EVIDENCIAS DE QUE UNO SE SIENTE PARTE DE LA IGLESIA
Hechos 2:42.
INTRODUCCIÓN: Cuando alguien que oye la predicación de la palabra de Dios, decide recibir esa palabra para su vida, esta decisión no puede pasar desapercibida, sino que va a ser evidente. Los creyentes se bautizan porque comprenden que es necesario, y también se añaden a la iglesia del lugar donde están viviendo. Así lo vivieron aquellas como 3,000 personas que creyeron en Jerusalén cuando el día de la manifestación de la venida del Espíritu Santo, el apóstol Pedro les predicó la palabra de Dios con fuertes exhortaciones para que se dieran cuenta de la gravedad de su pecado contra el Hijo de Dios. San Lucas relata al respecto de ellos, que: “… los que recibieron su palabra fueron bautizados; y se añadieron aquel día como tres mil personas” (Hechos 2:41).
Pero luego que todas estas personas se añadieron a la iglesia ¿qué hicieron en ese grupo de creyentes que comenzó aquel día de Pentecostés? ¿Solamente se habrán enlistado como miembros de la iglesia que espontáneamente por la gracia de Dios se dio inicio en la ciudad de Jerusalén? No solamente se enlistaron. ¿Desaparecieron del compañerismo, de la hermandad, y de la devoción a Jesús, después de haber recibido la palabra de Dios que les fue predicada? Tampoco desaparecieron. Es verdad que también hubo casos de personas en aquella naciente iglesia, como el caso de Ananías y Safira, que no fueron fieles en vivir conforme al evangelio que les estaba siendo enseñado, pero es evidente que la gran mayoría de estas personas de la iglesia de Jerusalén, no se sintieron como si no pertenecieran a la iglesia, sino que se sintieron parte de aquella iglesia, y así lo demostraron. En Hechos 2:42 podemos observar diversas evidencias de que los que se bautizaron y añadieron a la iglesia de Jerusalén, dieron evidencias de que se sintieron parte de aquella iglesia. La palabra “perseveraban” con la que inicia este versículo, es clave para descubrir estas evidencias porque esta palabra indica tanto la voluntad, como la unidad, y la frecuencia o más bien permanencia con la que daban evidencia de sentirse parte la iglesia. San Lucas describe estas evidencias diciendo: “Y perseveraban en la doctrina de los apóstoles, en la comunión unos con otros, en el partimiento del pan y en las oraciones” (Hechos 2:42).
De estas palabras relatadas por San Lucas, voy a predicarles en este momento que: Cuando un creyente verdaderamente se siente parte de la iglesia a la que se ha añadido, da evidencias de ello. / ¿Cuáles son las evidencias que da un creyente que, habiéndose añadido a la iglesia se siente parte de ella? / Basado especialmente en Hechos 2:42, les voy a compartir cuatro de estas EVIDENCIAS.
La primera evidencia de que un creyente se siente parte de la iglesia a la que se ha añadido, es que:
I.- AMA ESTUDIAR LA PALABRA DE DIOS CON LOS DEMÁS.
En la primera frase del versículo 42 que dice: “Y perseveraban en la doctrina de los apóstoles, …” podemos descubrir la evidencia y verdad de que amaban estudiar y escuchar la palabra de Dios en las reuniones que estos nuevos creyentes comenzaron a tener desde aquel día que recibieron la palabra de Dios que les fue predicada. La palabra “doctrina” usada por San Lucas en versículo 42, es un indicativo de que la palabra de Dios que todos los días se les seguía predicando, era para ellos, palabras determinantes y de autoridad divina, que no estarían cuestionando, sino que estaban dispuestos a obedecerla. Precisamente, lo que habían recibido no fue a Pedro, ni a ningún otro de los apóstoles, sino la palabra de Dios que les fue predicada por el apóstol Pedro.
Ahora, en la vivencia subsecuente de haber recibido la palabra de Dios, y luego de haberse bautizado, y luego de haberse añadido a la iglesia, lo más congruente que tenían qué hacer es seguir escuchando toda predicación de la palabra de Dios, y estudiar esta palabra. Fue una exposición de esta palabra la que los llevó a la compunción de sus corazones reconociendo la culpa de haber sido parte de la gente que promovió la crucifixión de Jesús o que no hizo nada por defenderle; y debe ser la misma palabra de Dios la que transforme otros aspectos de sus vidas. Cuando ya hubo más iglesias en muchas ciudades del imperio romano, el apóstol Pablo al escribirles a los creyentes de la ciudad de Colosas, les exhortó diciéndoles que “La palabra de Cristo more en abundancia en vosotros, enseñándoos y exhortándoos unos a otros en toda sabiduría, cantando con gracia en vuestros corazones al Señor con salmos e himnos y cánticos espirituales” (Colosenses 3:16). La palabra que se predica, que se enseña, con la que se exhorta, y que se canta, debe ser amada y anhelada por cada creyente de estudiarla y escucharla, no solamente cada domingo o alguna vez al mes, o como algunos tienen por mala costumbre solamente dos veces al año, sino todos los días que esta palabra de Dios esté al alcance.
La palabra de Dios no solamente se puede leer y estudiar de manera personal, sino también en grupo, así como también con toda la gran cantidad de creyentes que haya en una iglesia local. Cada uno en lo personal estamos limitados en nuestra comprensión de la verdad, pero cuando otras personas nos comparten sus respectivas comprensiones acerca de la palabra de Dios que también a ellos Dios les ha dado a entender, mejoramos nuestro conocimiento acerca de la voluntad de Dios. Cuando estamos dispuestos a escuchar la predicación de la palabra de Dios sin importarnos quién la predique, y cuando estamos dispuestos a estudiarla con el maestro que está disponible y preparado para guiarnos en nuestro aprendizaje, de estas maneras damos evidencia de que nos sentimos parte de la iglesia a la que estamos añadidos; en este caso, aquí en esta congregación donde ahora estamos reunidos.
La segunda evidencia de que un creyente se siente parte de la iglesia a la que se ha añadido, es que:
II.- AMA CONVIVIR EN LAS REUNIONES CON LOS DEMÁS.
En la segunda frase del versículo 42, tomando en cuenta la palabra clave “perseveraban” que está al principio podemos leer que aquellos añadidos a la iglesia “perseveraban… en la comunión unos con otros”. Lo que San Lucas describe con estas palabras es que había compañerismo entre ellos, un compañerismo fraternal, de hermanos en la misma fe en Jesucristo. Esta comunión o compañerismo que había en ellos se daba en dondequiera que tengan que reunirse, ya sea cuando se reunían en el gran templo de Jerusalén, e igualmente cuando se reunían en casas particulares. Lo que San Lucas nos ayuda a observar es que en ellos hubo: “comunión unos con otros”. Esta es la vivencia de la ley de Jesucristo quien enseñó a sus discípulos: “Que os améis unos a otros, como yo os he amado” (Juan 15:12). Los discípulos de Jesús para estar en “comunión unos con otros” tenían primeramente qué amarse unos a otros, es decir, dispuestos a tratarse con amor. No siempre será fácil para nuestra naturaleza de pecadores, el tener “comunión unos con otros” con personas que también son pecadoras, porque siempre nos va a ser más fácil descubrir los defectos de carácter y de malas relaciones humanas y sociales de ellos, que amarlos como Jesús manda. Pero, para qué dedicarnos a descubrir defectos ajenos si nosotros mismos pudiéramos estar en la misma mala situación de carácter y relaciones que los demás, o hasta quizá seamos peores.
Primero, verifiquemos si nos falta amor por los demás, o si nos falta mejorar nuestro propio carácter, porque ello sí tiene solución, pues para eso envió Dios a su Espíritu Santo aquel día de Pentecostés del año 33 d.C., para sembrar en nuestra vida los diversos elementos necesarios para que mejoremos en nuestro propio carácter, como el “amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, / mansedumbre, [y] templanza, …”, elementos que el apóstol Pablo precisamente llama “fruto del Espíritu” (Gálatas 5:22-23), para que con ello podamos integrarnos a la “comunión unos con otros”. Ni nosotros, ni otros creyentes estamos libres de no actuar mal contra otros, sin embargo, tampoco debemos planear causar ningún mal a alguien; y cuando nosotros llegamos a ser las víctimas del mal, el apóstol Pablo dice: “Quítense de vosotros toda amargura, enojo, ira, gritería y maledicencia, y toda malicia. / Antes sed benignos unos con otros, misericordiosos, perdonándoos unos a otros, como Dios también os perdonó a vosotros en Cristo” (Efesios 4:31-32), y “Vestíos, pues, como escogidos de Dios, santos y amados, de entrañable misericordia, de benignidad, de humildad, de mansedumbre, de paciencia; / soportándoos unos a otros, y perdonándoos unos a otros si alguno tuviere queja contra otro. De la manera que Cristo os perdonó, así también hacedlo vosotros” (Colosenses 3:12-13).
Amados hermanos, nosotros nos estaremos reuniendo en este mismo lugar todo el tiempo que el Señor así nos lo permita, y no nos trajo Dios a esta su amada iglesia para que tengamos “descomunión unos con otros”, sino para tener “comunión unos con otros”. Cuando con nuestro trato, con nuestras palabras, y con nuestras acciones, tenemos “comunión unos con otros”, estamos dando evidencia de que nos sentimos parte de la iglesia a la que nos hemos añadido para compartir el amor que Cristo ha regalado a nuestra vida. Que nadie se escape antes de que el culto termine con tal de no saludar a los hermanos; que nadie decida no venir a los cultos y a otras reuniones porque sabe que cierta persona va a estar presente; que nadie ofenda a nadie, y que nadie quede sin perdonar cuando alguien le llegase a ofender. Tengamos también nosotros, “comunión unos con otros”.
La tercera evidencia de que un creyente se siente parte de la iglesia a la que se ha añadido, es que:
III.- AMA RECORDAR A JESÚS ACOMPAÑADO DE LOS DEMÁS.
En la tercera frase del versículo 42, siempre tomando en cuenta la palabra clave “perseveraban”, podemos leer que aquellos añadidos a la iglesia “perseveraban… en el partimiento del pan”. Esto es algo que Jesús había hecho en su última cena, no solo, sino con los 12 de sus discípulos. Esto es algo que los primeros 3000 creyentes y todos los que les siguieron en fe, hicieron en pequeños y grandes grupos, en memoria de Jesús. Con este símbolo del pan que partían, recordaban que Jesús había dado su vida no solamente por cada uno en lo personal, sino por toda la muchedumbre de elegidos salvados por Jesucristo.
Según San Lucas, en la institución de su Santa Cena, cuando Jesús dio cada elemento a sus discípulos les dijo: “Esto es mi cuerpo, que por vosotros es dado” (Lucas 22:19b), y “Esta copa es el nuevo pacto en mi sangre, que por vosotros se derrama” (Lucas 22:20b). En la entrega de cada elemento, les enfatizó lo que el pan y la copa de aquella institución significaba, que no era para uno de ellos en particular, pero tampoco para todos en lo individual, sino para todos en lo colectivo. Es por eso que les iba diciendo con respecto del pan o su cuerpo, que “por vosotros es dado”, y con respecto de la copa o su sangre, que “por vosotros se derrama”. Aquella Cena del Señor, y las que la iglesia celebra en memoria de Jesús, simbolizan la obra redentora de Jesús hecha, es verdad que, para cada elegido de Dios en lo particular, pero para todos al mismo tiempo.
En otras palabras, cada creyente en Jesucristo debe amar presentarse junto con los demás creyentes para “el partimiento del pan” en las ocasiones que se lleva a cabo la celebración de este sacramento. Pero, más que amar solamente reunirse con los demás creyentes, y más que amar solamente comer del pan, “el partimiento del pan” implica testificar delante de los demás que uno sigue amando a Jesús, y que uno sigue reconociendo a Jesús como Señor y Salvador de su vida; por eso lo hacemos acompañados de los demás. Nadie prepara su propio pan de la institución para partirlo y comerlo a solas; ni Jesús lo hizo así. Por eso de manera ordinaria, se debe recibir el pan del sacramento que es partido y ministrado cuando los demás creyentes están presentes. Esto es lo que también nosotros debemos amar recibir juntos como iglesia de nuestro Señor Jesucristo. Esto es lo que hacían aquellos primeros creyentes cuando Lucas dice de ellos que “perseveraban… en el partimiento del pan”. Debemos anhelar encontrarnos juntos en cada partimiento del pan de la Cena del Señor, porque es un pan para todos, y no solamente un pedazo para alguien en particular. Encontrarnos para este sagrado alimento, es una evidencia de que verdaderamente nos sentimos parte de la iglesia en la que por la gracia del Señor nos hemos añadido, o más bien en la que él nos ha añadido.
La cuarta evidencia de que un creyente se siente parte de la iglesia a la que se ha añadido, es que:
IV.- AMA ORAR A DIOS TAMBIÉN CON LOS DEMÁS.
En la cuarta frase y última del versículo 42, siempre con la palabra “perseveraban”, leemos que aquellos como 3,000 que recibieron la palabra de Dios, que fueron bautizados, y que se añadieron a la iglesia: “perseveraban… en las oraciones”. Ellos debieron haber aprendido que hay momentos muy necesarios para orar a solas. Ellos debieron haber aprendido, y no hay duda de que les fue enseñado que Jesús les había enseñado a sus discípulos que: “cuando ores, no seas como los hipócritas; porque ellos aman el orar en pie en las sinagogas y en las esquinas de las calles, para ser vistos de los hombres; de cierto os digo que ya tienen su recompensa. / Mas tú, cuando ores, entra en tu aposento, y cerrada la puerta, ora a tu Padre que está en secreto; y tu Padre que ve en lo secreto te recompensará en público” (Mateo 6:5-6).
Ellos debieron también haber sabido por el testimonio de los apóstoles que Jesús frecuentemente dedicaba tiempo para “orar aparte” (Mateo 6:23), que alguna ocasión cuando atendió a mucha gente “después que los hubo despedido, se fue al monte a orar” (Marcos 6:46), y que por ejemplo, la noche antes de elegir a sus discípulos “fue al monte a orar, y pasó la noche orando a Dios” (Lucas 6:12). Pero, también hay momentos en el que la oración se debe hacer acompañado de alguien más, o de muchos creyentes al mismo tiempo. Esto fue lo que practicaron los primeros creyentes, entendiendo que los demás creyentes son personas que necesitan ser acompañadas, aunque sea solamente para decir un amén por sus oraciones, pero también para orar por ellos; y que uno mismo necesita del acompañamiento de otros creyentes para que digan un amén por nuestras oraciones, pero también para que les compartamos nuestros motivos de oración para que igualmente oren por nosotros.
Amados hermanos, en esta amada congregación de nuestro Señor Jesucristo en la que nos reunimos, debemos implementar esta disciplina de nuestra fe, de acompañar a los demás creyentes y que seamos acompañados en el tiempo de oración congregacional. Juntos debemos orar por nuestras propias necesidades, pero también por las necesidades de nuestra congregación, y por las necesidades en general de la obra de Dios que nos ha sido encomendada por nuestro Señor y Salvador Jesucristo. La práctica de la oración congregacional es quizá el punto más débil de nuestra práctica cristiana, aunque quizá en algunos también hace falta la diligencia en la oración personal, pero como congregación tenemos la responsabilidad de reunirnos con los demás para orar. Hace mucha falta vivir este aspecto de nuestra fe, pues es así también que se vive como iglesia la fe cristiana. La oración en la que todos se unen es poderosa para fortalecer a la congregación entera. Hacer esto es también una evidencia de que nos sentimos parte de esta iglesia en la que el Señor nos ha permitido añadirnos.
CONCLUSIÓN: Amados hermanos, esta iglesia en la que nos reunimos y en la que si Dios así lo permite nos seguiremos reuniendo, no es propiedad de nadie más que solamente de Jesucristo, por lo que es voluntad de Jesucristo que usted pertenezca a este privilegiado grupo de pecadores redimidos por la gracia de Dios. Siéntase parte de esta iglesia. No permita que algún problema que pudiera estar en usted mismo sea la causa por el que usted llegue a sentir que no es parte de esta comunión de creyentes en Jesucristo. Si usted está aquí es porque Dios está haciendo su labor de ponerle aquí como una parte especial dentro de su cuerpo glorioso. Recuerde usted que un creyente que reconoce que pertenece a una iglesia: I. AMA ESTUDIAR LA PALABRA DE DIOS CON LOS DEMÁS; II. AMA CONVIVIR EN LAS REUNIONES CON LOS DEMÁS; III. AMA RECORDAR A JESÚS ACOMPAÑADO DE LOS DEMÁS; y IV. AMA ORAR A DIOS TAMBIÉN CON LOS DEMÁS. Todo lo estaremos haciendo no solos, sino con los demás.
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