LOS MEDIOS DE DIOS PARA BENDECIR A LAS PERSONAS

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LOS MEDIOS DE DIOS PARA BENDECIR A LAS PERSONAS

 Hechos 3:11-16.

 

   INTRODUCCIÓN: En los tiempos de Jesús y de los apóstoles, en Palestina, una de las enfermedades y discapacidad muy común, era la cojera.  Solamente como ejemplo, en la ocasión que Jesús alimentó a 4,000 personas junto al mar de Galilea, antes de ello, dice San Mateo que “se le acercó mucha gente que traía consigo a cojos, ciegos, mudos, mancos, y otros muchos enfermos; y los pusieron a los pies de Jesús, y los sanó; 31 de manera que la multitud se maravillaba, viendo a los mudos hablar, a los mancos sanados, a los cojos andar, y a los ciegos ver; y glorificaban al Dios de Israel” (Mateo 15:30-31).  Lo sorprendente de estos enfermos que eran traídos a Jesús, son mencionados por Mateo, en plural: cojos, ciego, mudos, mancos, etc…  Luego, ya no en Galilea, sino en Judea, cuando Jesús fue a una fiesta de los judíos, relata San Juan que “en Jerusalén, cerca de la puerta de las ovejas, [donde había] un estanque, llamado en hebreo Betesda, el cual tiene cinco pórticos. En éstos yacía una multitud de enfermos, ciegos, cojos y paralíticos, …” (Juan 5:2-3a).  También aquí los enfermos, entre ellos los cojos, son mencionados en número plural.  Unos dos años después, el día de la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén de Judea, luego de echar Jesús a los que vendían en el templo, relata siempre San Mateo que a Jesús: “… vinieron a él en el templo ciegos y cojos, y los sanó” (Mateo 21:14).  Siempre menciona a los cojos en plural.  Jesús tuvo un especial cariño por estas personas, y entre sus enseñanzas decía a sus oyentes: Mas cuando hagas banquete, llama a los pobres, los mancos, los cojos y los ciegos; 14 y serás bienaventurado; porque ellos no te pueden recompensar, pero te será recompensado en la resurrección de los justos” (Lucas 14:13-14). Había suficientes para que con ellos uno pueda llenar un salón de banquetes.  No eran pocos los que se encontraban en esta situación en aquellos tiempos.  Aunque Jesús sanó a muchos de ellos, por lo menos en dos ocasiones allí en Jerusalén, no los sanó a todos.

   Unos dos meses después de su resurrección, y a unos 15 días de su regreso al cielo, se resalta que una familia traía a un cojo miembro de su familia a una de las entradas del templo, la puerta conocida como la Hermosa “para que pidiese limosna de los que entraban en el templo” (Hechos 3:2b); y el cojo también estaba habituado a depender de la gente para su sustento que probablemente servía también para el resto de su familia.  Un día vio a los apóstoles Pedro y Juan que llegaban al templo para orar, y “cuando vio a Pedro y a Juan que iban a entrar en el templo, les rogaba que le diesen limosna” (Hechos 3:3).  Aquel pobre hombre, para vivir o más bien para sobrevivir, solamente tenía su esperanza tanto en el dinero como en las personas de fe que llegaban precisamente a las actividades del templo.  Pero ese día, parece que Pedro y Juan le fallaron con dinero porque no llevaban nada para darle; sin embargo, providencialmente ese mismo momento pudo tener fe en el nombre de Jesucristo, cuando le dijeron que se levante y camine. San Lucas explica que los apóstoles le dijeron: No tengo plata ni oro, pero lo que tengo te doy; en el nombre de Jesucristo de Nazaret, levántate y anda. Y tomándole por la mano derecha le levantó; y al momento se le afirmaron los pies y tobillos; y saltando, se puso en pie y anduvo; y entró con ellos en el templo, andando, y saltando, y alabando a Dios. Y todo el pueblo le vio andar y alabar a Dios” (Hechos 3:6-9).

   De esta bendita historia, les voy a predicar en este momento que: Ordinariamente Dios usa sus propios medios divinos para bendecir a las personas. / ¿Qué medios divinos propios ordinariamente usa Dios para bendecir a las personas? / Observemos especialmente en los versículos 11 al 16, la explicación que el apóstol Pedro le dio a la gente acerca de cómo es que este hombre antes cojo, fue bendecido por los medios divinos propios de Dios.

 

   El primer medio propio de Dios que ordinariamente usa para bendecir a las personas es:

I.- SU PODER.

Toda la gente estaba sorprendida o más bien maravillada de la sanación de aquel hombre antes cojo. En Jerusalén y en toda Palestina era sabido que Jesús había hecho este tipo de sanaciones en diversos lugares, pero nunca habían visto un milagro de este tipo por medio de sus apóstoles.  Cuando digo que, por medio de sus apóstoles no quiero decir que haya sido por un poder propio de ellos.  Cuando al momento la gente que quizá también iba a orar, o que estaba de paso por el lugar, se enteraron, se detuvieron en el lugar, y pronto llegó una gran cantidad de gente para ver la sanidad extraordinaria que había ocurrido a un cojo. La sanidad ocurrió en la zona de la puerta la Hermosa, pero como el sanado y los apóstoles siguieron hacia la puerta de Salomón, mucha gente también les siguió hasta allí, no solamente viendo al hombre sanado, sino teniendo una idea equivocada acerca de los apóstoles. No faltaban personas que estaban pensando que los apóstoles Pedro y Juan eran poderosos, o por lo menos que Pedro era poderoso porque fue él quien le dijo aquel antes cojo: No tengo plata ni oro, pero lo que tengo te doy; en el nombre de Jesucristo de Nazaret, levántate y anda. Y tomándole por la mano derecha le levantó; y al momento se le afirmaron los pies y tobillos” (Hechos 3:6-7).  Los apóstoles podían percibir que la gente estaba centrando su atención en ellos pensando que ellos eran poderosos, pues la sanación fue verdaderamente extraordinaria, pues no fue de una torcedura reciente de un pie, sino según San Lucas, en el versículo 2 dice que se trataba de un cojo de nacimiento” (Hechos 3:2), y en el capítulo 4 dice que para ese tiempo el hombre ya “tenía más de cuarenta años” (Hechos 4:22b); y durante todo este tiempo nada terrenal y humano le había sanado, sino hasta ahora con un poder poco conocido que obviamente tenía que ser divino.

   En este contexto, dice también San Lucas que: Viendo esto Pedro, respondió al pueblo: Varones israelitas, ¿por qué os maravilláis de esto? ¿o por qué ponéis los ojos en nosotros, como si por nuestro poder o piedad hubiésemos hecho andar a éste?” (Hechos 3:12). La explicación que Pedro les da a todos los que les siguieron, es que la sanación no dependió de “nuestro poder o piedad”, y les exhortó diciéndoles: “¿… por qué ponéis los ojos en nosotros, como si por nuestro poder o piedad hubiésemos hecho andar a este?”  En otras palabras, les estaba diciendo: ¿Saben qué? No es por nuestro poder que este hombre ya está caminando solo, sino que es por el poder de Dios. No sabemos qué esfuerzos habrán hecho los padres y familiares de este hombre desde que fue un bebé, un niño, o en su juventud.  No sabemos si este hombre había hecho esfuerzos propios como el acudir al estanque donde cada año acudía un ángel a mover el agua de allí, y el primero que lograba entrar al agua era sanado.  Pero, en fin, ya era un adulto, y nada le había sanado de su cojera.  En este momento, el poder de Dios le estaba dando una lección a la gente y al mismo cojo, que el poder de Dios es infinitamente mayor que el dinero, que los médicos, y que cualquier otro esfuerzo.

   El poder de Dios es tan grande para bendecir al ser humano.

  • En el Antiguo Testamento se reconocía que Dios “Es poderoso en fuerza de sabiduría” (Job 36:5); y que fue conocido como “poderoso en batalla” (Salmo 24:8); los israelitas sabían que Dios: “en las alturas es más poderoso que el estruendo de las muchas aguas, más que las recias ondas del mar” (Salmo 93:4).
  • El apóstol Pablo, para el que ha sido infiel a Dios, dice que “poderoso es el Señor para hacerle estar firme” (Romanos 14:4); que en tiempos de escasez “poderoso es Dios para hacer que abunde en vosotros toda gracia, a fin de que, teniendo siempre en todas las cosas todo lo suficiente, abundéis para toda buena obra” (2 Corintios 9:8); y que para los que oramos a Dios “… es poderoso para hacer todas las cosas mucho más abundantemente de lo que pedimos o entendemos …” (Efesios 3:20).
  • Y en la epístola a los Hebreos podemos leer explicaciones de que Dios “es poderoso para socorrer a los que son tentados” (Hebreos 2:18); y de que también “… es poderoso para levantar aun de entre los muertos, …” (Hebreos 11:19).

   Este es el Dios en quien creemos. Todo bien que nos ocurre, no es obra de ningún ser humano, ni de los pastores, ni de los evangelistas, ni de la iglesia misma en su conjunto, sino del poder de Dios. Si acaso pareciera que se trata de un poder humano, no lo es, pues siendo el Espíritu Santo el que nos llena de poder, entonces, el poder finalmente es de Dios, y no nuestro, ni de algún semejante nuestro, tal como lo explicó el apóstol Pedro a la gente que pensó que por un poder propio de él había sanado al cojo.

 

   El segundo medio propio de Dios que ordinariamente usa para bendecir a las personas es:

II.- SU HIJO.

   Basta con recordar las palabras que Pedro le dijo a aquel hombre que esperando la bondad de la gente se encontraba providencialmente aquel día en la puerta la Hermosa, del templo de Jerusalén: No tengo plata ni oro, pero lo que tengo te doy; en el nombre de Jesucristo de Nazaret, levántate y anda. Y tomándole por la mano derecha le levantó; y al momento se le afirmaron los pies y tobillos” (Hechos 3:6-7). No era necesaria la presencia física de Jesús como lo estuvo los casi cuatro años anteriores para poder sanar a un enfermo, o a un cojo como en este caso. Basta con la mención de su nombre. Pedro, solamente dijo: “en el nombre de Jesucristo de Nazaret”. Este Jesucristo, es el Hijo de Dios; y la razón por la cual el nombre de Jesucristo funciona poderosamente de esta manera, es por lo siguiente.

   A las personas que les siguieron desde la puerta la Hermosa donde ocurrió la sanidad hasta el Pórtico de Salomón, les explicó según la primera mitad del versículo 13, que: “El Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, el Dios de nuestros padres, ha glorificado a su Hijo Jesús” (Hechos 3:13a). Desde un principio hubo personas que creyeron que Jesús es nada menos que el Hijo de Dios, pero también una gran cantidad de personas nunca estuvieron dispuestas a aceptar que Jesús era el Hijo de Dios.  Durante los años del ministerio de Jesús, los demonios reconocieron que Jesús es el Hijo de Dios (cf. Mateo 8:29), los apóstoles cuando vieron a Jesús caminar sobre el mar reconocieron que él es el Hijo de Dios (cf. Mateo 14:33); en otra ocasión Pedro había reconocido lo mismo cuando le dijo a Jesús: Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente” (Mateo 16:16).  Pedro estaba super calificado para explicar esta realidad a aquellas personas.

   Los eventos ocurridos en Jerusalén durante el tiempo entre la crucifixión y la muerte de Jesús eran nada menos que señales que acreditaban que Jesús era el Hijo de Dios.  “El centurión, y los que estaban con él guardando a Jesús, visto el terremoto, y las cosas que habían sido hechas, temieron en gran manera, y dijeron: Verdaderamente éste era Hijo de Dios” (Mateo 27:54). Ahora, Pedro explica a esta gente, que Dos “ha glorificado a su Hijo Jesús”. Se refería a la realidad de que Dios no le dejó en estado de muerte, sino que le había resucitado, y aunque ya había ascendido al cielo, no dejaba por ello de tener poder sanador, protector, y salvador sobre las personas que le tengan fe.  Fue glorificado para que con solamente ser mencionado su nombre aquí en la tierra, su solo nombre que representa su persona trae bendición a la vida de los seres humanos.  Tan solamente basta invocar su nombre y él regala salvación a un pecador. Basta mencionar su nombre y traerá la bendición que una persona necesita, si está en su voluntad otorgar tal bendición.

   Amados hermanos, Jesús el Hijo de Dios, sigue siendo el medio para traer toda bendición al ser humano, incluso la salvación. Aquel día creo que Pedro y Juan no entraron al tiempo de oración, porque en cuestión de minutos llegaron el sumo sacerdote y una comitiva que le acompañaba, celoso de que los apóstoles les estén explicando a la gente acerca de la realidad y efectos de la resurrección de Jesús, pero Pedro tuvo que explicar también no solamente a la gente común sino a estos líderes religiosos que: Este Jesús es la piedra reprobada por vosotros los edificadores, la cual ha venido a ser cabeza del ángulo. 12 Y en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos” (Hechos 4:11-12).  Por ser Hijo de Dios, en él también hay no solamente bendiciones cotidianas, sino también la salvación del alma para que uno no perezca en la condenación eterna.  Rogamos a cada oyente de esta predicación que pidan al Hijo de Dios que salve a cada uno de ustedes, y si tienen alguna petición especial no duden en hacerla en su Nombre.  Dios sigue dando bendiciones en el nombre de su Hijo.

 

   El tercer medio propio de Dios que ordinariamente usa para bendecir a las personas es:

III.- LA FE.

   Cuando hablo de la fe como medio propio de Dios, no me refiero a que Él necesita fe, o que practique alguna fe que le sea necesaria para mantenerse divino y santo, sino que me refiero a que la fe que él reconoce y acepta en el ser humano para aplicar su poder y gracia en la vida humana, debe ser no una fe propia del ser humana, sino la fe que él primeramente da para que se pueda creer en Él y en Jesucristo su Hijo. Siguiendo el apóstol Pedro con su explicación a la gente acerca de cómo es que el antes cojo ha sido sanado; y habiéndoles explicado que Dios ha glorificado a Jesús su Hijo, ahora según el versículo 16, dos veces les resalta aquí el apóstol Pedro, la importancia de la fe para el proceso de recibir alguna bendición de Dios.  Primero les dice que la sanidad de aquel hombre ocurrió: “por la fe en su nombre, a éste, que vosotros veis y conocéis, le ha confirmado su nombre”; y luego les recalca: “y la fe que es por él ha dado a éste esta completa sanidad en presencia de todos vosotros” (Hechos 3:16).  Tal como lo indican estas palabras del apóstol Pedro, la fe en Jesucristo es necesaria para la obtención de sanidad en el nombre de Jesús.  Cuando se dice que es “en su nombre” (v. 16a), o como le dijera Pedro a aquel hombre: en el nombre de Jesucristo de Nazaret, levántate y anda” (v. 6), es porque, aunque Jesús no está físicamente presente, uno cree que verdaderamente él está presente de manera espiritual para otorgar la gracia que a no le hace falta.  Esta fe no es fácil tenerla si Dios no nos diera este don de creer esto. Es muy probable que aquel cojo no tenía antes esta fe, y al parecer tampoco la tenía en los instantes previos de su sanidad, pues lo único que tenía era fe y esperanza en el dinero en el oro o plata que le podía regalar la gente, pero al momento que le fue regalada por Dios esta fe que otorga primeramente salvación eterna, y luego cualquier otra bendición añadida, y justo en el instante que le dijeron por Pedro: “levántate y anda” (v. 6), ejerció la fe en el nombre que le dijeron: en el nombre de Jesucristo de Nazaret”.  Esta fe dada por Dios es la que da resultados salvadores y cotidianos.

   Pero, la fe no es solamente para recibir bendiciones cotidianas, sino también para ser salvo de la condenación eterna.  Al respecto, también el apóstol Pablo enseñó esto al respecto en su epístola a los Efesios diciéndoles: Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe” (Efesios 2:8-9).  Espero que todos ustedes tengan esto presente, y no estén tratando de ganar su salvación que ya ha sido ganada por Jesucristo, y pues, lo único que se requiere de nosotros es que tengamos fe en Jesucristo. Y no está demás recalcar que a los hebreos les fue escrito también, que: sin fe es imposible agradar a Dios; porque es necesario que el que se acerca a Dios crea que le hay, y que es galardonador de los que le buscan” (Hebreos 11:6). En todos los aspectos de nuestra vida, se requiere que el ser humano que busca agradar a Dios tenga fe en él.  La fe es el medio usado por Dios para derramar bendiciones a nuestra vida, pero esta fe solamente puede ser un medio válido en las manos de Dios cuando es él quien ha dado la capacidad de creer en él, y así no se trate en una fe de origen humano que no tiene la suficiencia para confiar verdaderamente en Dios y su Hijo.

   Amado hermano, si Dios ha puesto en usted el don de la fe, usted será siempre bendecido en la vida.  Solamente que usted deberá estar activo usando esa fe regalada por Dios.  Usted es responsable de que su fe no se debilite, sino que crezca.  Usted es responsable día a día de pedirle a Dios como lo hicieron los mismos apóstoles que le dijeron a Jesús: “Auméntanos la fe” (Lucas 17:5).  Usted de manera personal, debe decirle a Dios que aumente la fe de usted y la de su familia, y también de los creyentes en general.  La fe es una necesidad para que día a día seamos bendecidos por la gracia de Dios. Y esta fe útil, suficiente, y eficiente únicamente la podemos obtener de Dios.

 

   CONCLUSIÓN: Amados hermanos, la presencia del Espíritu Santo aquel día de Pentecostés, trajo al corazón de miles de personas a la vez, el don de la fe para que puedan creer en Jesucristo quien ya había sido antes previsto por Dios para que fuese conocido por ellos mismos. El mismo Espíritu Santo, tal como Jesús les dijo previamente que cuando fuese enviado desde el cielo “recibiréis poder” (cf. Hechos 1:8) se estaba cumpliendo en la ministración de los apóstoles, no solamente en la sanidad del antes cojo, sino en el reciente hablar en lenguas extranjeras, pero en los días siguientes se seguirá cumpliendo en muchísima gente comenzando con la de Jerusalén.  San Lucas dice que “los que creían en el Señor aumentaban más, gran número así de hombres como de mujeres; 15 tanto que sacaban los enfermos a las calles, y los ponían en camas y lechos, para que al pasar Pedro, a lo menos su sombra cayese sobre alguno de ellos” (Hechos 5:14-15).  El poder no era de Pedro que tan solamente con su sombra al pasar junto a los enfermos sanaban, sino que era el poder de Dios actuando por medio de ellos, pero finalmente es el poder de Dios.  La gente creía tanto “en el Señor” (v. 14).  Es decir, tuvieron una gran fe en el poder de Dios, y en el nombre de Jesucristo.  Que así seamos también cada uno de nosotros, y comprobaremos que Dios tiene abundantes y especiales bendiciones para nuestra vida.

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El Pbro. Diego Teh Reyes, es Licenciado en Teología y Servicio Social; Maestro en Estudios Teológicos; y Doctorante en Ministerio; y actualmente es Ministro de la Palabra y los Sacramentos como pastor de la Iglesia Nacional Presbiteriana de México "PENIEL", de la ciudad de Mérida, Yucatán.

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