HACED MORIR… LA FORNICACIÓN

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HACED MORIR… LA FORNICACIÓN.

Colosenses 3:5-7.

Números 25:1-18

 

   INTRODUCCIÓN: ¿“Hacer morir… la fornicación”?  Sí, eso.  Es una petición apostólica no solamente a la humanidad en general, sino de manera muy particular a los que somos creyentes en Jesucristo.  Estas palabras mandatorias fueron escritas originalmente a los creyentes de la iglesia de Colosas, en el siglo primero.  Sin embargo, la voluntad expresa de Dios con respecto al evitamiento de la fornicación es mucho más antigua, por ejemplo, se puede remontar al tiempo en que fue dado a los israelitas, los 10 mandamientos, entre ellos el que prohibitivamente Dios dice: “No cometerás adulterio” (Éxodo 20:14). Sin embargo, el tiempo de este mandamiento mosaico y su conjunto de 10, a penas data de alrededor del 1500 a.C., pero no fue desde ese tiempo que la sexualidad humana comenzó a ser usada con orientaciones pecaminosas.  En la vivencia del evangelio de Jesucristo, estas prácticas no son una opción, sino que deben ser erradicadas de la práctica humana.  Jesús así lo predicó, y sus apóstoles siempre hicieron hincapié en que los que consientan en ser discípulos de Jesús, tienen que hacer morir de sus vidas, no solamente todo tipo de pecados de desorden sexual, sino de otros desórdenes que sin esfuerzo son capaces de aparecer en la conducta y orientación de una persona, mucho más si se trata de una persona que no tiene una convicción de fe en Jesucristo.

   La palabra griega escrita por el apóstol Pablo a los Colosenses que en el versículo 5 se traduce “fornicación” es: “πορνειαν” (porneían).  Esta palabra, no solamente describe un pecado en específico, sino que en su significado abarca todo tipo sexualidad que pueda ser practicada por el ser humano, sea hombre o mujer, fuera de una relación matrimonial, ya sea en una relación de bigamia, poligamia, concubinato, amasiato, unión libre, prostitución, e incluso en pornografía de todo tipo.  Se incluye adulterio, estupro, violación, exhibicionismo, acoso sexual, abuso sexual a menores e infantes, homosexualismo, lesbianismo, onanismo, y masturbación.  En otro contexto de ideas ya morales y espirituales, fornicación significa una falta de lealtad a un compromiso adquirido para ir tras algo que no es permitido dentro de las condiciones del compromiso.  Por ejemplo, la palabra de Dios llama fornicarios a los que abandonan al verdadero Dios y siguen a falsos dioses.   Sin embargo, en el contexto de este mensaje, estaremos enfocados a combatir la “fornicación” como evento sexual ilícito fuera del matrimonio, para aplicar las palabras apostólicas: “Haced morir… la fornicación” (Colosenses 3:5).  En nuestra lectura de Número 25:1-18, ya hemos observado también cómo Dios no se agrada de la práctica de la fornicación como relación sexual ilícita fuera del matrimonio, la cual, aunque llegó a ser como natural a un gran número de israelitas, pero al mismo tiempo dañaba la vida espiritual y el testimonio de las 24,000 personas que fueron culpables de fornicación y por ello fueron condenados a mortandad por la santidad de Dios.

   En este mensaje, apoyándome en diversos versículos a través de la biblia, lo que específicamente voy a predicarles es que: La fornicación no debe ser parte de la vida de los creyentes en Cristo, porque ello genera consecuencias desastrosas. / ¿Cuáles son las consecuencias desastrosas que la fornicación genera? / Sigamos los versículos bíblicos que les iré citando, y descubramos cuáles son algunas de dichas consecuencias desastrosas.

 

   La primera consecuencia desastrosa que genera la fornicación es:

I.- QUE APARTA DE DIOS.

   En Números 25 leemos que entre los israelitas relativamente recién liberados de Egipto se dio la práctica de este pecado que debe ser hecho morir en todo aquel que la practique o tenga la tendencia practicarla.  Relata el profeta Moisés que: “Moraba Israel en Sitim; y el pueblo (¿qué pueblo? El pueblo de Israel: el pueblo de Dios; y, ¿qué hizo?) empezó (¿a qué?) a fornicar (“zanah”, palabra hebrea que describe el cometer adulterio, idolatría y fornicación) con las hijas de Moab, las cuales (¿cómo le hacían aquellas sin duda hermosas mujeres?) invitaban al pueblo a los sacrificios de sus dioses (ah, no solamente era sexo, había algo más detrás de todo: ser llevado a un dios falso, y así ocurrió a los hombres israelitas de nuestra lectura); y el pueblo comió, y se inclinó a sus dioses. Así acudió el pueblo a Baal-peor (בעל פעור); (el verdadero Dios desde antes, como entonces, e igual ahora, no se quedaría con las manos cruzadas como si nada, pues en aquel entonces) y el furor de Jehová se encendió contra Israel” (Números 25:1-3).  Es el Dios que antes de ejecutar su furor, mejor primeramente pide a su pueblo de buena manera: “Hacer morir… la fornicación”.

   Lo esencial de esta narración es resaltar el desorden sexual de los hombres israelitas con mujeres moabitas, pero la fornicación no se trata de sexo transcultural.  Aun si aquellos varones, o aun si las mujeres del pueblo de Dios hubiesen tenido sexo fuera del matrimonio con personas de su misma raza o nacionalidad, mientras hubiese un uso de la sexualidad fuera del matrimonio, eso era fornicación, y por default eso mismo ya es el pecado que Dios no quiere que nadie lo practique, especialmente por los que son llamados a formar parte de su pueblo escogido.  Esto mismo que era verdad con los israelitas, también es verdad con los que somos parte de la iglesia de Jesucristo.  El hecho de practicarlo sin ser autorizado por Dios hace que el ser humano que de por sí ya es un pecador, sea ahora un pecador intencionalmente más separado de Dios.  Pero, ser un fornicario implica no solamente dejar de obedecer al Dios verdadero, sino comenzar o continuar obedeciendo a otro dios falso que busca apartar cada vez más a los hijos e hijas de Dios hacia una cultura de idolatría.

   Esto fue también lo que le sucedió al mismo rey Salomón, a pesar de toda la plenísima y destacadísima sabiduría que tuvo para situaciones administrativas. Tal parece que le falto sabiduría espiritual para la vida sexual, pues en su vida se vio envuelto en muchos problemas de fornicación.  Medio siglo después de él, el profeta Nehemías recordaba esta triste situación a la generación que regresó del exilio babilónico a Jerusalén entre quienes había un gran número de fornicarios, entre ellos el nieto del sumo sacerdote Eliasib, que se había hecho yerno de un extranjero, pues los judíos e israelitas en general no debían emparentarse de ninguna manera con ningún extranjero.  Nehemías les dijo: “¿No pecó por esto Salomón, rey de Israel? Bien que en muchas naciones no hubo rey como él, que era amado de su Dios, y Dios lo había puesto por rey sobre todo Israel, aun a él le hicieron pecar las mujeres extranjeras” (Nehemías 1:26).  La fornicación no solamente es placer, sino que es una amenaza con consecuencia que tiene como uno de sus desastres, el apartar más de Dios al pobre ser humano que de por sí ya se encuentra apartado de Dios por la presencia del pecado en su naturaleza humana.  No estés muy seguro de ser más sabio que Salomón.  Mejor toma tus precauciones.

   Estimado hermano, por esta consecuencia que conlleva la práctica de la fornicación, hoy la palabra de Dios, a nosotros que hemos sido rescatados del poder destructor del pecado, y que nuestra naturaleza está siendo regenerada, se nos exhorta mandatoriamente diciendo: “haced morir… la fornicación”.  Esto, para que no suframos la terrible consecuencia de andar lejos de Dios.

 

   La segunda consecuencia desastrosa que genera la fornicación es:

II.- QUE MENOSPRECIA LA OBRA DEL ESPÍRITU SANTO EN NUESTRO CUERPO.

   En la primera epístola del apóstol Pablo a los Corintios capítulo 6, leemos: “Huid de la fornicación. Cualquier otro pecado que el hombre cometa, está fuera del cuerpo; mas el que fornica, contra su propio cuerpo peca.  (1 Corintios 6:18).  El énfasis inicial de estas palabras es bien claro: “Huid de la fornicación”.  Esa es la intención de nuestro texto también de Pablo cuando le dice a los Colosenses: “Haced morir… la fornicación” (Colosenses 3:5).   Pero también tenemos que observar que San Pablo dice a los Corintios que “… el que fornica, contra su propio cuerpo peca” (1 Corintios 6:18), pero no quiere decir que no implica que también sea un pecado ante Dios, sino que además de ser pecado contra Dios, lo es también contra uno mismo, no solamente en contra de la persona con quien uno fornica, sino repito, también hacia uno mismo.  De que es pecado, es pecado.

   En la iglesia de Corinto se había dado un caso de fornicación en una relación incestuosa entre un hijo y una madrasta, que San Pablo describe así: De cierto se oye que hay entre vosotros fornicación, y tal fornicación cual ni aun se nombra entre los gentiles; tanto que alguno tiene la mujer de su padre” (1 Corintios 5:1).  En el incesto hay fornicación que no es una relación aprobada por Dios, y que no debe ser practicada por los que profesamos la fe cristiana.   Entendemos esto por la orientación que el apóstol Pablo les da a los dirigentes de aquella iglesia diciéndoles: “Y vosotros estáis envanecidos. ¿No debierais más bien haberos lamentado, para que fuese quitado de en medio de vosotros el que cometió tal acción?” (1 Corintios 5:2).  Y aumenta su exhortación a los Corintios cuando les recuerda: “Os he escrito por carta, que no os juntéis con los fornicarios” (1 Corintios 5:9); es decir, si alguien sabe de un fornicario o de una fornicaria dentro de la iglesia, por favor, que evite desarrollar una relación interpersonal con tal persona.

   Y si se trata de fornicación por prostitución, les dice el mismo San Pablo: “¿No sabéis que vuestros cuerpos son miembros de Cristo? ¿Quitaré, pues, los miembros de Cristo y los haré miembros de una ramera? De ningún modo. 16 ¿O no sabéis que el que se une con una ramera, es un cuerpo con ella? Porque dice: Los dos serán una sola carne” (1 Corintios 6:15-16).  Esto es una instrucción de que como cristianos debemos hacer morir… la fornicación en nosotros, si uno es mujer, evitando la práctica de la prostitución, y si uno es varón evitando recurrir a una prostituta, pues se trata de una relación sexual fuera del matrimonio, la única institución en la que no es considerado como pecado.

   Pero, tres detalles adicionales que se recalcan en la exhortación de 1 Corintios 6:19-20, están en la pregunta que San Pablo hace, en la explicación que da, y en la petición que hace para motivar a los creyentes a que no caigamos en la fornicación, sino que huyamos de ella.  La pregunta, la explicación, y la petición, son: “¿O ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual está en vosotros, el cual tenéis de Dios, y que no sois vuestros? 20 Porque habéis sido comprados por precio; glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu, los cuales son de Dios” (1 Corintios 6:19-20).  Es claro que para los que somos creyentes en Jesucristo, nuestros cuerpos no nos pertenecen, no solamente porque el Creador es el dueño absoluto de nuestros respectivos cuerpos, sino porque además todos nuestros cuerpos han sido comprados de nuevo por Jesucristo con el alto precio de haber dado su vida no solamente por nuestras almas, pues, también dio su vida por nuestros cuerpos.  ¿Entienden esto?  Con su vida, rescata también nuestro cuerpo para que sea santificado.

   Es por esta santificación que Dios ha querido hacer en nosotros, que nos dio al Espíritu Santo, no solamente para estar en la parte oculta de nuestro ser, el alma, sino para estar en la parte visible y tangible de nuestro ser, el cuerpo; y es así como nuestro cuerpo, recupera su alto valor delante de Dios, de tal manera que para el Espíritu Santo es como si nuestro cuerpo se tratase de un pedacito del tan inmenso e infinito cielo de la eternidad.  El Espíritu Santo, mora también en las células y miembros de nuestro cuerpo, de tal manera que nuestro cuerpo se convierte en un “templo del Espíritu Santo”.  De esta manera, nuestro cuerpo como “templo” es más valioso que un templo que se construye de materiales de albañilería y de construcción en general.  Es mucho más valioso que el mejor templo construido de manera más majestuosa en algún lugar del mundo.

   Es por eso que amados creyentes en Jesucristo, si nuestro cuerpo es el templo de Espíritu Santo ¿por qué usarlo para la fornicación?, además que no solamente es templo, sino que en él está el mismo Espíritu Santo.  Sería una ofensa contra la persona y contra la obra santificadora del mismo Espíritu Santo.  No menospreciemos la obra del Espíritu Santo en nosotros.

 

   La tercera consecuencia desastrosa que genera la fornicación es:

III.- QUE CAUSA DAÑOS A LA FAMILIA Y AL MINISTERIO.

   Ya desde los textos y consecuencias anteriores que he expuesto en este mensaje hemos podido apreciar cómo la fornicación finalmente destruye la vida familiar, el núcleo de personas más precioso que toda persona podemos tener aquí en la tierra, que realmente debe ser superior a la comunión de la iglesia misma.  Entre los israelitas, hubo un abandono del amor conyugal entre los casados, hubo un menosprecio del amor aprobado por Dios que los solteros pudieron compartir con las bellas mujeres del entorno de la misma fe que profesaban desde el interior del pueblo escogido de Dios; pero no, se fueron en pos de mujeres extrañas a la voluntad de Dios.  Es necesario también tomar en cuenta que no hicieron falta mujeres de Dios, óigalo bien, mujeres de Dios que también bajo pretexto de convertir a la fe a hombres quién sabe si galanes y apuestos fuera de la gente escogida de Dios, cayeron en la misma desobediencia, deshonrando así la misma fe y llamado que Dios les tenía hecho para ser un pueblo santo para él.  Lo mismo sucedió en el caso más notorio de Corinto entre un hijo y su madrasta, afrentando a su propio padre.  No era el único caso, pues la fornicación no era considerada como pecado en Corinto, una iglesia surgida en una ciudad que en toda su historia era totalmente ajena al pueblo de Dios.  De todas maneras, la familia al estilo y plan de Dios es la que sufría las consecuencias de este lujurioso pecado.  Pero,

   Al posteriormente profeta Samuel cuando todavía era un muchachito quien entonces vivía en una sección del tabernáculo bajo tutela del sumo sacerdote Elí, Dios le habló y le dijo: Aquel día yo cumpliré contra Elí todas las cosas que he dicho sobre su casa, desde el principio hasta el fin. 13 Y le mostraré que yo juzgaré su casa para siempre, por la iniquidad que él sabe; porque sus hijos han blasfemado a Dios, y él no los ha estorbado. 14 Por tanto, yo he jurado a la casa de Elí que la iniquidad de la casa de Elí no será expiada jamás, ni con sacrificios ni con ofrendas” (1 Samuel 3:12-14).  Imagínese usted la cara que pudo haber puesto este jovencito, que quién sabe si entendía la decisión de Dios, y quién sabe si sabía lo que realmente había y estaba pasado con los hijos del sumo sacerdote, su tutor.  Es más, ni Dios le describió a Samuelito el pecado de los hijos del sumo sacerdote, sino simplemente con respecto de Elí el padre de ellos le dijo: “yo juzgaré su casa para siempre, por la iniquidad que él sabe; porque sus hijos han blasfemado a Dios, y él no los ha estorbado”.  Aquí también se hace evidente como la familia presente y posterior de ellos saldría afectada, especialmente en el privilegio de servir como sacerdotes, lo cual les era un derecho perpetuo.

   En 1 Samuel 2:12-17 tenemos la descripción de un aspecto del pecado de aquellos hijos de Elí.  Menospreciaban las ofrendas que el pueblo presentaba a Dios, robando ellos la parte que correspondía como ofrenda a Dios.  Y luego, en el mismo capítulo 2, pero del 22 al 24, se describe lo siguiente: “Pero Elí era muy viejo; y oía de todo lo que sus hijos hacían con todo Israel, y cómo dormían con las mujeres que velaban a la puerta del tabernáculo de reunión. 23 Y les dijo: ¿Por qué hacéis cosas semejantes? Porque yo oigo de todo este pueblo vuestros malos procederes. 24 No, hijos míos, porque no es buena fama la que yo oigo; pues hacéis pecar al pueblo de Jehová” (1 Samuel 2:22-24).  El escritor sagrado describe con un suave vocabulario, que aquellos hijos de Elí “dormían con las mujeres que velaban a la puerta del tabernáculo de reunión”.  Qué profanidad.  Pero, esto no es más que un panorama de fornicación de personas involucradas en el ministerio del servicio a Dios, en ese entonces en el sacerdocio, y en el cuidado del inmueble, pero ambos, como funciones del ministerio sagrado, sin embargo, ellos deshonrando la santidad misma del ministerio que les era encargado.

    Cuando Dios dice a Samuel acerca del sacerdocio de los descendientes de Elí: “yo juzgaré su casa para siempre, por la iniquidad que él sabe; porque sus hijos han blasfemado a Dios, y él no los ha estorbado”.  El juicio final emitido para sus hijos fue: Y te será por señal esto que acontecerá a tus dos hijos, Ofni y Finees: ambos morirán en un día” (1 Samuel 2:34).  Y para sus demás descendientes: “Y yo me suscitaré un sacerdote fiel, que haga conforme a mi corazón y a mi alma; y yo le edificaré casa firme, y andará delante de mi ungido todos los días. 36 Y el que hubiere quedado en tu casa vendrá a postrarse delante de él por una moneda de plata y un bocado de pan, diciéndole: Te ruego que me agregues a alguno de los ministerios, para que pueda comer un bocado de pan” (1 Samuel 2:36).  En otras palabras, Dios se encargará de que ninguno más de su familia tenga parte en el ministerio, un privilegio de servicio en realidad no concedido a cualquier persona.

   Amados hermanos, que ninguno de nosotros se convierta en persona indigna del llamado de Dios para servirle dignamente en el ministerio que Dios nos ha entregado a cada uno a través de la iglesia en la que él nos ha puesto para servirle.  Por eso, nosotros los creyentes en Cristo, también debemos batallar contra la fornicación, y tener muy presente la petición apostólica de: “Haced morir… la fornicación” (Colosenses 3:5).

 

   CONCLUSIÓN:  Amados hermanos, sin más qué decirles hoy, solamente quiero dejarles las palabras del mismo apóstol Pablo, pero explicado a los Efesios a quienes él dijo: “Pero fornicación y toda inmundicia, o avaricia, ni aun se nombre entre vosotros, como conviene a santos; ni palabras deshonestas, ni necedades, ni truhanerías, que no convienen, sino antes bien acciones de gracias. Porque sabéis esto, que ningún fornicario, o inmundo, o avaro, que es idólatra, tiene herencia en el reino de Cristo y de Dios. Nadie os engañe con palabras vanas, porque por estas cosas viene la ira de Dios sobre los hijos de desobediencia. No seáis, pues, partícipes con ellos. Porque en otro tiempo erais tinieblas, mas ahora sois luz en el Señor; andad como hijos de luz (porque el fruto del Espíritu es en toda bondad, justicia y verdad), 10 comprobando lo que es agradable al Señor. 11 Y no participéis en las obras infructuosas de las tinieblas, sino más bien reprendedlas; 12 porque vergonzoso es aun hablar de lo que ellos hacen en secreto. 13 Mas todas las cosas, cuando son puestas en evidencia por la luz, son hechas manifiestas; porque la luz es lo que manifiesta todo” (Efesios 5:3-13).

   Hagamos morir de nosotros todo brote hormonal y pecaminoso de fornicación, y sigamos siendo obedientes al llamado santificador de Dios.

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El Pbro. Diego Teh Reyes, es Licenciado en Teología y Servicio Social; Maestro en Estudios Teológicos; y Doctorante en Ministerio; y actualmente es Ministro de la Palabra y los Sacramentos como pastor de la Iglesia Nacional Presbiteriana de México "PENIEL", de la ciudad de Mérida, Yucatán.

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