HACED MORIR… LA IMPUREZA.
Colosenses 3:5-7.
Romanos 1:21-32.
INTRODUCCIÓN: Cuando Jesús, en su discurso contra la hipocresía de los fariseos les dijo: “¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas! porque sois semejantes a sepulcros blanqueados, que por fuera, a la verdad, se muestran hermosos, mas por dentro están llenos de huesos de muertos y de toda inmundicia” (Mateo 23:27). La palabra que se traduce como “inmundicia” que él usó en su descripción de los cuerpos descompuestos que se contienen en una sepultura, es la misma palabra que San Pablo usó cuando le dijo a los Colosenses: “Haced morir… la impureza” (Colosenses 3:5). La palabra griega usada tanto por Jesús como por el apóstol Pablo para referirse a “inmundicia” o“impureza” o, es ἀκαθαρσία (akatharsía), palabra que describe la impureza, suciedad, inmundicia, corrupción, perversión o depravación en la que puede caer el ser humano. A este grado es comparada la impureza que puede llegar a haber en la vida de un creyente en Jesucristo que si este procurar se congruente con su fe, ya no debe estar sucio de alguna impureza. Pero esta palabra “impureza” como la segunda de la lista de cosas que debemos hacer morir de nuestra vida, está relacionada con la primera palabra de la lista que fue “fornicación”. En el contexto que el apóstol Pablo usa la palabra ἀκαθαρσία (akatharsía) “impureza”, tiene que ver con el uso incorrecto, o más bien, pervertido, de la sexualidad humana. Todo aquello que va en contra del uso natural del sexo, como la homosexualidad como se describe en Romanos 1:24-27, el lesbianismo, el exhibicionismo, la violación, el bestialismo, etc… Estos pecados sexuales son algunas de las impurezas que todo aquel que se profesa creyente en Jesucristo debe hacer morir de su vida. Sin embargo, la misma palabra implica también cualquier suciedad o bajeza moral con la que uno se podría manchar la vida en su trato sucio e indebido hacia los demás.
“Haced morir… la impureza” (Colosenses 3:5) fue la exhortación mandatoria que el apóstol Pablo dijo a los Colosenses. ¿Sería un problema o pecado que solamente existe en los que no son creyentes y que existió solamente entre la gente que vivía en Colosenses en los tiempos del apóstol Pablo? Por supuesto que no. Todo ser humano está propenso a ello, unos pueden ser más dominados que otros por ello, pero, en fin, hasta ya siendo creyente en Jesucristo, este terrible pecado podría acompañar a uno buscando ser una mancha en el testimonio de la vida cristiana que debería ser exhibida en santidad. Pero, la buena noticia que se desprende de las mismas palabras exhortativas del apóstol Pablo es que este mal puede morir de la vida del que es creyente. Así que, si usted ha sido perseguido, acosado, hostigado por el poder de la impureza, prepárese para hacerlo morir, y tenga usted la seguridad de que morirá de usted la impureza.
En este sentido de ideas, lo que hoy les voy a predicar en este mensaje es que: El creyente, para hacer morir en su vida la impureza, no debe practicar acciones sucias que manchen su santidad. / ¿Qué acciones sucias no debe practicar el creyente para que no manche su santidad, y para hacer morir en su vida la impureza? / En el desarrollo de este mensaje les compartiré algunas de tales acciones sucias.
La primera acción sucia que el creyente no debe practicar para no manchar su santidad, y para hacer morir en su vida la impureza es:
I.- CONTINUAR SIRVIENDO A LA INMUNDICIA.
Los creyentes en Jesucristo somos personas que, en medio de nuestra incapacidad espiritual, Dios es el que se ha estado encargando de transformar nuestra vida para su gloria. Por eso leemos en las epístolas de San Pablo, palabras como estas que dicen: “¿No sabéis que los injustos no heredarán el reino de Dios? No erréis; ni los fornicarios, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los que se echan con varones, 10 ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los maldicientes, ni los estafadores, heredarán el reino de Dios. 11 Y esto erais algunos; mas ya habéis sido lavados, ya habéis sido santificados, ya habéis sido justificados en el nombre del Señor Jesús, y por el Espíritu de nuestro Dios” (1 Corintios 6:9-11). Cuando dice que: “esto erais algunos” (v. 11a), y es cierto, porque no todos son así, hay que reconocerlo, pero si alguien tenía algunos de estos hábitos pecaminosos, y es probable que lo haya entre algunos que se congregan, pero eso ya debe quedar en el pasado, y ya no se tiene que continuar en ello. No es poca cosa lo que Dios ha estado haciendo en nuestra vida: “… ya habéis sido lavados, habéis sido santificados en el nombre del Señor Jesús, y por el Espíritu de nuestro Dios” (v. 11b). ¿Puede usted valorar que esta obra de Dios no es poca cosa?
Retomando ahora, la palabra clave “impureza” o su sinónimo “inmundicia”, que usó tanto Jesús como el apóstol Pablo, observemos las siguientes palabras que San Pablo les escribió a los romanos diciéndoles: “Hablo como humano, por vuestra humana debilidad; que así como para iniquidad presentasteis vuestros miembros para servir a la inmundicia y a la iniquidad, así ahora para santificación presentad vuestros miembros para servir a la justicia” (Romanos 6:19). Con estas palabras señala un contraste de la vida del creyente que debe dejar en el pasado, y la que debe vivir en su actualidad. Noten como San Pablo menciona la palabra “miembros” o la frase “vuestros miembros”, no refiriéndose a los miembros de iglesia, sino a los miembros del cuerpo humano que todos poseemos. Y les recuerda entonces que antes de venir a la fe en Jesucristo: “para iniquidad presentasteis vuestros miembros para servir a la inmundicia y a la iniquidad”. Usa dos palabras a las que los miembros del cuerpo se inclinan a servir: “la inmundicia”, y “la iniquidad”, aunque en esta exposición solamente nos estamos enfocando en “la inmundicia” en la que se pueden ver involucrados los “miembros” de nuestro cuerpo; la suciedad que uno puede llegar a servir. Pero, así como les señaló a los romanos cuáles fueron sus debilidades, les dijo para su vida presente y nueva en Jesucristo, que: “ahora para santificación presentad vuestros miembros para servir a la justicia”. En otras palabras, uno ya está en la capacidad dada por Dios de no mantenerse en la vida pasada alejada de Dios y en servicio de toda cosa sucia, por lo tanto, los “miembros” de nuestro cuerpo ya debe y puede enfocarse en una nueva visión de servicio que San Pablo llama: “a la justicia”. Cuando habla de “justicia”, se trata de todo tipo de acciones que podemos hacer que no dañarán ni nuestra propia vida, ni la de segundas, ni terceras personas.
Así que, si alguno de ustedes estimados hermanos, se encuentran todavía envueltos en servir alguna de estas variantes de suciedad sexual o moral, por favor, comience a pensar de una manera diferente. Estas palabras también de San Pablo a los Filipenses deben resonar permanentemente en nuestros oídos, y que nos pueden ayudar a tomar la mejor decisión de no continuar sirviendo la “inmundicia” o “impureza”. Dice el apóstol: “todo lo que es verdadero, todo lo honesto, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo que es de buen nombre; si hay virtud alguna, si algo digno de alabanza, en esto pensad” (Filipenses 4:8). Dios quiera que usted cambié su interés de pensamiento. Que ya no piense suciamente, sino conforme a la voluntad de Dios, pues haciendo esto usted podrá hacer “morir… la impureza” que ha solido practicar. Si no lo hace, usted seguirá en las mismas, sin poder glorificar a Dios con su vida, así esté usted todos los días en las actividades de alguna iglesia.
La segunda acción sucia que el creyente no debe practicar para no manchar su santidad, y para hacer morir en su vida la impureza es:
II.- AGRAVIAR o ENGAÑAR AL CÓNYUGE E INCLUSO A OTRA PERSONA.
Con respecto a esta situación, es bueno escuchar las palabras de San Pablo, a otra iglesia, la de los Tesalonicenses. A ellos les dijo en su primera epístola: “Porque ya sabéis qué instrucciones os dimos por el Señor Jesús; 3 pues la voluntad de Dios es vuestra santificación; que os apartéis de fornicación; 4 que cada uno de vosotros sepa tener su propia esposa en santidad y honor; 5 no en pasión de concupiscencia, como los gentiles que no conocen a Dios; 6 que ninguno agravie ni engañe en nada a su hermano; porque el Señor es vengador de todo esto, como ya os hemos dicho y testificado. 7 Pues no nos ha llamado Dios a inmundicia, sino a santificación” (1 Tesalonicenses 4:2-7).
Especialmente a los varones que son casados, les dice el apóstol Pablo: “que cada uno de vosotros sepa tener su propia esposa en santidad y honor, / no en pasión de concupiscencia, como gentiles que no conocen a Dios” (v. 4-5), pero ¿cómo va a hacer esto un hombre inclinado a la “impureza”? Si en verdad fuera cristiano, no estaría teniendo a su propia esposa en santidad, sino la estaría haciendo partícipe de pecado, aunque ella sea una mujer decente. No la estaría tratando con “honor”, sino con deshonor. No estaría amando a su propia esposa con una sana pasión, sino con una pasión ilícita que San Pablo llama “pasión de concupiscencia”, que aunque pareciera amarla, no le tiene amor, sino solamente la utiliza como una persona más con quién satisfacer suciamente sus deseos carnales, aunque estos parecieran ser legítimos porque se trata de un matrimonio. Esto, explica el apóstol Pablo, no es una actitud ni acción de uno que es verdadero creyente en Jesucristo; sino como bien dice, se trata de acciones propias de personas “que no conocen a Dios”. Lo mejor que uno debería hacerse primero, es verificar si verdaderamente uno se encuentra en el conocimiento de Dios, o no. De no estar en este conocimiento, jamás va uno a abandonar estas acciones que manchan la santidad personal y la santidad del cónyuge. Solamente quienes están en el verdadero conocimiento de Dios, pueden superar y hacer morir esta perversión a la que no solamente los que no conocen a Dios son atraídos, sino hasta quienes estamos en el conocimiento salvador de Dios; sin embargo, tal atracción no debe dominarnos, sino que con su gracia podemos hacer morir tales deseos y acciones de “impureza”.
Es cosa sucia, es una inmundicia de carácter que uno que ya profesa la fe cristiana agravie o engañe primeramente a su propio cónyuge en una relación de fornicación adúltera en el caso de los creyentes que se encuentran casados. Y más sucio es todavía que uno que profesa la fe cristiana quiera tener una relación así de pecaminosa con otra que también profesa la fe en Jesucristo, alguien quien en la realidad no es un extraño si tu propio hermano en la fe. Parece que este fue el problema de los fariseos a quienes Jesús dijo: “¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas! porque devoráis las casas de las viudas, y como pretexto hacéis largas oraciones; por esto recibiréis mayor condenación. 15 ¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas! porque recorréis mar y tierra para hacer un prosélito, y una vez hecho, le hacéis dos veces más hijo del infierno que vosotros” (Mateo 23:14-15). Es una suciedad de carácter y de conducta no solamente sexual sino moral que hacen algunas personas escudadas en la institución de la iglesia de Jesucristo. Esto es practicar, no solamente porneía, sino una versión más depravada, más baja, más vil, no esperada en un hijo de Dios, porque su deseo y acción causa daño no solamente a sí mismo, sino también a segundas y terceras personas. Es por esto que este pecado Jesús y San Pablo, le llaman: “inmundicia” o “impureza”, o ἀκαθαρσία (akatharsía).
La persona que practica esta bajeza de conducta es exhortada con las palabras: “Haced morir… la impureza”; pues, como bien dice el apóstol: “no nos ha llamado Dios a inmundicia, sino a santificación” (1 Tesalonicenses 4:7). Sirva esta palabra de Dios, como un llamado a personas que son parte de la comunión de la iglesia, y que pudiesen estar involucrados en acciones de “impureza”.
La tercera acción sucia que el creyente no debe practicar para no manchar su santidad, y para hacer morir en su vida la impureza es:
III.- DEJAR QUE UNO PIERDA TODA SENSIBILIDAD ACERCA DEL BIEN.
En su epístola a los Efesios, el apóstol Pablo escribió: “Esto, pues, digo y requiero en el Señor: que ya no andéis como los otros gentiles, que andan en la vanidad de su mente, 18 teniendo el entendimiento entenebrecido, ajenos de la vida de Dios por la ignorancia que en ellos hay, por la dureza de su corazón; 19 los cuales, después que perdieron toda sensibilidad, se entregaron a la lascivia para cometer con avidez toda clase de impureza” (Efesios 4:17-19). ¿Se dio cuenta usted en estas palabras cuál es la razón (no las causas, la razón) por la que las personas a las que él se refirió: “se entregaron a la lascivia para cometer con avidez toda clase de impureza” (v. 19b)? La respuesta indicada al principio del versículo 19 fue porque “perdieron toda sensibilidad” (v. 19a).
¿Qué es lo que puede ocurrir cuando una persona pierde sensibilidad moral, espiritual, o también sexual? En las guerras no solamente de la antigüedad anterior y después de Cristo, sino aún en las actuales ha llegado a ocurrir que por ejemplo se han tomado a niños pequeños para partirlos vivos a la mitad solamente con el fin de quitarles la vida. A los que hacen esto, ya no les parece una crueldad, les parece de lo más normal como cuando usted en su cocina corta la carne que va a poner a cocer. Lo malo y perverso, ya les llega a parecer como algo normal, pero no es normal. Es la evidencia de estar perdiendo sensibilidad con respecto del bien. Cuando se trata del pecado personal de “toda clase de impureza” que uno es capaz de cometer, las causas aun para nosotros serían las mismas que San Pablo les dice a los Efesios que cometían los gentiles que no habían creído en Jesucristo. Dice el apóstol acerca de las causas que se daba en ellos era porque tanto unos como otros: “andan en la vanidad de su mente, 18 teniendo el entendimiento entenebrecido, ajenos de la vida de Dios por la ignorancia que en ellos hay, por la dureza de su corazón” (vv. 17b-18). Exacto, la causa principal está en el corazón que se vuelve duro contra Dios y aun contra los demás.
Luego, otra de las causas “por la ignorancia que en ellos hay” acerca de la naturaleza de lo que es malo. A criterio de ellos, lo que es malo simplemente no tiene nada de malo, y por ello es bueno. Son los que el profeta Isaías describió como: “los que a lo malo dicen bueno, y a lo bueno malo; que hacen de la luz tinieblas, y de las tinieblas luz; que ponen lo amargo por dulce, y lo dulce por amargo!” (Isaías 5:20), pero, prefieren estar en su ignorancia de la verdad que aprender el conocimiento de la voluntad de Dios; y claro está el resultado de la ignorancia hace que las personas vivamos “ajenos de la vida de Dios” (v. 18b). Espero que usted y yo no estemos así, porque ello lleva a las personas a ser cada vez más duras de corazón e insensibles en su sentido espiritual de tal manera que lo malo no lo ven como algo malo, sino como si fuese naturalmente bueno. Eso es lo que ocurre con los “impuros”, que por ellos son capaces de pervertir el buen uso de la sexualidad, y de practicar otras suciedades morales, afectando a otros que tampoco tienen la capacidad de ver que los están afectando en su vida personal.
Otra de las causas por la que se pierde la insensibilidad por el bien, es cuando las personas “… andan en la vanidad de su mente, 18 teniendo el entendimiento entenebrecido”; es decir, simplemente les agrada pensar así, y quieren seguir pensando así. Se sienten orgullos de pensar así, sin poder darse cuenta de que su “entendimiento” está “entenebrecido”. Y esto, estimado oyente podría pasarnos a nosotros. ¿No siente así, o no se encuentra así su “entendimiento entebrecido”? Mucho cuidado. El que está detrás es el diablo. San Pablo dice con respecto del evangelio y la intervención del diablo, que: “si nuestro evangelio está aún encubierto, entre los que se pierden está encubierto; 4 en los cuales el dios de este siglo cegó el entendimiento de los incrédulos, para que no les resplandezca la luz del evangelio de la gloria de Cristo, el cual es la imagen de Dios” (2 Corintios 4:3-4). Si hay algo que el diablo siempre quiere es que aun a quienes les ha resplandecido la luz del evangelio de la gloria de Cristo, no sigan creciendo en el buen entendimiento de dicho evangelio; y el diablo influye para que uno se dedique a practicar “toda clase de impureza”.
Amado creyente en Jesucristo, si usted hombre o mujer tiene esta batalla de la “impureza” en su vida, sepa usted que no es imposible luchar contra ella y salir en victoria. Con el poder del Espíritu Santo que Dios nos ha regalado: “Haced morir… la impureza”, antes que su dominio nos haga perder “toda sensibilidad”; esto es sucio, inmundo o impuro delante de Dios.
CONCLUSIÓN: Bien, pues, como anuncié al comienzo: El creyente, para hacer morir en su vida la impureza, no debe practicar acciones sucias que manchen su santidad. CONTINUAR SIRVIENDO A LA INMUNDICIA; AGRAVIAR o ENGAÑAR AL CÓNYUGE E INCLUSO A OTRA PERSONA; y DEJAR QUE UNO PIERDA TODA SENSIBILIDAD ACERCA DEL BIEN, son acciones que ningún creyente debe practicar, porque manchan o mancharán la santificación que Dios está haciendo en nosotros, pues como dijo el apóstol Pabo a los Tesalonicenses: “no nos ha llamado Dios a inmundicia, sino a santificación” (1 Tesalonicenses 4:7). No caigamos en obras sucias, porque también seremos calificados por Dios como practicantes de impureza o inmundicia como Jesús desenmascaró a los fariseos que profesaban ser muy devotos y consagrados a Dios, pues solamente estaban refugiados en la comunión de un movimiento religioso que les daba apariencia de santos y justos, pero la realidad es que estaban lejos de obedecer a Dios, y de ser bendición a los demás. Esto es lo que Dios no quiere que nos pase. Por eso la exhortación: “Hacer morir… la impureza” (Colosenses 3:5). ¿Hará esto usted? Que Dios les bendiga.
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