TÓMALO EN CUENTA CUANDO PREDIQUES DE CRISTO
Hechos 10:34-43.
INTRODUCCIÓN: En el mensaje de este momento, seguimos con el texto de Hechos 10 que relata la historia de cómo Dios trabajó en la vida del centurión romano Cornelio, y en la vida de parientes, así como de amigos íntimos suyos. En esta ocasión vamos a centrar nuestra atención, no en el relato de las respectivas visiones que tanto el apóstol Pedro como el mismo Cornelio tuvieron, sino en la predicación que el apóstol Pedro presentó allá en Cesarea Marítima (una ciudad al Oeste de Galilea, junto al Mar Mediterráneo), en Casa de Cornelio, a él y a sus amigos íntimos. Pero, específicamente lo que les voy a predicar en este momento es que cuando predicamos el evangelio a la gente hay diversas verdades esenciales acerca de Cristo que uno debe tomar en cuenta. / Los versículos 34 al 43 son los que contienen aquella predicación que el apóstol Pedro expuso en la casa donde Cornelio se encontraba. Pero, cuando hablo de predicar no me refiero solamente del hablar la palabra de Dios detrás de un púlpito de iglesia, sino también a las conversaciones que hacemos con los demás con el propósito de que crean en Jesucristo para su salvación. Originalmente, predicar era pararse en algún lugar público y comenzar a hablar en voz fuerte para que el mensaje que uno quiere comunicar sea oído por los que se detienen, e incluso por los que solamente están de paso por el lugar. Así que, usted que habla de Cristo a otros, o que quiere hablar de él, usted también es un(a) predicador(a). Toda la iglesia sin excepción somos predicadores. Por eso es importante saber qué todos sepamos que es lo que uno debe tomar en cuenta cuando predicamos. A veces tenemos que explicarlo, a veces, solamente tenerlo en cuenta para tratar correctamente a quien o quienes nos escuchan.
El apóstol Pedro, muy bien tomó en cuenta estas verdades esenciales, que a decir verdad no solamente en su predicación en casa de Cornelio, sino que también en sus predicaciones anteriores como las del día de Pentecostés como se indica en Hechos 2 y hasta en Hechos 3. Pero ¿cuáles son las diversas verdades esenciales acerca de Cristo que debemos tomar en cuenta cuando predicamos el evangelio? Observemos la predicación del apóstol Pedro, y aprendamos cuáles son tales verdades esenciales.
La primera verdad esencial acerca de Cristo que debemos tomar en cuenta cuando predicamos, es:
I.- QUE DIOS NO HACE ACEPCIÓN DE PERSONAS.
Cuando Pedro llegó a casa de Cornelio, una de las primeras cosas que platicó con él, y con los que él había reunido, fue: “Vosotros sabéis cuán abominable es para un varón judío juntarse o acercarse a un extranjero; pero a mí me ha mostrado Dios que a ningún hombre llame común o inmundo; 29 por lo cual, al ser llamado, vine sin replicar” (Hechos 10:28-29). Cuando llegó el momento de predicar, dice San Lucas que: “Entonces Pedro, abriendo la boca, dijo: En verdad comprendo que Dios no hace acepción de personas, 35 sino que en toda nación se agrada del que le teme y hace justicia” (Hechos 10:34-35). Los judíos e israelitas en general llegaron a pensar que la salvación era solamente para ellos por el solo hecho de que eran descendientes de Abraham, y más particularmente de Jacob también llamado Israel; y que la nación donde ellos vivían era como que la única de la que Dios se podía agradar. Pedro había entendido que no es así, “sino que en toda nación se agrada del que le teme y hace justicia”. Los judíos, consideraban que toda persona ajena a ellos era gente impura a quienes ni siquiera deberían acercarse porque podrían ser afectados en su santidad. Sin embargo, Dios tenía previsto desde la antigüedad que también podrían pertenecer a su pueblo, personas de otros ascendientes, aun ajenos de Jacob y de Abraham, e incluso sin importar en qué país hayan nacido, crecido, y antes vivido. Pedro quería que Cornelio entendiese esto también.
Cuando el apóstol Pablo les escribe a los romanos acerca de lo que merecen los que hacen lo malo, y lo que recibirán los que hace lo bueno, les escribió: “tribulación y angustia sobre todo ser humano que hace lo malo, el judío primeramente y también el griego, 10 pero gloria y honra y paz a todo el que hace lo bueno, al judío primeramente y también al griego; 11 porque no hay acepción de personas para con Dios” (Romanos 2:9-11). Cuando Dios tiene que aplicar con justicia lo que cada uno debe recibir tanto en esta vida como en la eternidad, “no hay acepción de personas con Dios”. No importa si uno es extranjero griego o de otra nacionalidad o familia, o si uno no es judío ni descendiente de Jacob o de Abraham. No importa si uno es mexicano o de otra nacionalidad, uno es aceptado por Dios, siempre y cuando uno se acerque a él con la fe que él requiere, y por medio de Jesucristo.
Nosotros como iglesia predicadora del evangelio, no debemos ser como los judíos de los tiempos bíblicos y apostólicos, que rechazaban a los que Dios bien tenía entre sus planes para salvar. Debemos predicar el evangelio sin acepción de personas.
La segunda verdad esencial acerca de Cristo que debemos tomar en cuenta cuando predicamos, es:
II.- QUE CRISTO ES SEÑOR DE TODOS.
En su predicación, el apóstol Pedro, al explicarles a sus oyentes extranjeros que: “Dios envió mensaje a los hijos de Israel, anunciando el evangelio de la paz por medio de Jesucristo; …”, les enfatizó acerca de Jesucristo, que: “éste es Señor de todos” (Hechos 10:36-37). En realidad, los israelitas y los judíos sabían que son elegidos de Dios para formar una nación especial de Dios aquí en la tierra, pero que no por eso Dios haría a un lado al resto de las naciones y familias del mundo. Sabían que no eran consentidos de Dios, sino solamente elegidos, e incluso solamente como un parte del Gran Plan General de Salvación que Dios estaba estableciendo para todo el mundo. Dios nunca se proclamó Señor solamente de los israelitas o de los judíos únicamente, sino que siempre se identifica en toda la historia de la revelación que él “es Señor de todos”, aunque muchos entre los israelitas y judíos no así lo querían entender; sin embargo, había quienes sí lo entendían correcta y adecuadamente.
El mismo apóstol Pedro todavía estaba luchando con el mal concepto popular de su tiempo, pero había estado corrigiendo su entendimiento acerca de esta gran verdad. Recientemente, el apóstol Pedro, desde el día de Pentecostés en su predicación a toda la gente israelita que le escuchó en su primera predicación, les dijo: “Sepa, pues, ciertísimamente toda la casa de Israel, que a este Jesús a quien vosotros crucificasteis, Dios le ha hecho Señor y Cristo” (Hechos 2:36). El apóstol resaltó que Jesús fue hecho por Dios “Señor y Cristo”. Esto es lo que un primer grupo como de tres mil personas, y lo que un siguiente grupo como de cinco mil personas, creyeron, y fueron salvos. Tras la visión que el apóstol Pedro había tenido, él tuvo que mejorar inmediatamente sus puntos equivocados al respecto de esta verdad, de tal manera que en su predicación en casa de Cornelio les dice a todos los extranjeros allí presentes que Jesucristo “es Señor de todos”. Esto es lo que Cornelio y sus invitados tenían que creer.
Ellos, estaban acostumbrados a pensar que el emperador, el César romano, era el señor, y por ello sentían una altísima devoción de servir al emperador como si se tratase de un dios, pero ahora, tenían que entender que Jesús es el “Señor de todos”, y que merece ser servido por todo ser humano, no importando si uno no es judío, no importando si uno es romano, o de cualquier otra nacionalidad. Esto es lo que buscamos que la gente entienda y crea cuando les predicamos acerca de Cristo. Debemos ser una iglesia que predique a Cristo, no pensando que Jesucristo es Señor solamente de nosotros, porque él lo es “de todos”.
La tercera verdad esencial acerca de Cristo que debemos tomar en cuenta cuando predicamos, es:
III.- QUE CRISTO TIENE EL PODER DE DIOS.
Continuando el apóstol Pedro con su predicación les dice a Cornelio, a sus parientes y a sus amigos: “Vosotros sabéis lo que se divulgó por toda Judea, comenzando desde Galilea, después del bautismo que predicó Juan: 38 cómo Dios ungió con el Espíritu Santo y con poder a Jesús de Nazaret, y cómo éste anduvo haciendo bienes y sanando a todos los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él” (Hechos 10:37-38). En esta parte de sus palabras, el apóstol Pedro resalta que Dios ungió no solamente con el Espíritu Santo a Jesús, sino que le ungió también “con poder”. Es con este poder divino que Jesús “anduvo haciendo bienes y sanando a todos los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él”.
Durante su ministerio usó el poder de Dios para muchos eventos. Usó su poder cuando ordenó a un impetuoso mar que se calmara, y así ocurrió. Usó su poder cuando convirtió el agua en vino; cuando sanó a cojos, a ciegos, a paralíticos. Pero, quiero resaltar cuando a un paralítico: “Ten ánimo, hijo; tus pecados te son perdonados” (Mateo 9:2c), y que cuando sus adversarios juzgaron su declaración, les preguntó: “¿qué es más fácil, decir: Los pecados te son perdonados, o decir: Levántate y anda?” (Mateo 9:5). Obviamente, afirmar algo es más fácil que hacer algo. Pero, Jesús les dijo: “Pues para que sepáis que el Hijo del Hombre tiene potestad en la tierra para perdonar pecados (dice entonces al paralítico): Levántate, toma tu cama, y vete a tu casa” (Mateo 9:6). Y el resultado fue que: “Entonces él (el paralítico) se levantó y se fue a su casa” (Mateo 9:7).
Lo que Jesús les estaba diciendo es que, si ustedes creen que es fácil decir una declaración de perdón, tiene razón es fácil, pero decir que alguien sane de su parálisis y que se levante no es nada fácil, pero yo puedo hacer que este paralítico sane y se levante, porque tengo el poder de Dios para que esto ocurra en él. Todos habrán estado de acuerdo en que demuestre si de verdad tiene el poder para hacerlo. Seguramente que hubo un silencio para dar paso a lo que Jesús seguiría diciendo. Y Jesús, hablándoles de él mismo, les dijo que él quería que ellos sepan que: “el Hijo del Hombre tiene potestad (o sea, poder) en la tierra para perdonar pecados”. Jesús es el depósito divino del poder de Dios para muchas cosas, pero lo principal es para perdonar y salvar pecadores de la condenación eterna. Pero, también tiene poder de sanar personas cuando se le pide, si ello concuerda con su soberana y sabia voluntad. Esto es lo que también debemos saber y compartir cuando predicamos de Cristo a otras personas. Que predicamos a un Cristo poderoso con un evangelio igualmente poderoso, tal como el apóstol Pablo habló de Cristo y su evangelio en la introducción de su epístola a los romanos, en donde les escribió: “no me avergüenzo del evangelio, porque es poder de Dios para salvación a todo aquel que cree; al judío primeramente, y también al griego” (Romanos 1:16). Aquí también relaciona la no acepción, con el poder de Dios en Cristo para la salvación.
La cuarta verdad esencial acerca de Cristo que debemos tomar en cuenta cuando predicamos, es:
IV.- QUE CRISTO MURIÓ EN LA CRUZ.
Desde antes que Jesús comenzara su ministerio de predicación, el profeta Juan el Bautista, al ver que Jesús venía hacia él, le dijo a la gente que le escuchaba en la orilla del río Jordán: “He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo” (Hechos 1:29, cf. v. 36). Le llamó Cordero. El cordero fue un animal considerado puro, dócil, que era utilizado en diferentes culturas como apropiado para ofrecerse en sacrificio para las deidades. Al Dios de Israel, de los judíos, también se ofrecían corderos en sacrificio como ofrendas por el pecado cometido como señal de búsqueda de perdón por el pecado cometido. Pero, siendo solamente un animal, no era el sacrificio perfecto que se ofrecía, sino solamente una representación de la muerte que merece el pecador que ofrece el sacrificio; y entonces el sacerdote que ofrecía el sacrificio declaraba perdón en el nombre de Dios, al pecador arrepentido.
Jesucristo como el Cordero de Dios tal como correctamente lo percibió e identificó Juan el Bautista, tendría también que morir en sacrificio por la culpa del pecado de la humanidad, y más específicamente de los elegidos de Dios. Pero tratándose de un ser sin culpa alguna de pecado, sería entonces, el sacrificio perfecto esperado por la humanidad para que ya no sea más necesario el sacrificio de ningún animal más. Solamente que el sacrificio santo y agradable del Cordero de Dios, no se dio sobre un altar en el templo de Dios en Jerusalén, sino que fue ejecutado en una cruz romana destinada para personas halladas culpables de pecado, aunque fue obvio que Jesús no fue hallado culpable de nada ni por las autoridades civiles ni por las autoridades religiosas, aun así, le condenaron a muerte.
Esto fue lo que les predicó a los judíos el día de Pentecostés, acusándoles al decirles que: “prendisteis y matasteis por manos de inicuos, crucificándole” (Hechos 2:23b), y les añadió: “Sepa, pues, ciertísimamente toda la casa de Israel, que a este Jesús a quien vosotros crucificasteis, Dios le ha hecho Señor y Cristo” (Hechos 2:36). Esto mismo fue lo que les estaba explicando a Cornelio y sus invitados cuando les dijo: “Y nosotros somos testigos de todas las cosas que Jesús hizo en la tierra de Judea y en Jerusalén; a quien mataron colgándole en un madero” (Hechos 10:39). No fue cualquier persona que fue colgada en aquel madero, era nada menos que el Hijo de Dios. Fue el único verdaderamente humano que siendo santo nos podía representar para que el derramamiento de sangre antes requerido para el perdón de nuestros pecados, fuese una realidad perfecta y eterna, hecha “una vez para siempre” (cf. Hebreos 7:12; 9:26; 10:10, 12). La muerte de Jesús fue necesaria para el perdón de los pecadores elegidos por Dios para su salvación eterna; y su muerte fue eficaz. Esto es lo que también tenemos que saber y hacer saber a la gente cuando predicamos de Cristo.
La quinta verdad esencial acerca de Cristo que debemos tomar en cuenta cuando predicamos, es:
V.- QUE CRISTO FUE LEVANTADO EL TERCER DÍA.
En su predicación con respecto de Jesucristo, el apóstol Pedro dijo a Cornelio y sus invitados que: “A éste levantó Dios al tercer día, e hizo que se manifestase; 41 no a todo el pueblo, sino a los testigos que Dios había ordenado de antemano, a nosotros que comimos y bebimos con él después que resucitó de los muertos” (Hechos 10:40-41). Cuando dice Pedro que a Jesucristo le “levanto Dios al tercer día” está diciendo que Dios le resucitó; pero al final del versículo 41 expresa literalmente que lo que ocurrió con Jesús es que: “resucitó de los muertos”. Es interesante notar que sus apariciones como resucitado fue un privilegio especial, pues se apareció “no a todo el pueblo”; sin embargo, los que más privilegiadamente le vieron, que estuvieron, y hasta comieron y bebieron con él fueron primeramente algunas mujeres cercanas a su ministerio, y sus apóstoles. E incluso el conocimiento, y el saber la verdad de la resurrección de Jesucristo, es un privilegio solamente para aquellos que Dios “había ordenado de antemano”. Si usted puede creer en su resurrección, tenga por seguro que Dios le ordenado para salvación eterna. Entonces, crea usted en él, de una vez para siempre.
Predicar de Cristo o a Cristo, implica hacer saber al mundo, no solamente que murió para pagar la penas que merecen nuestros pecados, sino que también resucitó. Su resurrección es una de las evidencias de la satisfacción que Dios el Padre tuvo de haber aceptado la muerte de su Hijo como suficiente para que nuestros pecados sean pagados por ello, y como suficientes para que el perdón de Dios sea aplicado en nuestras vidas por medio de su Espíritu Santo, pero por el mérito de su Hijo Jesucristo quien después de su muerte, fue verdaderamente resucitado. El beneficio de este perdón es que nuestra culpabilidad de pecado ya no nos llevará a la condenación eterna e infernal, sino que nos librará de ello. La muerte de Jesús ganó que a sus creyentes les sea anulada la condenación; y su resurrección ganó que en el día de su regreso todos los creyentes en él resucitaremos con un cuerpo libre de pecado que no conocerá nunca más los males y miserias que hemos enfrentado en esta vida. Esto es lo que Pedro le estaba explicando a Cornelio, sus parientes, y sus invitados. Anunciar que Cristo resucitó es evidencia de nuestra parte que creemos que también resucitaremos para una vida glorificada en cuerpo y alma por la eternidad, y es lo mismo que también predicamos a la gente, y que esperamos que también crean.
CONCLUSIÓN: Predicar es dar a conocer el evangelio a personas que están caminando sin darse cuenta rumbo a la condenación eterna por causa del pecado. El resultado de la predicación que no es rechazada es la salvación igualmente eterna, que hace que el pecador primeramente crea en Jesucristo, y en consecuencia su destino eterno pasa a ser la gloria eterna y celestial del único Dios vivo y verdadero. Así que nuestro deber de predicar el evangelio a nuestros semejantes, no se trata de cualquier simple conversación o exposición en el que abordemos cualquier tema religioso, sino la exposición de las verdades acerca de Cristo. Cristo es la persona, Cristo es el contenido, y Cristo es el mensaje de la predicación y de la salvación. Que Dios bendiga a cada uno de ustedes amados hermanos predicadores del Jesucristo. Que nunca dejen de aprender las verdades esenciales del evangelio.
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