PADRES QUE QUIEREN HIJOS SALVOS

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PADRES QUE QUIEREN HIJOS SALVOS

 Hechos 2:38-40.

 

   INTRODUCCIÓN: El día de Pentecostés del año 33 d.C., el día de la venida del Espíritu Santo sobre los apóstoles, los apóstoles, investidos por el poder de la manifestación del Espíritu Santo hablaron en idiomas extranjeros acerca de las diversas maravillas de Dios, y mucha gente extranjera aceptó el mensaje que escucharon en sus propias lenguas como nunca lo habían escuchado. Pero, también hubo una gran muchedumbre de personas no extranjeras sino propias de Jerusalén, la ciudad que tuvo el privilegio de ser testigo de la venida del Espíritu Santo justamente en su territorio, que comenzaron a burlarse de los apóstoles, diciendo que se encontraban ebrios y que por eso estaban hablando con rareza en lenguas extranjeras. Pero, el apóstol Pedro, ese mismo día tuvo palabra de Dios también para ellos, no en lengua extranjera sino en su propio idioma en el que luego de diversas acusaciones y explicaciones contra ellos probándoles que precisamente ellos fueron los irresponsables y pecadores que causaron que Jesús fuese crucificado por los romanos, finalmente: “Pedro les dijo: Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo. 39 Porque para vosotros es la promesa, y para vuestros hijos, y para todos los que están lejos; para cuantos el Señor nuestro Dios llamare. 40 Y con otras muchas palabras testificaba y les exhortaba, diciendo: Sed salvos de esta perversa generación” (Hechos 2:38-40). Lo que el apóstol les estaba indicando es que el fenómeno de los efectos de la presencia del Espíritu Santo de los cuales ellos estaban siendo testigos, es el cumplimiento de una promesa divina no solo para los extranjeros, sino también para ellos y para sus hijos.

   Basado en estas palabras del apóstol Pedro, lo que ahora les voy a predicar es que: Para que las promesas de Dios se cumplan tanto en nosotros como también en nuestros hijos se requiere que los que somos padres tomemos dos decisiones correctas. / ¿Qué decisiones correctas debemos tomar todos los que somos padres para que las promesas de Dios se cumplan tanto en nosotros como también en nuestros hijos? / En el mensaje del apóstol Pedro a los habitantes y padres de familia de la ciudad de Jerusalén aquel célebre día de la venida del Espíritu Santo, encontraremos cuáles son tales decisiones correctas.

 

   La primera decisión correcta que debemos tomar los que somos padres para que las promesas de Dios se cumplan tanto en nosotros como en nuestros hijos, es:

I.- CREER LAS PROMESAS DE DIOS.

   Dentro del llamado al arrepentimiento que el apóstol Pedro les requirió a sus oyentes, les dice también que si se bautizaban también habría para ellos dos cosas: “perdón de los pecados”, y “el don del Espíritu Santo”.  Con respecto a estos dos beneficios, especialmente por “el don del Espíritu Santo” les dice que: “Porque para vosotros es la promesa, y para vuestros hijos, y para todos los que están lejos; para cuantos el Señor nuestro Dios llamare” (v. 39).  Es muy claro que el apóstol Pedro les estaba informando, o quizá recordando algo que sus oyentes ya deberían saber, que el recibir “el perdón de los pecados”, y el “don del Espíritu Santo”, era no solamente “para todos los que están lejos”, aunque también era “para todos los que están lejos”, o sea, para los extranjeros; pero también era para los propios de Jerusalén, para padres y sus hijos, pues les dice: “para vosotros es la promesa, y para vuestros hijos” (v. 39a); de tal manera que si querían ser salvos y ver salvos a sus hijos, tenía que comenzar creyendo en las promesas del perdón de Dios, y del Espíritu Santo.

   En vez de burlarse de la manifestación del Espíritu Santo de la cual estaban siendo testigos en Jerusalén, deberían creer que se trataba del cumplimiento de una promesa de Dios para ellos y sus hijos, y no la debían rechazar ni burlarse de ella.  Desde muchos siglos antes por medio del profeta Joel Dios les había prometido: “derramaré mi Espíritu sobre toda carne, y profetizarán vuestros hijos y vuestras hijas; vuestros ancianos soñarán sueños, y vuestros jóvenes verán visiones. 29 Y también sobre los siervos y sobre las siervas derramaré mi Espíritu en aquellos días” (Joel 2:28-29).  Ahora que este derramamiento divino estaba ocurriendo, sin duda que ellos y sus hijos estaban tomados en cuenta. Y qué gran bendición que luego de escuchar estas palabras, más de 3,000 personas se arrepintieron de haber sido culpables de la muerte de Jesús.  Ahora, creyeron en Jesús, y fueron bautizados, sus pecados fueron perdonados, e igualmente recibieron “el don del Espíritu Santo”.  Muchos de ellos de aquella primera multitud de más de 3,000 personas que creyeron en Jesús fueron tanto padres como sus hijos.  En resumen, el apóstol Pedro se estaba dirigiendo a los adultos como padres que sin duda no quisieran que sus hijos queden en la condenación eterna, sino que fuesen salvos de ello.  Los padres deben comenzar a ser ejemplo de fe para sus hijos.  Qué bueno que entre aquella multitud estaban presentes también hijos adolescentes, jóvenes, y hasta hijos mayores, que también se encontraban en el entorno de la predicación del apóstol Pedro, y creyeron y también fueron bautizados, fueron perdonados sus pecados, y recibieron también “el don del Espíritu Santo”, y ellos fueron quienes constituyeron la primera iglesia cristiana en la ciudad de Jerusalén, una iglesia muy ejemplar en todos los aspectos de su obediencia al Señor Jesucristo.

   Hoy, también nosotros amados hermanos, como padres debemos ser ejemplo de fe para nuestros hijos, debemos enseñarles y demostrarles que creemos también en las promesas de Dios para todos los aspectos de nuestra vida.  Yo sé que la gran mayoría de los que están aquí presentes escuchando esta mi predicación, creen en el Espíritu Santo, y en el perdón de los pecados, ¿no así lo han confesado muchas veces y recientemente con el credo de los apóstoles?  Pero, no se trata solamente de creerlo, y recitarlo sino también de practicar lo que creemos.  Cuando hacemos esto, demostramos a nuestros hijos que deseamos que ellos también conozcan a Jesucristo y sean salvos de la condenación eterna.

 

   La segunda decisión correcta que debemos tomar los que somos padres para que las promesas de Dios se cumplan tanto en nosotros como en nuestros hijos, es:

II.- LUCHAR CONTRA LA PERVERSIDAD QUE AFECTA A NUESTROS HIJOS.

   En los tiempos patriarcales, se nos relata la historia de Job, un hombre célebre por el fuerte sufrimiento que padeció en una etapa de su vida.  A este hombre: … le nacieron siete hijos y tres hijas. 3 […] E iban sus hijos y hacían banquetes en sus casas, cada uno en su día; y enviaban a llamar a sus tres hermanas para que comiesen y bebiesen con ellos. Y acontecía que habiendo pasado en turno los días del convite, Job enviaba y los santificaba, y se levantaba de mañana y ofrecía holocaustos conforme al número de todos ellos. Porque decía Job: Quizá habrán pecado mis hijos, y habrán blasfemado contra Dios en sus corazones. De esta manera hacía todos los días” (Job 1:2, 4-5).  Este es un padre que demuestra su preocupación por la vida espiritual de sus hijos y que espera verlos siempre en el camino de la voluntad de Dios.  Él pensaba y decía: “Quizá habrán pecado mis hijos, y habrán blasfemado contra Dios en sus corazones”.  Por eso fue un padre que no se quedaba con los brazos cruzados, sino siempre recurría a Dios para rogar por cada uno de sus hijos.  En aquellos tiempos, la manera común y aceptable de hacerlo era mediante sacrificios para invocar el favor de Dios por los hijos; y por eso Job: “ofrecía holocaustos conforme al número de todos ellos”. En la actualidad, ya no tiene que ser mediante sacrificios. Pero, usted, ¿qué esfuerzos hace para que sus hijos no sean atraídos y arrastrados por el poder del pecado, sino que se apeguen a una relación de fe en Dios como estoy suponiendo que usted ya lo está?

   Aun antes de los tiempos de Job, pero también en sus tiempos, por no decir que en realidad es asunto de todos los tiempos, como hasta el día de hoy, “el pecado” siempre ha convertido en perversa a cada generación que no toma en cuenta a Dios; y aun a los pocos que toman en cuenta a Dios, son afectados por la perversa generación que le toca vivir.  En los tiempos de Jesús y en los tiempos de los apóstoles no eran tiempos libres de pecado y de su correspondiente perversidad; pues siempre estaba a la vanguardia.  Es en ese contexto que en el contenido de la predicación del apóstol Pedro aquel día de la manifestación del Espíritu Santo, “… con otras muchas palabras testificaba y les exhortaba, diciendo: Sed salvos de esta perversa generación” (Hechos 2:40b).  Aquellos padres e hijos a quienes el apóstol Pedro les predicó aquel día tenían que luchar contra la propia perversidad de su tiempo, así como nosotros tenemos que luchar también contra la perversidad de pecado que nos ha tocado enfrentar en la actualidad.

   Fue por la propia influencia de la perversidad del pecado en el tiempo de aquellos habitantes de Jerusalén que estuvieron en las afueras del palacio de Pilato gritando en contra de Jesús: “¡Crucifícale!” (cf. Marcos 15:13-14); fueron dominados por ello. Es por la perversidad evidente de la generación de ellos que “se unieron en esta ciudad contra… Jesús, … Herodes y Poncio Pilato, con los gentiles y el pueblo de Israel” (cf. Hechos 4:27); entre ellos, los mismos dirigentes de la religión judía tanto del bando fariseo como del saduceo; fueron también dominados por ello. Por eso el apóstol Pedro les dice que todos ellos tenían que salvarse “de esta perversa generación”, no solamente la gente adulta, sino también sus hijos jóvenes, adolescentes, y hasta sus niños.  Pero, gracias a Dios, podemos observar que una buena cantidad de padres, y al mismo tiempo una buena cantidad de hijos, aceptaron para sus vidas las promesas de perdón y beneficios del Espíritu Santo para sus vidas. Qué hermosa escena de fe se vivió desde aquel día y momento y en los siguientes años en la vida de aquellas familias de creyentes, que se arrepintieron de sus pecados, que se bautizaron, y que se añadieron a la iglesia de nuestro Señor Jesucristo. De esta manera se salvaron de la “perversa generación” de su tiempo.

   Amados hermanos, padres e hijos de esta generación de pleno la tercera década del siglo XXI, también “para vosotros es la promesa, y para vuestros hijos” (Hechos 2:39a).  Solamente tenemos que luchar por nosotros mismos y por nuestros hijos; pero no estamos solos; contamos con el Espíritu Santo que aplica en nosotros y en nuestros hijos los beneficios de la obra redentora de Jesucristo.  Desde el día que llegó el Espíritu Santo, él está operando en la vida de los seres humanos que se exponen a escuchar el evangelio de Jesucristo que sus humildes siervos predicamos. El poder de la palabra de Dios y del Espíritu Santo que ha tocado nuestros corazones que quedaron compungidos reconociendo lo culpable de pecado que hemos sido contra Dios, también podrá tocar el corazón de nuestros hijos cuando ellos con nuestro apoyo se expongan a escuchar la misma palabra de Dios que nosotros escuchamos antes, y entonces, ellos también serán alcanzados por el cumplimiento de las promesas de Dios.  Luchemos con estos recursos divinos para que nuestros hijos sean alcanzados por la gracia de Dios.

 

   CONCLUSIÓN: Amados hermanos, quien tenga hijos que no han creído en la persona, mensaje, y obra de nuestro Señor y Salvador Jesucristo, no se de por vencido, pues el tiempo de la gracia no ha terminado. Hay tiempo, aunque no hay que dejar pasar el tiempo sin compartirles la palabra de Dios. Cuando usted tenga oportunidad escríbale frecuentemente algunos versículos bíblicos; en otra ocasión, compártale un sermón corto en video; en otra ocasión ponga en la mesa del comedor un folleto que exponga el plan divino de salvación por medio de Jesucristo; en otra ocasión haga usted oración por él; en otra ocasión dele un abrazo y un beso cuando él o usted salga de casa; otra ocasión dígale una bendición en el nombre de Dios; otra ocasión dígale que usted le ama; y así, aproveche usted todo recurso a su alcance para que él descubra el amor de Dios para su vida.  Las palabras del apóstol Pedro cuando dijo: “Porque para vosotros es la promesa, y para vuestros hijos” (Hechos 2:39a), sigue estando vigente hasta el día de hoy.  Pero, si usted en realidad no vive con fe en las promesas de Dios, entonces, es probable que usted mismo esté peor que su hijo o sus hijos.  Cerciórese de que usted ha recibido el cumplimiento de las promesas de Dios en su vida; y espere en que la palabra de Dios y el Espíritu Santo poderoso de Dios traigan convencimiento, arrepentimiento, y conversión a la vida de sus hijos.

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El Pbro. Diego Teh Reyes, es Licenciado en Teología y Servicio Social; Maestro en Estudios Teológicos; y Doctorante en Ministerio; y actualmente es Ministro de la Palabra y los Sacramentos como pastor de la Iglesia Nacional Presbiteriana de México "PENIEL", de la ciudad de Mérida, Yucatán.

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