EVIDENCIAS DEL ESTAR EN COMUNIÓN UNOS CON OTROS

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EVIDENCIAS DEL ESTAR EN COMUNIÓN UNOS CON OTROS

Hechos 2:44-47.

 

   INTRODUCCIÓN: En Hechos 2:42, ya predicado en el sermón anterior, en el que enfaticé que: Cuando un creyente verdaderamente se siente parte de la iglesia a la que se ha añadido, da evidencias de ello. Una de las 4 evidencias que expuse al respecto, es que cada creyente participa perseverante “en la comunión unos con otros” (cf. Hechos 2:42). Pero ¿cómo saber si usted ama estar “en la comunión unos con otros”? En Hechos 2:44-47, San Lucas describe algunas evidencias de cómo es una iglesia en la que sus integrantes creyentes en Jesucristo aman estar “en la comunión unos con otros”.  Dice San Lucas que: Todos los que habían creído estaban juntos, y tenían en común todas las cosas; 45 y vendían sus propiedades y sus bienes, y lo repartían a todos según la necesidad de cada uno. 46 Y perseverando unánimes cada día en el templo, y partiendo el pan en las casas, comían juntos con alegría y sencillez de corazón, 47 alabando a Dios, y teniendo favor con todo el pueblo. Y el Señor añadía cada día a la iglesia los que habían de ser salvos” (Hechos 2:44-47).

   Basado en estas palabras descriptivas de San Lucas acerca cómo los creyentes de Jerusalén practicaron la relación de estar “en la comunión unos con otros”, lo que ahora les voy a predicar es que: Un creyente que se ha añadido a la iglesia da evidencias relacionales con respecto del estar “en la comunión unos con otros” / ¿Cuáles son las evidencias relacionales con respecto del estar “en la comunión unos con otros”, que da un creyente que se ha añadido a la iglesia? / Observando la descripción que nos presenta San Lucas, les compartiré cuáles son algunas de tales evidencias relacionales.

 

   La primera evidencia relacional con respecto del estar “en la comunión unos con otros”, que da un creyente que se ha añadido a la iglesia, es que:

I.- AMA EL MOMENTO DE ESTAR “JUNTOS” CON LOS HERMANOS.

   Tanto al principio del versículo 44 como a principio del versículo 46, la primera frase de ambos versículos, San Lucas dice que: “Todos los que habían creído estaban juntos” (v. 44), “y perseverando unánimes cada día en el templo”. Especialmente las palabras: “juntos” del versículo 44, y: “unánimes” del versículo 46, indican que aquellos creyentes anhelaban no solamente estar ante el impresionante edificio llamado templo, en el que sabían que ya sea en su interior o ya sea en su exterior, se encuentran ante la imponente presencia de Dios, sino que anhelaban estar juntos.  Aquí tiene aplicación las palabras del salmista David quien dijo: “¡Mirad cuán bueno y cuán delicioso habitar los hermanos juntos en armonía! […] Porque allí envía Jehová bendición, y vida eterna” (Salmo 133:1, 3c). El creyente que entiende la necesidad de estar “en la comunión unos con otros” ama estar “juntos” con los demás creyentes que sabe son sus “hermanos” de su nueva familia en Cristo.

   Para los hijos de Dios, los momentos de estar “juntos” son momentos especiales en los que un creyente al reunirse con otros pecadores pone a prueba su interés de mejorar su carácter, pues, siempre va a darse cuenta de que no todos piensan y actúan como uno mismo.  Pero como para estar “en la comunión unos con otros” se requiere de estar “juntos en armonía”, entonces uno tiene que someter su carácter a la voluntad de Dios.  Por ejemplo, indicando el trato que un creyente tiene que dar especialmente a otros creyentes, ya sea en los momentos de reuniones como iglesia, o en cualquier otro momento, el apóstol Pablo les escribió acerca de la voluntad de Dios a los Colosenses diciéndoles: Vestíos, pues, como escogidos de Dios, santos y amados, de entrañable misericordia, de benignidad, de humildad, de mansedumbre, de paciencia; 13 soportándoos unos a otros, y perdonándoos unos a otros si alguno tuviere queja contra otro. De la manera que Cristo os perdonó, así también hacedlo vosotros. 14 Y sobre todas estas cosas vestíos de amor, que es el vínculo perfecto” (Colosenses 3:12-14).

   Amados hermanos, no debemos menospreciar los momentos de estar “juntos” y “unánimes”. Son momentos que Dios espera de sus hijos. Esta es una razón por la que cuando uno recibe la palabra de Dios, cuando uno cree en Jesucristo, Dios nos añade a su iglesia, pues él espera que cada creyente ame estos momentos de estar juntos, porque en estas reuniones nos apoyamos mutuamente en nuestra edificación tal como también el apóstol Pablo les dijo en su primera epístola a los Corintios cuando les escribió: “Cuando os reunís, cada uno de vosotros tiene salmo, tiene doctrina, tiene lengua, tiene revelación, tiene interpretación. Hágase todo para edificación” (1 Corintios 14:26).  Para esto amamos estar juntos “en la comunión unos con otros” no solamente en el templo, sino aun en nuestras casas visitándonos, e igualmente aun en la calle saludándonos cuando nos vemos.  Estos detalles son también parte de nuestra comunión. No debemos evitar visitar a nuestros hermanos, no debemos evitar saludar al que nos encontramos en nuestro camino.  Cuando usted vea a un hermano(a) no pase usted al otro lado de la calle como para hacer que no le ha visto.  Esto no sería “comunión unos con otros”.

   La segunda evidencia relacional con respecto del estar “en la comunión unos con otros”, que da un creyente que se ha añadido a la iglesia, es que:

II.- ESTÁ PENDIENTE DE APOYAR A LOS QUE TIENEN NECESIDADES.

   En los versículos 44 y 45, San Lucas dice que: “Todos los que habían creído estaban juntos, y tenían en común todas las cosas; 45y vendían sus propiedades y sus bienes, y lo repartían a todos según la necesidad de cada uno” (Hechos 2:44-45).  Estar “en la comunión unos con otros” no consiste solamente en estar “juntos” cada vez que hay oportunidad, sino que también consiste en la voluntad de estar pendientes de las necesidades de los demás. Nada más observe usted que estos primeros cristianos “tenían en común todas las cosas”, qué hermosa influencia tiene el poder de la palabra y del Espíritu Santo en la voluntad de una persona que ha recibido la palabra de Dios. El corazón deja de ser egoísta, deja de pensar solamente en sus propias necesidades, y puede pensar en las necesidades de los demás.

   ¿Se acuerda usted del joven rico que se acercó a conversar con Jesús, y le explicaron que “Si quieres ser perfecto, anda, vende lo que tienes, y dalo a los pobres, y tendrás tesoro en el cielo; y ven y sígueme” (Mateo 19:21)? Al final de su conversación con Jesús, dice San Mateo que “Oyendo el joven esta palabra, se fue triste” (Mateo 19:22a); dice San Marcos: “Pero él, afligido por esta palabra, se fue triste, porque tenía muchas posesiones” (Marcos 10:22); y dice San Lucas que: “Entonces él, oyendo esto, se puso muy triste” (Lucas 18:23a). Este joven simplemente no recibió la palabra que le fue explicada por Jesús, y por eso no fue capaz de pensar en los necesitados. Pero ¿cómo fue el caso de Zaqueo? Dice San Lucas que luego de haber este hombre escuchado a Jesús “puesto en pie, dijo al Señor: He aquí, Señor, la mitad de mis bienes doy a los pobres; y si en algo he defraudado a alguno, se lo devuelvo cuadruplicado” (Lucas 19:8).  Este es el resultado no de presión alguna ni siquiera de parte de Jesús, sino que es el resultado de recibir la palabra de Dios.  Uno es transformado por el poder de la misma palabra escuchada, y uno es capaz de dar de manera voluntaria tanto para la obra de Dios en general, así como para las personas que necesitan un poco de lo que Dios nos da a nosotros también. Los primeros cristianos de la historia de Hechos 2, vendían sus propiedades y sus bienes, y lo repartían a todos según la necesidad de cada uno” (Hechos 2:45), porque habían recibido de manera total la palabra que les fue predicada ya sea que desde la primera vez o en las siguientes ocasiones que les predicaron este tema de la generosidad y el servicio a los necesitados.

   Amados hermanos, cuando uno entiende el valor del sacrificio de Cristo, y cómo por amor se dio por nosotros, entonces podemos responder con amor por los necesitados, y seremos capaces de servirles compartiendo con nuestros hermanos lo que Dios nos ha dado a nosotros. El apóstol Pablo enseña esto a los Efesios diciéndoles: “andad en amor, como también Cristo nos amó, y se entregó a sí mismo por nosotros, ofrenda y sacrificio a Dios en olor fragante” (Efesios 5:2); y lo enseña también a los Gálatas diciéndoles: “Así que, según tengamos oportunidad, hagamos bien a todos, y mayormente a los de la familia de la fe” (Gálatas 6:10).  Esta fue la vivencia de los primeros cristianos en Jerusalén, pero también puede ser nuestra vivencia en nuestra congregación.  Usted puede servir a los que llegasen a pasar momentos de necesidad en sus vidas.

 

   La tercera evidencia relacional con respecto del estar “en la comunión unos con otros”, que da un creyente que se ha añadido a la iglesia, es que:

III.- NO IMPORTA DÓNDE SEA LA REUNIÓN ALLÍ ESTARÁ.

   San Lucas, en el versículo 46 dice de los primeros cristianos de Jerusalén: “Y perseverando unánimes cada día en el templo, y partiendo el pan en las casas” (vv. 46a-b). No se refiere a que unos iban “en el templo”, y que otros preferían reunirse “en las casas”.  Obviamente, tampoco caben 3,000 personas, y menos caben 8,000 personas luego que se añadieron otras 5,000 personas a la iglesia, pero cuando había qué estar en el templo, sin duda que allí estaban; y si además de estar en el templo había partimiento de “pan en las casas”, se organizaban muy bien para reunirse en pequeños grupos “en las casas”. No importa dónde se llevaba a cabo la reunión o las reuniones de “cada día”, allí estaban presentes.

   Alguno de los apóstoles debió haberles predicado lo que un día Jesús le dijo a una mujer samaritana a quien le explicó: “Mujer, créeme, que la hora viene cuando ni en este monte ni en Jerusalén adoraréis al Padre. […] 23 Mas la hora viene, y ahora es, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad; porque también el Padre tales adoradores busca que le adoren” (Juan 4:21, 23). Antes de Jesucristo, todo estaba centrado en el templo de Jerusalén.  Incluso los fieles a Jehová que vivían en otras ciudades, o provincias del imperio, o en otros países lejanos, si querían adorar al Dios de los judíos, tenían que venir a Jerusalén, específicamente en el templo.  Si alguien que se encontraba distante de Jerusalén quería orar a Dios, tenía que orar con el rostro en dirección a Jerusalén.  Así es como leemos que Daniel, estando cautivo en Babilonia “… en su casa, y abiertas las ventanas de su cámara que daban hacia Jerusalén, se arrodillaba tres veces al día, y oraba y daba gracias delante de su Dios, como lo solía hacer antes” (Daniel 6:10).  La razón de esta centralidad es porque Dios había escogido Jerusalén como símbolo de su presencia en este mundo, y como señal de que Él estaba siempre presente en medio de su pueblo escogido. Los primeros creyentes sabían esto, así que sus reuniones bien podían ser en un templo, en una casa, o en cualquier lugar amplio o reducido.

   Amados hermanos, desde el momento que Jesús todavía estaba en la cruz cuando el velo del templo fue portentosamente partida en dos de arriba abajo, ya no había más necesidad exclusiva del uso del templo de Jerusalén como único lugar sagrado. A partir de ese momento, los creyentes se podían reunir en cualquier lugar, tal como en una casa, etc…  Luego, desde que el Espíritu Santo vino a este mundo, cada creyente es convertido en “templo del Espíritu Santo” (1 Corintios 6:19). Desde entonces, no importa dónde se encuentre un creyente en Jesucristo; ya sea en el templo, o en una casa; ya sea en una reunión de miles de creyentes, o en un grupo pequeño, e incluso si uno se encuentra solo; allí puede alabar a Dios.  Pero, como cada creyente practica el estar “en la comunión unos con otros”, no importa donde haya que reunirse, allí estará.  Ahora, nosotros también, sabiendo esto, cuando un hermano nos invite a su casa allí deberíamos estar; y cuando haya oportunidad, si no se puede invitar a todos al mismo tiempo, invitemos aunque sea a un pequeño grupo de hermanos y en otra ocasión a otros hermanos para que nos acompañen también en nuestras casas en nuestras devociones familiares, en nuestro tiempo familiar de oración, en nuestras acciones de gracias, o cuando se lleve a cabo en nuestra casa alguna actividad propia de esta congregación, o simplemente para compartir una comida.  Esto puede ser parte de nuestra “comunión unos con otros”.

 

   CONCLUSIÓN: Amados hermanos, Dios diseñó que cuando una persona reciba la palabra de Dios, no solamente tiene que bautizarse y añadirse a la iglesia, sino que Dios diseñó que cuando uno se añade a la iglesia es para estar en “comunión unos con otros”.  No fuimos hechos para ser cristianos independientes sino cristianos para estar en “comunión”. Querer ser de aquellos que dicen que no necesitan reunirse con otros creyentes porque en su casa hacen sus oraciones y leen la palabra de Dios, lo único que hacen evidente es que no han recibido completamente la palabra de Dios, sino que solamente aceptan una parte y rechazan otra parte.  Con esa actitud rechazan también la única iglesia creada por Dios a la que todos los creyentes sin excepción deben unirse, pues no hay dos ni más iglesias, ni tampoco hay iglesias personales. Ser creyente implica nuestra unión con Cristo, pero también nuestra unión con todos los creyentes en Cristo quienes constituyen el cuerpo de Cristo.  Estar en “comunión unos con otros” con los miembros del cuerpo de Cristo, implica también estar en unión y comunión con Cristo, siempre y cuando uno haya recibido la palabra de Dios, o sea, a Cristo mismo y su santo evangelio.  Así que mis amados hermanos, aprovechemos vivir “en comunión unos con otros”. AME USTED EL MOMENTO DE ESTAR “JUNTOS” CON LOS HERMANOS; ESTÉ USTED PENDIENTE DE APOYAR A LOS HERMANOS QUE TIENEN NECESIDADES; y NO IMPORTA DÓNDE SE LLEVE A CABO NUESTRAS REUNIONES, USTED ACUDA ALLÍ.  Es parte de nuestra fraternal comunión en Cristo.

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El Pbro. Diego Teh Reyes, es Licenciado en Teología y Servicio Social; Maestro en Estudios Teológicos; y Doctorante en Ministerio; y actualmente es Ministro de la Palabra y los Sacramentos como pastor de la Iglesia Nacional Presbiteriana de México "PENIEL", de la ciudad de Mérida, Yucatán.

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