SI NOS REUNIMOS A COMER
Hechos 2:46-47.
INTRODUCCIÓN: Dice San Lucas que aquellos primeros creyentes “comían juntos” (v. 46c). Por supuesto que hay tiempo propio para adorar a Dios, un tiempo que es muy especial en el que uno se concentra y dedica exclusivamente solo a Dios. Adorar se trata de un tiempo en el que se debe evitar cualquier distracción que pueda desconectar a uno de tan divino momento de conexión con Dios. Sin embargo, también hay tiempo para comer, pero no me refiero al tiempo de comer a solas en la comodidad de nuestra casa, sino al comer “juntos” con nuestros hermanos en la fe. Esto podría llevarse a cabo mucho antes de un culto o al terminar un culto en un espacio apropiado para ello, aunque también podría ser en la casa de algún hermano, o en un salón prestado o rentado para ese propósito; aunque no necesariamente todos los días deberíamos organizar este tipo de reuniones, ni necesariamente todos los domingos, pero no deberíamos descartar diversas ocasiones para aprovechar estar “en la comunión unos con otros” mediante el comer juntos.
En la descripción que San Lucas nos da acerca de la vida de los primeros creyentes en Jerusalén, además de describirlos “perseverando unánimes cada día en el templo”, dice también de ellos: “y partiendo el pan en las casas, comían juntos con alegría y sencillez de corazón, 47 alabando a Dios, y teniendo favor con todo el pueblo. Y el Señor añadía cada día a la iglesia los que habían de ser salvos” (Hechos 2:46-47). Con esta descripción San Lucas enfatiza que la “comunión unos con otros” de los creyentes, no se da solamente en las reuniones que habitual y ordinariamente se llevan a cabo en el templo, sino que también puede darse en las casas compartiendo los alimentos. No importa dónde se lleve a cabo la reunión, el creyente allí estará con un buen comportamiento para vivir en “comunión unos con otros”. ¡Esto es importante en la vida de los creyentes!
Basado en esta descripción, lo que en este momento voy a predicarles es que: Cuando nos reunimos con otros creyentes para compartir los alimentos debemos demostrar comportamientos espirituales de nuestra “comunión unos con otros”. / ¿Cuáles son los comportamientos espirituales de nuestra “comunión unos con otros” que debemos demostrar cuando nos reunimos con otros creyentes para compartir los alimentos? / Según San Lucas, hay tres comportamientos espirituales que se debe demostrar en estas ocasiones.
El primer comportamiento espiritual de nuestra “comunión unos con otros” que debemos demostrar cuando nos reunimos con otros creyentes para compartir los alimentos, es:
I.- DE ALEGRÍA.
Lo primero que San Lucas resalta acerca de los primeros creyentes cuando se reunían para comer, es que “comían juntos con alegría” (Hechos 2:46c). La vida cristiana es una vida de gozo. Desde que Jesús hubo nacido, los ángeles que vinieron a contactar a los pastores que cuidaban su rebaño en los alrededores de Belén, el que hablo a los pastores le dijo: “… he aquí os doy nuevas de gran gozo, que será para todo el pueblo” (Lucas 2:10). Tan solo el nacimiento de Jesús debió ser motivo de gozo, aunque quizá no para todos, pero sí para muchísima gente. También la bendición de conocer a Jesús, aunque no físicamente sino en la dimensión espiritual de la fe, igualmente llena de gozo el corazón del ser humano, y por eso uno puede responder con alegría bajo cualquier circunstancia, tanto en las reuniones de adoración o de estudio de la palabra de Dios, en el entorno particular de la vida familiar, pero también en las relaciones fraternales con otros creyentes. En la parábola del hijo pródigo narrada siempre por San Lucas, el padre de este joven, luego del arrepentimiento de su hijo y de su regreso a casa, “dijo a sus siervos: Sacad el mejor vestido, y vestidle; y poned un anillo en su mano, y calzado en sus pies. 23 Y traed el becerro gordo y matadlo, y comamos y hagamos fiesta; 24 porque este mi hijo muerto era, y ha revivido; se había perdido, y es hallado. Y comenzaron a regocijarse” (Lucas 15:22-24). Donde hay arrepentimiento, vale la pena hacer fiesta, hay motivo para “regocijarse”. Eso es lo que hacemos cuando nos reunimos a comer con nuestros hermanos en la fe.
Los que conocieron a Jesús y le recibieron tuvieron una vida de alegría, y a dondequiera que iban, llevaban consigo mismo su alegría, y la demostraban a los demás. Ya sea “en el templo” o “en las casas”, en el culto o en la degustación de una comida, la reunión se caracterizaba con la muestra de alegría en los rostros de cada creyente. Eso es lo que ocurre también en nosotros cuando vemos y nos encontramos a nuestros hermanos en cualquier lugar. Nuestro corazón palpita de alegría, por eso cantamos en nuestros cultos: “Con gran gozo y placer nos volvemos hoy a ver, nuestras manos otra vez estrechamos; se complace el corazón ensanchándose de amor: Todos a una voz a Dios, gracias damos”.
Amados hermanos, muchos hemos de conocer la canción de Rigo Tovar y su Costa Azul, escrita en 1980, en un contexto no cristiano, en el que describe el agrado de encontrarse con la persona amada que antes le había dejado, y le canta: “Oh, qué gusto de volverte a ver, saludarte y saber que estás bien”, cuánto más nosotros los creyentes debemos alegrarnos de encontrarnos con las personas que ya son nuestra familia espiritual, personas con las que nos dirigimos a la gloriosa eternidad con Dios, personas a quienes Dios nos ha dado a conocer su bendita y soberana gracia salvadora. ¡Qué alegría nos da volverlos a ver al siguiente día, el fin de semana, o el domingo en la reunión principal de la iglesia! En este caso, el motivo fundamental de nuestra alegría en un día de comida fraternal no es propiamente por la comida que nos alegramos, ni tampoco por las personas, sino que nos alegramos en Dios “el Señor” quien nos ha abierto los ojos con su palabra, y que con su vida y muerte nos ha dado seguridad de vida eterna; alegría que compartimos con nuestros amados hermanos en Cristo. Convivamos con nuestros hermanos, no con mala gana, no con menosprecio, sino “con alegría” porque ellos también han recibido de Dios nada menos que la gracia de la salvación. Por esto, el apóstol Pablo les insistía a los Filipenses: “Regocijaos en el Señor siempre. Otra vez digo: ¡Regocijaos!” (Filipenses 4:4).
El segundo comportamiento espiritual de nuestra “comunión unos con otros” que debemos demostrar cuando nos reunimos con otros creyentes para compartir los alimentos, es:
II.- DE SENCILLEZ.
Lo segundo que San Lucas resalta acerca de los primeros creyentes cuando se reunían para comer, es que además de la “alegría” que los caracterizaba, “comían [también con] sencillez de corazón” (Hechos 2:46c). Cuando Jesús llamó a sus doce discípulos, y cuando les comisionó por primera vez, entre las diversas instrucciones que les dio, una de ellas fue que sean “sencillos como palomas” (Mateo 10:16). Como parte de esta sencillez les había explicado que: “No os proveáis de oro, ni plata, ni cobre en vuestros cintos; 10 ni de alforja para el camino, ni de dos túnicas, ni de calzado, ni de bordón; porque el obrero es digno de su alimento” (Mateo 10:9-10). Ser sencillo implicaba no presumir cosas costosas o lujosas cuando salieran a llevar el evangelio a la gente.
Y cuando se trata de sencillez en el comer, Jesús, a otro grupo de 70 personas a quienes en otra ocasión envió a predicar su evangelio en diversos lugares, les explicó: “Y posad en aquella misma casa, comiendo y bebiendo lo que os den; porque el obrero es digno de su salario. No os paséis de casa en casa. 8 En cualquier ciudad donde entréis, y os reciban, comed lo que os pongan delante” (Lucas 10:7-8). Puedo imaginarme que los apóstoles habían aprendido estas instrucciones, igualmente la habían vivido, e incluso la habían enseñado a los nuevos creyentes de Jerusalén. Así que ya se imaginan qué significaba para ellos la “sencillez de corazón” en sus reuniones para comer juntos. Significaba seguramente que, si eran de los que son privilegiados en recibir, no tenían que ser exigentes ni menospreciadores de lo que les ofrezcan; y si eran de los que tienen que dar a sus invitados, no tenían qué hacerlo con menús de alta cocina, sino que con algo sencillo basta.
Amados hermanos, cuando tengan oportunidad de invitar a otros creyentes a comer en sus casas es bueno que ofrezcan guisos especiales, sin embargo, también es bueno ser sencillos sin el afán de gastar en exceso con la idea de quedar bien con el invitado o de apantallarle. Cuando sean invitados por alguien, acepten lo que la gente tiene para darles. Hay personas que tienen suficientes recursos, y les van a dar comidas costosas, y hasta les pueden invitar en restaurantes, pero también hay hermanos que con lo poco que tienen, Dios les ha dado un gran corazón lleno de generosidad y hospitalidad que de lo poco que tienen lo van a dar a usted de todo corazón. Recíbalo y cómalo usted igualmente con “sencillez de corazón”. Lo que realmente importa no es la comida, sino la “sencillez de corazón” tanto de quien ofrece la comida como de quien la recibe.
El tercer comportamiento espiritual de nuestra “comunión unos con otros” que debemos demostrar cuando nos reunimos con otros creyentes para compartir los alimentos, es:
III.- DE ALABANZA.
Comer, por más que uno tenga hambre, no es la meta final de una reunión de cristianos, pero quizá un buen y sano pretexto para alabar a Dios. Al principio del versículo 47 San Lucas dice que aquellos creyentes cuando se reunían en las casas para partir el pan lo hacían ¿cómo? “alabando a Dios …” (vv. 47a). No se reunían así nada más para comer, ni solamente para platicar cosas vanas, ni solamente para pasar un momento de carcajadas agradables, sino también para alabar a Dios tal como también sin duda lo hacían en el templo. No ponían música que no exaltaba a Jesucristo, no contrataban DJ ni músicos de alguna agrupación musical no cristiana para amenizar el momento, sino que en vivo y en directo mientras comían, o quizá en un tiempo especial destinado para ello, se comportaban “alabando a Dios” (Hechos 2:47a). Era un tiempo de fiesta que, si bien tiene su aspecto social, no podía ser solamente social, sino que tendría también su enfoque espiritual centrado en Dios.
El apóstol Pablo en su epístola dirigida a la iglesia de la ciudad de Colosas, les escribió que: “La palabra de Cristo more en abundancia en vosotros, enseñándoos y exhortándoos unos a otros en toda sabiduría, cantando con gracia en vuestros corazones al Señor con salmos e himnos y cánticos espirituales” (Colosenses 3:16). La palabra de Cristo no solamente era para el momento de predicación en el templo, sino que es también para cualquier otro momento de la vida. Lo es tanto para el momento luego de despertar como para antes de dormir, lo es para cuando uno tenga una duda con respecto a Dios, la fe, y la vida cristiana, y para cuando uno necesite una consejería cristiana, pero lo es también para el momento de comer; muy apropiado para toda ocasión. Pero, si hay que cantar, el contenido que se debe cantar debe ser apegado a la palabra de Dios. No son recomendables otros cantos que no edifiquen la vida cristiana. El apóstol Pablo instruye que la palabra puede ser enseñada y usada para exhortar “cantando… con salmos e himnos y cánticos espirituales”. En la casa, mientras uno come ya sea solo, o con la familia, o con nuestros hermanos en la fe, no debe faltar la lectura de la palabra de Dios, la reflexión de la palabra de Dios que ha sido leída y que nos presenta a Jesucristo de una u otra manera, así como la entonación de por lo menos un canto que alabe y enaltezca el nombre de nuestro bendito Dios y Salvador. Ojalá sea apropiado para más de uno. Y obviamente no debe hacer falta la oración tanto para la gratitud por los alimentos que en ese momento se van a degustar, como por otros motivos a favor de alguno de los presentes, pero especialmente por los anfitriones que en el nombre del Señor nos han recibido en su hogar.
Amados hermanos, la alabanza a Dios es parte también de nuestro comportamiento espiritual y que forma parte de nuestro proceso de “comunión unos con otros”. Fuimos escogidos, predestinados, y adoptados por Dios (cf. Efesios 1:4.5) “para alabanza de la gloria de su gracia” (Efesios 1:6a); alabanza que no está reservada solamente para ofrecer en el templo, sino para ofrecerle en cualquier lugar y en cualquier momento. Es muy apropiado en reuniones en casa, así como también en nuestras reuniones propiamente sociales.
CONCLUSIÓN: Amados hermanos, no solamente en el templo alabamos y glorificamos a Dios, sino que también con el comer glorificamos y podemos alabar a Dios, tal como lo dijo el apóstol Pablo en su primera epístola a los Corintios cuando les dijo: “Si, pues, coméis o bebéis, o hacéis otra cosa, hacedlo todo para la gloria de Dios” (1 Corintios 10:31); pero, no solamente cuando comemos a solas o en familia, sino también cuando comemos con otros creyentes en Jesucristo, nuestros hermanos de fe. Desarrollemos con ellos un comportamiento de alegría y de sencillez, y un comportamiento de alabanza para con nuestro Dios; todo esto como parte de una vida cristiana de “comunión unos con otros”. Esto también es vivir bajo la voluntad de Dios. Nosotros también podemos vivir como aquellos primeros creyentes de Jerusalén quienes “perseverando unánimes cada día en el templo, y partiendo el pan en las casas, comían juntos con alegría y sencillez de corazón, 47 alabando a Dios, y teniendo favor con todo el pueblo. Y el Señor añadía cada día a la iglesia los que habían de ser salvos” (Hechos 2:46-47). Hacer esto, mis amados hermanos, es un buen testimonio de una iglesia que vive en armonía con Dios y con el prójimo. Es una iglesia a la que nuestro Señor y Salvador Jesucristo va a añadir a más personas salvadas por su gracia soberana. Nuestro Señor y Salvador Jesucristo usó estas oportunidades incluso para evangelizar como cuando alimentó a los cuatro mil, y en otra ocasión a los cinco mil a quienes les aprovechó enseñar acerca del Pan de Vida que él representaba. E igualmente, fue en ocasiones de una comida que, por ejemplo, Mateo (Mateo 9:9-11), Zaqueo (cf. Lucas 19:1-10; esp. vv. 6,7), y muchas otras personas fueron alcanzadas por el evangelio del reino de los cielos (cf. Mateo 9:11b). No está demás mencionar que fue en una comida (cena) que los dos caminantes a Emaús descubrieron que quien estaba con ellos era nada menos que Jesús (cf. Lucas 24:30-31). El tiempo de comida es un instrumento muy útil para la evangelización, para el discipulado, y también para la “comunión unos con otros”.
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