FACTORES QUE ALEJAN DE LA UNIDAD DE LA IGLESIA
Hechos 4:32-37; 5:1-11.
INTRODUCCIÓN: Cuando una persona cree en Jesucristo, el Espíritu Santo nos une a la única iglesia universal que Jesucristo tiene en todo el mundo. El Espíritu Santo nos hace uno con todos los creyentes no importando en dónde estemos ni dónde estén los demás. No hay una iglesia de Jesucristo en cada continente de nuestro planeta, sino que en cualquier continente la iglesia es la misma que tenemos aquí, porque solamente hay una iglesia en todo el mundo, no hay dos. A esto se refirió el apóstol Pablo a los Efesios cuando les escribió que los creyentes debemos ser: “solícitos en guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz; 4 un cuerpo, y un Espíritu, como fuisteis también llamados en una misma esperanza de vuestra vocación” (Efesios 4:3-4). Él escribió esto porque hay personas creyentes que olvidan esta divina y bendita unidad no generada ni siquiera por nuestra estrategia, sino por Dios mismo. La unidad universal de la iglesia la tenemos que vivir en sus pequeñas partes que se encuentran tanto en las grandes ciudades como hasta en las más pequeñas comunidades, las cuales también llamamos iglesias o congregaciones, que no dividen la esencia de la unidad universal, sino que son una forma local de administrar la unidad de la iglesia. Todo creyente en Jesucristo debe voluntariamente unirse a una de estas iglesias o congregaciones como una evidencia de que está de acuerdo de que Dios mediante su Espíritu Santo le ha unido a la iglesia universal, pero sobre todo porque por medio de Jesucristo le ha salvado de la condenación eterna.
Sin embargo, hay personas que no tienen afecto por reunirse con otros creyentes que son nuestros hermanos, diciendo estas personas que en su propia casa siempre pueden orar a Dios, leer su palabra, y cantarle, aunque la verdad ni separan el diezmo, ni dan la ofrenda para cooperar con los proyectos de la misión de la iglesia, y la verdad ni oran ni lo suficiente ni lo necesario, y ni siquiera leen la palabra de Dios que dicen leer. Esto es un rechazo a la unidad universal de la única iglesia de Jesucristo de la que queramos o no queramos, Dios nos ha hecho parte de esa unidad, pero también es un rechazo a la iglesia donde cada uno debería reunirse. Desde que en los tiempos apostólicos surgió este fenómeno del alejamiento de algunos o quizá hasta de muchos creyentes con respecto a la unidad de la iglesia, el apóstol que escribió particularmente a los hebreos les dijo: “acerquémonos” a Dios mediante Jesucristo (cf. Hebreos 10:19-22, esp. v. 22), y “considerémonos unos a otros… […] no dejando de congregarnos, como algunos tienen por costumbre” (Hebreos 10:24-25a). Esto es para que mantengamos la unidad, no haciéndonos a un lado durante mucho tiempo “por costumbre”, es decir, sin razón verdaderamente aceptable para Dios. Debemos cuidar también la unidad, no permitiendo que, en una iglesia o congregación entre la discordia, la enemistad, la envidia, los pleitos, la herejía, las falsas doctrinas, y muchas cosas peligrosas más. Los oficiales de la iglesia tenemos la función de perfeccionar a la iglesia también en este detalle (cf. Efesios 4:11ss): “hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un varón perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo […] de quien todo el cuerpo, bien concertado y unido entre sí por todas las coyunturas que se ayudan mutuamente, según la actividad propia de cada miembro, recibe su crecimiento para ir edificándose en amor” (Efesios 4:13-16).
El texto que hoy hemos leído en Hechos 4:32-37; 5:1-16, es muy apropiado para aprender acerca de nuestro deber de no alejarnos de la unidad particularmente del grupo de creyentes al que hemos consentido formar parte para organizarnos y coordinarnos con respecto a nuestro deber de hacer más discípulos de Jesucristo. En Jerusalén cuando surgió la iglesia, dice San Lucas describiendo su unidad, que: “la multitud de los que habían creído era de un corazón y un alma” (Hechos 4:32ss), pero muy pronto vemos que con Ananías y Safira se rompió la preciosa unidad en la comunión de la iglesia de Jerusalén porque se dejaron influir por diversos factores. De esta mala experiencia de la historia de la iglesia primitiva, lo que ahora voy a predicarles es que: Hay diversos factores que conducen a un alejamiento de la unidad de la iglesia, de los cuáles los creyentes debemos tener cuidado. / ¿Cuáles son los diversos factores que conducen a un alejamiento de la unidad de la iglesia, de los cuales los creyentes debemos tener cuidado? / Permítanme exponerles algunos de estos factores.
El primer factor que conduce a un alejamiento de la unidad de la iglesia, del cual los creyentes debemos tener cuidado, es:
I.- LA AMBICIÓN POR EL DINERO.
El ambiente de unidad de la iglesia primitiva, según Hechos 4, es: “que no había entre ellos ningún necesitado; porque todos los que poseían heredades o casas, las vendían, y traían el precio de lo vendido, 35 y lo ponían a los pies de los apóstoles; y se repartía a cada uno según su necesidad” (Hechos 4:34-35). Pero, de repente un matrimonio, el de Ananías y Safira, rompió la regla de unidad, “Ananías, con Safira su mujer, vendió una heredad, 2 y sustrajo del precio, sabiéndolo también su mujer; y trayendo sólo una parte, la puso a los pies de los apóstoles” (Hechos 5:1b-2).
Nunca hubo una ley en la iglesia primitiva, ni instrucción de algún apóstol, que obligara a los creyentes a que vendieran sus propiedades y que la repartieran. De manera voluntaria decidieron hacerlo, porque hacerlo así no es nada incorrecto, pero cuando uno decide hacerlo, con un fin que debe glorificar el nombre de Cristo, y bendecir la edificación de los creyentes, y la causa del evangelio, es algo serio. Si uno ha dado su palabra directamente a Dios por medio de una oración, o aun si uno hubiese prometido algo a la iglesia en público o solamente a sus representantes, esa palabra dada, debe de ser cumplida. Pero, Ananías, con su mujer, no cumplieron lo que en su momento prometieron; por eso el apóstol Pedro le dijo a Ananías: “Reteniéndola, ¿no se te quedaba a ti? y vendida, ¿no estaba en tu poder?” (Hechos 5:4ab). Quién sabe cuál fue el motivo por el que hicieron el compromiso de entregar el importe de la venta de su propiedad. A lo mejor fue solamente para presumir socialmente un acto de falsa o insuficiente bondad o generosidad no conforme al corazón de Dios; pero lo que es evidente es que en sus corazones hubo avaricia, o ambición por el dinero. Es evidente que no lo querían dar, sino quedarse con ello, porque lo que les estaba carcomiendo el alma, la ambición por el dinero. Eso fue lo que a ellos les alejó de la unidad de la iglesia.
En la actualidad, también hay personas en las iglesias, que por ambición o amor al dinero se alejan de la unidad de la iglesia. Ya no están presentes como antes, ya no aportan para el sostenimiento de la obra de Dios, ya no ofrecen ni su tiempo ni sus fuerzas para los trabajos que llegan a ser necesarios. Que el factor ambición por el dinero, no nos aleje de la unidad de la iglesia, y mucho menos de Dios. Quitemos los espinos que podrían estar en nuestro corazón que dan entrada a la ambición por el dinero, por que como dijo Jesús con respecto a la siembra del Buen Sembrador, que: “El que fue sembrado entre espinos, éste es el que oye la palabra, pero el afán de este siglo y EL ENGAÑO DE LAS RIQUEZAS ahogan la palabra, y se hace infructuosa” (Mateo 13:22). Que con sencillez, y humildad, nos mantengamos en unidad en la fe, en la asistencia, en el servicio, en la cooperación, y en todo aquello que se requiera de la unidad.
El segundo factor que conduce a un alejamiento de la unidad de la iglesia, del cual los creyentes debemos tener cuidado, es:
II.- LA INFLUENCIA DE SATANÁS.
Así de real y preciso: La influencia de Satanás, porque este ser infernal, odia toda obra que Dios se propone llevar a cabo tanto en el cielo como en la tierra. Cuando el apóstol Pedro, vio que, de lo prometido, Ananías “trayendo sólo una parte, la puso a los pies de los apóstoles” (Hechos 5:2), inmediatamente le dijo: “Ananías, ¿por qué llenó Satanás tu corazón para que mintieses al Espíritu Santo, y sustrajeses del precio de la heredad?” (Hechos 5:3). Observen que detrás de esta ambiciosa decisión y acción de Ananías, así como de la complicidad de su esposa, el que estaba detrás era nada menos que “Satanás”. El corazón de Ananías no tenía poca ambición, sino que estaba “lleno” de ella, pero quien le había llenado el corazón fue Satanás, pero porque tanto él como su esposa le estaban dando lugar a Satanás en su vida. Y Satanás no pierde oportunidad de tal manera que no solamente llenó de ambición sus corazones sino también de mentira y de robo, pues la pregunta de Pedro así lo indica cuando dice: “¿por qué llenó Satanás tu corazón para que mintieses al Espíritu Santo, y sustrajeses del precio de la heredad?”. “Mintieses”, y “sustrajeses”, son los dos efectos causados por la llenura que Satanás hizo en el corazón de ambos esposos. La mentira es la misma táctica que desde el principio de la creación usó Satanás, la serpiente que engañó a Eva, cuando le dijo que no es cierto que si Adán y Eva comían del fruto no permitido morirían. La mentira de Satanás en ese entonces fue: “No moriréis” (cf. Génesis 3:4b); y la verdad demuestra lo contrario. Jesús, ante un grupo de judíos dijo de ese diablo que: “no ha permanecido en la verdad, porque no hay verdad en él. Cuando habla mentira, de suyo habla; porque es mentiroso, y padre de mentira” (Juan 8:44b).
¡Qué hermosa era la unidad de la iglesia cuando “la multitud de los que habían creído era de un corazón y un alma” (Hechos 4:32ss)! pero cuando Satanás logró llenar el corazón de aquel creyente, o quizá de aquel supuesto creyente, o de los dos: Ananías y Safira, las cosas cambiaron, pues comenzó la desunión. La iglesia no quedó mal ni ante la gente ni ante Dios, sino que quienes quedaron mal ante Dios fueron aquellos dos que dejaron de participar de la unidad en la generosidad y de tener en común todas las cosas, apartando así su compromiso de unidad con los demás. Muchas veces la causa es de Satanás, pero la culpa es de uno mismo, porque Satanás realmente no puede hacer todo lo que él quiera hacer con nosotros y en nosotros. El apóstol Pablo le escribió a los Efesios “Ni deis lugar al diablo” (Efesios 4:27), y el apóstol Santiago escribió también al respecto: “resistid al diablo y huirá de vosotros” (Santiago 4:7). Recuerden que nuestro Señor y Salvador Jesús cuando fue tentado por el mismo diablo, le resistió hasta que no le quedó de otra al diablo que dejar de tentarle.
No permitamos que la influencia de Satanás afecte nuestro corazón, para que la unión de todos los que nos reunimos en esta amada iglesia de Jesucristo sea también “de un corazón y un alma” (Hechos 4:32). Que ningún corazón sea influenciado por Satanás, para enajenarnos de la vida y misión de esta iglesia. Satanás siempre ha querido destruir toda obra de Dios desde el cielo, el planeta tierra, el matrimonio, la familia, la sociedad, y hasta la existencia y misión de la iglesia. Pero, nosotros debemos y podemos tener cuidado de que él no nos influencie, porque él es la causa de los males que llegan a aquejar a la iglesia, pero la culpa es más nuestra que de él, porque dejamos que él tome control de nuestra voluntad, decisiones y acciones.
El tercer factor que conduce a un alejamiento de la unidad de la iglesia, del cual los creyentes debemos tener cuidado, es:
III.- LA MENTIRA AL PROMETER LO QUE UNO NO VA A QUERER CUMPLIR.
Las preguntas y la afirmación que el apóstol Pedro le hace a Ananías cuando le dice: ¿por qué llenó Satanás tu corazón para que mintieses al Espíritu Santo, y sustrajeses del precio de la heredad? 4 Reteniéndola, ¿no se te quedaba a ti? y vendida, ¿no estaba en tu poder? ¿Por qué pusiste esto en tu corazón? No has mentido a los hombres, sino a Dios” (Hechos 5:3-4), son muy claras de que cuando uno ha prometido algo, como dije antes, aunque no directo a Dios por medio de una oración, y aunque sea a la iglesia o a sus representantes, pero también cuando prometemos algo a alguna persona en particular, es considerado por Dios como algo totalmente serio y sagrado que uno debe cumplir; y si uno no lo cumple, Dios considera que le hemos mentido a Él.
No importa a quién uno haya mentido, Dios considera que a quien uno ha mentido es a Él. Es por eso que al no entregar íntegramente lo que Ananías y Safira habían prometido compartir para el bienestar de la gente que más lo necesitaba, el apóstol Pedro le explica a Ananías que lo que ha hecho es mentir “a Dios” (v. 4). El versículo 3, en la primera parte de la primera pregunta que el apóstol le hace a Ananías cuando le dice: “¿por qué llenó Satanás tu corazón para que mintieses…?”, es claro que el problema de Ananías no era un pecado escandaloso, sino un pecado silencioso porque se desarrolla en el corazón, pero aun así es altamente peligroso; primero, porque ofende a Dios; segundo, porque hace que uno falte al prójimo o a la iglesia; y tercero, porque toda falta cometida no quedará sin consecuencia.
Los pecados del corazón, aunque silenciosos, no quedan ocultos por siempre, pues para empezar Dios los conoce, tal como lo explicó Jesús con respecto del adulterio que no consiste necesariamente una relación física, sino que basta con “cualquiera que mira a una mujer para codiciarla, ya adulteró con ella en su corazón” (Mateo 5:28); o si igualmente una mujer mira a un hombre y le codicia, ya adulteró con él en su corazón. El corazón es donde comienza toda clase de pecado cuando es influenciado por Satanás, y Dios se ofende cuando uno deja que el pecado siga brotando más del corazón. En nuestro caso debemos también tener cuidado de no caer en el error de la mentira que brota del corazón, porque quien miente a alguien o a la misma iglesia, igualmente miente “al Espíritu Santo”, “a Dios”.
Nosotros también, cuando nos unimos a la iglesia prometimos delante de nuestros hermanos que cuidaremos de la unidad de la iglesia, que apoyaremos con nuestros diezmos y ofrendas, que trataremos a los hermanos con respeto, etc… Debemos analizar si luego de haber hecho tal promesa, ahora lo estamos cumpliendo, porque si no, lo que estamos haciendo es lo mismo que hicieron Ananías y su esposa. Ellos se alejaron de la unidad de la iglesia en la que entonces todos eran “de un corazón y un alma” (Hechos 4:32), pero ellos dejaron de amar a los que más necesitaban y por quienes se habían comprometido a vender lo que tienen y darlo para el bienestar de ellos. En nuestro caso, cuando no cumplimos las cosas que prometimos la ocasión cuando nos añadimos la iglesia, también hace que nos alejamos de la unidad con la iglesia, mintiendo igual de esta manera como Ananías “No … a los hombres, sino a Dios”.
CONCLUSIÓN: Amados hermanos, todos los que nos congregamos debemos tener un fuerte y sólido sentido de unidad con la misión de la iglesia. Debemos ser una iglesia que en unidad proclama el evangelio, adora a Dios, discipula a los creyentes, y sirve al prójimo. Que no mintamos a la iglesia, al Espíritu Santo, a Dios, y a nosotros mismos con respecto de esta unidad que debemos manifestar todos. Que el dinero, Satanás, y la mentira en nuestras promesas y compromisos, no nos alejen de la unidad de esta iglesia en donde Dios nos puso para que le sirvamos.
Quiero concluir con una observación muy especial. Hasta este momento no he resaltado que la consecuencia que Ananías y Safira sufrieron fue la muerte como un acto de la ira y juicio espontáneo de Dios; y la noticia de tal acontecimiento trajo como resultado general tanto para el público como para la misma iglesia, un aumento de temor de Dios. Relata San Lucas que: “Al oír Ananías estas palabras (las palabras de cuestionamiento que el apóstol Pedro le hizo), cayó y expiró. Y vino un gran temor sobre todos los que lo oyeron” (Hechos 5:5). ¿Hubo o vino que, sobre todos? “un gran temor”. Y tres horas después cuando Safira acudió a la reunión de la iglesia para ver a su marido, luego de ser confrontada y no decir la verdad “Al instante ella cayó a los pies de él, y expiró; y cuando entraron los jóvenes, la hallaron muerta; y la sacaron, y la sepultaron junto a su marido. 11 Y vino gran temor sobre toda la iglesia, y sobre todos los que oyeron estas cosas” (Hechos 5:10-11). ¿Qué fue lo que vino “sobre toda la iglesia, y sobre todos los que oyeron estas cosas”? Igualmente “vino gran temor”. Quiera Dios y quiera usted que hoy, luego de escuchar esta predicación, el temor de Dios aumente en cada uno de nosotros, y no nos atrevamos a amar más el dinero antes que a Dios y su obra, que no nos atrevamos a permitir que Satanás influencie y llene nuestro corazón con pecados que ofenden el nombre y el Ser de Dios, y que no nos atrevamos a mentir a nadie porque ello implica mentir al Espíritu Santo y a Dios. ¡Que Dios les bendiga, y sigamos en unidad con la iglesia donde Dios nos ha permitido poder congregarnos!
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