PALABRAS DE COMPASIÓN PARA AQUELLOS QUE SUFREN

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PALABRAS DE COMPASIÓN PARA AQUELLOS QUE SUFREN.

LUCAS 13:31-35; 19:28-44.

 

   INTRODUCCIÓN:  Hoy es el primer día de la semana de pasión de nuestro Señor Jesucristo. Es conocido como domingo de ramos, o de palmas, en alusión al evento de la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén, en el que la multitud, que era muy numerosa, tendía sus mantos en el camino; y otros cortaban ramas de los árboles, y las tendían en el camino” (Mateo 21:8).  Pero, lo que hoy voy a predicarles, no son las cuestiones del acto propiamente de la célebre entrada, ni del pollino utilizado por Jesús, ni de la gente tendiendo sus mantos o cortando las ramas que tendían en el camino; sino de las PALABRAS DE JESÚS, que en la presente serie de predicaciones he llamado: PALABRAS DE JESÚS PARA EL MUNDO DE HOY.  Pretendo presentarles aplicaciones de verdades de lo que Jesús dijo en aquel entonces, que todavía tiene aplicación para nosotros en la actualidad.  Específicamente la predicación de este momento se titula: PALABRAS DE PROFUNDA COMPASIÓN PARA QUIENES NO SE PREVIENEN DE SUFRIR.  En realidad, en el recorrido de esta serie que les he estado predicando, ya hemos oído a Jesús pronunciar palabras de profunda compasión a los que sufren.  Por ejemplo, en la entrada de Jericó, al ciego Bartimeo, sufriente por su ceguera, Jesús le preguntó: ¿Qué quieres que te haga? Y el ciego le dijo: Maestro, que recobre la vista” (Marcos 10:51), e inmediatamente le hizo una bendita afirmación, diciéndole: “… Vete, tu fe te ha salvado. Y en seguida recobró la vista, y seguía a Jesús en el camino” (Marcos 10:52).  A Marta sufriente por la muerte de su hermano Lázaro, le dijo: “… Tu hermano resucitará. / […] / Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá. / Y todo aquel que vive y cree en mí, no morirá eternamente. ¿Crees esto?” (Juan 11:23, 25-26); y en un momento después en los sepulcros, estando presente y llorando María la otra hermana de Lázaro, Jesús resucitó a Lázaro tan solamente diciéndole: “… ¡Lázaro, ven fuera! / Y el que había muerto salió, atadas las manos y los pies con vendas, y el rostro envuelto en un sudario. Jesús les dijo: Desatadle, y dejadle ir” (Juan 11:43b-44).  Y no está de más recordar que Mateo relata que desde el principio del ministerio de Jesús: Recorría Jesús todas las ciudades y aldeas, enseñando en las sinagogas de ellos, y predicando el evangelio del reino, y sanando toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo. / Y al ver las multitudes, tuvo compasión de ellas; porque estaban desamparadas y dispersas como ovejas que no tienen pastor” (Mateo 9:35-36).  El ministerio de Jesús, siempre se caracterizó de una profunda compasión por la gente, pero no porque tuviesen alguna necesidad física, emocional, o material, sino por la correspondiente profunda necesidad espiritual que él podía percibir de los corazones de toda la gente con la que él estaba en contacto, incluyendo a líderes religiosos como los fariseos y saduceos, escribas o rabinos.  Su compasión siempre fue evidente con todos.

   La historia del evangelio que corresponde a este día es el de la entrada triunfal de Jesús en la ciudad judía de Jerusalén, episodio de su ministerio que nos revela, entre otros detalles, su profunda compasión por las personas que sufren porque no hicieron lo necesario para evitar su sufrimiento; sin embargo, primero tomaré en consideración otro episodio de su ministerio, otro evento que también tiene que ver con la misma ciudad de Jerusalén, pero mucho tiempo antes de su entrada triunfal, donde desde entonces Jesús indica que la gente de Jerusalén, de por sí no se preocupaba por evitar el peligro y sufrimiento que un día le podría llegar debido a la actitud que estaban teniendo para con la vida, y especialmente para con Dios.  En aquella ocasión, las palabras de Jesús también tuvieron una expresión de profunda compasión.  Derivado de estos pasajes bíblicos que ya hemos leído, lo que ahora les voy a predicar es que: Jesús expresa palabras con profunda compasión que revelan cómo la gente puede prevenir el sufrimiento que le puede llegar a quienes desechan a Dios de sus vidas. / ¿Cómo entonces, la gente puede prevenir el sufrimiento que le puede llegar a quienes desechan a Dios de sus vidas? / En este mensaje les compartiré dos MANERAS COMPLEMENTARIAS reveladas y expresadas por Jesús con sus palabras de profunda compasión.

 

   La primera MANERA COMPLEMENTARIA revelada y expresada por Jesús con palabras de profunda compasión, acerca de cómo prevenir el sufrimiento que le puede llegar a quienes desechan a Dios de sus vidas, es:

I.- ARREPENTIRSE DE ESTAR RECHAZANDO A DIOS.

  Mateo y Lucas registran en sus respectivos escritos, que en una ocasión anterior a la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén, mientras él estaba enseñando en algún lugar de Jerusalén, utilizó una parábola (la de la higuera estéril), en el que Jesús dijo: “Tenía un hombre una higuera plantada en su viña, y vino a buscar fruto en ella, y no lo halló.  / He aquí, hace tres años que vengo a buscar fruto en esta higuera, y no lo hallo” (Lucas 13:6-7). Esta parábola, no era más que una ilustración acerca del él mismo que ya llevaba los 3 años visitando Jerusalén, y no halla en ella, el fruto que espera de la gente de esta ciudad.  No era la primera vez que Jesús veía con tristeza y profunda compasión a esta bendita ciudad. Tres años de no hallar el fruto esperado, estaba causando en Jesús un profundo pesar al mismo tiempo que profunda compasión por toda aquella gente que habitaba Jerusalén; y quizá no era muy diferente en otras ciudades y aldeas del resto de Palestina.  Me recuerda otras dos poblaciones del norte de la provincia Palestina de Galilea, a las que Jesús también dirigió palabras que igualmente están llenas de compasión diciéndoles: “¡Ay de ti, Corazín! ¡Ay de ti, Betsaida! Porque si en Tiro y en Sidón se hubieran hecho los milagros que han sido hechos en vosotras, tiempo ha que se hubieran arrepentido en cilicio y en ceniza” (Mateo 11:21).  Es lo mismo que necesitaban los Jerusalenitas: Arrepentimiento de vivir rechazando a Dios.  Es a esto que se refirió el apóstol Juan cuando escribió acerca de Jesús con respecto a Jerusalén, pero también por toda Palestina, y más allá de ella: A lo suyo vino, y los suyos no le recibieron. / Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios” (Juan 1:11-12).  Pero, en realidad no fueron muchos, estos que le recibieron.  La gran mayoría permaneció en abierto rechazo a las buenas nuevas de Jesús.  Deberían arrepentirse de rechazar no cualquier simple persona, sino nada menos que a Jesús, el Hijo de Dios.

   Ese mismo día, allí mismo en Jerusalén, le fueron a ver unos fariseos y le dijeron que mejor se fuera de la ciudad porque Herodes le quería matar.  Las palabras de Jesús en respuesta no solamente por Herodes ni solo por los fariseos, sino por toda la ciudad en general, fueron: ¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas, y apedreas a los que te son enviados! ¡Cuántas veces quise juntar a tus hijos, como la gallina a sus polluelos debajo de sus alas, y no quisiste! / He aquí, vuestra casa os es dejada desierta; y os digo que no me veréis, hasta que llegue el tiempo en que digáis: Bendito el que viene en nombre del Señor” (Lucas 13:34-35; cf. Mt. 23:37-39).  No me parece que estas palabras de Jesús con respecto a la ciudad sean de coraje, sino igualmente de profunda compasión porque la gente simplemente no reaccionaba para poner en orden su vida espiritual y así ponerse a cuenta con Dios.  Durante unos diez siglos, los antepasados de estos judíos jerusalenitas, incluyendo a los líderes religiosos no solamente del reino de Judá sino también de su reino hermano de Israel, habían sido hostiles conta los profetas que uno tras otro, Dios les enviaba para darles a conocer su voluntad.  Aunque a quienes ellos mataban a pedradas era a los profetas, a quien finalmente estaban rechazando es a Dios, porque ni siquiera estaban matando a falsos profetas sino a los verdaderamente enviados por Dios.  ¡Qué tristeza que una comunidad a la que Dios ama tanto, viva rechazando al Dios que le ama!  Jesús, el Hijo de Dios, percibía que ese mismo fin de rechazo e incluso de muerte le esperaba a él, precisamente allí en Jerusalén, porque la gente de allí no estaba dispuesta a escuchar la voz de Dios, no solamente de los labios de los profetas, sino de la misma voz del propio Hijo de Dios.  Por eso decía de ellos: “¡Cuántas veces quise juntar a tus hijos, como la gallina a sus polluelos debajo de sus alas, y no quisiste!”

   Amado oyente, estoy seguro de que usted no ha matado a ningún profeta de Dios, y a ningún siervo de Dios de la actualidad, ni al mismo Hijo de Dios, lo cual ya no es posible, porque él murió una sola vez, pero resucitó para vivir para siempre, pues no necesita experimentar nuevamente la muerte, no solamente porque por su naturaleza ya no puede morir otra vez, sino también porque ya no hay motivo redentor por el cual deba morir.   Pero, es muy probable que usted esté llevando una vida de rechazo a la voluntad redentora de Dios.  Quizá hay aspectos de la vida de usted, acerca de los cuales usted dice: Que se haga la voluntad de Dios; pero esto es solamente por aquellas cosas que Dios tiene que hacer que inevitablemente ocurra para usted, y acerca de ello usted no puede impedir que Él haga su voluntad en usted; sin embargo, usted es responsable de aceptar la voluntad redentora de Dios por medio de Jesucristo, en el que usted debe creer que Jesús es el Hijo de Dios, que Él es el único y suficiente ser que le puede librar primeramente de la condenación eterna, pero también del sufrimiento que conlleva una vida que vive en abierto rechazo a Dios, y su palabra o voluntad.   Le invito a que usted no rechace a Dios ni una vez más.

 

   La segunda MANERA COMPLEMENTARIA revelada y expresada por Jesús con palabras de profunda compasión, acerca de cómo prevenir el sufrimiento que le puede llegar a quienes desechan a Dios de sus vidas, es:

II.- INTERESARSE EN CONOCER LA PAZ DE JESÚS.

   Después de la visita de Jesús, la ocasión antes de su entrada triunfal, sus palabras finales de compasión para ellos, fue: y os digo que no me veréis, hasta que llegue el tiempo en que digáis: Bendito el que viene en nombre del Señor” (Lucas 13:35b).  Por fin llegó ese día.  Llegó el día de su entrada triunfal.  San Lucas relata el evento diciendo que: Cuando llegaban ya cerca de la bajada del monte de los Olivos, toda la multitud de los discípulos, gozándose, comenzó a alabar a Dios a grandes voces por todas las maravillas que habían visto, / diciendo: ¡Bendito el rey que viene en el nombre del Señor; paz en el cielo, y gloria en las alturas!” (Lucas 13:37-38).  Antes de predicarles en este momento, leí las 4 aportaciones de los apóstoles Mateo, Marcos, Lucas, y Juan, y encontré que 3 de ellos: Mateo, Marcos y Juan no relatan que Jesús haya dicho palabra alguna luego de haber montado el pollino mientras se dirigía hacia Jerusalén (cf. Mateo 28:8-11; Marcos 11:8-11; Juan 12:12-19).  Jesús estuvo en completo silencio.  Seguramente gozándose de las hermosas palabras de alabaza que se entonaba por la persona que él representaba como el Hijo y Mesías de Dios.

   Jesús quizá no hubiese dicho palabra alguna en esa triunfal procesión, si no fuera porque unos fariseos le abordaron con una petición irresponsable.  San Lucas relata este detalle, diciendo que: “Entonces algunos de los fariseos de entre la multitud le dijeron: Maestro, reprende a tus discípulos” (Lucas 19:39).  El gozo de Jesús no creo que se haya agotado, sin embargo, debió haberle invadido también un sentimiento de tristeza por la manera cómo estaba percibiendo la actitud de los fariseos en contra de la sana y correcta espiritualidad de los verdaderos y fieles discípulos de Jesús que le acompañaban en su entrada triunfal, cantando a Dios, y proclamando que Jesús es el Rey-Mesías de Dios para su amado pueblo escogido.  Es por eso que: “Él, respondiendo, les dijo: Os digo que si éstos callaran, las piedras clamarían. 41Y cuando llegó cerca de la ciudad, al verla, lloró sobre ella, 42diciendo: ¡Oh, si también tú conocieses, a lo menos en este tu día, lo que es para tu paz! Mas ahora está encubierto de tus ojos” (Lucas 19:40-42).  De estas palabras pronunciadas por Jesús mientras lloraba por la misma actitud y condición espiritual de los habitantes comunes y religiosos de aquella ciudad, podemos percibir su profunda compasión por ella, y también podemos saber qué Jesús deseaba que ellos se interesen por conocer la paz que él les traía no solamente para sus corazones, lo cual es esencial, sino también para su vida social, pública, y hasta política.

   Pero, la actitud tradicional de rechazo que era común para ellos les traería un terrible sufrimiento.  Estaban acumulando los factores, circunstancias, pecados, y otras cosas más para que les sobrevenga los que Jesús dijo acerca del futuro: “Porque vendrán días sobre ti, cuando tus enemigos te rodearán con vallado, y te sitiarán, y por todas partes te estrecharán, 44y te derribarán a tierra, y a tus hijos dentro de ti, y no dejarán en ti piedra sobre piedra, por cuanto no conociste el tiempo de tu visitación” (Lucas 19:43-44).  Esto sí, no era una maldición divina en contra de la ciudad, sino que simplemente sería la consecuencia de tantas vidas rechazando el amor y la paz de Dios, lo que Jesús en realidad no quería que les ocurriese, sino que les quería prevenir de ello.  Esto no les sucedió pronto.  Jesús se los dijo, digamos que, en el año 33, pero fue hasta en el año 70 que la ciudad de Jerusalén sufrió la atrocidad predicha por Jesús.  Tuvieron 37 años más para arrepentirse de estar rechazando a Dios, y para conocer el valor de que Jesús el Hijo de Dios haya estado en su propia ciudad para entregarles su paz en sus corazones, pero a ellos simplemente no les interesó nada que venga de Jesús.  Claro, no hay que generalizar, pues también hubo miles de personas que se convirtieron a Jesús, pero otros muchos miles que nunca lo hicieron, perpetuando así la tradición milenaria que no temprano sino tarde, pero les llegó el sufrimiento que se pudieron haber evitado si dejaban de rechazar a Dios, y si se interesaban en la paz de Jesús.

 

   CONCLUSIÓN: Amados oyentes, Jerusalén, había sido la capital del reino de Judá, y había seguido siendo capital durante el tiempo que fue provincia babilónica, persa, griega, greco-egipcia, greco-siria, y así seguía siendo ahora que pertenecía a una provincia del imperio romano.  Era el lugar escogido por Dios para manifestar su presencia en medio de su pueblo.  En el libro de los Salmos podemos leer acerca del gran afecto de Dios por esta ciudad, de la cual dicen los salmistas: «En Salem está su tabernáculo, y su habitación en Sión», «… Escogió la tribu de Judá, el monte de Sión, al cual amó. Y edificó su santuario a manera de eminencia, …» (Salmos 76:2; 78: 68, 69b).  Era una ciudad privilegiada, pero lamentablemente el mismo pueblo de Dios que habitaba aquella ciudad, no valoraba aquel bendito y glorioso privilegio divino.  Pero, le llegó el momento de recibir la retribución de su inapropiada conducta contra Dios y contra el imperio romano.   Werner Keller, en su libro Historia del Judaísmo, describiendo este atroz acontecimiento, escribió: “No fue hasta el 9 de Av (julio-agosto en el año 70) que Tito pudo penetrar en el Templo pasando por encima de montañas de cadáveres y escombros… Después de cinco meses de sitio, la Ciudad Santa no era más que un campo de ruinas lleno de cadáveres en las manos del enemigo. Medio millón de judíos habían sido muertos y unos noventa mil habían sido hechos prisioneros… Tito ordena que los supervivientes sean juzgados severamente… a todos los mayores de  diecisiete años se les envía a trabajar a las canteras y minas de Egipto, condenados a trabajos forzados en beneficio de Roma… miles de jóvenes menores de diecisiete años son enviados como regalo a las provincias, donde están condenados a morir por la espada en el circo como gladiadores o en la arena despedazados por las fieras, los niños y las mujeres van a pasar a manos de mercaderes de esclavos . . . durante los días en que Fronto elige a los prisioneros para sus diferentes destinos, en el infierno del campo de prisioneros mueren de hambre once mil judíos más. Luego se da la orden de que la ciudad y el templo sean arrasados…”.  Amados hermanos, Fue la consecuencia de rechazar a Dios matando a sus profetas (Mateo 21:35; 23:31; Hechos 7:52; 1 Tesalonicenses 2:15), a Jesús su Mesías (Mateo 21:38; Hechos 2:36; 7:52; 1 Tesalonicenses 2:15), también a sus apóstoles, y finalmente atacaron a los romanos, y estos sin temor ni respeto por Dios y por su pueblo se vengaron grandemente en contra de la ciudad de Jerusalén.

   ¿Se acuerdan de la ocasión cuando Jesús estaba siendo llevado al Calvario, llevando sobre sus propios hombros la cruz en la que sería clavado en unos minutos después?  Algunas mujeres que le estimaban mucho iban llorando cerca de él, por lo que Jesús les dijo: “Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí; llorad más bien por vosotras mismas y por vuestros hijos” (Lucas 23:28).  Quizá algunos hicieron lo mejor por sus hijos, pero mucha gente no lo hizo, y 37 años después les llegó el momento de su indeseable sufrimiento, en el que perecieron padres, madres e hijos, mayores y menores. Usted, ¿qué hará con respecto al deseo de Jesús de que conozca lo que él significa para la paz de usted mismo, de sus hijos si tiene, y de su familia?  Por favor, decida entregar su corazón a Jesucristo, y no le rechace ninguna vez más.

   De esta manera, la bendita palabra de Dios nos hace un llamado tanto en lo personal como a nivel familiar de fortalecer nuestra aceptación y comunión con Dios tanto de nuestra parte como de parte de nuestros hijos.  E igualmente como ciudadanos somos llamados a dar testimonio de nuestra fe, estando en paz con todos, y dando buen testimonio con propios y extraños.  Esto solamente es posible pero garantizado cuando Jesús vive en el corazón humano.  Jesús quiere evitarnos una vida de sufrimiento, pero esto solamente es posible pero también garantizado cuando uno deja de rechazar a Dios, y cuando uno se interesa en conocer, experimentar, y compartir con los demás la paz de Dios.  ¡Que Dios bendiga a cada uno de nosotros, juntamente con nuestras respectivas familias, mis amados hermanos!

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El Pbro. Diego Teh Reyes, es Licenciado en Teología y Servicio Social; Maestro en Estudios Teológicos; y Doctorante en Ministerio; y actualmente es Ministro de la Palabra y los Sacramentos como pastor de la Iglesia Nacional Presbiteriana de México "PENIEL", de la ciudad de Mérida, Yucatán.

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