PALABRAS DE CORRECCIÓN PARA UNA COMUNIDAD CORROMPIDA

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PALABRAS DE CORRECCIÓN PARA UNA COMUNIDAD CORROMPIDA.

JUAN 2:13-17; MATEO 21:12-17.

 

  INTRODUCCIÓN:  Mientras exista el pecado en este mundo, lo que siempre existirá, la corrupción siempre estará presente como uno de los frutos del pecado. La corrupción es el abuso que se ejerce alguien que está en autoridad sobre otra, para obtener algún beneficio.  El hecho de recibir beneficio de otros no es corrupción porque en realidad todos por naturaleza nos beneficiamos de los demás. Nos beneficiamos del campesino porque del fruto de su trabajo que compramos hace que tengamos alimentos disponibles en el hogar; y a su vez, el pago que él recibe de nuestra compra, él también recibe recursos para adquirir cosas que él no puede producir.  Y así nos beneficiamos mutuamente con el servicio de un médico, del transporte, y de todo lo que llegamos a necesitar que no tenemos ni la habilidad, ni la posibilidad, ni el recurso, ni el tiempo para producirlo; y a su vez retribuimos a quienes nos proveen de ello, y así se benefician también de nosotros.  Existe también el abuso de confianza entre personas que no hay una relación de autoridad, pero la corrupción se da más por parte de una autoridad con respecto a alguien que está bajo su autoridad.  A veces, se da también bajo la modalidad de soborno, cuando el que está bajo autoridad paga o más bien compra a una autoridad algún bien o derecho de manera ilegal; y por ello la autoridad se corrompe, o su corrupción crece.  Y esto puede darse también en el contexto de la religión.

   El caso que nos ocupará en este momento se encuentra registrado en los evangelios, y corresponde a la semana de pasión de nuestro Señor Jesucristo.  Tiene que ver con las personas que Jesús encontró en el templo de Jerusalén el día siguiente de su entrada triunfal.  Ya hemos conocido acerca de esto en nuestra lectura bíblica. San Mateo dice ese día: “entró Jesús en el templo de Dios, y echó fuera a todos los que vendían y compraban en el templo, y volcó las mesas de los cambistas, y las sillas de los que vendían palomas” (Mateo 21:12).  Cabe recalcar que no es la primera vez que Jesús hizo este acto también conocido como de purificación del templo, sino que 3 años antes había hecho lo mismo por las mismas corrupciones y corruptos que encontró justamente en el templo, pero lamentablemente aquella gente entregada a su corrupción no tenía intenciones de dejar de hacer lo mismo (cf. Juan 2:13-17); y tres años después seguían igual.  La primera vez que Jesús purificó el templo de este mal, dice, no Mateo, sino San Juan que: … halló en el templo a los que vendían bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas allí sentados. / Y haciendo un azote de cuerdas, echó fuera del templo a todos, y las ovejas y los bueyes; y esparció las monedas de los cambistas, y volcó las mesas” (Juan 2:14-15). Verdaderamente, la comunidad necesitaba ser corregida, y desde luego que fueron corregidos por Jesús.  Por eso he llamado este mensaje como: PALABRAS DE CORRECCIÓN A UNA COMUNIDAD CORROMPIDA, que es un sermón de la serie: PALABRAS DE JESÚS PARA EL MUNDO DE HOY.

   Basado en el contexto de aquel evento de purificación que Jesús llevó a cabo en el templo de Jerusalén el día siguiente de su entrada triunfal, lo que ahora les voy a predicar es que Jesús desea corregir a personas que pretendiendo servir a Dios y a su pueblo, llevan a cabo, actos de corrupción religiosa. / ¿Qué actos de corrupción religiosa Jesús desea corregir en personas que pretendiendo servir a Dios y a su pueblo, los llevan a cabo?  Permítanme compartirles algunos de estos ACTOS DE CORRUPCIÓN RELIGIOSA.

 

   El primer ACTO DE CORRUPCIÓN RELIGIOSA que Jesús desea corregir en personas que pretendiendo servir a Dios y a su pueblo, los llevan a cabo, es:

I.- SERVIR A INTERESES PROPIOS EN VEZ DE SERVIR A LOS DEMÁS.

   Una de las razones por las que Jesús hizo la purificación del templo, fue por el tema de la reverencia que todo adorador debería tener en aquel lugar sagrado escogido por Dios para manifestar su presencia, pues propiamente el templo nunca fue destinado por Dios para el comercio, aun se tratase de la compraventa de un accesorio requerido para la práctica de la adoración; por eso Jesús “echó fuera a todos los que vendían y compraban en el templo”.  Luego, también “volcó las mesas de los cambistas”, o sea, de los que vendían la moneda romana a los que venían con monedas de otros países para que puedan comprar lo que van a requerir para su adoración, o para sus gastos personales durante su estadía en la ciudad.  Y además “volcó… las sillas de los que vendían palomas”.  Las palomas eran la última opción para los pobres que no podían comprarse un buey o una oveja para ofrecer su sacrificio; pero San Juan nos informa también que allí en el templo se vendían no solamente palomas, sino bueyes, ovejas y palomas”.  El problema real era que todo este servicio era ofrecido con abuso de costos.  Por eso Jesús, no se tocó el corazón en llamarles ladrones.

   El apóstol Pablo, en su epístola a los Gálatas cristianos como nosotros, les exhorta a ser serviciales para con los demás, diciéndoles: “servíos por amor los unos a los otros” (Gálatas 5:13).  A los Filipenses les escribió también: Nada hagáis por contienda o por vanagloria; antes bien con humildad, estimando cada uno a los demás como superiores a él mismo; / no mirando cada uno por lo suyo propio, sino cada cual también por lo de los otros” (Filipenses 2:3-4).  La comunidad cristiana no es lugar para practicar ningún tipo de abuso contra los demás, sino que es el cuerpo de Cristo en el cual su distintivo principal entre unos y otros es el servicio por amor. Esto fue lo que no hicieron los vendedores y los cambistas.

 

   El segundo ACTO DE CORRUPCIÓN RELIGIOSA que Jesús desea corregir en personas que pretendiendo servir a Dos y a su pueblo, los llevan a cabo, es:

II.- CONVERTIR EN MERCADO LA CASA DE DIOS EN VEZ DE LUGAR DE ADORACIÓN.

  Bueno, pero alguien debería vender estos animales, ¿no?  Sí, pero, en primer lugar, no en el templo porque el templo no era un mercado (Juan 2:16).  Los atrios del templo donde ellos tenían instalado sus respectivos negocios, no estaba destinado para fines de lucro, sino como espacios para gente que llegaba al lugar para presentarse nada menos que delante de Dios para ofrecer sacrificios y para orarle a Dios; y en segundo lugar, aun si aquellos comerciante vendieran sus productos en una casa particular, deberían vender sus animales y monedas, a un precio justo; si no, ¿qué diferencia habría entre ellos que abusaban con el cobro de sus productos al público adorador, y los publicanos que se enriquecían por abusar en la cobranza de los impuestos?  Los publicanos eran considerados como gente indigna de entrar ni siquiera en los atrios de la casa de Dios, porque eran considerados al mismo nivel que los ladrones, pero a aquellos comerciantes abusivos con sus productos requeridos por el servicio a Dios, les era permitido por las propias autoridades del templo, lucrar abusivamente con el fin de obtener ganancias abundantes.  No les importaba si el templo era convertido en un mercado, pero ese no era el propósito de Dios al permitirles tener un templo donde acercarse a su presencia.  Aquí hay una corrupción escalonada. No se nos dice que los vendedores y cambistas hayan sido los mismos sacerdotes, o los levitas que les asistían, o si eran gente de su amistad a quienes querían beneficiar; y no sabemos si ellos también salían beneficiados de ello, pero es muy probable que sí; pero lo que es muy claro es que ellos, juntamente con el sumo sacerdote que los presidía, se hacían de la vista gorda de esta situación, que más bien lo consentían.  Era todo un sistema de corrupción en el seno de la religión, en el mismo templo sagrado y consagrado al Dios único vivo y verdadero.

   Aquellos venteros y cambistas del templo de Jerusalén deberían ir al templo no para abusar de los adoradores que venían a conseguir sus bueyes, ovejas o palomas para ofrecer sus sacrificios a Dios, o para comer la pascua que todas las familias deberían comer dentro de unos tres días más.  Aquellos venteros, deberían ir al templo en plan de ser adoradores, y no de mercaderes. Jesús les recordó, pues deberían saberlo, que: Escrito está: Mi casa, casa de oración será llamada” (Mateo 21:13a).  Desde que Dios ordenó que se le construyera un tabernáculo para los 40 años de peregrinación de los israelitas en el desierto, y para los primeros 100 años en la tierra prometida, la instrucción dada a los israelitas fue: “… que el lugar que Jehová vuestro Dios escogiere de entre todas vuestras tribus, para poner allí su nombre para su habitación, ése buscaréis, y allá iréis. / Y allí llevaréis vuestros holocaustos, vuestros sacrificios, vuestros diezmos, y la ofrenda elevada de vuestras manos, vuestros votos, vuestras ofrendas voluntarias, y las primicias de vuestras vacas y de vuestras ovejas; / y comeréis allí delante de Jehová vuestro Dios, y os alegraréis, vosotros y vuestras familias, en toda obra de vuestras manos en la cual Jehová tu Dios te hubiere bendecido” (Deuteronomio 12:5-7).  Y cuando Salomón hubo construido el templo en Jerusalén, en toda su oración de dedicación el énfasis fue que dicho lugar, que todavía era representado por el templo del tiempo de Jesús, reconstruido recientemente por Herodes el Grande, Salomón hizo un fuerte énfasis que dicha casa sería un centro de oración (cf. 1 Reyes 8:26-53).  El templo fue consagrado para ser casa de oración y adoración, no para mercado.  En su acto de purificación del templo, Jesús tuvo que recordarles acerca del uso sagrado del templo, a aquellos corruptos mercaderes; lo cual nos enseña con qué actitud devota debemos nosotros acudir a nuestros templos en la actualidad.

 

   El tercer ACTO DE CORRUPCIÓN RELIGIOSA que Jesús desea corregir en personas que pretendiendo servir a Dios y a su pueblo, los llevan a cabo, es:

III.- MENOSPRECIAR LA ADORACIÓN A DIOS EN VEZ DE DARLE ADORACIÓN.

    Ir al templo, no solamente en aquellos tiempos, sino también en la actualidad, debería y debe ser toda una experiencia para que uno sirva a Dios, para que uno ore y adore a Dios; pero se ve que, a las mismas autoridades del templo de aquel entonces, no les importaba este objetivo espiritual en la casa de Dios.  Para evidencia, con un botón basta.  Justo en aquel momento que Jesús llegó al templo, había allí un grupo de “muchachos (niños) aclamando en el templo y diciendo: ¡Hosanna al Hijo de David! (Mateo 21:15c), pero los principales sacerdotes y escribas del templo, se indignaron de ellos, porque estos muchachos estaban cumpliendo el deber de adorar a Dios, lo cual no hacían aquellos que se dedicaban a sus propios y redituables negocios; y probablemente tampoco lo hacían con una sana espiritualidad, ni muchos de los mismos sacerdotes al igual que al entonces sumo sacerdote.   Evidentemente, a las autoridades del templo, les parecía mejor la corrupción que la adoración, que el permitir que los niños y adolescentes tuviesen el privilegio de adorar a Dios en aquel lugar sagrado, consagrado para ese fin.

   Una de las problemáticas actuales de las personas que recurrimos a los templos, no es precisamente algo que se relacione con la compra o venta de productos religiosos de los que se obtenga ganancias extravagantes, sino que hay personas que no acuden a la casa de Dios para adorarle.  Solamente buscan la manera de cómo tener algún beneficio propio en el templo, como una oportunidad para ver al novio o la novia, como un punto de encuentro para luego irse juntos a algún evento que no glorifica a Dios, etc…, lo que finalmente hace que uno NO vaya al templo para dar la gloria a Dios, sino para intereses personales.  En esto también hay corrupción.  Y se trata de gente que manifiesta ser profesante de la fe cristiana, pero en la práctica no lo hace.  Que esto no le pase a usted.  A esto se refirió el apóstol Pablo cuando en su epístola a los romanos les escribió acerca de personas que: “Pues habiendo conocido a Dios, no le glorificaron como a Dios, ni le dieron gracias, sino que se envanecieron en sus razonamientos, y su necio corazón fue entenebrecido. / Profesando ser sabios, se hicieron necios” (Romanos 1:21-22). Cuando uno va al templo, uno debe ir también con la conciencia enfocada en hallarse nada menos que con la presencia de Dios, mas no con el interés de ver quién cae para hacer un jugoso negocio con él o con ella. Uno NO va al templo para robarle la gloria a Dios, sino para estar en comunión con Él, en actos de adoración acompañado de otras personas creyentes que hacen lo mismo.

 

   El cuarto ACTO DE CORRUPCIÓN RELIGIOSA que Jesús desea corregir en personas que pretendiendo servir a Dos y a su pueblo, los llevan a cabo, es:

IV.- USAR COMO GUARIDA LA CASA DE DIOS EN VEZ DE LUGAR DE SANTIFICACIÓN.

   Otra de las razones por las que Jesús hizo la purificación del templo de Jerusalén, además que para recordarles que “Escrito está: Mi casa, casa de oración será llamada”, es para reprocharles no solamente por el uso de mercado que le estaban dando a aquel lugar sagrado; sino también por el abuso que ellos estaban efectuando sobre la gente, pues, sin minimizar la acción de aquellas personas, les llama nada menos que ladrones. Pero en este señalamiento, les hace ver lo que ellos no han querido ver, y que tiene qué ver con la propia espiritualidad de ellos, pues confrontándoles en cuanto al uso equivocado que le dan a la casa de Dios, les indica: “mas vosotros la habéis hecho cueva de ladrones” (Mateo 21:13).  ¿Cueva de ladrones? ¿Qué significa esto en la expresión de Jesús, y en la responsabilidad de los compradores y vendedores, así como de los cambistas y vendedores de palomas?  Es una expresión figurada con la que se refiere a una “Casa donde se acoge gente de mal vivir”[1].  En la primera ocasión que Jesús purificó el templo de estas mismas personas de mal vivir, unos tres años atrás, San Juan relata que Jesús “dijo a los que vendían palomas: Quitad de aquí esto, y no hagáis de la casa de mi Padre casa de mercado” (Juan 2:16); pero, en esta segunda ocasión, el léxico de Jesús fue más fuerte contra aquellos mercaderes, pues les llamó nada menos que “ladrones” y que usaban el templo únicamente como “cueva de ladrones”, refugiándose en aquel lugar como si fuesen personas consagradas al servicio de Dios y de la atención al prójimo para apoyarle en sus necesidades, pero en la realidad, ni era consagrados, ni eran serviciales, sino solamente corruptos de corazón y vida, que no estaban ocupados en la santificación de sus vidas.

   A la generación de judíos y gente de Jerusalén, de los tiempos del profeta Jeremías, de unos 600 años a. C, habiendo en mucha gente un problema similar como el que se estaba dando en los tiempos de Jesús; el profeta Jeremías les dirigió un mensaje diciéndoles: “No fiéis en palabras de mentira, diciendo: Templo de Jehová, templo de Jehová, templo de Jehová es este. / 5Pero si mejorareis cumplidamente vuestros caminos y vuestras obras; si con verdad hiciereis justicia entre el hombre y su prójimo, / 6y no oprimiereis al extranjero, al huérfano y a la viuda, ni en este lugar derramareis la sangre inocente, ni anduviereis en pos de dioses ajenos para mal vuestro, / 7os haré morar en este lugar, en la tierra que di a vuestros padres para siempre. / 8He aquí, vosotros confiáis en palabras de mentira, que no aprovechan. / 9Hurtando, matando, adulterando, jurando en falso, e incensando a Baal, y andando tras dioses extraños que no conocisteis, / 10¿vendréis y os pondréis delante de mí en esta casa sobre la cual es invocado mi nombre, y diréis: Librados somos; para seguir haciendo todas estas abominaciones? / 11¿Es cueva de ladrones delante de vuestros ojos esta casa sobre la cual es invocado mi nombre? He aquí que también yo lo veo, dice Jehová” (Jeremías 7:4-11).  Estos, por ir al templo de Jerusalén, y estar orgullosos de que este era el templo de Jehová el único y verdadero Dios, creían que por ellos estaban quedando por Dios; por lo que el profeta les indicó que se estaban engañando a sí mismos.  Su engaño era evidente en que no había ninguna mejora en sus vidas, pues luego de estar en el templo en el que no tuvieron ningún encuentro con Dios, sino que solamente hicieron acto de presencia en aquel lugar sagrado, sus vidas seguían igual, o hasta quizá peores.  E igualmente Jeremías, con el fin de que reflexionaran, les preguntó: “¿Es cueva de ladrones delante de vuestros ojos esta casa sobre la cual es invocado mi nombre? He aquí que también yo lo veo, dice Jehová” (Jeremías 7:11).

   Esto era lo que realmente estaba ocurriendo en el seno de la comunidad religiosa de Jerusalén.  Una gran cantidad de personas estaban dedicadas a la corrupción en el mismo templo de Jerusalén, abusando de las necesidades de adoración de la gente, y abusando de su dinero.  Literalmente, le estaban robando a la gente.  Eran ladrones; pero estando en el templo, a pesar de que sus acciones no eran del agrado de Dios, eran vistos y conocidos como si fuesen personas altamente espirituales al servicio de Dios, cuando en realidad no lo eran.  Simulaban ser hombres de Dios cuando en realidad no lo eran.  Disfrazaban su mal vivir.  Esto es lo que Dios tampoco espera de nosotros.  Lo que Dios espera de nosotros es un cambio de vida antes que usar la imagen del templo, de la religión, y de la fe para ocultar o enmascarar la realidad de una vida profana que no deja ser transformada o santificada por Dios.

 

   CONCLUSIÓN: Amados hermanos, de los eventos ocurridos un día como hoy en el ministerio de Jesús, está este evento de la purificación del templo en la ciudad de Jerusalén. Ello nos deja lecciones para nuestra vida espiritual.  En la intervención de Jesús, y en sus palabras, encontramos la corrección que también nosotros necesitamos para nuestra vida, para comportarnos adecuadamente en nuestros respectivos templos al cual acudimos.  No caigamos en actos de corrupción como cayeron los mercaderes del templo de Jerusalén, que consistió en 1.- Servir a intereses propios en vez de servir a los demás; 2.- Convertir en mercado la casa de dios en vez de lugar de adoración; 3.- Menospreciar la adoración a dios en vez de darle adoración. 4.- Usar como guarida la casa de dios en vez de lugar de santificación.  Seamos diferentes en nuestra espiritualidad.  Seamos serviciales, adoradores, y santos.  ¡Que Dios les bendiga mis amados hermanos!

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[1] https://www.definiciones-de.com/Definicion/de/cueva_de_ladrones.php

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El Pbro. Diego Teh Reyes, es Licenciado en Teología y Servicio Social; Maestro en Estudios Teológicos; y Doctorante en Ministerio; y actualmente es Ministro de la Palabra y los Sacramentos como pastor de la Iglesia Nacional Presbiteriana de México "PENIEL", de la ciudad de Mérida, Yucatán.

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