EL PODER DEL ESPÍRITU EN LA PREDICACIÓN
Hechos 2:36-38.
INTRODUCCIÓN: El día de Pentecostés cuando el Espíritu Santo se manifestó sobre los apóstoles, todas las predicaciones, tanto las que se pronunciaron en otras y muchas lenguas extranjeras, como la que Pedro predicó a los judíos locales de Jerusalén, no fueron predicaciones formuladas por el corazón o el pensamiento humano, sino que fueron expresadas con el poder del Espíritu Santo. Eso hacía que el mensaje que pronunciaban tenga un carácter y naturaleza divina. En otras palabras, es Dios quien por medio de su Espíritu Santo estaba hablando a la gente, aunque la voz que se escuchaba era de solamente simples seres humanos, y nada más que humanos. Unos diez días antes de este gran acontecimiento de la venida del Espíritu Santo, justo cuando Jesús estaba a punto de elevarse hacia el cielo, les había dicho a sus apóstoles que: “… recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, …” (Hechos 1:8). Este poder que recibieron a partir del día de Pentecostés, obviamente no fue para convertirlos en super hombres o en super mujeres con super poderes que les diera créditos a sus propias personas; sino que de manera muy especial fueron capacitados para predicar el mensaje del evangelio del reino de Dios, poder que no solamente estuvo con ellos en el acto de predicar, sino que ese mismo poder viajaba a través de cada predicación hasta llegar al oído y corazón de las personas a quienes se dirige el mensaje. Es así como en cada predicación, aunque pareciera ser solamente ondas sonoras que viajan en el espacio, la realidad es que está presente en ello el poder divino que viaja por medio de la presencia del Espíritu Santo hacia el alma de la persona a quien Dios va a conducir a la fe en Jesucristo.
Como ustedes pueden observar en sus biblias en Hechos 2 del versículo 14 en adelante, el primer discurso del apóstol Pedro a los judíos en general y habitantes de Jerusalén en particular, consiste en 3 partes.
- La primera parte consiste en una explicación y defensa de que el hablar en lenguas que ocurrió en los apóstoles aquel día de Pentecostés no era producto de la ebriedad sino una manifestación del poder del Espíritu Santo que había venido sobre ellos.
- La segunda parte consiste en una explicación de que la resurrección de Jesucristo fue una obra divina que exalta a Jesucristo por ser aprobado por Dios (cf. Hechos 2:22).
- Y la tercera parte, según los versículos 36 al 38, que son los que nos ocupa en este momento, consiste en un llamado al arrepentimiento que el apóstol Pedro hizo a la gente propia de Jerusalén y a otros principalmente judíos y demás israelitas. con su correspondiente efecto divino de quedar compungidos.
En estos versículos se puede apreciar cómo la predicación del apóstol Pedro tiene efectos poderosos sobre los oyentes, efectos que no son producidos por poder humano que procede solamente de la habilidad de presentar argumentos escriturales y teológicos, sino que son efectos producidos por el mismo poder del Espíritu Santo que acompaña la palabra de Dios que es predicada. Estos efectos se producen en la vida de todas las personas que escuchan la predicación de la palabra de Dios ya sea que uno esté presente frente al que predica dicha palabra, e incluso cuando uno solamente la escucha por algún medio como cuando en el pasado se distribuía en los discos L.P de vinil, o en las cintas de audio caset, o en las cintas de video Beta o VHS; y en la actualidad en archivos de audio mp3 u otro formato, o de audio-video en cualquier formato; o en transmisiones en vivo y en directo en cualquier red o plataforma online; etc… Este poder del Espíritu Santo sigue funcionando en las predicaciones actuales y de todos los tiempos habidos y por haber, aunque ahora ya no sea por boca de los originales y auténticos apóstoles. También está presente en las predicaciones que son presentadas por boca de pastores y predicadores consagrados para ello. Siempre y cuando se trate de una predicación de la palabra de Dios, el Espíritu Santo no quedará sin acompañar con su poder dicha predicación, y dicho poder se verá reflejado en el efecto redentor y salvador en los oyentes que la reciben con fe. Eso fue lo que ocurrió aquel día de Pentecostés cuando el apóstol Pedro predicó a los judíos. La predicación tuvo su efecto especial.
De manera específica, lo que ahora les voy a predicar es que, el poder del Espíritu Santo opera en la predicación de la palabra de Dios, generando resultados divinos en la vida de los oyentes. / ¿Qué resultados divinos genera el poder del Espíritu Santo en la vida de los oyentes de la predicación de la palabra de Dios? / Basado en los versículos 36 al 38 de Hechos 2, les voy a compartir algunos de estos resultados divinos que son generados por el poder del Espíritu Santo.
El primer resultado divino que el poder del Espíritu Santo genera en la vida de los que oyen la predicación de la palabra de Dios, es:
- UNA VERDADERA COMPUNCIÓN.
En el versículo 37, San Lucas como historiador de lo que ocurrió aquel día de Pentecostés con respecto al resultado de aquel primer sermón del apóstol Pedro a los habitantes de Jerusalén a quienes les habló fuertemente sobre su responsabilidad contra toda la maldad con que habían tratado a Jesús para lograr que fuese crucificado y muerto, relata que muchos de Jerusalén: “Al oír esto, se compungieron de corazón” (Hechos 2:37). ¿Qué significa esta expresión de que “se compungieron de corazón”? ¿Le ha pasado esto a usted alguna vez? ¿No sabe usted qué es esto? Bueno, una sencilla búsqueda del significado de la palabra COMPUNCIÓN, le va a ayudar mucho a entender lo que esta palabra significa. Compunción, significa: Arrepentimiento por haber obrado en desacuerdo con la voluntad de Dios y propósito de no volver a actuar mal en adelante. En este contexto significa dolor por haber cometido un pecado. ¿Ha experimentado usted este dolor por su pecado? ¿Mientras usted escucha la predicación de la palabra de Dios, alguna vez ha sentido que usted es la persona que ha pecado contra Dios y que necesita arrepentirse de ello, y en ese mismo momento usted toma la decisión de no volver a hacer el mismo pecado que ha hecho antes? Esto es compunción de corazón.
Fritz Rienecker, un escritor cristiano explica que: La palabra griega traducida “compungieron” significa “traspasar, punzar agudamente. Con emoción dolorosa, que penetra el corazón como aguijón”[1]. Esta explicación me trae a la memoria la explicación que da el autor de la epístola a los hebreos cuando dice: “Porque la palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que una espada de dos filos; y penetra hasta partir el alma y el espíritu, las coyunturas y los tuétanos, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón” (Hebreos 4:12, RV60). La TLA lo traduce diciendo: “Cada palabra que Dios pronuncia tiene poder y tiene vida. La palabra de Dios es más cortante que una espada de dos filos, y penetra hasta lo más profundo de nuestro ser. Allí examina nuestros pensamientos y deseos, y deja en claro si son buenos o malos” (Hebreos 4:12, TLA). Esto es lo que ocurre cada vez que alguien predica la palabra de Dios, y cuando alguien la está escuchando. Es así como punza y debe atraviesa el corazón de cada oyente. Esto fue lo que ocurrió en la gente que escuchó al apóstol Pedro. Les punzó dolorosamente el corazón entendiendo que aun no siendo de las personas que pidieron a gritos ante Pilato: ¡Crucifícale! ¡Crucifícale!, y aun no siendo ellos quienes tomaron los clavos para martillarlos en sus manos, ni fue uno de ellos quien tomó la lanza con el que traspasaron a Jesús en su costado sino un soldado romano quien hizo esto; en realidad Jesús fue crucificado por el pecado de cada uno de ellos, como también lo fue por el pecado de cada uno de nosotros, aunque faltaba unos dos mil años para que nazcamos e inevitablemente seamos igualmente de pecadores como ellos. Deberíamos desear que la palabra de Dios punce y penetre en nuestro corazón cada vez que estamos ante una predicación de la palabra de Dios, pues si esto no ocurre, entonces no habrá un beneficio divino en nuestra vida.
Pero esto es eficaz cuando el que escucha la palabra de Dios, no está analizando si el predicador pronunció mal una palabra, si su sermón contiene apuntes tomados de algún libro o de una página web, o si su sermón está tardando mucho, o si este sermón era bueno para que un hermano o hermana que no vino lo hubiese escuchado; sino que uno está atento y aceptando la predicación como un mensaje divino comunicado a nuestro corazón por el poder del Espíritu Santo, aceptando con dolor en el corazón la responsabilidad y culpabilidad que uno tiene por su propio pecado. Dios no le dará a esta persona la gracia de ser compungida, pues Dios ha dicho por medio del profeta Isaías: “miraré a aquel que es pobre y humilde de espíritu, y que tiembla a mi palabra” (Isaías 66:2b). Necesitamos tener esta actitud hacia la palabra de Dios cuando escuchamos al predicador que denuncia nuestra naturaleza de pecadores, y que nos indica o recuerda que somos culpables de pecados personales, si no, no habrá ni un poco de compungimiento en nosotros. El que escucha la palabra de Dios con pobreza y humildad de espíritu, es decir, con actitud de aceptar que seamos amonestados y corregidos en lo que estamos mal delante de Dios; y el que cuando escucha la palabra de Dios, tiembla al saber que está en peligro de juicio y de condenación, ese es el que se compunge, y ese es al que Dios “mira”, o sea, que hará una transformación de vida nueva en él o ella.
En un día anunciado por el profeta Zacarías (aquí, día se refiere no a un día de 24 horas, sino a un período amplio o indeterminado de tiempo), comunicó que Dios le dice a su pueblo escogido: “Y en aquel día yo procuraré destruir a todas las naciones que vinieren contra Jerusalén. / Y derramaré sobre la casa de David, y sobre los moradores de Jerusalén, espíritu de gracia y de oración; y mirarán a mí, a quien traspasaron, y llorarán como se llora por hijo unigénito, afligiéndose por él como quien se aflige por el primogénito” (Zacarías 12:9-10). Esto fue lo que comenzó a ocurrir desde el día de Pentecostés con la venida del Espíritu Santo. Las personas tocadas por el poder del Espíritu Santo mientras la palabra de Dios es predicada, miran a Jesús “a quien traspasaron”, y lloran “como se llora por hijo unigénito, afligiéndose por él como quien se aflige por el primogénito”. Aquellos que escucharon el duro sermón del apóstol Pedro, reconocieron que verdaderamente ellos fueron los culpables de la muerte de Jesús, y por cada exhortación del apóstol podían imaginarse que el profundo dolor que Jesús sufrió cuando cada clavo traspasaba sus manos, y cuando una lanza traspasó su costado, era por culpa de ellos. Así se sintieron de compungidos los que escuchaban predicar al apóstol Pedro. No todos hemos tenido esta experiencia de perder a nuestro único hijo, o al primero o alguno de ellos, para que podamos entender lo profundo e intenso que es ese dolor (mi profundo respeto a quienes han pasado por esta experiencia), pero Dios usa estas palabras para dar a entender que cuando el Espíritu de Dios te comunica su gracia, uno siente un profundo dolor por el pecado propio, peor y más doloroso que cuando uno pierde a un ser querido. ¿Ha usted sentido este profundo dolor o aflicción por su pecado? Esto es compunción; algo necesario en las personas que escuchamos la predicación de la palabra de Dios. Este es el resultado no del poder del predicador, sino del poder del Espíritu Santo que acompaña la palabra de Dios que es predicada. Jesús mismo explicó acerca del Espíritu Santo, que “cuando él venga, convencerá al mundo de pecado, de justicia y de juicio. / De pecado, por cuanto no creen en mí; …” (Juan 16:8b-9a). Es lo que el Espíritu Santo hizo aquel día de Pentecostés mientras el apóstol Pedro predicaba denunciando el pecado de los jerusalenitas. Y eso siguió ocurriendo en Jerusalén y en todas partes y sigue ocurriendo todas las veces que hay de por medio una predicación de la palabra de Dios. Y el resultado divino sigue ocurriendo en todas partes y todas las veces que se predica la palabra de Dios. Solamente que hay personas que se resisten a que sus corazones sean compungidos por la palabra de Dios. Solamente la palabra de Dios comunicada por el poder del Espíritu Santo tiene poder para compungir el corazón de los seres humanos. Cualquier otra comunicación humana no tiene y nunca tendrá ese poder.
El segundo resultado divino que el poder del Espíritu Santo genera en la vida de los que oyen la predicación de la palabra de Dios, es:
- UNA EVIDENTE CONVERSIÓN.
En nuestro texto bíblico de Hechos 2:37 observamos que después de sentir aquella bendita y divina compunción producida por la palabra de Dios en sus corazones, el siguiente paso que dieron aquellos bendecidos oyentes, fue su conversión. No solamente se quedaron con su compunción, sino que avanzaron en su conversión. Esto lo podemos apreciar en sus palabras que dirigieron “a Pedro y a los otros apóstoles” diciéndoles: “Varones hermanos, ¿qué haremos?” (Hechos 2:37b). Esta es la evidencia de que uno verdaderamente ha sido alcanzado por el punzamiento y traspasamiento de la palabra de Dios al corazón humano. Uno se preocupa por saber qué es lo que uno tiene qué hacer para enmendarse ante Dios bajo el mismo poder de la gracia de Dios. La pregunta “¿qué haremos?” que ellos hicieron, indica que hay una voluntad de dejar de hacer aquello que uno estaba haciendo mal, y ahora hay una voluntad de querer hacer aquello que está bien, y que se apega a cumplir la voluntad de Dios. Esto es convertirse. En el libro de los Hechos, esta misma pregunta se destaca en algunos personajes como verdadera evidencia de conversión. En ellos había una conversión verdadera que no quedaba en duda porque se hace evidente por su disposición de querer hacer la voluntad de Dios, y no la de ellos mismos, ni de otras personas que las pudiesen estar manipulando.
- Por ejemplo, aquel joven fariseo llamado Saulo cuando fue interceptado por Jesús y su gracia camino a Damasco cuando iba a arrestar a seguidores de Jesús para encarcelarlos, y de ser necesario hasta para matarlos. Cuando Jesús se identifica a Saulo, y este reconoce que había estado actuando mal contra la iglesia de aquel que es el Señor, sus palabras hacia Jesús fueron: “Señor, ¿qué quieres que yo haga?” (Hechos 9:6a). Esto es conversión, porque estuvo dispuesto a dejar de hacer la persecución de creyentes en Jesucristo que por su propia iniciativa y en complicidad con las autoridades religiosas de Jerusalén que le tenían bajo control; pero ahora, haría solamente lo que Jesús le diga que él tenía que hacer. Saulo se convirtió de servir a las autoridades religiosas, a servir ahora a Jesucristo, porque en ese momento estaba igualmente habiendo compungimiento en su corazón. En ese momento ya le había estado doliendo en el corazón haber sido perseguidor de la iglesia de Jesucristo.
- Otro ejemplo es el del carcelero de Filipos que estaba desorientado en la vida, y que una noche le ganó el cansancio y el sueño y se quedó dormido, mientras hubo un terremoto del cual ni siquiera se percató. Al despertar vio que estaban abiertas las puertas de la cárcel donde estaban presos los apóstoles Pablo y Silas bajo su cuidado. Él pensó que aquellos apóstoles habían huido, y entonces, antes que los superiores del carcelero le acusaran y quizá le condenaran a la cárcel o a la misma muerte, él mismo se quiso quitar la vida. Desenvainó su espada y cuando estaba a punto de quitarse la vida, Pablo y Silas le gritaron: “No te hagas ningún mal, pues todos estamos aquí” (Hechos 16:28b), y fue entonces que él hizo la gran pregunta: “Señores, ¿qué debo hacer para ser salvo?” (Hechos 16:30b). No se refería acerca de salvarse de algún castigo de parte de sus superiores, sino de la salvación de la condenación eterna que Pablo y Silas habían estado predicando en Filipos, pero que a él no le había antes interesado. Ahora quiere saber cómo ser salvo, porque ya se estaba dando cuenta que era un gran pecador y que por ello estaba bajo sentencia de condenación. Ya le estaba dando tristeza y dolor al saber que él ha ofendido a Dios con su propia vida, además que había nacido pecador.
Algo que podemos observar en estos hechos es que cuando uno está iniciando en el camino de la salvación, uno no sabe por sí mismo qué es lo que debe hacer, sino hasta ser instruido en ello. Si alguno de entre nosotros no sabe qué es lo que debe hacer con su vida para dar honra y gloria a Dios; si alguien no tiene ni siquiera el deseo de servir a Dios en algún proyecto correspondiente a su obra divina aquí en la tierra, es importante que haga dos cosas:
- Analizar si está verdaderamente convertido a Dios, porque una persona convertida a Dios no puede quedarse sin tener algo qué hacer para la causa de su evangelio.
- Exponerse más constantemente a escuchar las predicaciones de la palabra de Dios, porque a través de ellas se encuentra la respuesta de Dios con respecto a lo que uno debe hacer.
Una señal de la conversión de una persona al cristianismo es que uno demuestra estar interesado en saber qué es lo que uno debe hacer en la obra de Dios. Uno tiene interés en saber cuál es su lugar en la labor cristiana. Cuando uno no rechaza ni menosprecia la palabra de Dios, sino que la recibe para su propia vida, el poder del Espíritu Santo que le acompaña produce desde el corazón la conversión necesaria, y uno responde queriendo dejar de hacer lo que uno no debe hacer, y uno se interesa en hacer lo que Dios quiere que uno haga. Pero, uno tiene que exponerse a escuchar la palabra de Dios; y entonces, el Espíritu Santo hará su labor de guiarnos a la conversión a Dios y al servicio de la voluntad de Dios.
Parte de la respuesta a la pregunta 89 del Catecismo menor de Westminster: ¿Cómo viene la palabra a ser eficaz para la salvación?, explica que: “El Espíritu de Dios hace que la lectura, y aún más especialmente. la predicación de la palabra, sean medios eficaces de convencer y de convertir a los pecadores, …”. Es decir, la conversión de un pecador hacia Dios no es producto de una iniciativa ni del oyente mismo, pero tampoco por causa de alguna habilidad propia del predicador, sino de la palabra de Dios acompañada del poder provisto por el Espíritu Santo. Nuestro deber para que Dios lleve a cabo su obra en nuestra vida es exponernos a escuchar y hasta solamente leer la palabra de Dios, porque en ese momento el Espíritu Santo a través de la palabra de Dios compungirá nuestro corazón dando paso a un nuevo beneficio espiritual y hasta eterno a nuestra propia vida. Es por eso que todos, deberíamos predicar el evangelio a toda criatura para que haya más corazones compungidos, con dolor, arrepentimiento, y conversión, que de su pecado se conviertan a Jesucristo.
CONCLUSIÓN: Para terminar amados hermanos, lo que hoy he querido predicarles, como lo dije al comienzo de este mensaje es que: el poder del Espíritu Santo opera en la predicación de la palabra de Dios, generando resultados divinos en la vida de los oyentes. Los dos resultados divinos que expliqué fueron: I.- UNA VERDADERA COMPUNCIÓN; y II.- UNA EVIDENTE CONVERSIÓN. Toda persona que verdaderamente se arrepiente, y que verdaderamente se convierte a Dios creyendo en Jesucristo, lo puede hacer no porque surgen estas acciones de su propia naturaleza humana, sino porque el poder del Espíritu Santo operando a través de la palabra de Dios genera en el corazón humano estas acciones que corresponden a la salvación y consagración del ser humano.
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[1] (traducción libre de Fritz Rienecker, A Linguistic Key to the New Testament, Zondervan Publishing House, 1980, nota de Hechos 2:37).
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