LA FAMILIA DEBE CIMENTARSE EN LAS PROMESAS DIVINAS DE SALVACIÓN ETERNA

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LA FAMILIA DEBE CIMENTARSE EN LAS PROMESAS DIVINAS DE SALVACIÓN ETERNA.

Hechos 2:37-47.

 

   INTRODUCCIÓN: Las promesas de salvación eterna de Dios se cumplen en el ser humano pecador no porque las personas sean capaces de conseguir por sí mismas su salvación, sino porque Dios, a quienes Él eligió desde la eternidad les capacita para creer en Jesucristo y recibir la salvación que Dios mismo preparó para ellas. Por eso tenemos un Salvador que nos salva no del 00.01 al 99.99 por ciento, sino totalmente del 00.01 al 100.00 por ciento.  Ni una sola centésima, ni milésima parte corresponde a alguna contribución nuestra o de otra fuente que no sea Jesucristo.  Nuestro Salvador Jesucristo no nos salvó de una parte, ni de la mayor parte, sino de la totalidad de nuestra antes condenación eterna.

   La primera promesa salvadora que encontramos en la Biblia que data de los comienzos de la historia humana, se cumple totalmente solamente por una sola persona, por Jesucristo.  Cuando Dios le dijo a la serpiente, o sea, al diablo mismo, que: “pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre tu simiente y la simiente suya; ésta te herirá en la cabeza, y tú le herirás en el calcañar” (Génesis 3:15), es claro que la simiente de la mujer, la cual tiene aplicación en la persona de Jesucristo “nacido de mujer” (Gálatas 4:4), sería la persona que “herirá en la cabeza” con golpe mortal al tentador; pero el diablo mismo en su condición de ser rastrero solamente causaría a Jesucristo algún daño que no llegaría en dimensión más allá del calcañar de Jesús.  Esto tiene explicación en que la muerte de Jesús en la que el diablo estuvo implicado bajo el control de Dios, no le causó más que una muerte física breve, pero Jesús venció este máximo esfuerzo del diablo, recuperando la vida para no morir nunca más, y garantizando así en su momento la resurrección a todos aquellos que creen en él.  De esta manera, el diablo queda herido “en la cabeza”, sin que los seres humanos tengamos que machacarle como sugiere cierta canción. Jesús le ha vencido más que machacado.  Eso le hace ser nuestro 100% Salvador.  Aquella sentencia de Dios al diablo está incluida la primera promesa de salvación del ser humano total y solamente por medio de Jesucristo.  Es la primera promesa de salvación eterna en la que se fundamenta la salvación de todos los elegidos de Dios desde la eternidad, porque en dicha promesa queda clarificado que solamente hay un salvador.

   Pero, en toda la biblia, se estima que hay no pocas sino 3,573 promesas[1] que tienen que ver tanto con la salvación eterna, así como con situaciones de vivencias mientras estamos aquí en la tierra. Pero estas promesas no son solamente para individuos sino para familias enteras, para tribus, para un pueblo entero, para una nación escogida por Dios. Hoy son también promesas para las naciones, para la iglesia de Jesucristo, y para nuestras familias. En todo el Antiguo Testamento, y especialmente el libro de los Hechos se puede apreciar cómo las promesas de Dios no son asuntos personales sino siempre extensibles al resto de la familia, e incluso a los descendientes de quien ha recibido alguna promesa.  Con este entendimiento, les indico que lo que en este momento voy a predicarles es que TODA FAMILIA DEBE CIMENTAR SU FE EN LAS PROMESAS DIVINAS DE SALVACIÓN ETERNA. / ¿Por qué toda familia debe cimentar su fe en las promesas divinas de salvación eterna? / En la siguiente exposición permítanme presentarles dos razones para ello.

 

   La primera razón por la que toda familia debe cimentar su fe en las promesas divinas de salvación eterna es:

I.- PORQUE SON PARA FAMILIAS.

   En la historia de los Hechos de los apóstoles cuando se nos dice que tras la primera predicación del apóstol Pedro, el día de Pentecostés que se convirtieron “como tres mil personas” (Hechos 2:41); y otro día no tan lejano que después de otra predicación del apóstol Pedro, dice San Lucas que “muchos de los que habían oído la palabra, creyeron; el número de los varones era como cinco mil” (Hechos 4:4); pero en la misma diferenciación de que “los varones eran como cinco mil” se puede percibir que también habían mujeres presentes que también habían creído.  Además, en las reuniones que se llevaban a cabo en el Pórtico de Salomón, donde Pedro solía predicar, San Lucas informa que se congregaban también mujeres, pues relatando el crecimiento del número de conversos, dice que: “los que creían en el Señor aumentaban más, gran número así de hombres como de mujeres” (Hechos 5:14).

   En todo el Antiguo Testamento cuando se contaba a los integrantes de una tribu, se contaba por su cantidad de varones de veinte años para arriba (cf. Éxodo 30:14; 38:26; Números 14:29; 26:2, 4), capaces de ir a la guerra (Números 1:3), o que representan a sus familias (Números 1:18, 20, 22, 24, 26, 28, 30, 32, 34, 36, 38, 40, 42, 45), etc… pero también en los evangelios, y aun en la historia de Los Hechos de los Apóstoles, el conteo de las multitudes era referenciado solamente con la cantidad de varones presentes, que por lo general eran indicadores de cuántas familias estaban presentes o representadas en determinado evento; sin embargo, de esta manera estaban contabilizados por familias.

   En los evangelios, en la historia de la alimentación de personas que Jesús hizo con tan solo 7 panes y pocos pececillos, Mateo dice de la cuenta de las personas: “Y eran los que habían comido, cuatro mil hombres, sin contar las mujeres y los niños” (Mateo 15:38). Los mismo cuando Jesús alimentó a la gente con cinco panes y dos peces, el mismo Mateo dice de la cuenta de las personas: “Y los que comieron fueron como cinco mil hombres, sin contar las mujeres y los niños” (Mateo 14:21).  Así que en cada evento había más personas (mujeres y niños), o sea familias, después de la cantidad de varones que se menciona.

   Desde el día de Pentecostés, había tanto hombres como mujeres que escucharon al apóstol Pedro, y creyeron en Jesucristo.  Solamente que no se menciona en el relato la cantidad de ellas.  En otras palabras, los que estaban allí presentes, eran matrimonios, y eran familias.  Había hijos de familia también entre ellos. En Hechos 5 tenemos el caso notable de un matrimonio, el de Ananías y Safira, un matrimonio que había creído en Jesucristo; y como el matrimonio de estos, es de esperarse que una gran mayoría de los primeros 3000 y luego de los 5000 varones convertidos, eran representantes de familias. El evangelio siempre fue un mensaje no personal sino familiar con quienes se estaría construyendo una comunión de personas llamada iglesia.

 

   La segunda razón por la que toda familia debe cimentar su fe en las promesas divinas de salvación eterna es:

II.- PORQUE SE CUMPLEN CON FAMILIAS.

   El primer bloque de la predicación del apóstol Pedro consistió en la exposición de que todo el movimiento que estaba ocurriendo desde que de repente vino del cielo un estruendo como de un viento recio que soplaba, el cual llenó toda la casa donde estaban sentados; y se les aparecieron lenguas repartidas, como de fuego, asentándose sobre cada uno de ellos. Y fueron todos llenos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les daba que hablasen” (Hechos 2:2-4), era el cumplimiento de una promesa hecha por Dios desde hace unos 800 antes en el tiempo de su profeta Joel (Cf. Hechos 2:14-21; Joel 2:28-32).  En Joel 2 esta promesa dice que la promesa del Espíritu Santo sería no solamente para los padres de familia, sino para los hijos, las hijas, los ancianos de la familia, los jóvenes, los siervos y las siervas (cf. Joel 2:28-29); es decir, era para toda la familia.  Incluso los siervos y las siervas eran considerados como parte de la familia.  Este don del Espíritu Santo era para que la familia tenga el poder de Dios para servirle en sus propósitos divinos, salvadores, y eternos. De esta manera queda claro que esta promesa se cumple no solamente con individuos sino con familias.

   El segundo bloque de su predicación consistió en hacerles ver que la maldad de ellos hasta crucificar a Jesús, fue realmente “por el determinado consejo y anticipado conocimiento de Dios” (Hechos 2:23), y que Dios le resucitó y le recibió en su trono en su diestra en los cielos, tal como implicaba una promesa que él le había hecho hace unos mil años al rey David su siervo a quien con juramento le dijo: “… que de su descendencia, en cuanto a la carne, levantaría al Cristo para que se sentase en su trono” (Hechos 2:22-37; esp. v. 30). La resurrección, la ascensión, y el recibimiento de Jesús en el trono del Padre celestial, también es parte del cumplimiento de otras promesas de Dios para bendecir primeramente a la descendencia de David, pero también para todos los judíos, luego para todos los israelitas, y luego para el griego, para el bárbaro, para el escita (cf. Colosenses 3:11); al asiático, al africano, al europeo, al americano del norte, centro y sur; al mexicano de todos nuestros estados; para cuantos el Señor nuestro Dios llamare” (Hechos 2:39b). Así como fue para la familia de David, también es para nuestras familias.

   Y en el tercer bloque consistió en llamarles al arrepentimiento, al bautismo, al perdón de los pecados, al recibimiento del prometido don del Espíritu Santo, al llamamiento de Dios, a la salvación, al recibimiento de la palabra de Dios, y al añadirse a la iglesia que estaba naciendo (cf. Hechos 2:38-41). Y desde un principio, “como” ocho mil personas tomaron esta decisión (cf. Hechos 2:41 por los primeros 3,000; y Hechos 4:4 por los siguientes 5,000); y no hay duda alguna que además muchas mujeres se iniciaron en este gloriosa y divina fe del cristianismo; y también no hay duda de que se iniciaron en la fe con todos sus hijos, y también con todos sus siervos quienes tenían siervos en su poder que eran considerados parte de la familia.  Es decir, el evangelio ha sido por naturaleza un mensaje para toda la familia. El Espíritu Santo desde el día de Pentecostés del año 33 d.C., llegó a este mundo como un cumplimiento de la promesa de Dios para fortalecer la vida espiritual no solamente personal sino también familiar de quienes profesamos la fe en Cristo.

   El evangelio es de Jesucristo es el cumplimiento de las promesas de Dios; y quien lo cree está cimentando toda su vivencia en las promesas de Dios.  El apóstol Pablo enseñó a los romanos que “… Cristo Jesús vino… para mostrar la verdad de Dios, para confirmar las promesas hechas a los padres” (Romanos 15:8). Y si “las promesas” fueron “hechas a los padres”, y si el cumplimiento de “las promesas” es Jesucristo, entonces la promesa de salvación no es solamente para el que cree primero, sino también para los hijos, y para su descendencia.  Así que, si Dios nos ha hecho llegar ahora su evangelio por medio de Jesucristo su Hijo, él también quiere que nuestros hijos y toda nuestra familia reciba el cumplimiento de sus promesas para sus vidas.

 

   CONCLUSIÓN: A través de todas las Sagradas Escrituras podemos observar cómo familias, tribus enteras, y una nación entera cimentaron su existencia en las promesas de Dios. Por ejemplo, Abraham dependió de diversas promesas: 1) que Dios haría de él una nación grande aun cuando ya estaba viejo y no tenía hijo, y su esposa estéril, y Dios le cumplió su promesa; 2) que Dios le daría una tierra a él, y se la dio porque vivió en ella; y que se la daría a su descendencia, y Dios se lo cumplió.  Su familia descendiente, hasta el día de hoy, siguen siendo el pueblo de la promesa de Dios, porque Dios sigue cumpliendo en ellos, sus promesas hechas a Abraham, desde hace como 4,000 años.  Es más, por las promesas hechas por Dios a Abraham, nosotros como iglesia, como familias, y como creyentes individuales, somos “herederos de la promesa” (Gálatas 3:29) porque como dice el apóstol Pablo a los Gálatas que “los que son de fe, éstos son hijos de Abraham” (Gálatas 3:7). Nosotros también debemos cimentar nuestra vida en las promesas de Dios.

   El apóstol Pablo a los Gálatas les explica esta realidad y verdad diciéndoles que: “… Abraham creyó a Dios, y le fue contado por justicia. Sabed, por tanto, que los que son de fe, éstos son hijos de Abraham. Y la Escritura, previendo que Dios había de justificar por la fe a los gentiles, dio de antemano la buena nueva a Abraham, diciendo: En ti serán benditas todas las naciones. De modo que los de la fe son bendecidos con el creyente Abraham” (Gálatas 3:6-9). “Y si vosotros sois de Cristo, ciertamente linaje de Abraham sois, y herederos según la promesa” (Gálatas 3:29).  Esto fue explicado por el apóstol Pablo, como 2000 años después de haber sido dada la promesa a Abraham, y aun por el tiempo transcurrido era verdad en tiempos del apóstol Pablo, porque Dios ve a los creyentes de sus promesas como una sola familia.  Hoy a casi 2000 años después de Pablo, y a unos 4,000 años después de Abraham, somos también “herederos de la promesa” (Gálatas 3:29), porque Dios nos considera como una sola familia con Abraham, con los israelitas sus descendientes, e incluso con los judíos, pues hasta Jesús es considerado como nuestro hermano mayor.  Y hablando de “herederos de la promesa”, San Pablo, explica en su epístola a Tito, que somos “herederos conforme a la esperanza de la vida eterna” (Tito 3:7).

   Esta herencia solamente la reciben aquellas personas que creen en Jesucristo como su único y suficiente Señor y Salvador. Es una gran bendición para quienes en este momento en su familia están acompañados de alguien más que ha creído en Jesucristo. Ojalá que, en su familia, además de usted haya otros creyentes en Cristo; y si no los hay, hay que orar para que la gracia de Dios se siga extendiendo en su familia, y hay que presentarles el evangelio de Jesucristo para que crean en él.  Pero, aunque solo o mejor si su familia es creyente, sigan confiados y cimentados en las promesas de Dios.  Sus promesas son para salvación y vida eterna.  Sus promesas son para sostenernos en esta vida en santidad y fe, y llegar a la eternidad por medio de su Hijo Jesucristo.  Cualquier otro cimiento o fundamento que no sea Jesucristo, y que alguien o alguna familia tenga, sepan que no lleva a la eternidad con Dios, sino que en ese caso aplica las palabras del proverbio de Salomón que dice: “Hay camino que parece derecho al hombre, pero su fin es camino de muerte” (Proverbios 14:12; 16:25).  Es por eso que el objetivo de este mensaje es pedirles que caminen con el Cristo de la promesa de Dios, el Cristo que nos libra del camino de la muerte eterna, y nos introduce al camino de la vida eterna.  No hay mejor fundamento que el Cristo de Dios prometido por él prácticamente desde la eternidad, confirmado con garantía desde que el ser humano se convirtió en pecador y merecedor de la muerte.  Que nuestras familias estén cimentadas en las promesas de salvación eterna por medio de Jesucristo.

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[1] https://creciendoenlapalabrahoy.com/c-doctrina/cuales-son-las-3573-promesas-de-la-biblia/#Versiculos_de_la_Biblia_sobre_promesas

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El Pbro. Diego Teh Reyes, es Licenciado en Teología y Servicio Social; Maestro en Estudios Teológicos; y Doctorante en Ministerio; y actualmente es Ministro de la Palabra y los Sacramentos como pastor de la Iglesia Nacional Presbiteriana de México "PENIEL", de la ciudad de Mérida, Yucatán.

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