PALABRAS DE CONFRONTACIÓN PARA LA HIPOCRESÍA.
MATEO 23:13-36.
INTRODUCCIÓN: Las veces que fueron necesarias, Jesús confrontó a sus mismos discípulos. Por ejemplo, cuando Felipe le dijo a Jesús: “Señor, muéstranos el Padre, y nos basta. / Jesús le dijo: ¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros, y no me has conocido, Felipe? El que me ha visto a mí, ha visto al Padre; ¿cómo, pues, dices tú: Muéstranos el Padre?” (Juan 14:8-9). Cuando “comenzó Jesús a declarar a sus discípulos que le era necesario ir a Jerusalén y padecer mucho de los ancianos, de los principales sacerdotes y de los escribas; y ser muerto, y resucitar al tercer día. / Entonces Pedro, tomándolo aparte, comenzó a reconvenirle, diciendo: Señor, ten compasión de ti; en ninguna manera esto te acontezca. / Pero él, volviéndose, dijo a Pedro: ¡Quítate de delante de mí, Satanás!; me eres tropiezo, porque no pones la mira en las cosas de Dios, sino en las de los hombres” (Mateo 16:21-23). Cuando en una ocasión una aldea de samaritanos no recibió a Jesús como para hospedarse con ellos, “Viendo esto sus discípulos Jacobo y Juan, dijeron: Señor, ¿quieres que mandemos que descienda fuego del cielo, como hizo Elías, y los consuma? / Entonces volviéndose él, los reprendió, diciendo: Vosotros no sabéis de qué espíritu sois; / porque el Hijo del Hombre no ha venido para perder las almas de los hombres, sino para salvarlas. Y se fueron a otra aldea” (Lucas 9:54-56). Igual, cuando Jesús hubo resucitado, luego que Tomás se había declarado incrédulo de que Jesús haya resucitado; en su momento Jesús “dijo a Tomás: Pon aquí tu dedo, y mira mis manos; y acerca tu mano, y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente. / Entonces Tomás respondió y le dijo: ¡Señor mío, y Dios mío! / Jesús le dijo: Porque me has visto, Tomás, creíste; bienaventurados los que no vieron, y creyeron” (Juan 20:27-29). Solamente aquí les he presentado algunos ejemplos de cómo Jesús cuando fue necesario confrontó a sus propios discípulos: a Felipe, a Pedro, a Jacobo, y a Juan. Pero también lo hizo con los otros ocho apóstoles. Pero también confrontó a personas del público en general; sin embargo, también confrontó nada menos que a los líderes religiosos de las sectas de los fariseos y los saduceos. En una ocasión que Jesús predicaba y enseñaba en la provincia de Galilea, a más de 120 kilómetros de Jerusalén, los fariseos enviaron una comisión para vigilar lo que él enseñaba y predicaba (cf. Mateo 15:1ss). Los miembros de esta comisión quisieron culpar a Jesús de pecado por no haber ellos visto que Jesús y sus discípulos se lavasen las manos antes de comer; pero Jesús les confrontó a ellos como pecadores infractores de la ley de Dios por catafixiar el destino de sus ofrendas a Dios, que en vez de entregarlas para el servicio del ministerio del templo y sus sacerdotes, lo invertían en la atención de sus padres, y ellos decían que al haberlo dado a sus padres, ya no tenían que dar para la obra de Dios, porque lo que dieron a sus padres es lo mismo que haberlo dado a Dios. En ese contexto, Jesús les dijo a los integrantes de aquella comisión espía: “Hipócritas, bien profetizó de vosotros Isaías, cuando dijo: / Este pueblo de labios me honra; mas su corazón está lejos de mí. / Pues en vano me honran, enseñando como doctrinas, mandamientos de hombres” (Mateo 15:7-9). Ahora que Jesús estaba en Jerusalén, ya no ellos fueron en busca de Jesús, sino que Jesús fue a ellos para confrontarles de su evidente, trascendente, e inocultable hipocresía. Ya hemos leído en Mateo 23:13-36, las demasiadas palabras de confrontación que Jesús tuvo para la hipocresía de aquellos líderes religiosos, y obviamente también de su gran multitud de feligreses.
Todos estos versículos que hoy hemos leído de Mateo, se les conoce como las siete críticas de Jesús contra los fariseos; pero para efectos de este mensaje le llamaré CONFRONTACIONES, y tomando en cuenta que de manera recurrente, Jesús llama ¡hipócritas! a los escribas y fariseos a quienes él dirige sus palabras de confrontación, el título de esta exposición será: PALABRAS DE CONFRONTACIÓN PARA LA HIPOCRESÍA, las cuales tienen aplicación no solamente para los fariseos de los tiempo de Jesús, sino también para personas de la actualidad que no profesan correctamente la fe cristiana que dicen profesar. Por eso este sermón forma parte de la serie: PALABRA DE JESÚS PARA EL MUNDO DE HOY. Las siete confrontaciones son suficientes para una serie especial de sermones, por lo que en este presente mensaje solo tocaré brevemente acerca de cada una de las confrontaciones que Jesús les hizo a los escribas y fariseos. Lo que específicamente les voy a predicar es que: Jesús confronta la hipocresía de quienes dicen profesar la fe en Dios, por los efectos dañinos que la hipocresía les causa. / ¿Cuáles son los efectos dañinos que causa la hipocresía en quienes dicen profesar la fe en Dios, y que Jesús confronta a quienes la practican? / Me propongo compartirles algunos de tales efectos dañinos que causa la hipocresía.
El primer efecto dañino que causa la hipocresía en quienes dicen profesar la fe en Dios, es:
I.- DEJARLES FUERA DEL REINO DE DIOS.
En los versículos 13 y 14 leemos: “Mas ¡ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas! porque cerráis el reino de los cielos delante de los hombres; pues ni entráis vosotros, ni dejáis entrar a los que están entrando. / ¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas! porque devoráis las casas de las viudas, y como pretexto hacéis largas oraciones; por esto recibiréis mayor condenación” (Mateo 23:13-14). Jesús les indicó que con su hipocresía estaban cerrando el reino de los cielos a las personas en general, lo cual es una grave consecuencia de su hipocresía. En lo personal, con respecto al reino de Dios, Jesús les dice: “ni entráis vosotros”; y en cuanto a la consecuencia por los demás, Jesús les dice: “ni dejáis entrar a los que están entrando”.
En realidad, desde que Dios creó a la humanidad, lo que Dios estaba estableciendo aquí en la tierra era su reinado, pero el pecado hizo que esto no fuera con toda su intensidad. Al formarse Dios su pueblo escogido, el de Israel, Dios estaba formando su reino. Los oficios sacerdotal, de profetismo, y el de los reyes de Israel y Judá, los tres oficios servían para ministrar la presencia del reino de Dios en medio de su pueblo escogido; del cual los legítimos sacerdotes de Dios en los bandos fariseo y saduceo, tenían la responsabilidad de servir al pueblo de Dios como ministros de este reino de Dios. Jesús vino a este mundo para traernos “el reino de los cielos” aquí en la misma tierra. ¡Qué gran bendición y obra de Dios para la humanidad por medio de su hijo Jesucristo!, pero qué gran error de aquellos sacerdotes fariseos que, no ajustándose ellos mismos en conducta para pertenecer a este reino, adicionalmente también la cerraban a otros, por el mal testimonio que demostraban en contra hasta de sus mismos feligreses. Jesús, solamente cita un detalle de su hipocresía de orar por las viudas, para luego devorar las casas de las viudas. Los fariseos no estaban llevando el reino de Dios a las viudas.
La aplicación de aquella realidad nos enseña que nosotros también, no solamente los oficiales, sino todos los creyentes en Jesucristo, debemos dar un testimonio congruente en todo y con todos, de tal manera que otros deseen pertenecer al reino de Dios, de los cielos aquí en la tierra.
El segundo efecto dañino que causa la hipocresía en quienes dicen profesar la fe en Dios, es:
II.- CONVERTIRLES A UNA RELIGIÓN MUERTA.
Ahora, en el versículo 15 leemos que Jesús les dijo a los fariseos: “Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas! porque recorréis mar y tierra para hacer un prosélito, y una vez hecho, le hacéis dos veces más hijo del infierno que vosotros” (Mateo 23:15). Si hay algo admirable en los fariseos que deberíamos imitar en nuestra tarea de evangelización, es que eran capaces y responsables de recorrer “mar y tierra para hacer un prosélito”, o sea, convencer a propios y extranjeros que se unieran a su fracción religiosa del fariseísmo. Pero ¿de qué sirve que sean efectivos en esto, si en la formación que le daban a sus feligreses, era hacerlos “dos veces más hijos del infierno”?
Si por naturaleza todo ser humano por ser automáticamente pecador y por ello es hijo del infierno, y el unirse a un grupo que es hipócrita en la práctica de su fe y de sus acciones hace a las personas “dos veces más hijos del infierno”, definitivamente esto no conviene a nadie. O dicho en otras palabras, si el pecador está muerto en sus delitos y pecados (cf. Efesios 2:1), y según el apóstol Santiago: “14¿de qué aprovechará si alguno dice que tiene fe, y no tiene obras? … / […] / 17 … la fe, si no tiene obras, es muerta en sí misma” (Santiago 2:14-17). La hipocresía es la falta de obras buenas congruentes con la fe; y si el fariseísmo o el presbiterianismo, o como se llame la denominación cristiana que pretende alcanzar pecadores para Cristo, si no contribuye con el buen testimonio u obras para lograr este fin, lo que hace es duplicar la condición espiritual de las personas. Seamos parte de una iglesia que no genera una religión muerta por la hipocresía de sus miembros y/u oficiales, sino una iglesia que en nombre de Cristo rescata a los pecadores del infierno a la gloria eterna. Tengamos cuidado, la hipocresía genera una religión muerta, pero el buen testimonio mantiene una iglesia viva en su servicio de alcanzar pecadores para Cristo.
El tercer efecto dañino que causa la hipocresía en quienes dicen profesar la fe en Dios, es:
III.- HACERLES DESVALORIZAR LO SAGRADO.
Ahora escuchemos lo que Jesús les dice a los fariseos con respecto al tema de hacer juramentos. Él les dice: “¡Ay de vosotros, guías ciegos! que decís: Si alguno jura por el templo, no es nada; pero si alguno jura por el oro del templo, es deudor. / 17 ¡Insensatos y ciegos! porque ¿cuál es mayor, el oro, o el templo que santifica al oro? / 18 También decís: Si alguno jura por el altar, no es nada; pero si alguno jura por la ofrenda que está sobre él, es deudor. / 19 ¡Necios y ciegos! porque ¿cuál es mayor, la ofrenda, o el altar que santifica la ofrenda? / 20 Pues el que jura por el altar, jura por él, y por todo lo que está sobre él; / 21 y el que jura por el templo, jura por él, y por el que lo habita; / 22 y el que jura por el cielo, jura por el trono de Dios, y por aquel que está sentado en él” (Mateo 23:16-22). Con respecto a este tema, ellos tenían un problema. Lo que pudimos observar en estas palabras de Jesús con las cuáles acusa a estas personas, es que ellos le quitaban el valor sagrado a lo que es sagrado, y a lo que no es propiamente sagrado sino solamente anexado a lo sagrado, a esto le llamaban sagrado, desvalorizando lo que es por naturaleza sagrado.
Por ejemplo, para ellos, el oro del templo era más sagrado que el mismo templo, cuando en la teología de la ley de los profetas el templo es lo sagrado que santifica al oro. Lo mismo que las ofrendas eran los elementos sagrados cuando no era así, sino que lo sagrado era el altar que santifica la ofrenda. Luego, cuando juraban por el templo, no tomaban en cuenta que el templo sin Dios no es nada, por lo que entonces al jurar por el templo como lo hacían, estaban por ello jurando en nombre de Dios. Igualmente, juraban por el cielo, pero el cielo sin Dios no es nada, pues solamente es una creación de Dios, pues al jurar por el cielo era jurar por Dios quien habita el cielo. Desvalorizar lo que es sagrado, es el efecto de una vida de hipocresía, que no tiene temor por lo que es de Dios.
La aplicación de esto consiste en que hay que reconocer el valor sagrado de Dios y no desvalorizarlo; es Dios. En nuestra teología cristiana debemos darle el valor sagrado a su Hijo Jesucristo, a la palabra de Dios como Sagradas Escrituras, etc… Suele ser que cuando uno se conduce con hipocresía, por naturaleza pecadora, uno desecha todo aquello que le pudiera juzgar y evidenciar culpable de hipocresía, e intencionalmente le desecha y minimiza su valor, pero esto no debe ser así.
El cuarto efecto dañino que causa la hipocresía en quienes dicen profesar la fe en Dios, es:
IV.- DISTRAERLES DE LO QUE ES MÁS IMPORTANTE.
Ahora escuchamos a Jesús decirles a los entonces reyes de la hipocresía: “¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas! porque diezmáis la menta y el eneldo y el comino, y dejáis lo más importante de la ley: la justicia, la misericordia y la fe. Esto era necesario hacer, sin dejar de hacer aquello. / ¡Guías ciegos, que coláis el mosquito, y tragáis el camello!” (Mateo 23:23-24). Obviamente la ley de Dios indicaba que para dar el diezmo, es clara la indicación, no es el 9.9% ni el 9.91 al 9.99% sino el 10%. Específicamente la ley dice que si se trata de animales: “Y todo diezmo de vacas o de ovejas, de todo lo que pasa bajo la vara, el diezmo será consagrado a Jehová” (Levítico 27:32); y si se trata de frutos del campo, dice que: “Indefectiblemente diezmarás todo el producto del grano que rindiere tu campo cada año” (Deuteronomio 14:22).
Los fariseos, repito como dije en el segundo punto de este mensaje, eran dignos de admirar en muchas cosas como en el hacer prosélitos o conversos, lo que nosotros diríamos: evangelizar; pero también son dignos de imitar en cuanto a la responsabilidad de dar el diezmo. En esto de dar el diezmo, hay quienes no dan el diezmo completo porque les parece que es mucho, sino que dan una cuota fija semanal, o quincenal o mensual que es una cantidad mucho menor que el diezmo. Pero los fariseos, no fueron así, sino que diezmaban hasta lo que quizá ni los saduceos hacían o que quizá ni usted jamás lo haya hecho. Dar el diezmo de las más pequeñas especias que cultivaban: “la menta, y el eneldo, y el comino”. Pero, hay cosas más grandes que dar el diezmo de pequeñeces, que son responsabilidades necesarias de hacer que no se puede sustituir ni con el diezmo más completo o exacto, e incluso con otra cantidad excedida del diezmo. Se trata de “lo más importante de la ley: la justicia, la misericordia y la fe”. Esta fue la indicación de Jesús al respecto para ellos: “Esto era necesario hacer, sin dejar de hacer aquello”. Lo que aquí se deja ver es que hacer las pequeñas cosas pensando que al haberlas hecho uno ha cumplido con el total de los deberes que a uno le corresponde, la verdad es que no debe ser así, porque hacerlo así, es solamente una indicación de hipocresía, pues uno de los efectos de la hipocresía, es precisamente, distraer a uno de lo que es más importante. En verdad, se trata de colar el mosquito, pero tragar el camello.
El quinto efecto dañino que causa la hipocresía en quienes dicen profesar la fe en Dios, es:
V.- DESVIARLES A FALSIFICAR SU SANTIDAD.
Ahora, observe usted las palabras de Jesús en los versículos 25 y 26: “¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas! porque limpiáis lo de fuera del vaso y del plato, pero por dentro estáis llenos de robo y de injusticia. / ¡Fariseo ciego! Limpia primero lo de dentro del vaso y del plato, para que también lo de fuera sea limpio” (Mateo 23:25-26). ¿Qué es lo que Jesús les estaba diciendo? Es sencillo: Que la hipocresía desvía a las personas de la verdadera santidad o pureza espiritual.
Es incongruente ser bien visto en lo externo de la apariencia, cuando por dentro, les dice Jesús: “estáis llenos de robo y de injusticia”, pero podría ser de cualquier otra cosa pecaminosa que uno hace, pues muchas veces la gente no lo sabe ni se enterará jamás. Pero, el hecho de que nadie más lo sabe, ello no hace santo ni puro a nadie, aunque así lo piensen quienes no miran las cosas que hacemos a escondidas o a espaldas de ellos. Cuando la apariencia que uno demuestra no concuerda con el pecado que uno practica cuando quienes te conocen no te ven, es hipocresía que ni Jesús ni su Padre celestial aprueban, aunque quizá algunas personas que nos conocen lo aprueben porque al igual que nosotros no lo ven mal. Jesús le llama a este problema de hipocresía: limpiar “lo de fuera del vaso y del plato”. Y exhorta a quienes su vida se encuentra en esta limpieza a medias: “Limpia primero lo de dentro del vaso y del plato, para que también lo de fuera sea limpio”.
Amados hermanos: Esto de hacer lo que es bueno solamente cuando uno es visto por otros, pero uno hace lo que es malo o solo lo que es malo cuando uno no es visto por quienes nos conocen, se llama hipocresía, y es falsificar la santidad personal; y en esto no hay temor de Dios, sino solamente temor a los hombres, pues cuando hay temor de Dios en uno, uno se cuida de no hacer lo malo ni a escondidas, obviamente porque uno está consciente de que uno está permanentemente delante de la presencia de un Dios santo, que espera seamos santos, y solamente así podemos ser verdaderamente santos practicantes de la santidad.
El sexto efecto dañino que causa la hipocresía en quienes dicen profesar la fe en Dios, es:
VI.- OCULTARLES CON FALSA JUSTICIA SU HIPOCRESÍA.
Ahora, escuchemos otras palabras de confrontación contra la hipocresía, cuando a sus oyentes de aquella ocasión les dice: “¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas! porque sois semejantes a sepulcros blanqueados, que por fuera, a la verdad, se muestran hermosos, mas por dentro están llenos de huesos de muertos y de toda inmundicia. / Así también vosotros por fuera, a la verdad, os mostráis justos a los hombres, pero por dentro estáis llenos de hipocresía e iniquidad” (Mateo 23:27-28). ¿Cuál es el problema aquí? En el punto anterior, había un problema de santidad, ilustrado con el ejemplo de los vasos mal lavados solamente por fuera y no por dentro. Ahora en estas palabras, el problema implica que la hipocresía es mucho más grave, pues se trata de la justicia. Entiéndase justicia, no como la aplicación de la ley para castigar al que ha cometido un delito, ni para reconocer inocente al que no ha cometido un delito; sino que justicia aquí es la realidad de lo que Dios encuentra en el alma al mirar a un ser humano.
Para aclarar este problema Jesús les señala que “por fuera, a la verdad, os mostráis justos a los hombres, pero por dentro estáis llenos de hipocresía e iniquidad”. Pareciera no tan grave el asunto, pero la ilustración que Jesús usa en este tema es mucho más que solamente un vaso mal lavado, sino con un sepulcro que contiene cosas peores que los residuos descompuestos en el interior de un vaso. ¿Se imagina usted cómo las tumbas: “por dentro están llenos de huesos de muertos y de toda inmundicia”? Esto es lo que hace la hipocresía. Ocultar lo pestilente y sucio de la vida en el corazón como tumba de panteón, y uno no se da cuenta; y muchas veces ni los demás se dan cuenta. Lo único que logran ver es la falsa justicia que se ve por fuera, en lo superficial de lo que uno practica y en el esfuerzo engañoso que uno hace de pasarse como justo cuando uno no lo es en el fono del alma. Con la hipocresía que cubre a uno, la realidad se oculta. Uno se encuentra en un verdadero peligro espiritual bajo esta situación.
Y por último, el séptimo efecto dañino que causa la hipocresía en quienes dicen profesar la fe en Dios, es:
VII.- INCITARLES A OPONERSE A QUIENES LES ENSEÑAN LA VERDAD.
NO es extraño ver que muchas personas que aun con tanto oír la palabra de Dios, sus vidas no cambian, sino que hasta se enojan, y hasta menosprecian a quienes con toda entrega y amor les enseñan la palabra de Dios; pues así lo fueron los antepasados de los fariseos que se deshicieron de diversos profetas de sus respectivos tiempos. Los fariseos de los tiempos de Jesús decían: Nosotros no somos como nuestros padres, porque nosotros sí amamos a los profetas de Dios, pues no les tocaríamos ni uno solo de sus cabellos para hacerles daño alguno. Pero con lo que finalmente le hicieron a Jesús al acusarle con falsedades y soborno hasta haber logrado que fuese llevado a la muerte de cruz, revela lo mentirosos que eran, y que en verdad también eran y fueron capaces de rechazar a quienes les enseñaban la verdad.
Al respecto de ello, lo dicho por Jesús se registra en el bloque de versículos 29 al 36, el más grande bloque de estas siete confrontaciones contra la hipocresía, quizá porque en este punto había muchas cosas que Jesús les tenía que dejar bien claro. Jesús les dijo: “¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas! porque edificáis los sepulcros de los profetas, y adornáis los monumentos de los justos, / 30y decís: Si hubiésemos vivido en los días de nuestros padres, no hubiéramos sido sus cómplices en la sangre de los profetas. / 31Así que dais testimonio contra vosotros mismos, de que sois hijos de aquellos que mataron a los profetas. / 32¡Vosotros también llenad la medida de vuestros padres! / 33¡Serpientes, generación de víboras! ¿Cómo escaparéis de la condenación del infierno? / 34Por tanto, he aquí yo os envío profetas y sabios y escribas; y de ellos, a unos mataréis y crucificaréis, y a otros azotaréis en vuestras sinagogas, y perseguiréis de ciudad en ciudad; / 35para que venga sobre vosotros toda la sangre justa que se ha derramado sobre la tierra, desde la sangre de Abel el justo hasta la sangre de Zacarías hijo de Berequías, a quien matasteis entre el templo y el altar. / 36De cierto os digo que todo esto vendrá sobre esta generación” (Mateo 23:29-36).
Esto es lo que hace la hipocresía: Que uno menosprecie no solamente a los agentes humanos que Dios usa para compartirles su palabra y voluntad; sino que con ella se puede rechazar a Dios mismo, pues por eso ellos mismos procuraron la muerte del mismo Hijo de Dios a quienes intencionalmente rechazaron. Nunca se proponga usted no recibir la verdad de Dios; nunca lo rechace usted. No deje que su propia intención de ignorar a Dios le incite a rechazar a Jesucristo, el único en quien hay salvación.
CONCLUSIÓN: Estimados oyentes, no permitamos que la hipocresía entre en nuestro corazón ni que influencie las apariencias que otros estarán viendo en nosotros. Ello les puede alejar del reino de Dios, tan lejos como también nos estaríamos encontrando nosotros mismos. NO generemos con nuestro testimonio una religión muerta. No desvaloricemos el valor de lo sagrado y de lo divino para intentar eliminar lo absoluto que nos evidencia. No dejemos de hacer los que es más importante y necesario. No dejemos que la hipocresía desvíe nuestro interés por una falsa santidad, que, dicho en otras palabras, no es santidad. Tampoco dejemos que una falsa justicia disfrace el pestilente e inmundo pecado que busca arraigarse en nuestros corazones. Y finalmente, no rechace usted la verdad que procede de Dios, no importa que quien te la comparte es un ser humano semejante nuestro, pues quien hace tal cosa, no rechaza al hombre sino a Dios mismo; y esto sería lo más triste y lamentable que estaremos haciendo en nuestra vida. Mejor, que, sobre todas las cosas, dejemos que Jesús el Hijo de Dios hable a nuestra vida, nos confronte siempre con sus palabras, para detectar si no ha brotado hipocresía en nuestro corazón. Esto es malísimo, pero esto malísimo, es lo que Jesús quiere eliminar de nuestra vida. Amados hermanos, dejemos que Jesús sea el que con sus benditas palabras enseñe y gobierne nuestras vidas.
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