HACED MORIR… LOS DESEOS DE LOS OJOS

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HACED MORIR… LOS DESEOS DE LOS OJOS.

Colosenses 3:5.

1 Juan 2:16.

 

   INTRODUCCIÓN: El primer órgano con el que, de manera aérea, ósea, y neurosensorial el ser humano percibió la tentación fue el oído al hacerle caso Eva a la serpiente endiablada que se infiltró en su hogar en el Edén. Con el oído (pues no hay otro medio para ello), que escuchó la intriga diabólica que le dijo: “¿Conque Dios os ha dicho: No comáis de todo árbol del huerto?” (Génesis 3:1b), y luego escuchó la mortal mentira: “No moriréis; sino que sabe Dios que el día que comáis de él, serán abiertos vuestros ojos, y seréis como Dios, sabiendo el bien y el mal” (Génesis 3:4b-5); y es que no era pecadora aún.  Pero, inmediatamente, aun siempre en estado de santidad, ella voluntariamente compromete también sus ojos con lo prohibido, pues relata Moisés en la historia de la caída de Eva y Adán en el pecado, que: vio la mujer que el árbol era bueno para comer, y que era agradable a los ojos, y árbol codiciable para alcanzar la sabiduría; y tomó de su fruto, y comió; y dio también a su marido, el cual comió así como ella” (Génesis 3:6).  Desde el oído, se motivaron también sus ojos a pecar, y así lo hicieron tanto ella como él. Desde entonces, los seres humanos hemos tenido problemas con este pequeño instrumento de visualización quizá hasta más pequeño que la lengua.

   Cuando Pablo dijo a los Colosenses: “Haced morir… [los] malos deseos” (Colosenses 3:5), y cuando el apóstol Juan en su primera epístola dice que: todo lo que hay en el mundo, los deseos de la carne, LOS DESEOS DE LOS OJOS, y la vanagloria de la vida, no proviene del Padre, sino del mundo” (1 Juan 2:16); observamos que entre lo “terrenal” o “del mundo”, menciona entre los “malos deseos”, no solamente “los deseos de la carne”, sino también “LOS DESEOS DE LOS OJOS”, que son otros de los males que tenemos que hacer morir de nuestra vida. ¿Alguien tiene problemas con los ojos, con respecto a los deseos que ello genera?

   En este mensaje basado en Colosenses 3:5 que afirma que debemos hacer morir los “malos deseos”, y en 1 Juan 2:16 que afirma que existen “deseos de los ojos” que se enfocan en el mundo y que eso lo hace mal deseo, y otros textos que enseñan acerca de este tema, lo que voy a predicarles en este momento es que: “los deseos de los ojos” que se enfocan en “lo terrenal” o “en el mundo”, son los deseos que el creyente en Jesucristo debe hacer morir de su vida. / ¿Cuáles son “los deseos de los ojos” que se enfocan en “lo terrenal” o “en el mundo”, y que el creyente en Jesucristo debe hacer morir de su vida? / Siga usted con atención este mensaje en el que presentaré algunos de estos “deseos de los ojos”.

 

   El primer “deseo de los ojos”, enfocado en “lo terrenal” o “en el mundo”, y que el creyente en Jesucristo debe hacer morir de su vida, es:

I.- LA INCLINACIÓN POR EL PECADO.

   Salomón, escribió que: “Todas las cosas son fatigosas más de lo que el hombre puede expresar; …”, y es cierto, pero lo que seguramente no fatiga tanto o nada, es el ver y oír, pues luego, él mismo dice también que: “nunca se sacia el ojo de ver, ni el oído de oír” (Eclesiastés 1:18).  Y en ese insaciable ver de nuestros ojos, hace que lo que vemos pueda llegar a hacer mal a nuestra alma, pensamientos, sentimientos, emociones, y voluntad. El mirar aun las mismas cosas que son buenas y no malas en sí mismas, se pueden volver en “deseos de los ojos” que se vuelven en pecado, porque al mirarlos lo hacemos intencionalmente solamente queriendo percibir el valor e influencia terrenal que nos puede aportar, y porque al mirar esas cosas no las valoramos a la luz de su utilidad para la gloria de Dios.  Es decir, que si al verlo no pensamos en cómo podemos dar gloria a Dios con aquello que nos toca mirar, sino solamente pensamos en cómo esto nos puede servir y satisfacer; entonces, lo que ocurre es que nuestros ojos solamente desearon servir al pecado y no a Dios; y eso sucede mucho, aun en los que somos creyentes en Cristo.  Por eso se nos amonesta que hagamos morir de nosotros los “malos deseos”, los “deseos de los ojos” porque somos capaces de dejar que lo pecaminoso que miramos termine atrayéndonos al pecado sin ninguna dificultad.

   Cuando digo que la inclinación por el pecado son parte de los “deseos de los ojos”, y que lo debemos hacer morir de nuestra vida, es por ejemplo que desear un auto de cierto modelo, que no es malo tener uno, puede resultar mal nuestro deseo si al mirar dicho auto uno lo hace envidiando el auto del amigo o vecino que tiene uno igual.   Con envidia de por medio, no es la sana manera de desear algo que hemos visto, pero si esto ocurre, entonces dicho mal deseo nos habrá inclinado, en este caso al pecado de la envidia.  Y otro ejemplo: Si al mirar una casa en venta que es muy hermosa, uno lo desea solamente para presumir que uno tiene una casa mejor que la de otra persona, entonces este mal deseo de los ojos por la casa vista nos habrá también inclinado al pecado, porque no se debe desear comprar una casa solamente para presumir que uno tiene una casa mejor que otra persona.  Hacerlo, e incluso solo pensarlo, es pecado.

   Desde luego, que por solamente mirar las cosas para su apreciación estética no tiene nada de pecaminoso, sin embargo, el pecado hace que los miembros de nuestro cuerpo, todos sin excepción, incluidos nuestros ojos, aprovechen hacernos pecar con lo que miramos.  Es por ello que en el evangelio se nos exhorta como lo hizo San Pablo a los romanos diciéndoles: “No reine, pues, el pecado en vuestro cuerpo mortal, de modo que lo obedezcáis en sus concupiscencias; 13 ni tampoco presentéis vuestros miembros al pecado como instrumentos de iniquidad” (Romanos 6:12-13).  El ojo humano no está libre de ser un miembro del cuerpo que no haya sido afectado por el pecado comenzando desde Eva y Adán.  Es por eso que nuestros ojos también tienen su detallito, que exigen que se les obedezca sus deseos; pero cuando somos llamados a no presentar nuestros “miembros al pecado”, esta petición incluye también a nuestros ojos.  Los ojos no deben seguir haciéndonos pecar, al menos no deliberadamente. Tenemos que hacer morir la capacidad depravada que tienen nuestros ojos de generar “malos deseos”.  Como dice Pablo, no tenemos que presentar nuestros miembros, como el ojo, al pecado; y que el pecado no tiene que reinar en nuestros deseos; y que no tenemos por qué obedecer sus concupiscencias (o sea, deseos) en este caso las de nuestros insaciables ojos en su proceso natural de mirar cosas, personas, y objetos.

 

   El segundo “deseo de los ojos”, enfocado en “lo terrenal” o “en el mundo”, y que el creyente en Jesucristo debe hacer morir de su vida, es:

II.- LA ATRACCIÓN POR LO MATERIAL.

   Un caso bíblico como ejemplo fue el caso de Lot, a quien su tío Abraham, para evitar que los respectivos empleados de ambos se sigan peleando o teniendo conflictos entre sí por cuestiones de trabajo, le propuso la necesidad de separarse de territorio.  Pero dice la biblia que: “… alzó Lot (¿sus qué?) sus ojos, (¿y qué pasó?) y vio toda la llanura del Jordán, que toda ella era de riego, como el huerto de Jehová, como la tierra de Egipto en la dirección de Zoar, antes que destruyese Jehová a Sodoma y a Gomorra. 11 Entonces Lot escogió para sí toda la llanura del Jordán; y se fue Lot hacia el oriente, y se apartaron el uno del otro. 12 Abram acampó en la tierra de Canaán, en tanto que Lot habitó en las ciudades de la llanura, y fue poniendo sus tiendas hasta Sodoma. 13 Mas los hombres de Sodoma eran malos y pecadores contra Jehová en gran manera” (Génesis 13:10-13).  Haber escogido lo que él vio como la mejor tierra, y tenía razón, pero no consideró que aquello que sus ojos estaba deseando, no solamente implicaba lo que se ve, sino también la moralidad o inmoralidad con la que se vivía en aquellos lugares donde él estaría acercándose cada vez más tanto para vivir como para hacer negocios con ellos.  Los “deseos de los ojos” le llevó a meterse en donde la gente vivía licenciosamente en perversiones sexuales.  Solucionando un conflicto entre los trabajadores de él y los de su tío, sin darse cuenta se metió donde no debía meterse. La tierra que “vio” y que era buenísima, no era nada mala en sí misma, pero el pecado de la gente a donde se fue meter no era lo propio para alguien que prácticamente es un hijo del pacto porque Lot siendo huérfano había estado con su tío Abraham a quien él tenía como su segundo padre (el que le adoptó).  Lo que sus ojos desearon fue más lo material, sin sopesar el problema de pecado en el que se iban a meter.

   Lo mismo le ocurrió a la esposa de Lot, cuando tiempo después Dios quiso librar de la muerte a Lot y su familia antes de destruir Sodoma y Gomorra donde ellos se habían establecido, y con quienes es muy probable que ellos tuvieron amistad y negocios.  Cuando Dios hizo llover fuego y azufre sobre estas dos ciudades, y quiso rescatar a Lot y su familia, unos ángeles representativos de Dios les ayudaron a darse prisa y salir de Sodoma, e instruyeron a Lot diciéndole: Escapa por tu vida; no mires tras ti, ni pares en toda esta llanura; escapa al monte, no sea que perezcas” (Génesis 19:17).  La instrucción de cómo usar los ojos fue: “no mires tras ti”. Esta instrucción era también para su esposa y para sus dos hijas, pero en el caso de su esposa dice la historia que: “… la mujer de Lot miró atrás, a espaldas de él, y se volvió estatua de sal” (Génesis 19:26).  En su mirada estuvo presente “los deseos de los ojos” (desde luego que ‘malos deseos’), porque ella probablemente estaba pensando aferradamente sin duda que por algunas cosas que tuvo que dejar allí, o quizá por su vivienda que perdería, o por los que iban a ser sus futuros yernos, o por el fin de sus negocios muy lucrativos.  Fue prácticamente lo material que la estaba atrayendo, y ello fue lo que terminó con su vida.

   Esto no ocurrió con nuestro Señor y Salvador Jesucristo quien nos enseña cómo vencer estos problemas con lo que miramos. Él no fue atraído por las cosas materiales, menos con la condición de rendirle adoración al diablo mismo.  En la tercera tentación que el diablo le puso a Jesús en el que se involucrarían sus ojos, dice San Mateo que: “… le llevó el diablo a un monte muy alto, y le mostró todos los reinos del mundo y la gloria de ellos, y le dijo: Todo esto te daré, si postrado me adorares” (Mateo 4:8-9).  Si el diablo “le mostró”, entonces Jesús vio “todos los reinos del mundo y la gloria de ellos”, pero como él no buscaba nada “del mundo” ni “la gloria” que podría haber en alguna parte “del mundo”; no cedió en aceptar la propuesta de cosas materiales e incluso de poder, y menos que se rindiera ante el diablo para adorarle.  La lección que Jesús nos da en este caso, y que es una pauta de cómo podemos hacer morir “los deseos de los ojos” sobre las cosas materiales, es que él le respondió al diablo citándole nada menos que la palabra de Dios, diciéndole: “Vete, Satanás, porque escrito está: Al Señor tu Dios adorarás, y a él sólo servirás” (Mateo 4:10). Nosotros también, conociendo la palabra de Dios, podemos combatir “los deseos de los ojos” que nos vienen por las cosas externas que miramos, pensando, meditando o reflexionando en la palabra de Dios que nos puede ayudar a obedecer a Dios en el momento que somos tentados a desear las cosas materiales. Así es como MORIRÁN de nuestra vida el poder de “los deseos de los ojos” sobre las cosas materiales.

 

   El tercer “deseo de los ojos”, enfocado en “lo terrenal” o “en el mundo”, y que el creyente en Jesucristo debe hacer morir de su vida, es:

III.- LA LUJURIA Y LA LASCIVIA POR LO SEXUAL.

   Existe un tipo de lujuria que simplemente es un deseo apasionado por algo que no es propiamente bueno, que de todas maneras es una práctica pecaminosa; pero existe otro tipo de lujuria que es más inmoral y que tiene que ver con la sexualidad, y que se trata del deseo sexual ilícito que se despierta en una persona hacia otra. Generalmente, la persona mientras mira a la otra, sus pensamientos son intencionalmente desordenados y premeditados desear e imaginarse actos sexuales con la persona que mira.  Esto es lujuria que tiene que ver con los “deseos de los ojos”.  Puede sucederle a un hombre, así como también puede sucederle a una mujer lujuriosa. La lujuria se convierte en algo más fuerte cuando la persona que lo practica no deja de pensar solamente en sexo cuando mira a otra persona, entonces se puede decir que tal persona es lasciva, pues la lascivia, ya no se limita como la lujuria al simple deseo de lo sexual, sino lo que siempre quiere es placer sexual, lo cual entra ya no en la categoría de “deseo de los ojos”, sino en la de los “deseos de la carne”.

   La lujuria está prohibida en el décimo de los 10 mandamientos que dice: “No codiciarás…” (Éxodo 20:17); y entre las cosas que uno no debe codiciar está: 1) “la casa de tu prójimo”, y la que especialmente conlleva lujuria es la parte que dice: 2) “no codiciarás la mujer de tu prójimo, ni su siervo, ni su criada”; y hay otras cosas que no se deben codiciar cuando los ojos vean lo vean, por ejemplo: 3) “ni su buey, ni su asno, ni cosa alguna de tu prójimo”.  En cuanto a lo que tiene que ver con la lujuria que se trata propiamente de la codicia que un hombre puede tener hacia una mujer, le sucedió al rey David con Betsabé esposa de Urías; pero también le puede suceder a una mujer hacia un hombre como le sucedió a la esposa de Potifar con José hijo de Jacob.  Solamente que en el caso de David fue más allá de los “deseos de los ojos”, más allá de la modalidad lujuria, porque llegó a cometer adulterio.  Y en el caso de la esposa de Potifar se quedó en “deseos de los ojos”, gracias a que José huyó de la situación.  Es decir, José, seguramente había trabajado en su vida para que “lo terrenal” o “del mundo” como la lujuria que son “deseos de los ojos” no le dominaran si alguna vez estuviese tentado de esa manera.

   En el caso de David, dice el profeta Samuel en el relato de aquella lujuriosa historia: “Y sucedió un día, al caer la tarde, que se levantó David de su lecho y se paseaba sobre el terrado de la casa real; y vio desde el terrado a una mujer que se estaba bañando, la cual era muy hermosa. Envió David a preguntar por aquella mujer, y le dijeron: Aquella es Betsabé hija de Eliam, mujer de Urías heteo” (2 Samuel 11:2-3).  Es por su lujuria que la deseó, comenzando porque “vio desde el terrado a una mujer que se estaba bañando, la cual era muy hermosa”.  Pero, no solo la “vio”, aunque todo comenzó porque la “vio”, sino que la deseó y luego fue más allá hasta cometer adulterio con ella.  Es por ello que en el proceso de este tipo de pecados que se cometen comienza nada menos que con lo que estamos aprendiendo que debemos hacer morir de nosotros: “los deseos de los ojos”.

   Nuestro Señor Jesús en su enseñanza en contra del adulterio, explicó a sus oyentes lo siguiente: “Oísteis que fue dicho: No cometerás adulterio. 28 Pero yo os digo que cualquiera que mira a una mujer para codiciarla, ya adulteró con ella en su corazón” (Mateo 5:27-28).  Incluso antes de un adulterio físico, tan solo con el simple codiciar a una mujer, y lo mismo aplica si una mujer desea ilícitamente a un hombre, el solo deseo desordenado de codiciar o desear sexo con alguien que no sea el cónyuge ya es considerado igual que el adulterio consumado físicamente.   Es por ello que quienes en este sentido tienen problemas con “los deseos de los ojos” lujuriosos, les urge entonces hacer morir de su vida este aspecto de los “malos deseos”; pues, no puede ser que, siendo creyentes en Jesucristo, tengamos lujuria en nuestros ojos y pensamientos, pues no es una pasión digna para un hijo de Dios.

 

   CONCLUSIÓN: Amados oyentes, hagamos morir de nuestra vida los “malos deseos” (Colosenses 3:5) para evitar 1) la inclinación por el pecado, 2) la atracción por lo material, y 3) la lujuria por lo sexual, que pueden ser causados por “los deseos de los ojos” (1 Juan 2:16) en cualquier momento espontáneo de todo el tiempo que los tenemos abiertos.  Pero, cuando sometemos nuestros ojos a la santificación que el Espíritu Santo hace en los creyentes, esos deseos pecaminosos que desagradan a Dios podrán morir de nosotros. Si estos deseos mueren de nuestra vida, entonces nos podremos enfocar más en las cosas de arriba, las de Dios, las celestiales, y eternas.  Quienes tienen estos problemas con las cosas, personas, y objetos que miran, deben tomar en serio la necesidad de comenzar a hacer morir mediante el poder de Jesucristo “los deseos” malos que sus ojos les generan una y otra vez en el alma.  Dios nos dé a todos la capacidad para ser más santos que pecadores en esta área de nuestra vida: la de nuestras miradas.

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El Pbro. Diego Teh Reyes, es Licenciado en Teología y Servicio Social; Maestro en Estudios Teológicos; y Doctorante en Ministerio; y actualmente es Ministro de la Palabra y los Sacramentos como pastor de la Iglesia Nacional Presbiteriana de México "PENIEL", de la ciudad de Mérida, Yucatán.

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