CUANDO DIOS TE LLEVA A VIVIR A OTRO LUGAR
Hechos 11:19-23.
INTRODUCCIÓN: No se da en todos los casos, pero en muchos casos Dios mueve a sus hijos de su lugar de residencia para ir a vivir a otro y a veces a otros lugares. Así lo hizo Dios con Taré y su hijo Abraham sus primeros llamados para formar su pueblo especial de entre todas las naciones del mundo. Le llevó de Ur de los caldeos, a una tierra que Taré y Abraham desconocían, pero que Dios les mostraría. En la estancia de Abraham en los diversos lugares donde estaría viviendo o solo de paso, e incluso en el lugar y desde el lugar donde se establecería para vivir, Dios le dijo: “y serán benditas en ti todas las familias de la tierra” (cf. Génesis 11:27-32; 12:1-3). Y Dios le llevó de Ur de los Caldeos, a Harán al norte de Mesopotamia, en Siquem en la tierra de Canaán, en el desierto del Neguev, en Egipto, luego regresó a la tierra de Canaán en Hai, en el encinar de Mamre, en Moriah, en Gerar, y en Hebrón donde murió. Lo mismo hizo Dios con su pueblo, los descendientes de Jacob, nieto de Abraham. Dios les hizo crecer en número en Egipto, y luego les hizo vivir en diferentes lugares durante 40 años mientras les permitía conquistar la tierra prometida. No es que Dios haya querido que sean propiamente nómadas, pero Dios les movió a vivir una vida migratoria a veces a escalas internacionales, y a veces a escalas solamente regionales.
Usted, por ejemplo, ¿cómo es que está viviendo en esta ciudad? Cada una de las familias que hoy nos encontramos en este culto venimos de diferentes lugares. ¿No es así? Por ejemplo, yo vine a esta ciudad de Mérida porque Dios movió el corazón de mis padres, a que yo consiguiera más opciones para progresar en la vida, pues si no lo hacía, y si me quedaba en el pueblo donde crecí, no podría continuar con mis estudios. De hecho, por otra necesidad, habíamos tenido que mudarnos de nuestro pueblo en una ocasión anterior a otro lugar durante un año. Pero, aunque humanamente buscábamos algún bien material, Dios siempre puso en nuestro camino, toda la provisión espiritual que siempre necesitamos. Cada uno de ustedes, y casi la totalidad, vienen de diferentes lugares tanto del interior del estado como de otros estados de nuestra amada república. Hemos sido migrantes no hacia otros países, pero sí para llegar a esta hermosa ciudad; sin embargo, es muy probable que antes de partir de este mundo a nuestro destino eterno, esta ciudad no sea el último lugar donde vivamos. Dios puede movernos en cualquier momento para llevarnos a otro lugar, y tendremos que estar listos y preparados si nos llega ese momento, y lo haremos para vivir bajo la soberana voluntad de Dios.
En el libro de los Hechos de los Apóstoles, partiendo de la instrucción de Jesús que dijo a sus apóstoles que “me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra” (Hechos 1:8); observamos que tras la manifestación de la presencia del Espíritu Santo en Jerusalén, el evangelio primeramente se estableció en la ciudad de Jerusalén de Judea, teniendo un crecimiento explosivo en un solo día de como 3,000 personas, otro día no tan distante del primer día con otras como 5,000 personas, y luego a otras cantidades de las cuales no hay un registro bíblico al respecto. Pero, como “no es de todos la fe” (2 Tesalonicenses 3:2), aunque de los que pareciera que la fe no era para ellos, la gracia de Dios les alcanzó como ocurrió con Saulo de Tarso. En aquellos tiempos, Saulo de Tarso, encabezó una persecución primeramente con los creyentes de Jerusalén, queriendo obligarles a que abandonaran la fe en Jesucristo y se hicieran nuevamente fariseos como él. En aquel tiempo, él fue testigo del primer asesinato comandado por él y ejecutado en contra de un discípulo y diácono de la iglesia de Jerusalén: Estaban. Y como la persecución contra los creyentes siguió, muchos tuvieron que salir de Jerusalén, para ir a otras ciudades. Dios movió a los creyentes para abandonar su lugar de origen. Todo esto para que el evangelio de Jesucristo no quedase limitado en solamente una ciudad del mundo, en Jerusalén.
Pero, lo que voy a predicarles en este momento es que: Dios tiene maneras extraordinarias para propagar el evangelio de Jesucristo su Hijo en todas partes del mundo. / ¿Cuáles son esas maneras extraordinarias? / Basado en el texto bíblico de nuestra lectura de Hechos 11:19-23, les voy a compartir, solamente 2 de estas maneras extraordinarias.
La primera MANERA EXTRAORDINARIA que Dios tiene para propagar el evangelio de Jesucristo su Hijo, en todas partes del mundo, es:
I.- LLEVANDO A SUS CREYENTES A VIVIR A OTROS LUGARES.
El versículo 19 de nuestro texto, que dice que: “… los que habían sido esparcidos a causa de la persecución que hubo con motivo de Esteban” (Hechos 11:19). Muchos creyentes, legítimamente en cuidado de sus vidas huyeron por temor a ser asesinados; no eran cobardes, pues siempre es bueno y necesario proteger la vida que Dios nos presta. La persecución para ser asesinados por causa de la fe fue usada por Dios para que su propósito se cumpla extendiendo el evangelio en todas las ciudades, aldeas, y rincones del imperio romano, tal como era su plan desde el principio, de llegar hasta lo último de la tierra
Pero quiero que observen, como por aquella persecución, los que fueron esparcidos: pasaron hasta Fenicia, Chipre y Antioquía. ¿Saben ustedes dónde se encuentran estos lugares, y a qué distancia de Jerusalén, el lugar de origen de todos los que fueron esparcidos? Según los mapas que por lo general usted puede encontrar entre las últimas páginas de muchas biblias, Fenicia era un territorio que iniciaba a unos 120 kilómetros al norte de Jerusalén y de Palestina, al oeste de Siria, y que seguía unos 200 kilómetros más de largo hacia el norte en la costa del Mar Mediterráneo, y tenía apenas unos 40 a 50 km de ancho; o sea, los que huyeron por su vida de Jerusalén a Fenicia, recorrieron entre los 120 a 300 kilómetros de distancia. No era poca distancia, tomando en cuenta que no era por avión, ni autobús, sino mayormente a pie. Chipre era una isla a unos 413 kilómetros de Jerusalén, que se necesita viajar parte en tierra, y la mayor parte a través del Mar Mediterráneo. Tampoco era cercano. Y Antioquía era una ciudad de Siria al norte de Palestina, que estaba a nada menos que 752 kilómetros de Jerusalén, lugar hasta donde Dios llevó a otra cantidad de creyentes no solamente para proteger sus vidas, sino para predicar de Cristo.
Si usted hubiese sido de los perseguidos, o si se presentara para usted y su familia una oportunidad o una adversidad, ¿hasta qué distancia estaría usted dispuesto a alejarse de la comunidad o ciudad donde usted ha pasado toda su vida, considerando que Dios está detrás de todo para encajar en su voluntad? Los de Jerusalén que se fueron, no solamente buscando un lugar para el futuro de sus vidas, sino buscando obedecer la instrucción de Jesús de hacer discípulos a todas las naciones, así tuviesen que ir hasta lo último de la tierra, viajaron a pie, o quizá por caballo, y hasta en barco, por días, semanas, o meses, para llegar a un nuevo lugar donde vivir y donde proclamar su fe en Jesucristo.
El apóstol Pablo, en su momento después de haber sido perseguidor, le tocó ser también perseguido y encarcelado por su fe y por el mensaje que predicaba; y al respecto, tiempo después les cuenta a los creyentes filipenses que: “Quiero que sepáis, hermanos, que las cosas que me han sucedido, han redundado más bien para el progreso del evangelio, 13 de tal manera que mis prisiones se han hecho patentes en Cristo en todo el pretorio, y a todos los demás. 14 Y la mayoría de los hermanos, cobrando ánimo en el Señor con mis prisiones, se atreven mucho más a hablar la palabra sin temor” (Filipenses 1:12-14). Cuando ocurren adversidades en nuestra vida y somos movidos por Dios a otra parte, no hay duda de que seremos usados por Dios para sus propósitos.
¿Cómo llegó el evangelio a la colonia de esta ciudad donde vivimos? Fue hasta que por alguna circunstancia desfavorable Dios nos movió juntamente con nuestras familias para que viniésemos de diversos pueblos y estados de la república para vivir en esta zona de esta ciudad. Eso propició en algún momento, el inicio de la plantación de esta iglesia donde ahora estamos congregados; y aquí estamos hoy como producto de esta amada iglesia. Hasta el día de hoy, creo que ninguna iglesia del mundo ha enviado a un misionero a establecer una nueva iglesia en esta zona, sino que por movimientos providenciales específicos de Dios hemos sido traídos por él hasta esta zona de la ciudad; y hemos pasado a ser parte de esta iglesia. Dios nos dispersó y nos trajo hasta aquí para que su evangelio no se quede solamente en los pueblos donde vivíamos. Algunos fuimos alcanzados por la gracia de Dios en esta ciudad o en esta colonia. No se asusten, ni se alteren, ni se nieguen en caso de que Dios tenga en sus planes futuros llevarlos a otro lugar.
La segunda MANERA EXTRAORDINARIA que Dios tiene para propagar el evangelio de Jesucristo su Hijo, en todas partes del mundo, es:
II.- MEDIANTE EL PREDICAR EL EVANGELIO DE JESÚS.
Aunque en el versículo 19 dice que los perseguidos a donde iban, iban “no hablando a nadie la palabra, sino sólo a los judíos”, lo que hablaban a los judíos era, como lo indica el versículo 20, era “el evangelio del Señor Jesús”. Estos estaban ayudando a otros judíos a que se conviertan a Cristo. Pero, como sucedió en el territorio de Palestina en los tiempos de Jesús, según dice San Juan acerca de Jesús que: “A lo suyo vino, y los suyos no le recibieron. 12 Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios” (Juan 1:11-12); así ocurrió también con los mismos judíos casi en todas partes del imperio romano donde al principio, donde al principio se daba prioridad en predicarles primeramente a ellos el evangelio; sin embargo, solían rechazarlo, pero providencialmente, los gentiles comenzaron a ser la gente que al escuchar el evangelio de Jesucristo, creían el evangelio que les convertía en hijos de Dios.
Pero, quiero que observen que el evangelio se predica no solamente mediante la proclamación a viva voz en un lugar público, sino que una manera sencilla de hacerlo es “hablando”, pues observen el lenguaje del versículo 19 que dice que los creyentes esparcidos mientras iban y a donde iban lo hacían: “no hablando a nadie la palabra, sino sólo a los judíos”. Pareciera que la narración dice que no hablaban, pero lo que realmente está diciendo es que lo hacían “hablando”, y lo que San Lucas enfatiza es que su prioridad al principio fueron los judíos. Pero, la estrategia era “hablar”. Es lo que hacemos de manera natural en nuestras conversaciones, hablamos. Así que la lección que tomamos de este punto es que Dios usa de manera extraordinaria también nuestro hablar con las personas. Ahora, más que nunca, no tenemos que esperar que otros con micrófono en mano y detrás de atriles y púlpitos, o en templos y otros lugares públicos, o en transmisiones televisivas y en redes sociales en línea expongan el evangelio, sino que en nuestro hablar cotidiano con otras personas, es otra manera efectiva de predicar el evangelio que todos podemos hacer.
La tercera MANERA EXTRAORDINARIA que Dios tiene para propagar el evangelio de Jesucristo su Hijo, en todas partes del mundo, es:
III.- POR MEDIO DE PERSONAS COMUNES.
Ahora quiero que observen que Dios usó, no a los apóstoles, sino a judíos laicos que se convirtieron en aquellas ciudades como Chipre y Cirene, pues de esos lugares leemos en el versículo 20 que: “… unos varones de Chipre y de Cirene, los cuales, cuando entraron en Antioquía, hablaron también a los griegos, anunciando el evangelio del Señor Jesús” (v. 20). De estos, no tenemos datos de que hayan sido perseguidos ni en Chipre, ni en Cirene, pero lo que sí podemos apreciar es que también fueron movidos por Dios, llevándoles de sus respectivas naciones por lo menos a Siria, teniendo que atravesar el Mar Mediterráneo para llegar al continente asiático en la región de Asia Occidental también conocido como cercano oriente. Tampoco era poca distancia, son poco más de 500 kilómetros.
Fue así como la gracia de Dios llegó no solamente a los judíos de Antioquía sino también a los griegos, pues como era de esperarse, fueron los griegos y no los judíos quienes primeramente abrieron su corazón al evangelio de Jesucristo. El establecimiento de la iglesia en Antioquía, y la llegada de la gracia de Dios a la gente, no ocurrió por la intervención y viaje misionero de los pocos y escasos doce apóstoles, sino por la participación de los laicos de Chipre y de Cirene. Esto nos deja también una lección importante: Que Dios no usa para la propagación de su evangelio solamente a los pastores que estamos de tiempo completo consagrados tanto para el cuidado de la vida espiritual de los creyentes como incluso para la evangelización de los no creyentes. Ni es solamente deber de los que han sido ordenados a los ministerios de gobierno y servicio de la iglesia como son los Ancianos de Iglesia y los Diáconos, sino que es una responsabilidad de todos los que somos creyentes. Para evangelizar no se tiene que pedir permiso al pastor, sino que estamos enviados directamente por Jesús. Para evangelizar, no tenemos que esperar ser una persona con un cargo eclesiástico extraordinario que quizá nunca lleguemos a tener, sino que debemos evangelizar porque somos enviados a ello Jesús tal como somos personas comunes. Lo extraordinario de convertir el corazón de la gente lo hará no el pastor, ni el anciano, ni el diácono, ni el evangelista, ni el maestro, ni usted, sino Dios. Usted, solamente deje que Dios le lleve a donde él le quiera llevar, y usted solamente hable del evangelio, y lo demás lo hará Dios.
CONCLUSIÓN: En resumen, mis amados hermanos, Dios nos lleva a los creyentes en Jesucristo su Hijo tanto en busca de nuevas oportunidades y mejores condiciones de vida, al mismo tiempo que para extender su evangelio a los lugares a donde él nos conduzca. Por lo general, Dios nos mueve de un lugar para llevar a otro, cuando las circunstancias se vuelven incómodas donde estamos viviendo, pues si todo fuese lo suficientemente cómodo, no nos mudaríamos a otro lugar. Pero, no se preocupe usted. Cuando Dios es quien nos mueve a cambiar de lugar de residencia, aunque enfrentaremos la adaptación a los cambios, Dios nos dará también la capacidad para adaptarnos llenos de alegría de estar viviendo en un nuevo lugar. ¿No así se sienten ahora que ya no están en sus pueblos de origen, sino en esta bella ciudad donde estamos radicando? Pero, recuerden: Dios no nos trajo hasta aquí, solamente para nuestro bien personal, sino para el extendimiento de su evangelio. Dios no nos trajo hasta aquí solamente para hacer cultos todos los domingos, sino para llevar el evangelio a otros que también den culto a Dios. El evangelio no es solamente para nosotros los que hemos creído sino como predicó el apóstol Pedro, es: “para todos los que están lejos; para cuantos el Señor nuestro Dios llamare” (Hechos 2:39). Es una gran bendición contar con esta iglesia donde estamos reunidos, porque Dios nos trajo para que su iglesia se establezca también en esta zona de la ciudad. El plan de Dios se está cumpliendo, pero todavía nos falta predicar más de Cristo a la gente. Para eso nos trajo Dios a vivir en este lugar. Dios nos capacite para cumplir más su Gran Comisión de hacer discípulos, predicando el evangelio que predicó Jesucristo su Hijo. Hoy toca, no a Abraham, sino a nosotros su iglesia y a cada creyente en particular, que se cumpla el plan de Dios que dijo: “y serán benditas en ti todas las familias de la tierra” (Génesis 12:3b).
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