EN BUSCA DE GOZO PARA LA VIDA
Hechos 8:26-40
INTRODUCCIÓN: Nuestro texto bíblico para el mensaje de este momento, resalta no solamente a Felipe el diácono por su destacada obediencia en ir evangelizar, sino también a otro personaje procedente del extranjero descrito por San Lucas como “un etíope, eunuco, funcionario de Candace reina de los etíopes, el cual estaba sobre todos sus tesoros, …” (Hechos 8:27b); en este caso, el etíope es el evangelizado. Su historia es muy interesante porque resalta cómo Dios actúa para la salvación de los pecadores. Lo que es obvio en el texto es que cuando un ángel de Dios instruye al evangelista Felipe que vaya desde algún lugar de Samaria a la carretera que va de Jerusalén a Gaza, un lugar no tan cerca de donde se encontraba Felipe, Dios ya había determinado que cuando Felipe llegara a dicho lugar, allí estaría en el camino el etíope que necesita saber las buenas nuevas de Jesús y su evangelio para que este hombre reciba la gracia de la salvación. Dios había preparado el momento para la evangelización que haría Felipe, y para la creencia en Jesucristo que haría el etíope. Este hombre, habiendo creído que Jesucristo es el Hijo de Dios, pidió a Felipe que le bautizara. Felipe le recalcó que solamente podría ser bautizado si creía que Jesucristo es el Hijo de Dios. El etíope, inmediatamente le confirmó a Felipe que él ya ha creído que Jesucristo es el Hijo de Dios. En fin, el etíope fue bautizado, como era natural que los que creían fuesen bautizados como el grupo de los 3,000 el día de Pentecostés (cf. Hechos 2:41). Pero, lo que más quiero destacar en este mensaje es que aquel hombre extranjero, luego de su bautismo, dice San Lucas que “siguió gozoso su camino” (Hechos 8:39). Por fin, este hombre encontró en Jesucristo, el mejor motivo en la vida para sentirse gozoso.
San Lucas, en la primera parte de sus dos escritos históricos, en el libro conocido como evangelio según San Lucas, escribió en tres ocasiones, una al principio, otra más o menos en medio de su libro, y otra al final, que Jesús es motivo de gozo. Cuando relata el anuncio del nacimiento de Jesús a los pastores, registra que las palabras de uno de los ángeles fueron: “… he aquí os doy nuevas de gran gozo, que será para todo el pueblo” (Lucas 2:10b). Cuando relata 3 parábolas que ilustran el arrepentimiento de personas, concluye en cada parábola que hay gozo “en el cielo” (Lucas 15:5-7), que hay gozo “delante de los ángeles” (Lucas 15:9), y que hay gozo en los que acompañan al arrepentido (cf. Lucas 15:24), y no hay duda de que también hay gozo en el que se arrepiente. Y en el final de su libro cuando relata una de las apariciones de Jesús a sus discípulos, indicando que Jesús les muestra las heridas de sus manos y pies, y les invita a que le palpen para que vean que es él resucitado, menciona que ellos maravillados no lo podían creer, pero estaban al mismo tiempo llenos “de gozo” (Lucas 15:41). En esta segunda parte de su historia, en el libro de los Hechos de los Apóstoles, San Lucas no deja de registrar el gozo del etíope tras conocer la verdad acerca de Jesucristo, y creer en él.
Pero ahora, basado en la historia y específicamente en las acciones del etíope de la historia de Hechos 8, voy a predicarles que: Para hallar gozo en Jesús es necesario tener las actitudes espirituales esenciales. / ¿Cuáles son las actitudes espirituales esenciales que se debe tener para hallar gozo en Jesús? / Permítanme presentarles, las tres actitudes espirituales esenciales necesarias.
La primera actitud espiritual esencial necesaria para hallar gozo en Jesús es:
I.- QUERER CONOCER LA VERDAD.
Uno de los datos que San Lucas nos proporciona acerca de este etíope es que: “había venido a Jerusalén para adorar” (v. 27). Normalmente, los que viajaban por lo menos una vez al año a Jerusalén para adorar era israelitas o específicamente judíos, porque si querían ser verdaderamente piadosos, estaban obligados en obediencia a la ley de Moisés, a presentarse delante de Dios en el templo que se encontraba en esa ciudad. Pero, este hombre no era ni judío ni israelita, sino totalmente etíope, por lo que no tenía ninguna obligación religiosa de acudir a Jerusalén a adorar a Jehová el Dios de los israelitas; sin embargo, desde siempre, todo extranjero que deseaba pertenecer al pueblo de Dios bien podía consagrarse a Dios, y puede ser contado como Hijo de Dios sin importar su nacionalidad, raza, y familia de origen. Es así como aquel hombre, no hay duda de que por un mover del Espíritu Santo de Dios estaba en busca de la verdad y de una satisfacción que llenara su vida de un gozo verdadero y eterno. Etiopía estaba más lejos que Egipto, estaba al sur de Eritrea, al sureste de Sudán, al suroeste de Somalia, y al norte de Kenya. Si hubiese aviones en aquel tiempo, recorrería de Etiopía a Jerusalén, unos 2570 kilómetros, pero como era a pie o en un carruaje tirado por caballos, el recorrido era de unos 4120 kilómetros. Es como atravesar toda la república mexicana de sur a norte y entrar como unos 1000 kilómetros más en los Estados Unidos de América. Ida y vuelta de Etiopía-Jerusalén-Etiopía debió haber sido un recorrido como de 8,240 kilómetros.
Pero, este hombre viajó hasta allí, quizá porque había escuchado acerca del ministerio de Jesús, o porque había escuchado la noticia de la resurrección y ascensión de Jesús de quien se hablaba en todas partes de que era el Hijo de Dios. En fin, vino “a Jerusalén para adorar” (v. 27). Pero, no solamente para adorar, sino también para conocer la verdad, y la conoció. Es interesante observar que ahora de regreso a Etiopía cuando es alcanzado por Felipe en una carretera hacia el sur de Jerusalén rumbo a Gaza, el etíope, aunque no entendía la aplicación profética de su lectura, iba leyendo una porción del rollo del profeta Isaías. Esto quiere decir, que es muy probable que pudo comprarse una copia de parte o quizá de todo el rollo, o quizá hasta más rollos de otros profetas. Debió pagar un buen dinero para obtener el rollo, pero seguro que lo obtuvo porque debió percatarse que muchos en Jerusalén hablaban de Jesús como el Mesías prometido según las Sagradas Escrituras. Este hombre fue guiado por el Espíritu Santo a obtener una copia de por lo menos la profecía que iba leyendo cuando fue alcanzado por Felipe quien se juntó al carro en el que viajaba el etíope. Él quería conocer la verdad, y halló la verdad, pues Dios dice: “me buscaréis y me hallaréis, porque me buscaréis de todo vuestro corazón” (Jeremías 29:13), y así se cumplió con el etíope. El Espíritu Santo que manifestó su venida en Jerusalén, no se limitó a actuar en Jerusalén, sino que estaba actuando en todas partes y ciudades del mundo entero como Etiopía a más de 4,000 mil kilómetros de Jerusalén; y no solamente actuaba en las ciudades, sino aun en los caminos y carreteras de todo el mundo, como en la carretera Jerusalén-Gaza. Así es como la gracia del conocimiento salvador acerca de Jesucristo, llegó a la experiencia del etíope.
Es evidente que, durante su estadía en Jerusalén, donde en ese tiempo habían más de 8,000 creyentes, y donde todos los días se estaba predicando a Jesucristo, este hombre tuvo alguna dificultad para creer en Jesucristo, o bien quizá solamente medio creyó, por lo que no se bautizó en Jerusalén como todos lo hacían en Jerusalén desde el momento de creer. Es interesante como es que nadie le explicó allá en Jerusalén acerca de las profecías que se encontraban en el rollo de Isaías con respecto a Jesús, pues por eso cuando Felipe se acercó a él y le preguntó si entendía lo que leía, su respuesta inmediata que demuestra su fuerte y sincero deseo de conocer la verdad, fue: “Te ruego que me digas: ¿de quién dice el profeta esto; de sí mismo, o de algún otro?” (Hechos 8:34). Fue por ello también que “… Felipe, abriendo su boca, y comenzando desde esta escritura, le anunció el evangelio de Jesús” (Hechos 8:35), y el etíope manifestó creer verdadera y totalmente en Jesús. Fue entonces en ese momento cuando realmente comenzó a sentir gozo en su corazón por haber creído en él, y ya quería bautizarse. Pero, antes de ello, el etíope tuvo que querer conocer la verdad, y la halló en Jesús, leyendo la palabra de Dios, y aceptando la explicación que el evangelista Felipe le anunció.
Quiera Dios que usted estimado oyente, hoy que usted está buscando la verdad, y teniendo igualmente la palabra de Dios en sus propias manos, y escuchando la predicación que un servidor le anuncia a usted mediante no el poder de mis palabras y persuasión sino por el poder del Espíritu Santo, ruego a Dios que, si usted no ha creído antes en Jesús el Hijo de Dios, pues, ahora mismo crea usted verdadera y completamente en él. Eso le traerá a la vida de usted el mejor y verdadero gozo que usted necesita en la vida.
La segunda actitud espiritual esencial necesaria para hallar gozo en Jesús es:
II.- CONFESAR QUE UNO CREE EN JESÚS.
Creer en Jesús y confesar que uno cree en Jesús, no es siempre fácil para algunos o quizá muchos, aunque en realidad no es difícil. Lo difícil para creer en Jesús (para algunas personas) consiste en que tienen que luchar con sus propios prejuicios en contra del evangelio cristiano, y en no querer fácilmente cambiar las creencias muy distintas que uno ha tenido en su propia cultura, país, etnia, ciudad, o familia, porque generalmente choca en contra de lo que se debe creer con respecto a Jesús. Este hombre etíope, no hay duda de que estaba fuertemente influenciado por la religión y los dioses de Etiopía. Pero, cuando el Espíritu Santo de Dios le movió desde Etiopía para ir a Jerusalén, fue para que tuviera el conocimiento de la salvación por medio de Jesucristo, y para que tuviese la correspondiente fe necesaria para ser salvo de la condenación eterna que pesa sobre todos los seres humanos de todas las naciones.
Pero, tras la explicación que Felipe le hizo, habiendo sido enviado Felipe expresamente para anunciarle acerca de Jesús, este hombre terminó creyendo en Jesús. Comenzó a desear ser bautizado como supo que hacían todos los que habían creído en Jerusalén. Felipe no le quiso bautizar a la ligera, sino que le explicó primero al etíope que el bautismo era para los que confesaban creer en Jesús, pues le dijo: “Si crees de todo corazón, bien puedes”. Entonces, inmediatamente el etíope le dijo a Felipe: “Creo que Jesucristo es el Hijo de Dios” (Hechos 8:37). Si una persona cree en Jesucristo, no debe quedarse con una fe silenciosa únicamente para su propio corazón, sino que uno tiene la responsabilidad de confesarla delante de otros creyentes e incluso de ante no creyentes. El apóstol Pablo, explicando a los romanos acerca de esta confesión de que uno cree en Cristo, les dice: “Esta es la palabra de fe que predicamos: 9 que si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo. 10 Porque con el corazón se cree para justicia, pero con la boca se confiesa para salvación” (Romanos 10:8b-10). El etíope confesó que cree en Cristo.
Amado oyente, acerca del que cree y no lo confiesa, no puede saberse si en verdad cree; pero, cuando uno confiesa que cree, y si esta confesión es verdadera, resulta que dicha confesión expresa nada menos que el gozo de haber conocido el bendito evangelio de Dios, el gozo de haber conocido al único Hijo de Dios que hizo todo lo necesario para dar la salvación al pecador que no podría salvarse por sí solo. Esto es lo que nos ha ocurrido: No pudiendo salvarnos nosotros mismos, “Cristo murió por nosotros” (Romanos 5:8), pues “vino al mundo para salvar a los pecadores” (1 Timoteo 1:15). Si usted confiesa que cree en Jesús, usted estará manifestando que está gozoso de haber sido salvado por él.
La tercera actitud espiritual esencial necesaria para hallar gozo en Jesús es:
III.- PREFERIR A JESÚS SOBRE CUALQUIER OFERTA TERRENAL.
Basta con observar que el etíope de nuestra historia era nada menos que un “… funcionario de Candace reina de los etíopes, el cual estaba sobre todos sus tesoros” (Hechos 8:27b). La Nueva Traducción Viviente le describe mejor como “tesorero de Etiopía, un eunuco de mucha autoridad” (NTV); y la Nueva Versión Internacional le describe como un “alto funcionario encargado de todo el tesoro” (NVI). Con estos datos, podemos estar seguros de que no era un esclavo, ni un empleado pobre con salario mínimo, sino un hombre bien pagado que podía darse el privilegio de darse un viaje como de 8,000 kilómetros de distancia, y ausentarse un buen tiempo de sus labores. Dinero, sin duda que no le hacía mucha falta, y autoridad la tenía sobre el no poco personal que estaba bajo su mando y administración. Pero, no usó su privilegio de tener una comodidad económica para excusarse de no creer en el Jesucristo que a un joven rico cerca de Jericó en Judea le dijo: “anda, vende todo lo que tienes, y dalo a los pobres, y tendrás tesoro en el cielo; y ven, sígueme, tomando tu cruz” (Marcos 10:21). El etíope no tenía dificultad alguna para tomar su cruz a favor de Jesús. No tenía problema para hacerse discípulo de Jesús. Estaba listo para preferir a Jesús sobre cualquier otra oferta terrenal como el dinero y la autoridad que antes había tenido la bendición de poseer gracias a la dignidad del trabajo que había estado desempeñando en Etiopía.
De nada redentor y salvador le hubiese servido el haber viajado los primeros más de 4,000 kilómetros hasta Jerusalén, y ahora viajar otros 4,000 kilómetros de regreso a Etiopía, si no regresaba gozoso de haber encontrado en Jesucristo el Hijo de Dios la salvación eterna de su alma, primeramente, pero en realidad de su ser entero. De nada le hubiese servido un viaje tan largo, de nada le hubiese servido haber estado en Jerusalén, de nada salvador le hubiese servido haber realizado algún acto de adoración en Jerusalén, si no hubiese creído en Jesucristo como su único y suficiente Señor y Salvador. En su creencia comenzó a disfrutar un gozo inefable en su corazón. Pareciera que tras su bautismo fue que “siguió gozoso su camino” (Hechos 8:39), pero no es así porque el bautismo era y sigue siendo solamente una expresión visible y pública que sella la realidad divina de salvación que está ocurriendo en el corazón. El gozo del cristiano nunca son las cosas externas que uno hace o que a uno le hacen como por ejemplo al ser bautizado, sino que el gozo del cristiano es directa y eficazmente producido por Jesucristo en el corazón. Por eso cuando el apóstol Pablo enseña a los Filipenses, les dice: “Regocijaos en el Señor siempre. Otra vez digo: ¡Regocijaos!” (Filipenses 4:4). No les dice que se regocijen en su bautismo o en alguna otra experiencia humana, aun cuando tenga una estrecha relación con la fe cristiana, sino que el gozo del que cree en Jesucristo debe proceder y estar siempre fundamentado en la persona y obra redentora y salvadora de Jesucristo. Es así como el gozo de aquel etíope que “siguió gozoso su camino”, fue por haber preferido a Cristo antes que cualquier otra oferta terrenal como el dinero y la autoridad o poder, que de hecho ya lo tenía en Etiopía, pero eso no le hacía feliz ni gozoso.
Estimado oyente, hoy usted que no ha creído en Jesucristo, no debe retirarse de este lugar donde estamos reunidos sin haber creído y confesado que usted cree en Jesucristo. Él es la única fue de gozo verdadero y eterno que los seres humanos necesitamos, y estoy seguro que usted lo anhela tener y sentir, pues ahora está disponible esta gracia del gozo divino para usted por medio de Jesucristo. Solamente no se confíe usted en todas las cosas terrenales que le han dado a usted estabilidad económica, y piense que no necesita a Jesucristo. El gozo en la vida no consiste en la abundancia de bienes que uno posee, sino que consiste en la comunión que uno tenga con Dios por medio de su Hijo Jesucristo. Hay que doblegar el corazón orgulloso que tenemos para darle lugar al ser divino que nos hará más y verdaderamente felices, lo que el dinero, el trabajo, el poder o la fama nos puede dar de manera solamente parcial, emocional, y temporal. ¿Quiere usted algo eterno, y que tenga un efecto bendito en usted desde hoy hasta el último día de su vida aquí en la tierra? Solamente Jesús lo tiene disponible para los que creen en él.
CONCLUSIÓN: Para concluir, permítame preguntarle ¿cómo seguirá hoy su camino de regreso a casa? ¿Triste o gozoso? ¿Por qué triste? Usted no tiene que seguir triste cuando el gozo de Dios está disponible para su corazón. Si usted ha venido hoy aquí como aquel etíope en busca de la verdad, usted ha encontrado la verdad no en mí sino en la palabra de Dios, y por ello, hoy usted debe regresar a casa con el gozo de Dios en su corazón. Usted solamente tiene que dar el paso de creer en Jesucristo y decir como aquel etíope: “Creo que Jesucristo es el Hijo de Dios” (Hechos 8:37). Justo en ese momento, todos los pecados que usted ha cargado con culpabilidad que pesa sobre usted, quedarán perdonados para siempre. Dice la palabra de Dios: “¡Oh, qué alegría para aquellos a quienes se les perdona la desobediencia, a quienes se les cubre su pecado!” (Salmo 32:1, NTV), o en palabras de la versión RV60: “Bienaventurado aquel cuya transgresión ha sido perdonada, y cubierto su pecado” (Salmo 32:1, RV60). Usted se sentirá bienaventurado, feliz, dichoso, o alegre al saber que en verdad por creer en Jesucristo sus pecados son perdonados. ¿Creerá hoy usted en Jesucristo como su único y suficiente Señor y Salvador? Si es así, entonces usted regresará hoy a casa, lleno de gozo por haber creído en Jesucristo. Dios le bendiga grandemente.
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