COMPRUEBA LA GLORIA DE JESÚS

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COMPRUEBA LA GLORIA DE JESÚS

Isaías 6:1-13;

Juan 1:14-16.

 

   INTRODUCCIÓN: Desde las primeras palabras introductorias de este libro, en su interpretación del evangelio de Jesucristo, el apóstol Juan presenta a Jesucristo como “el Verbo” que “era con Dios”, y que “era Dios” (Juan 1:1).  Todavía no había avanzado mucho su escrito, en el versículo 14 de este mismo capítulo introductorio, escribe acerca de Jesús como “el Verbo”, diciendo: “Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros (Y VIMOS SU GLORIA, gloria como del unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad” (Juan 1:14).  Con respecto a Jesús “el Verbo”, San Juan hace una observación que se encuentra en las dos frases que están entre paréntesis en este versículo 14, frases que dicen: “Y VIMOS SU GLORIA, gloria como del unigénito del Padre”.  ¿Qué es lo que el apóstol Juan quería que sus lectores descubrieran en Jesús con estas palabras cuando escribió acerca de la GLORIA DE JESÚS que Juan mismo junto con por lo menos los demás apóstoles, y por todos los que conocieron a Jesús? ¿Qué gloria vieron en Jesús que según San Juan era “como del unigénito del Padre”?

   Lo que en este momento voy a predicarles es que: En la persona de Jesús fueron vistas diversas MANIFESTACIONES divinas que lo identificaron con la gloria de Dios. / ¿Cuáles son las MANIFESTACIONES divinas vistas en Jesús y que le identificaron con la gloria de Dios? / En este mensaje les compartiré algunas de estas MANIFESTACIONES divinas que fueron vistas en Jesús y que lo identificaron con la gloria de Dios.

 

   La primera MANIFESTACIÓN divina, que fue vista en la persona de Jesús, y que por ello le identificaron con la gloria de Dios, es:

I.- SUS SEÑALES o MILAGROS PROPIOS DE DIOS.

   En la ocasión que, al principio de su ministerio, luego de haber realizado su primer milagro, el de convertir el agua en vino, San Juan dice de aquel episodio del ministerio de Jesús: “Este principio de señales hizo Jesús en Caná de Galilea, y manifestó su gloria; y sus discípulos creyeron en él” (Juan 2:11).  Juan describe aquel milagro realizado por Jesús como “este principio” (o sea, que fue el comienzo o el primero de sus muchas obras milagrosas), del cual este mismo apóstol se encarga de presentar una gran cantidad de sus obras milagrosas, las cuales NO son propias de un hombre ordinario, sino que debe tratarse de una manifestación divina que estaba en él, que efecto era por eso, pues en él estaba el LOGOS divino.  Es por eso que el apóstol Juan afirma que, en esta primera obra milagrosa de Jesús de convertir agua en vino, él “manifestó su gloria”.  Y en consecuencia se puede inferir sin margen de error que, en cada una de las obras extraordinarias llevadas a cabo por él durante los años de su ministerio, todas ellas eran manifestaciones de su gloria, gloria u obras que no emanaban de su sola naturaleza humana, sino que emanaban de su naturaleza divina por ser él el Logos o Verbo divino.

   Amados hermanos, es a todas estas obras divinas realizadas por Jesús, que el mismo apóstol Juan, los demás apóstoles, y una gran cantidad de gentes a las que Jesús ministró, vieron en él, y es acerca de ellas a las que San Juan se refiere cuando dice de Jesús: “Y VIMOS SU GLORIA, GLORIA COMO DEL ÚNIGÉNITO DEL PADRE” (Juan 1:14).

 

   La segunda MANIFESTACIÓN divina, que fue vista en la persona de Jesús, y que por ello le identificaron con la gloria de Dios, es:

II.- SUS DOCTRINAS QUE TIENEN SU ORIGEN EN DIOS.

   En una ocasión, en Jerusalén, durante una fiesta conocida como la fiesta de los tabernáculos, hablando Jesús a la gente que se acercó a escucharle, la gente comenzó a decir de él: “¿Cómo sabe éste letras, sin haber estudiado?” (Juan 7:15b), y razón tenían porque como muchos lo sabían, Jesús no había sido un niño o joven con preparación académica doctoral, como lo tenían los rabinos, doctores de la ley, conocimiento y destreza que no se obtiene a los 30 años cuando están iniciando su ministerio, sino hasta después de muchos años de estudio y experiencia en la enseñanza.  Pero, a este murmullo de la gente, la respuesta de Jesús para ellos fue:Mi doctrina no es mía, sino de aquel que me envió. / El que quiera hacer la voluntad de Dios, conocerá si la doctrina es de Dios, o si yo hablo por mi propia cuenta” (Juan 7:16-17).  Lo que él les estaba afirmando es que su excelencia de doctrina consistía en que no era doctrina propia que tuviese como origen el pensamiento, razonamiento, estudios, o experiencia humanos, sino que pone a consideración de ellos que por sí mismos analizaran si no les parece que sus doctrinas evidentemente solo podían proceder de Dios, porque ni siquiera los más destacados rabinos, doctores de la ley, alcanzaban el nivel de interpretación y enseñanza que Jesús compartía a la gente.

   En ese contexto, Jesús apela al sentido común recordándoles que: “El que habla por su propia cuenta, su propia gloria busca; pero el que busca la gloria del que le envió, éste es verdadero, y no hay en él injusticia” (Juan 7:18).  Con estas palabras, Jesús les estaba diciendo que la gloria de su excelente doctrina consistía en que él no hablaba por su propia cuenta, sino de parte de quien le envió, que en su caso es Dios, pues, él se identificaba y consideraba como enviado de Dios a quien también consideraba como su Padre celestial.  Así que la gloria que fue vista en Jesús no es gloria de hombre, sino la misma gloria de Dios el LOGOS divino a través del hombre Jesús. Así que lo que los oyentes escuchaban de él, no era otra cosa sino la misma gloria de Dios convertida en palabras, en doctrina, en enseñanza, en predicación, y hasta en conversaciones, etc…

 

   La tercera MANIFESTACIÓN divina, que fue vista en la persona de Jesús, y que por ello le identificaron con la gloria de Dios, es:

III.- SU PRESENCIA COMO PRESENCIA DE DIOS.

   En el tiempo de Moisés cuando los israelitas fueron libertados por Dios de la esclavitud que antes habían tenido en Egipto, Dios se les apareció a ellos por primera vez en una nube.  Los israelitas salieron a través de una población llamada Sucot.  La historia bíblica de aquella salida de Egipto dice: “Y partieron de Sucot y acamparon en Etam, a la entrada del desierto. / Y Jehová iba delante de ellos de día en una columna de nube para guiarlos por el camino, y de noche en una columna de fuego para alumbrarles, a fin de que anduviesen de día y de noche. / Nunca se apartó de delante del pueblo la columna de nube de día, ni de noche la columna de fuego” (Exodo 13:20-22).  Es a esta nube que comenzó a aparecer a ellos durante muchos años, más bien durante varios siglos, que los rabinos posteriores del éxodo, según su exégesis le dieron el nombre extrabíblico de Shekinah, palabra que significa: Nube de la gloria de Dios.  Así está escrito en sus comentarios llamados Tárgumes.  De aquella nube, irradiaba una luz, que era la manifestación de que Dios estaba presente con ellos.  Aquella luz iluminaba potentemente cualquier área debajo de ella, y que posteriormente pasó a iluminar sobre el Tabernáculo que Dios ordenó a Moisés que construyera como en el 1500 a.C., aquella luz iluminaba justamente sobre el arca del pacto entre los querubines que estaban sobre aquella arca. De aquel tiempo de Moisés tenemos la historia que dice: “Entonces una nube cubrió el tabernáculo de reunión, y la gloria de Jehová llenó el tabernáculo. / Y no podía Moisés entrar en el tabernáculo de reunión, porque la nube estaba sobre él, y la gloria de Jehová lo llenaba” (Éxodo 40:34-35).  Y cuando alrededor del 900 a.C., Salomón construye el templo en Jerusalén, aquella nube de la gloria de Dios (Shekinah), también aparecía sobre ella para iluminarla.  Del tiempo de Salomón, dice la historia: “Y cuando los sacerdotes salieron del santuario, la nube llenó la casa de Jehová. / Y los sacerdotes no pudieron permanecer para ministrar por causa de la nube; porque la gloria de Jehová había llenado la casa de Jehová” (1 Reyes 8:10-11).  En otras palabras, la gloria de Dios, lo que representaba es la presencia de Dios con su pueblo y a favor de su pueblo.

  Cuando San Juan dice de “el Verbo” que “habitó entre nosotros” (Juan 1:14), y considerando que el Verbo era Dios (cf. Juan 1:1), lo que él está diciendo, es que Jesús es el Dios de la luz de gloria que está presente.  Él es la misma presencia de Dios.  Es por eso que su nombre profético anunciado por Isaías es: “Emanuel” que significa “Dios con nosotros” (cf. Isaías 7:14; 8:10; Mateo 1:23). Jesús es la presencia de Dios.  Propiamente Jesús es la gloria de Dios, no vista como luz sino con cuerpo humano, pero con la esencia de la naturaleza divina fusionada en su ser.  Por ello, Jesús es nada menos que la presencia de Dios.  Se podía percibir que su presencia no era solamente una humanidad ordinaria, sino la misma presencia de Dios en él y a través de él.

 

   CONCLUSIÓN: Amados hermanos, en el desarrollo de esta doctrina de la gloria de Dios procedente de la naturaleza divina que Jesús poseía, Jesús mismo a su discípulo Felipe quien le había pedido:Señor, muéstranos el Padre, y nos basta” (Juan 14:7), le respondió: ¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros, y no me has conocido, Felipe? El que me ha visto a mí, ha visto al Padre; ¿cómo, pues, dices tú: Muéstranos el Padre? / ¿No crees que yo soy en el Padre, y el Padre en mí?” (Juan 14:9-10a).  Él era la gloria del Padre.  El apóstol Pablo se refería también a la gloria de Dios, y mucho más que a su gloria, cuando explicó a los Colosenses que: “…en él (en Jesús) habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad” (Colosenses 2:9).

   Estimado oyente, usted puede recibir la gloria de Dios en su corazón, si usted recibe en su corazón a Jesucristo, dándole en la vida de usted el lugar que a Jesús le debe corresponder, el ser el Señor y Salvador de usted.  Si usted acepta esta gloria divina en la persona de Jesús, usted comenzará a ser la persona más feliz, dichosa, y completa en esta vida, pues el apóstol Pablo, después de decir de Jesús, que “…en él habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad”, añade también: “y vosotros estáis completos en él” (Colosenses 210a).  No hay más plenitud de vida en el ser humano, que cuando Jesús es recibido en el corazón humano, porque Jesús no es solamente hombre, sino el hombre perfecto en quien está fusionado el único Dios perfecto, que trae “vida abundante” (cf. Juan 10:10),y toda gracia divina que tanta falta nos hace falta.

   ¿Quiere usted recibir este beneficio de la gloria de Dios?  Dígale ahora mismo a Jesús:  Señor Jesús, te recibo a ti como mi único y suficiente Señor y Salvador.  Quiero disfrutar la gloria de Dios que está en ti.  Y a partir de ahora, también quiero vivir para la gloria de Dios. Te lo pido por el amor y la gracia de Dios que estás comunicando a mi vida. Amén.

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El Pbro. Diego Teh Reyes, es Licenciado en Teología y Servicio Social; Maestro en Estudios Teológicos; y Doctorante en Ministerio; y actualmente es Ministro de la Palabra y los Sacramentos como pastor de la Iglesia Nacional Presbiteriana de México "PENIEL", de la ciudad de Mérida, Yucatán.

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