culto, se formó un círculo sin nube de lluvia que nos tuvo privilegiados de poder llevar a cabo el culto sin que la lluvia nos alcanzara, mientras veíamos que alrededor de nosotros cómo caía la lluvia. A través de aquel claro circular se podía ver una gran cantidad de estrellas. Por una parte, el cielo de la eternidad se abrió para recibir la alabanza de los creyentes reunidos en aquel momento, y por otra parte el cielo de las nubes se abrió para dar paso a la lluvia sobre la tierra, y dar la gloria a Dios permitiendo que un grupo de personas le rindiésemos nuestra acción de gracias por su obra salvadora en nuestras vidas.
Cuando Natanael, invitado por su amigo Felipe acudió para comprobar que Jesús era lo que Felipe le decía, que él era el personaje de quién está escrito en la ley de Moisés como Mesías o Salvador. En la conversación entre ellos, Jesús le dijo a Natanael “He aquí un verdadero israelita, en quien no hay engaño” (Juan 1:47). Natanael, sorprendido le pregunta a Jesús: “¿De dónde me conoces?” (Juan 1:48a). Jesús le explica: “Antes que Felipe te llamara, cuando estabas debajo de la higuera, te vi” (Juan 1:48b). Estas palabras solamente son un resumen de la conversación que tuvieron en vivo, que en la realidad debió tener más contenido. Pero, con esta conversación, Natanael había hecho su propio descubrimiento acerca de Jesús, a quien sin dudar inmediatamente le dijo: “Rabí, tú eres el Hijo de Dios; tú eres el Rey de Israel” (Juan 1:49b). Pero, lo que voy a resaltarles es que a partir de esta afirmación de Natanael, Jesús también le hizo otra afirmación a Natanael diciéndole: “Cosas mayores que estas verás” (Juan 1:50b). Y la primera de estas cosas fue: “De cierto, de cierto os digo: De aquí adelante veréis el cielo abierto, …” (Juan 1:51a). ¡Wow! ¿El cielo abierto? ¿Qué significaría esas palabras de Jesús?
Basado en estas palabras de Jesús, les voy a predicar que: Vivir la experiencia de ver “el cielo abierto”, requiere de RESPONSABILIDADES espirituales. / ¿Cuáles son las RESPONSABILIDADES espirituales que se requieren para vivir la experiencia de ver: “el cielo abierto”? / Permítanme compartirles algunas de estas RESPONSABILIDADES espirituales.
La primera RESPONSABILIDAD espiritual que se requiere para vivir la experiencia de ver “el cielo abierto”, es:
I.- LA PRÁCTICA DE LA ORACIÓN.
En el relato del bautismo de Jesús, San Lucas añade un detalle que San Mateo no menciona, y que dice: “Aconteció que cuando todo el pueblo se bautizaba, también Jesús fue bautizado”, pero observemos, ¿qué hizo Jesús además de someterse al acto propio del bautismo? San Lucas seguidamente dice de Jesús y del efecto de lo que hizo: “y orando, el cielo se abrió” (Lucas 3:21). Como resultado de la apertura del cielo, lo primero que sucedió fue: “y descendió el Espíritu Santo sobre él en forma corporal, como paloma” (Lucas 3:22a).
Pero, el cielo no se abre solamente porque se trata de Jesús, pues dos o tres días después, Jesús le estaba diciendo “en plural” a Natanael que también él junto con los demás discípulos, “veréis el cielo abierto” (Juan 1:51a). El cielo también se abre para los que son discípulos de Jesús, y esto incluye no solamente a los primeros doce de sus discípulos que Jesús iba a llamar para seguirle. ¿Recuerdan qué estaban haciendo los discípulos de Jesús y otros como 120 personas el día en el que descendió el Espíritu Santo para investirlos de poder y así ser testigos de la naturaleza y obra de Jesucristo? Estaban reunidos orando (cf. Hechos 1:13-14; 2:1-4).
En la historia de la construcción y dedicación del templo conocido como templo de Salomón, dice el cronista: “Si yo cerrare los cielos para que no haya lluvia, y si mandare a la langosta que consuma la tierra, o si enviare pestilencia a mi pueblo; / si se humillare mi pueblo, sobre el cual mi nombre es invocado, y oraren, y buscaren mi rostro, y se convirtieren de sus malos caminos; entonces yo oiré desde los cielos, y perdonaré sus pecados, y sanaré su tierra” (2 Crónicas 7:13-14). Con estas palabras, Dios indica que tiene la facultad de cerrar el cielo en todos los sentidos, y se reserva el derecho de abrir los cielos, solamente si su pueblo se humilla delante de él, ¿haciendo qué? Haciendo oración, y demostrando arrepentimiento. Sin duda que es esto que hemos venido a hacer aquí en este momento. Dios estará dispuesto a abrir el cielo para que seamos investidos con el poder de su Espíritu Santo.
El profeta Isaías, quizá recordando la ocasión cuando Dios descendió en el Sinaí cuando les dio sus Diez Mandamientos, él hace una oración a Dios diciéndole: “¡Oh, si rompieses los cielos, y descendieras, y a tu presencia se escurriesen los montes, / como fuego abrasador de fundiciones, fuego que hace hervir las aguas, para que hicieras notorio tu nombre a tus enemigos, y las naciones temblasen a tu presencia!” (Isaías 64:1-2). Isaías, interpreta la manifestación de la presencia de Dios en la tierra como un romper Dios el mismo cielo para que sea conocido no solamente por su pueblo sino también por sus enemigos. Dios es potente para romper los cielos.
Amados hermanos, cada creyente debe orar a Dios, y toda iglesia debe orar a Dios, y entonces los cielos serán abiertos para derramar no solo lluvia de agua a la tierra, sino lluvia de dones y demás bendiciones a la vida espiritual.
La segunda RESPONSABILIDAD espiritual que se requiere para vivir la experiencia de ver “el cielo abierto”, es:
II.- LA PRÁCTICA DE LA OBEDIENCIA.
Retomando la experiencia de Jesús después de haberse abierto el cielo por él y para él en la ocasión de su bautismo, dice San Lucas que: “… vino una voz del cielo que decía: Tú eres mi Hijo amado; en ti tengo complacencia” (Lucas 3:22b). Estas palabras describen que para que el cielo fuese abierto, hubo una previa condición. Dios tuvo que ser primeramente complacido por su Hijo. Esto significa que el cielo se abre para una persona cuando en ella hay obediencia a Dios.
La razón por la que el cielo se abrió durante el bautismo de Jesús no fue propiamente por estar recibiendo el bautismo. Dios no se estaba complaciendo solamente porque su Hijo se estaba bautizando, pues finalmente el bautismo solamente era para él, un acto de identificación pública con el cual comunicaba a la gente que no seguiría las propuestas de este mundo, sino que asumía su compromiso delante de su Padre celestial de comenzar su ministerio de anunciar el reino de los cielos, y que estaba listo para cumplir con el ofrecimiento de su propia vida para la salvación de los pecadores. Dios no se estaba complaciendo en Jesús porque él se estaba bautizando, sino que las palabras de Dios indican que durante la vida de su Hijo Jesús, él le había estado complaciendo, o sea, obedeciendo en todo.
En una ocasión el rey Saúl fue enviado por Dios a hacer guerra contra los amalecitas, con la orden expresa de no dejar vivo ni al rey de Amalec, y ni siquiera a sus propios animales. Pero, Saúl cometió varios errores: primero, no mató a Agag rey de Amalec, sino que lo trajo como prisionero de guerra con él. Segundo, no dio orden a su ejército para que acabaran también con las ovejas y vacas de los amalecitas, sino que permitió que su ejército las trajera a cierto lugar para que con tales animales el mismo Saúl ofreciera sacrificios a Dios. Esto fue lo que le costó a Saúl el ser destituido como rey de Israel, pues su desobediencia fue un desagrado para Dios. En esa misma ocasión, fue amonestado por el profeta Samuel quien le dijo: “Ciertamente el obedecer es mejor que los sacrificios, y el prestar atención que la grosura de los carneros. / Porque como pecado de adivinación es la rebelión, y como ídolos e idolatría la obstinación” (1 Samuel 15:22-23). Lo que el profeta Samuel recalca aquí es que la obediencia es mejor que cualquier cosa externa como un sacrificio, e incluso que un bautismo. Dios ama la obediencia y al obediente, y está siempre dispuesto a abrir su cielo a los obedientes.
En un tiempo que los judíos e israelitas en general fueron desobedientes al no dar el diezmo correspondiente para uso del ministerio de la casa de Dios, Dios les dijo: “Traed todos los diezmos al alfolí y haya alimento en mi casa; y probadme ahora en esto, dice Jehová de los ejércitos, si no os abriré las ventanas de los cielos, y derramaré sobre vosotros bendición hasta que sobreabunde. / Reprenderé también por vosotros al devorador, y no os destruirá el fruto de la tierra, ni vuestra vid en el campo será estéril, dice Jehová de los ejércitos” (Malaquías 3:10-11). ¿Qué cosa hizo Dios en contra de ellos? Dios les cerró los cielos por lo menos de la lluvia, pero también de otras bendiciones espirituales. Pero, les anima a que hagan la prueba de que, si ellos cumplían con el deber de traer sus diezmos a las bodegas del templo, ¿qué les promete Dios que haría a favor de ellos? “…os abriré las ventanas de los cielos, y derramaré sobre vosotros bendición hasta que sobreabunde” (Malaquías 3:10b). La obediencia a Dios abre los cielos para traer abundancia y sobreabundancia.
Amados hermanos, el cielo se abre para ser bendecido cuando hay obediencia, pero queda cerrado, cuando hay desobediencia, rebelión, y obstinación. Si queremos ver el cielo abierto para recibir las abundantes bendiciones de Dios, debemos poner en práctica nuestra obediencia a lo que Dios nos ordena vivir según su voluntad.
La tercera RESPONSABILIDAD espiritual que se requiere para vivir la experiencia de ver “el cielo abierto”, es:
III.- SER DISCÍPULO DE JESÚS.
En aquel momento que Jesús le dijo a Natanael: “…Cosas mayores que estas verás. / Y le dijo: De cierto, de cierto os digo: De aquí adelante veréis el cielo abierto, …” (Juan 1:50b – 51a), se da por hecho de que Jesús ya le había invitado para hacerse su discípulo, y que sería en su calidad de discípulo que tendría muchos privilegios, descritos por Jesús como “cosas mayores”. Entre ellos, el privilegio de ver “el cielo abierto”. Ver el cielo abierto nunca fue privilegio de gente ajena a Dios, sino solamente de gente apegada a Dios.
En el Antiguo Testamento, en los tiempos del exilio de los judíos en Babilonia, el profeta Ezequiel nos comparte de su propia experiencia que: “Aconteció en el año treinta, en el mes cuarto, a los cinco días del mes, que estando yo en medio de los cautivos junto al río Quebar, los cielos se abrieron, y vi visiones de Dios” (Ezequiel 1:1). Los cielos se abrieron, pero no ante cualquier hombre sino uno que estaba apegado en comunión con Dios, y como resultado tuvo “visiones de Dios”.
En el Nuevo Testamento, casi al final de la era apostólica, el apóstol Juan, estando prisionero por causa del evangelio en una isla llamada Patmos, nos cuenta que: “Después de esto miré, y he aquí una puerta abierta en el cielo; y la primera voz que oí, como de trompeta, hablando conmigo, dijo: Sube acá, y yo te mostraré las cosas que sucederán después de estas. / Y al instante yo estaba en el Espíritu; y he aquí, un trono establecido en el cielo, y en el trono, uno sentado” (Apocalipsis 4:1-2). Este apóstol, en una de sus visiones descubrió el cielo abierto como una puerta abierta donde pudo escuchar una voz como si fuera el sonido de una trompeta, y además pudo ver a través de aquella puerta abierta, “un trono establecido en el cielo, y en el trono, uno sentado”. Este privilegio lo tuvo por ser un discípulo de Jesús, pues no se le da a ningún ser humano que no sea discípulo de Jesús.
Amados hermanos, creo que en la actualidad Dios ya no abre el cielo en el sentido en el que lo abrió para Ezequiel y para el apóstol Juan, con el fin de ofrecerles alguna revelación especial. El tiempo de las revelaciones necesarias para que Dios comunique toda su voluntad y el conocimiento que el hombre debe saber acerca de Él y sus obras, ya ha concluido. Sin embargo, todos los creyentes esperamos entrar al cielo eterno de Dios donde “tenemos de Dios un edificio, una casa no hecha de manos, eterna, en los cielos” (2 Corintios 5:1). La buena noticia es que el cielo ya está abierto para nosotros por la obra redentora de Jesucristo, porque para nosotros: “… nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde también esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo” (Filipenses 3:20). Así, que todos ustedes amados hermanos, les aseguro que no ha sido en vano que seamos discípulos de Jesucristo, quien ha abierto el cielo de la eternidad para cada uno de nosotros.
CONCLUSIÓN: Amados hermanos, “el cielo abierto” es el privilegio de los hijos de Dios, de los creyentes en Jesucristo, que representa sus bendiciones disponibles para quienes invocan a Dios en oración, y para quienes con integridad no solamente oran, sino que buscan ser obedientes a Dios en todo para hacer su voluntad, y para todos aquellos que aceptan ser discípulos de su Hijo Jesucristo. Cada uno de ustedes son los discípulos que oran a Dios y le obedecen. Es para ustedes (nosotros), el cielo abierto que tiene grandes bendiciones para la actualidad y para la eternidad, por medio de Jesucristo.
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