HACED MORIR… LOS MALOS DESEOS.
Colosenses 3:5-7.
Santiago 13:1-15; 1 Juan 2:15-17.
INTRODUCCIÓN: “Haced morir… los malos deseos” (Colosenses 3:5) es el tema que me corresponde exponer en este momento. Las palabras griegas usadas por el apóstol Pablo fueron: “επιθυμιαν κακην” (epithumían kakín), literalmente “deseos malos”. Pero, no todo deseo es malo, sin embargo, desear algo con motivaciones incorrectas, hace que llegue a ser malo. Por ejemplo, no es malo desear tener una casa, pero si para obtenerlo uno se propone gestionar la falsificación de documentos y la omisión de procesos legales, eso hace que su deseo por la adquisición de la casa sea un mal deseo. Lo mismo si uno quiere conseguirse un vehículo, no es malo tenerlo, si uno tiene solvencia para su adquisición, sin embargo, se volvería un mal deseo, si la motivación que uno tiene para adquirirlo es solamente porque quiere demostrarle a alguien que también uno puede tener algo igual o mejor, aunque ello represente un gasto proporcionalmente excesivo de sus escasos o exactos recursos disponibles. La envidia hace que su deseo por el automóvil se convierta en “malos deseos”. Pero, quiero que también sepan que la misma palabra griega “epithumía”, es usada por Pablo en su epístola a los romanos como en 1:24 donde dice: “επιθυμιαις των καρδιων αυτων” (epithumíais ton cardión avtón), que en nuestras versión RV60 se traduce como: CONCUPISCENCIAS DE SUS CORAZONES, igual que las otras 13 veces más que se traduce “epithumía”, las 5 veces desde romanos a Tito en las epístolas de Pablo (Romanos 6:12; 1 Tesalonicenses 4:5; 2 Timoteo 3:6; 4:3; Tito 3:3); las 2 veces en la epístola de Santiago en 1:14, 15; y las 6 veces en las dos epístolas de Pedro (1 Pedro 4:2, 3; 2 Pedro 1:4; 2:10, 18; 3:3). Siempre se traduce como CONCUPISCENCIAS. Así que cuando escuchen la palabra CONCUPISCENCIA, no es otra cosa que el sustantivo con el que se identifica y conceptualiza en una sola palabra, los malos deseos que de ninguna manera son gratos a Dios. Así que lo que nos propondremos después de este mensaje es que hagamos morir nuestros malos deseos o concupiscencias con los que hemos estado batallando porque nos causan conflictos personales y a veces con otras personas. Sí se puede.
De manera muy particular, tomando como base la amonestación “Haced morir… los malos deseos”, según Colosenses 3:5, pero con el apoyo de Santiago 13:1-15, y 1 Juan 2:15-17 que hablan de mismo tema, lo que ahora les voy a predicar es que: El creyente para hacer morir de su vida los malos deseos debe saber qué problemas gravísimos tienen de fondo. / ¿Cuáles son los problemas gravísimos que tienen de fondo los malos deseos, que el creyente debe saber para hacer morir de su vida los malos deseos? / Siga con atención el desarrollo de este mensaje y conocerá usted acerca de los siguientes problemas gravísimos.
El primer PROBLEMA GRAVÍSIMO que tiene de fondo los MALOS DESEOS, y que el creyente debe SABER para hacerlos morir de su vida, es:
I.- QUE EL PROBLEMA ESTÁ PRIMERAMENTE EN NUESTRA NATURALEZA.
Bueno, pues, miremos en la epístola universal del apóstol Santiago en el capítulo 1, donde dice: “Cuando alguno es tentado, no diga que es tentado de parte de Dios; porque Dios no puede ser tentado por el mal, ni él tienta a nadie; 14 sino que cada uno es tentado, cuando de su propia concupiscencia es atraído y seducido. 15 Entonces la concupiscencia, después que ha concebido, da a luz el pecado; y el pecado, siendo consumado, da a luz la muerte” (Santiago 1:13-15). Lo que podemos observar de estas palabras es que nunca las tentaciones que usted recibe y enfrenta cada día y en muchos momentos, no vienen de Dios. Él, en esos casos, no le está poniendo a prueba a usted. Si acaso él quiera ponerle una prueba a usted, él lo haría de otra manera, porque él no tienta nadie. Eso nos explica el apóstol Santiago. Es más, Santiago afirma que “Dios no puede ser tentado por el mal” (v. 13), y esto es muy cierto; e igualmente, Dios Todopoderoso, puede evitar que también nosotros seamos tentados por el mal. Pero ¿de dónde vienen muchas de nuestras tentaciones? Santiago nos explica: “que cada uno es tentado, cuando (¿de qué?) de su propia concupiscencia es atraído y seducido” (v. 14).
Y recuerde que “concupiscencia” significa “malos deseos”. En la NVI se traduce este versículo diciendo: “cada uno es tentado cuando sus propios malos deseos lo arrastran y seducen” (Santiago 1:14, NVI). No tienes que culpar al objeto que te atrajo o arrastró y sedujo, y caíste, pecaste. No tienes que culpar ni al diablo, que si bien está involucrado, no siempre lo está directamente. No tienes que culpar ni a los cristianos hijos de Dios que porque no te visitaron, como algunos ponen como intento de excusa o de pretexto. Uno debe entender que el problema está previamente instalado en tu propio corazón. La NTV traduce el mismo texto con un enfoque aclaratorio diciendo: “La tentación viene de nuestros propios deseos” (Santiago 1:14, NTV); y es cierto. Nuestro Señor Jesús, igualmente, bien dijo, y con más autoridad: “Porque del corazón salen los malos pensamientos, los homicidios, los adulterios, las fornicaciones, los hurtos, los falsos testimonios, las blasfemias” (Mateo 5:19). ¿Ya ve usted? El problema está en nuestro corazón. Es un problema tan antiguo, de tal manera que, en el libro del Génesis, acerca de la gente antes del diluvio se nos dice de ellos que: “la maldad de los hombres era mucha en la tierra, y que todo designio de los pensamientos del corazón de ellos era de continuo solamente el mal” (Génesis 6:5); pues, comenzando desde Adán, pasando por lo antediluvianos, y continuando con nosotros, tenemos el problema en nuestro respectivo corazón.
Pero, como aconsejó el antiguo rey David a su hijo Salomón cuando le dijo: “Jehová escudriña los corazones de todos, y entiende todo intento de los pensamientos. Si tú le buscares, lo hallarás; mas si lo dejares, él te desechará para siempre” (1 Crónicas 28:9b), así le aconsejo también a usted. El haber dado el primer paso de buscar a Dios por medio de Jesucristo, eso le da a usted el poder de hacer morir los “malos deseos”, pues tiene razón el apóstol Pablo cuando dice también a los Filipenses que: “la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús” (Filipenses 4:7). Cierto; Cristo Jesús puede guardar nuestros corazones de los pensamientos que surgen en nosotros como “malos deseos”, y hacen que nos entreguemos a la tentación, y como resultado, dice Santiago también que: “Entonces la concupiscencia, después que ha concebido, da a luz el pecado; y el pecado, siendo consumado, da a luz la muerte” (Santiago 1:15). Es peligrosísimo mantenerse en la práctica de los “malos deseos” porque su fin, aun si la muerte no llega, sus efectos destructivos allí estarán fastidiando y destruyendo poco a poco nuestra vida. Hemos hecho bien en creer en Jesús, por lo que ahora permanezcamos en él, pues con él tendremos siempre un corazón victorioso.
El segundo PROBLEMA GRAVÍSIMO que tiene de fondo los MALOS DESEOS, y que el creyente debe SABER para hacerlos morir de su vida, es:
II.- QUE TU AMOR NO ESTÁ EN DIOS, SINO EN LAS COSAS QUE ESTÁN EN EL MUNDO.
Ahora, recurramos a las palabras de otro apóstol, a las de Juan apóstol. En su primera epístola capítulo 2, él dice: “No améis al mundo, ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él. 16 Porque todo lo que hay en el mundo, los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida, no proviene del Padre, sino del mundo” (1 Juan 2:15-16). ¿Observó usted que, en su explicación incluyó la mención de “los deseos de la carne”, y de “los deseos de los ojos”? En mensajes anteriores de esta serie, y basados especialmente en Colosenses 3:5, hemos identificado que lo que tenemos que hacer morir de nuestra vida son llamados cosas terrenales; sin embargo, en el vocabulario del apóstol Juan, no utiliza el término “terrenal”, sino usa como sinónimo la palabra: “mundo”, que no es más que otra manera de referirse a lo “terrenal”. Y bien dice este apóstol que: “los deseos” a los que se refiere “no proviene del Padre, sino del mundo”; por lo que si alguien se inclina a cualquier deseo de algo que “proviene… del mundo”, lo que está evidenciando es que su amor está ¿en dónde?, en “las cosas que están en el mundo” (v. 15a), y no en Dios, porque: “Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él” (v. 15b).
Lo que estas palabras del apóstol Juan nos indican, es que la manera de hacer que los “malos deseos” mueran de nosotros, es entonces amando a Dios en vez de “las cosas que están en el mundo”, o en vez de amar “al mundo”. Sepa usted que por eso Dios en el Shemá que por medio de Moisés le dio al recién liberado pueblo de Dios, el pueblo israelita que estaba siendo conducido del desierto hacia la tierra prometida, dice: “Oye, Israel: Jehová nuestro Dios, Jehová uno es. 5 Y amarás a Jehová tu Dios de todo tu corazón, y de toda tu alma, y con todas tus fuerzas. 6 Y estas palabras que yo te mando hoy, estarán sobre tu corazón; 7 y las repetirás a tus hijos, y hablarás de ellas estando en tu casa, y andando por el camino, y al acostarte, y cuando te levantes. 8 Y las atarás como una señal en tu mano, y estarán como frontales entre tus ojos; 9 y las escribirás en los postes de tu casa, y en tus puertas” (Deuteronomio 6:4-9). Es igualmente, para evitar tener deseos por las cosas que están en este mundo, que Jesús le enseñó a una multitud y al escriba de los fariseos (cf. Marcos 1:28, Mateo 22:34-35) que le preguntó cuál es el primer y gran mandamiento, respondiéndole: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente” (Mateo 22:37). Cuando uno ama a Dios con todo el corazón, porque es en el corazón donde está el problema de “los malos deseos”, y con toda el alma, y con toda la mente, porque en cada uno de estos aspectos del ser pensante y deseoso allí está el problema, entonces, uno hace morir “los malos deseos”, por amando a Dios, los deseos de uno siempre serán los deseos más santos y consagrados.
Solamente a manera de ejemplo, voy a cita al salmista Asaf quien le dijo a Dios: “A quién tengo yo en los cielos sino a ti? y fuera de ti nada deseo en la tierra. 26 Mi carne y mi corazón desfallecen; mas la roca de mi corazón y mi porción es Dios para siempre” (Salmo 73:25-26). Es así como amando a Dios uno en vez de tener “malos deseos”, uno solo tendrá los mejores y más sublimes deseos que entonces, sí provienen del Padre, que sí provienen de lo alto, que sí provienen de Dios, en otras palabras. Y así es como mueren “los malos deseos”. Haga la prueba, y vea que, amando, sirviendo, y concentrándose en Dios, no le vendrán “malos deseos”. Es verdad. Es por eso por lo que el apóstol Pablo también entre las primeras palabras de Colosenses 3, les dijo a aquellos: “… buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios. 2 Poned la mira en las cosas de arriba, no en las de la tierra” (Colosenses 3:1b-2).
El tercer PROBLEMA GRAVÍSIMO que tiene de fondo los MALOS DESEOS, y que el creyente debe SABER para hacerlos morir de su vida, es:
III.- QUE LOS DESEOS ENFOCADOS EN EL MUNDO SOLAMENTE SON TEMPORALES.
Ahora, enfoquemos nuestra atención en lo que el apóstol Juan dice en 2:17: “Y el mundo pasa, y sus deseos; pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre” (1 Juan 2:17). Pues, a estas alturas de nuestra vida creo que esto ya lo sabemos, pero lo que sucede es que omitimos el tener presente este conocimiento. Cuando los “malos deseos” se presentan, a uno ya no le interesa, y uno ya no está en condiciones espirituales de darse cuenta de la realidad; uno se ve envuelto en su objetivo, y uno ya no puede más pensar que solamente en ello; y la verdad se olvida. Creo que luego que pasa la anestesia de los “malos deseos”, o aun ya después de haber cedido a alguna tentación es entonces que nos damos cuenta de que estuvimos verdaderamente equivocados. Nos damos cuenta de que la sensación de satisfacción, felicidad, emoción, alegría, etc… ya pasó, y de nuevo nos encontramos vulnerables de repetir el mismo ciclo. Tiene razón el apóstol Juan cuando dice: “Y el mundo pasa, y sus deseos”. ¿Esto es lo que usted realmente desea? ¿Usted solamente quiere algo que le emocione y alegre por un poco de tiempo, y después usted siga viviendo prolongadamente una ansiedad, nuevos “malos deseos” que nuevamente no le van a satisfacer de por vida?
Ahora, ya somos creyentes en Jesucristo, fuimos llamados para experimentar, ¿sabe qué? Salvación. Salvación no solamente de la condenación eterna que eso es lo principal, sino también salvación de cualquiera de todos los males de este mundo, e incluso somos salvados, aunque no de la presencia del pecado lo cual será hasta la eternidad, pero sí del poder del pecado. A los hijos de Dios, los creyentes en Jesucristo, ya no tiene que dominarnos el poder del pecado, sino que podemos vencerlos en el nombre del Señor Jesucristo. Dice el apóstol Pablo en su epístola a los Romanos: “No reine, pues, el pecado en vuestro cuerpo mortal, de modo que lo obedezcáis en sus concupiscencias; 13 ni tampoco presentéis vuestros miembros al pecado como instrumentos de iniquidad, sino presentaos vosotros mismos a Dios como vivos de entre los muertos, y vuestros miembros a Dios como instrumentos de justicia. 14 Porque el pecado no se enseñoreará de vosotros; pues no estáis bajo la ley, sino bajo la gracia” (Romanos 6:12-14). ¿Se dan cuenta? No tiene que reinar el pecado en nosotros. Dice Pablo en la segunda parte del versículo 12 que no tenemos por qué obedecer a las “concupiscencias”, o sea, a los “malos deseos” (v. 12) que nuestro cuerpo mortal impulsado por nuestro corazón quiere que hagamos. Y entre los versículos 13 y 14, lo que ya hemos aprendido en el punto anterior, es que mientras más nos entregamos cuerpo y alma al servicio de Dios, afirma el apóstol Pablo que “el pecado no se enseñoreará de vosotros” (v. 14a).
El apóstol Juan hace una afirmación final y contundente en su primera epístola en 2:17, diciendo: “el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre” (v. 17b). ¿No es esto lo que queremos? ¿No es lo eterno, o lo que “permanece para siempre” que ahora queremos? Antes, no teníamos idea de esto, pero ahora este es nuestro anhelo, gracias a la divina, bendita, y gloriosa esperanza que hemos conocido en Cristo Jesús de que en él hay vida eterna, y otras muchas bendiciones eternas. ¿No fue el mensaje acerca de la vida eterna, al lado de Dios el Padre, y de nuestro Señor Jesucristo, lo que tocó nuestro corazón, y comenzamos nuestro caminar en la fe cristiana? Esto es lo que verdaderamente satisface al corazón que tiene deseos. Si ya hemos conocido qué es Dios el que satisface por toda nuestra vida, y aun más allá de esta vida para siempre, entonces, por qué andar deseando las cosas de este mundo, las cosas terrenales. Se vuelve una incongruencia, pero gracias a Dios que tiene bendiciones eternas que podemos desear. Son las que valen la pena. Por ello, hagamos morir de nosotros “los malos deseos”, y avivemos con el poder de Dios, de su Hijo, y de su Espíritu Santo en nosotros, el deseo por lo que “permanece para siempre”.
CONCLUSIÓN: Amados hijos de Dios, después de lo ya antes dicho, solamente me queda recordarles que nuestro objetivo durante esta temporada de la serie: “HACED MORIR… LO TERRENAL”, y una de estas cosas terrenales son los “malos deseos”, también llamados en la biblia como “concupiscencias”. Ha sido una gran bendición que la salvación por medio de Jesucristo haya llegado a nuestra vida, por lo que ahora debemos seguir interesados en su salvación y en su vida eterna, haciendo morir toda cosa terrenal que todavía se encuentra arraigada en nuestro corazón y conducta, Tenemos que hacerlo dejando que el Espíritu de Dios transforme nuestro corazón; tenemos que hacerlo amando y sirviendo a Dios, y no al mundo; y tenemos que desear más no lo que pasa, sino lo que “permanece para siempre”.
Que Dios sea la fuente de nuestros deseos, y no nuestro propio perverso corazón, ni el mundo, ni nada que sea terrenal.
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