HACED MORIR… LA AVARICIA

Los Sermones Más Visitados:277

HACED MORIR… LA AVARICIA.

Colosenses 3:5-7.

1 Timoteo 2:6-12.

 

   INTRODUCCIÓN: Según San Pablo a los Colosenses capítulo 3 versículo 5, después de la fornicación, la impureza, las pasiones desordenadas, y los malos deseos, la última inclinación hacia algo terrenal entre la lista de cosas que el creyente necesita hacer morir de su vida es la “avaricia”. Es la última de esta lista dentro de todo el conjunto de prácticas pecaminosas, que inmediatamente dice de todas ellas, que son “idolatría”.  Todas las prácticas de estas cosas que son inclinaciones hacia “lo terrenal”, al darles espacio en nuestra vida, desplazan a Dios a un lugar donde Él no debe estar, porque a Él le corresponde el primer lugar; y la “avaricia” es una de ellas.

   La palabra griega que San Pablo escribió y que se traduce en español como “avaricia” es Pleonexia, palabra compuesta de dos palabras griegas que son Pleon que significa “más”, y Exo que significa “tener”; así que Pleonexia, literalmente significa “tener más”, aunque tener más, no necesariamente es un pecado, pero se convierte en pecado cuando se vuelve una obsesión por tener más sin necesitarlo. Puede que al principio uno necesitaba algo, así que legítimamente se procura obtener lo necesitado, pero se convierte en avaricia cuando después de tener satisfecha su necesidad uno no puede darse por satisfecho y no aprende a darle fin a sus deseos.  Esto hace que uno vaya cayendo en más consecuencias de ser avaro.

   En este mensaje lo que ahora les voy a predicar es que: El creyente que todavía practica la “avaricia” debe hacerla morir de su vida por causa de las consecuencias de este pecado. / ¿Cuáles son las consecuencias del pecado de la “avaricia” por las que el creyente que todavía la practica debe hacerla morir de su vida? / A través de este mensaje les compartiré algunas de estas consecuencias.

 

   La primera consecuencia de la “avaricia” por la que el creyente que todavía la practica debe hacerla morir de su vida es que:

I.- UNO SE CONVIERTE EN IDÓLATRA.

   Creo que nos hemos dado cuenta de que en Colosenses 3:5 el apóstol Pablo, acerca de toda la lista de cosas terrenales incluyendo la “avaricia” dice que es “idolatría”.  En un mensaje anterior ya he explicado que la idolatría no se trata solamente de rendir culto a alguna falsa deidad representada por alguna imagen suya, sino que también hay idolatría que consiste en la satisfacción de las cosas que hacemos, tenemos, u obtenemos, dejando de tener a Dios como la primera y única fuente de satisfacción.  Si Dios no ocupa este lugar para sentirse totalmente satisfecho solamente en él, entonces, uno se ha convertido en nada menos que en practicante de idolatría.

   La avaricia es idolatría porque consiste en amar toda clase de bienes o posesiones, incluido el dinero, y todo aquello que uno busca acumular sin medida, antes que amar a Dios sobre todas las cosas.  Y uno se puede darse cuenta de que se ha convertido en idólatra por causa de la avaricia, cuando se descuida estar en comunión personal, así como en compañía de otros creyentes para adorarle, orarle, cantarle, escucharle, y servirle, siendo estas cosas la pasión principal que uno tiene en la vida.

   Es nuestra responsabilidad hacer morir de nuestra vida, la avaricia que lo primero que hace es alejarnos de Dios, y desplazarlo a otro lugar que no es el primer lugar que le corresponde.

 

   La segunda consecuencia de la “avaricia” por la que el creyente que todavía la practica debe hacerla morir de su vida es que:

II.- UNO VIOLA EL DÉCIMO MANDAMIENTO.

   El décimo de los 10 mandamientos dice: “No codiciarás la casa de tu prójimo, no codiciarás la mujer de tu prójimo, ni su siervo, ni su criada, ni su buey, ni su asno, ni cosa alguna de tu prójimo” (Éxodo 20:17). La codicia es solamente el afán de tener riquezas en exceso, muchas veces sin importarle si al conseguir lo suyo afecta el bienestar de alguien.  Pero, un detalle que no deja tan mal al codicioso es que su afán desmedido de obtener más, no le impide servir con sus bienes a quien menos tiene o a quien lo necesite.  Es como le legendario Robin Hood que roba para dar a los pobres. No deja de ser generoso.  Pero, el simple deseo y obtención de dinero, bienes y otras posesiones en exceso, más de lo que uno realmente necesita, ya es codicia no permitida por la ley moral de Dios. Con una actitud como ésta, se viola el décimo mandamiento.

   En cambio, la “avaricia” es todavía peor que la “codicia”, porque la persona avara siempre y solamente quiere atesorar para él nada más, pero jamás dispondrá sus riquezas para alguien más. La codicia viene a ser en este caso, la raíz que engendra a la avaricia que a su vez genera otra diversidad de pecados, pero por ser la codicia el pecado base, debe ser por ello, la razón por lo que el último mandamiento lo que ataca es la codicia, pues luchando contra la codicia, de paso uno puede hacer morir de su vida la maliciosa “avaricia” que ofende la voluntad de Dios. Y si la “avaricia” viola la voluntad de Dios, ¿no es justo y necesario que la hagamos morir de nuestra práctica?

 

   La tercera consecuencia de la “avaricia” por la que el creyente que todavía la practica debe hacerla morir de su vida es que:

III.- UNO ACTÚA CON EGOÍSMO.

   El diccionario Oxford, define “avaricia” como el Afán de poseer muchas riquezas por el solo placer de atesorarlas sin compartirlas con nadie. Esto coincide con la descripción que hizo Jesús de aquel hombre de quien por medio de una parábola dijo: “La heredad de un hombre rico había producido mucho. 17 Y él pensaba dentro de sí, diciendo: ¿Qué haré, porque no tengo dónde guardar mis frutos? 18 Y dijo: Esto haré: derribaré mis graneros, y los edificaré mayores, y allí guardaré todos mis frutos y mis bienes; 19 y diré a mi alma: Alma, muchos bienes tienes guardados para muchos años; repósate, come, bebe, regocíjate. 20 Pero Dios le dijo: Necio, esta noche vienen a pedirte tu alma; y lo que has provisto, ¿de quién será?” (Lucas 12:16-20). La mentalidad de una persona como ésta referida por Jesús, es avara por su deseo de siempre querer tener cada vez más riqueza, aunque no lo necesite, y una vez habiéndolo obtenido, solamente es para atesorarla, pues nunca querrá compartirla con nadie.  Es sumamente egoísta.

  El avaro actúa siempre tal como el hombre rico al que se refirió Jesús.  Observen nada más su vocabulario que Jesús indica, y que revela el egoísmo que se encierra en el corazón de todo avaro.  El avaro siempre piensa y/o dice: “¿qué haré…?, Derribaré…, edificaré…, guardaré…, diré a mi alma… repósate, come, bebe, regocíjate”. Su mentalidad está encerrada solamente en sí mismo para “poseer muchas riquezas por el solo placer de atesorarlas sin compartirlas con nadie”.  Solo piensa en sus imaginarios “muchos años” de vida, sin saber que quizá “esta noche vienen” por su alma. No tiene la capacidad de pensar en los demás, y quizá ni en su propia familia.  Esta no es la actitud que debemos tener ante las oportunidades que “lo terrenal” nos tiene a disposición.

   Nosotros tenemos el mejor ejemplo de nuestro Señor y Salvador Jesucristo que no se aferró ni ensimismó en su riqueza celestial, de quien dice el apóstol Pablo a los Corintios: “ya conocéis la gracia de nuestro Señor Jesucristo, que por amor a vosotros se hizo pobre, siendo rico, para que vosotros con su pobreza fueseis enriquecidos” (2 Corintios 8:9), y somos llamados a ser como él, por lo tanto, “la avaricia” no es para nosotros, por lo que tenemos que ver que muera de nuestra vida.

 

   La cuarta consecuencia de la “avaricia” por la que el creyente que todavía la practica debe hacerla morir de su vida es que:

IV.- UNO DESCUIDA HACER EL BIEN A OTROS.

   En la Enciclopedia libre se define la “avaricia” como: El afán o deseo desordenado de poseer riquezas, bienes, posesiones u objetos de valor abstracto con la intención de atesorarlos para uno mismo, mucho más allá de las cantidades requeridas para la supervivencia básica y la comodidad personal.  La definición de la enciclopedia libre sigue, e incluye también en la avaricia el “deseo excesivo por la búsqueda de riquezas, estatus y poder” [1].  Pero, para efecto de este mensaje, nos quedamos con lo que tiene que ver con riquezas, bienes, posesiones u objetos de valor abstracto.

   Ya hemos visto que la avaricia genera egoísmo, y como fruto de dicho egoísmo, puede no interesarnos o dejar de interesarnos la necesidad de otras personas a las que podríamos ayudar a salir de su situación. Esto fue lo que le ocurrió a un hombre llamado Nabal de “Carmel, el cual era muy rico” (1 Samuel 25:1), pero “el hombre era duro y de malas obras” (1 Samuel 25:3b) a quien David tiempo atrás le apoyó cuando los trabajadores de aquel hombre estuvieron necesitados mientras estuvieron en el área donde David vivía.  Pero ahora que David viajando por la zona donde Nabal vivía, él y el grupo de jóvenes con quienes viajaba, tuvieron David necesidad de alimento, y David envió a sus jóvenes para decirle a Nabal: tus pastores han estado con nosotros; no les tratamos mal, ni les faltó nada en todo el tiempo que han estado en Carmel. Pregunta a tus criados, y ellos te lo dirán. Hallen, por tanto, estos jóvenes gracia en tus ojos, porque hemos venido en buen día; te ruego que des lo que tuvieres a mano a tus siervos, y a tu hijo David” (1 S. 25:7-8).

   Esta fue la petición de David a Nabal, pero la respuesta que recibió fue: “¿He de tomar yo ahora mi pan, mi agua, y la carne que he preparado para mis esquiladores, y darla a hombres que no sé de dónde son? (1 S. 25:11).  Esto es lo que ocurre con una persona en cuyo corazón se encuentra anidada la “avaricia”, lo que hace que uno se olvide incluso de quienes alguna vez le han tendido la mano para ayudarle. En la actitud de este hombre nos damos cuenta que la “avaricia” daña y hace que uno cierre sus manos para no hacer el bien a alguien que lo necesita.  Es por esto que debemos hacer morir de nuestra vida la “avaricia”, pues nuestro Señor Jesucristo nos enseñó no a ser avaros sino generosos, hospitalarios, y serviciales.

 

   La quinta consecuencia de la “avaricia” por la que el creyente que todavía la practica debe hacerla morir de su vida es que:

V.- UNO PIERDE EL TEMOR DE DIOS.

   Entre los proverbios bíblicos se encuentra uno que dice: “Mejor es lo poco con el temor de Jehová, que el gran tesoro donde hay turbación” (Proverbios 15:16). Para facilitar lo que dice este proverbio, recurramos a la NVI, que traduce estas mismas palabras diciendo: Más vale tener poco, con temor del Señor, que muchas riquezas con grandes angustias” (NVI).  Observen que lo que la RV60 llama “turbación”, se trata más bien de “angustia”.  La PDT que esta angustia consiste en llenarse de preocupaciones”; y la TLA dice que implica: “vivir en problemas” (TLA).  Es el resultado de una vida de avaricia que aun cuando la persona o familia tiene un “gran tesoro” (como indica la segunda parte del proverbio), hay un gran vacío en su vida porque la falta “el temor de Jehová”.  E incluso convivir con tal persona no es agradable.  Tal vez por esto incluso el apóstol Pablo le dice a los Corintios que: “… os escribí que no os juntéis con ninguno que, llamándose hermano, fuere fornicario, o avaro (noten que entre otros, se refiere también al ‘avaro’), o idólatra, o maldiciente, o borracho, o ladrón; con el tal ni aun comáis” (1 Corintios 5:11).

   El avaro es nada menos que un practicante de nivel avanzado de la codicia, precisamente por su falta de temor a Dios a quien no desea “obedecer” (cf. TLA), “respetar” (cf. PDT), y “honrar” (cf. DHH); y por ello si se dan las ocasiones es tan capaz de aceptar soborno, robar, prestar dinero bajo ganancia de altos intereses llegando a embargar hasta los bienes de otras personas, puede estafar, y hasta asaltar, y si le es necesario recurrir a la violencia y hasta al asesinato.  No mide consecuencias, con tal de obtener lo que quiere para seguir acumulando más, y lo va a seguir haciendo una y otra vez.

   A los creyentes que no hacen morir de su vida esta semilla de maldad de la “avaricia”, puede ocurrirles como a Ananías y Safira, pareja de esposos a quienes por falta de temor a Dios les ganó la avaricia cometiendo el fraude de quedarse con lo que ante Dios como testigo habían prometido ofrecer a los apóstoles para el bien de los necesitados de aquel tiempo.  El apóstol Pedro tuvo que decirles que lo que hicieron fue mentir a Dios (cf. Hechos 5:1-11). Ello les costó la vida, siendo muertos por determinación de Dios para aprendizaje de todos los que sepamos lo que a ellos les sucedió.  Es por eso que nosotros debemos hacer morir la avaricia que pudiese estar latente en nuestra vida, para dar lugar al temor de Dios.

 

   La sexta consecuencia de la “avaricia” por la que el creyente que todavía la practica debe hacerla morir de su vida es que:

VI.- UNO ESTÁ IMPEDIDO PARA LA VIDA EN LA ETERNIDAD CON DIOS.

   En el primer capítulo del libro de Pablo a los Romanos, acerca de los que dice que: “no aprobaron tener en cuenta a Dios” (Romanos 1:28), luego, la razón que da es por su condición de estar “atestados” y de entre toda la larga lista 23 pecados que el apóstol menciona, indica a aquellos que están “atestados de… avaricia” (el cuarto pecado de esa lista, luego de injusticia, fornicación, y perversidad; Romanos 1:29), y luego explica que: “los que practican tales cosas son dignos de muerte” (Romanos 1:32).  En este contexto, la expresión “muerte”, no se refiere al final de la vida terrenal, sino a la separación eterna con respecto de Dios. De esta manera, observamos muy claramente que no por parte o iniciativa de Dios, sino que, por la gravedad de este tipo de pecados, uno mismo se sentencia o condena a la muerte más indeseable, la que deja destituido de la gloria de Dios para siempre

   Podemos morir de esta vida, y no es problema porque todos debemos pasar de esta muerte; pero experimentar la muerte eterna, que consiste en estar separado de Dios para siempre, es toda una triste y lamentable situación que no es lo que debemos anhelar; menos ahora que nosotros somos creyentes en Jesucristo, predestinados por la gracia de Dios; entonces, por qué seguir en la práctica de la “avaricia”.  Mejor, hagamos caso a la exhortación de hacer morir de nuestra vida cualquier atisbo de “avaricia”.

 

   La séptima consecuencia de la “avaricia” por la que el creyente que todavía la practica debe hacerla morir de su vida es que:

VII.- UNO NO ES DIGNO DE PERTENECER ASÍ A LA IGLESIA.

   En la iglesia de la ciudad de Corinto donde por su inmadurez en la fe cristiana, practicaban diversos pecados, acerca de los cuales el apóstol Pablo que había trabajado arduamente para que se convirtieran a la fe en Cristo y se unieran a la iglesia, les tuvo que escribir una primera carta que no es la que conocemos como primera epístola, sino uno que ha quedado desaparecido.  Acerca de esta exhortación de aquella carta que él les cita en 1 Corintios 5:9-11, es claro que si por razón necesaria de testimonio o amistad uno tiene que convivir con diversos pecadores que él llama: “de este mundo”, y que entre ellos enlista a los “fornicarios…, o con los avaros, o con los ladrones, o con los idólatras”, es tolerable, pues les dice: “no absolutamente con los fornicarios de este mundo” (v. 10a).

   Inmediatamente les aclara en el versículo 11 que el sentido de su carta anterior había sido: “que no os juntéis con ninguno que, llamándose hermano, fuere… avaro” (es el segundo pecado de esta lista; v. 11), después de fornicario, antes de mencionar otros 4 pecados más (v. 11).  Si un pecador está fuera de la iglesia, es comprensible; pero, si uno que profesa ser de Cristo y que se considera hermano de los demás creyentes, perteneciendo al cuerpo glorioso de Cristo, es un practicante de la “avaricia”, exhorta diciendo que: “con el tal ni aun comáis” (1 Corintios 5), y añade contundentemente: Quitad, pues, a ese perverso de entre vosotros” (1 Corintios 5:13b).  Nadie que practicando estos pecados como el de la “avaricia” es digno de ser considerado o considerarse a sí mismo como miembro del cuerpo universal de Cristo o de una iglesia local en particular.

   Pero, es valioso pertenecer al cuerpo de Cristo, y si en virtud de nuestra fe en Cristo hemos tenido la bendición de ser integrados o injertados (cf. Romanos 11:17-24) a este cuerpo glorioso y bendito que es la iglesia, ¿para qué involucrarse en la práctica de pecados como el de la “avaricia”? En realidad, uno mismo se aparta de la comunión espiritual con la iglesia por no decir que también e Dios, porque no es digno que bajo esa condición pecaminosa de la cual uno no quiera apartarse quiera uno pertenecer así a la iglesia de Dios. Simplemente no se puede.  Jesús mismo enseñó que no se puede servir al mismo tiempo a Dios y a las riquezas, sino solamente una de estas dos opciones queda validada.

 

   La octava consecuencia de la “avaricia” por la que el creyente que todavía la practica debe hacerla morir de su vida es que:

VIII.- UNO SE MARGINA DEL REINO DE LOS CIELOS.

   No solamente uno es indigno de pertenecer a la iglesia por causa de la avaricia, sino que uno también se margina del reino de los cielos. Acerca de los que tienen el problema de la avaricia, sean pobres o sean ricos, según San Mateo dijo Jesús: “… que difícilmente entrará un rico en el reino de los cielos” (Mateo 19:23); y según San Marcos escribió que Jesús dijo: “… ¡Cuán difícilmente entrarán en el reino de Dios los que tienen riquezas! 24 Los discípulos se asombraron de sus palabras; pero Jesús, respondiendo, volvió a decirles: Hijos, ¡cuán difícil les es entrar en el reino de Dios, a los que confían en las riquezas! 25 Más fácil es pasar un camello por el ojo de una aguja, que entrar un rico en el reino de Dios” (Marcos 10:23-25).

   Cuando una persona queda enfocada en el afán de conseguir más bienes, posesiones, riquezas, y hasta cosas solamente de valor abstracto, uno mismo se está marginando del reino de los cielos al que Jesús se refería en sus predicaciones.  En estos casos, uno descuida lo que san Pablo llama buscar las cosas de arriba (cf. Colosenses 3:1).  No hay interés por la adoración a Dios, no hay interés por la palabra de Dios, ni por orarle a Dios, ni por servir en la proclamación del evangelio a otras personas.  La avaricia desvía hasta aquel que ha creído en Cristo.  Es por lo que los que somos creyentes en Jesucristo se nos dice que hagamos morir… la avaricia, pues es un poderoso ruptor del vínculo entre el creyente y la relación con Dios y su reino eterno; por lo que no debemos entregarnos a la avaricia.

 

   La novena consecuencia de la “avaricia” por la que el creyente que todavía la practica debe hacerla morir de su vida es que:

IX.- UNO EN REALIDAD NO ESTÁ SIRVIENDO A DIOS.

   En la ocasión que Jesús narró a sus oyentes una parábola conocida como la parábola del mayordomo infiel, al dar la aplicación correspondiente dijo: “El que es honrado en lo poco también lo será en lo mucho; y el que no es íntegro[b] en lo poco tampoco lo será en lo mucho. 11 Por eso, si ustedes no han sido honrados en el uso de las riquezas mundanas, ¿quién les confiará las verdaderas? 12 Y, si con lo ajeno no han sido honrados, ¿quién les dará a ustedes lo que les pertenece? 13 Ningún sirviente puede servir a dos patrones. Menospreciará a uno y amará al otro, o querrá mucho a uno y despreciará al otro”. (Y estas palabras que siguen son más determinantes con respecto a lo que les quiero enfatizar, y que fueron palabras claves de Jesús en esta enseñanza que les dio a su audiencia): “Ustedes no pueden servir a la vez a Dios y a las riquezas” (Lucas 16:10-13).

   Es claro que cuando uno está enfocando solamente en las riquezas, sea por “avaricia”, o por “codicia”, o de cualquier otra modalidad, aunque uno piense que está sirviendo a Dios, Jesús dice que el resultado real no es así.  El amor por “las riquezas”, peor si esta se vuelve desmedida, rompe la eficacia del servicio a Dios.  Es por ello que, para ser verdaderos y reales servidores de Dios, nosotros los creyentes en Jesucristo somos responsables de hacer morir de nuestra vida la “avaricia”, pues, si no lo hacemos no podemos asegurar de que estamos sirviendo a Dios.

 

   La décima consecuencia de la “avaricia” por la que el creyente que todavía la practica debe hacerla morir de su vida es que:

X.- UNO CAE EN UN PROBLEMA DEL CORAZÓN.

   Todo pecado, tiene su origen en el diablo mismo quien es llamado por Jesús como “padre de mentira” por no decir que realmente es “padre” de todos los pecados.  Luego, comenzando desde Adán y Eva, el efecto de la obra del diablo quedó establecido en el corazón humano.  Desde entonces, todo pecado que el ser humano practique ya sea voluntaria o deliberadamente, así como inconscientemente, su procedencia es propiamente del mismísimo corazón de cada quien.  Es por es que Jesús entre sus enseñanzas siempre afirmó lo siguiente: “Porque de dentro, del corazón de los hombres, salen los malos pensamientos, los adulterios, las fornicaciones, los homicidios, 22 los hurtos, las avaricias, las maldades, el engaño, la lascivia, la envidia, la maledicencia, la soberbia, la insensatez. 23 Todas estas maldades de dentro salen, y contaminan al hombre” (Marcos 7:21-23).  Y como ustedes pudieron observar, el sexto pecado de esta lista mencionada por Jesús, muy claramente indica que “las avaricias” proceden nada menos que de nuestro corazón, el ahora responsable de todos nuestros actos.  No debemos estar culpando ni a otras personas, ni al diablo mismo, porque el responsable de nuestros actos es nuestro propio corazón.

  El profeta Jeremías predicó a los judíos de su tiempo recordándoles esta realidad humana.  Le decía a la gente que Dios les manda a saber que: Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso; ¿quién lo conocerá?” (Jeremías 17:9). Y no Jeremías sino Dios mismo les mandó a decir: “Yo Jehová, que escudriño la mente, que pruebo el corazón, para dar a cada uno según su camino, según el fruto de sus obras” (Jeremías 17:9-10).  Nuestro corazón no puede ocultar delante de Dios, el verdadero motivo de ninguno de nuestros actos.  Como dijera el profeta Moisés en el salmo 90: “Pusiste nuestras maldades delante de ti, nuestros yerros a la luz de tu rostro” (Salmo 90:8). La “avaricia” que pudiese haber en nuestro corazón y que se refleja en nuestros procederes, es conocida por él, pero si Cristo ha sido recibido en dicho corazón, tal carácter avaro, puede morir de nuestro corazón. Jesucristo es la única medicina y solución para un corazón que lucha con la “avaricia”, y puede ser liberado de la gravedad de sus efectos.

   Recuerden nada más cómo cambió aquel jefe de publicanos llamado Zaqueo que tras entender el evangelio del reino de Dios que Jesús les enseñó, su corazón que siempre se había enfocado fue sanado, y entonces Zaqueo pudo pensar en los demás, en la reparación de sus errores, etc…, y dijo: la mitad de mis bienes doy a los pobres; y si en algo he defraudado a alguno, se lo devuelvo cuadruplicado” (Lucas 19:8b).  La “avaricia” establecida en el corazón humano, sí puede morir, para dar paso a la generosidad, y al corazón transformado por Dios en todos los demás aspectos de la vida.

 

   La decimoprimera consecuencia de la “avaricia” por la que el creyente que todavía la practica debe hacerla morir de su vida es que:

XI.- UNO SE DESCALIFICA PARA PREDICAR EL EVANGELIO.

   Creo que, a estas alturas de haber creído en Jesucristo, todos nosotros sabemos que la suprema comisión dada por Jesucristo a su iglesia, a cada y todo creyente en él, es hacer discípulos (cf. Mateo 28:19), o según san Marcos es predicar el evangelio a toda criatura (cf. Marcos 16:15), y esto no lo puede hacer una persona con corazón avaricioso.  Predicar el evangelio no es un medio para buscar riquezas.  En un testimonio del apóstol Pablo a los Tesalonicenses refiriéndose al tiempo cuando él y otros consiervos les predicaron el evangelio que les trajo a la conversión a Cristo, les dice que: “… nuestra exhortación no procedió de error ni de impureza, ni fue por engaño, sino que según fuimos aprobados por Dios para que se nos confiase el evangelio, así hablamos; no como para agradar a los hombres, sino a Dios, que prueba nuestros corazones. Porque nunca usamos de palabras lisonjeras, como sabéis, ni encubrimos avaricia; Dios es testigo” (1 Tesalonicenses 2:3-5).

   A los Corintios también les tuvo que recordar que: “a nadie hemos agraviado, a nadie hemos corrompido, a nadie hemos engañado” (2 Corintios 7:2).   Y si uno digna y legitimante es bendecido con alguna aportación económica, aun cuando la cantidad no sea extravagante, tal ingreso no es para acumular egoístamente, sino que una buena decisión es la que Pablo le comparte también a los Corintios diciéndoles: “He despojado a otras iglesias, recibiendo salario para serviros a vosotros” (2 Corintios 11:8).   El salario o dinero que uno recibe ya sea tanto de la iglesia misma o de otra fuente lícita de ingresos es para invertir en el servicio a la conversión de otras personas a Cristo y para la edificación de los que ya se encuentran en la fe.  Quien así lo puede hacer, ya está haciendo morir la “avaricia” de su corazón. El apóstol Pablo, libre de conciencia de alguna avaricia, les escribe finalmente a los Corintios: “¿acaso os he engañado por alguno de los que he enviado a vosotros? 18 Rogué a Tito, y envié con él al hermano. ¿Os engañó acaso Tito? ¿No hemos procedido con el mismo espíritu y en las mismas pisadas?” (2 Corintios 12:17-18).  Así debe ser la actitud de los que predicamos el evangelio.  Si no es así, entonces, no estaríamos calificados para ser buenos predicadores del evangelio.

  Pero, aun si uno que predica el evangelio no está buscando riquezas excesivas de la gente a quienes le predica, sino que lo consigue fuera del círculo de los creyentes, igualmente desde que uno sea un practicante de la avaricia, tal predicador no está calificado para hacer dicha tarea, porque eso implica que está fingiendo ante la iglesia lo que en su práctica general no vive.  Y un predicador del evangelio tiene que ser como Cristo quien, para venir a predicarnos el evangelio del reino de los cielos, dejó sus riquezas celestiales viviendo entre nosotros bajo las limitaciones de la miserabilidad a la que el pecado somete a la humanidad entera.  Es por esto que siendo nosotros todos predicadores del evangelio, los que han sido atrapados por el pecado de la codicia y de la “avaricia”, y que viven solamente buscando prosperidad material, urge que hagan morir de su vida este engañoso e inhabilitador proceder de nuestro corazón porque afecta nuestro desempeño en cuanto a nuestra suprema comisión de predicar el evangelio.

 

   CONCLUSIÓN:  Concluyo este mensaje recordándoles las palabras de nuestro Señor Jesucristo al respecto del cuidado que debemos tener con la “avaricia”. Él dijo: “Mirad, y guardaos de toda avaricia; porque la vida del hombre no consiste en la abundancia de los bienes que posee” (Lucas 12:15).  La abundancia que injustamente uno llegase a tener, peor si es solamente para acumular egoístamente, finalmente hay que dejarlas, y no nos servirá para la eternidad.  A todos nos ocurre lo que llamo la desgracia de la perdiz, pequeña ave de la cual el profeta Jeremías para llamar la atención de las personas avaras, dice: “Como la perdiz que cubre lo que no puso, es el que injustamente amontona riquezas; en la mitad de sus días las dejará, y en su postrimería será insensato” (Jeremías 17:11). Mis amados hermanos, aunque lo que acumulemos puede ser heredado, y va a ser útil para quien lo reciba, no es necesario desmedirse en la obtención de riquezas que uno no está necesitando para vivir, para los imprevistos, y para la o las herencias que usted quiera dejar para quienes en su momento le sobrevivan.  Dijo el apóstol Pablo Timoteo que: “… gran ganancia es la piedad acompañada de contentamiento; porque nada hemos traído a este mundo, y sin duda nada podremos sacar. Así que, teniendo sustento y abrigo, estemos contentos con esto. Porque los que quieren enriquecerse caen en tentación y lazo, y en muchas codicias necias y dañosas, que hunden a los hombres en destrucción y perdición; 10 porque raíz de todos los males es el amor al dinero, el cual codiciando algunos, se extraviaron de la fe, y fueron traspasados de muchos dolores. 11 Mas tú, oh hombre de Dios, huye de estas cosas, …” (1 Timoteo 6:6-11a).  Y en cuanto a los que son ricos dice el apóstol, “que no sean altivos, ni pongan la esperanza en las riquezas, las cuales son inciertas, sino en el Dios vivo, que nos da todas las cosas en abundancia para que las disfrutemos. 18 Que hagan bien, que sean ricos en buenas obras, dadivosos, generosos; 19 atesorando para sí buen fundamento para lo por venir, que echen mano de la vida eterna” (1 Timoteo 6:17-20).

   Si obedecemos estas palabras inspiradas de Dios, no tendremos más problema con la “avaricia”, sino que morirá de nuestra vida, porque debe morir.  Dios bendiga a cada uno de ustedes.

 

+++++F+++++I+++++N+++++

 

[1] https://es.wikipedia.org/wiki/Avaricia

diegoteh

diegoteh.org

El Pbro. Diego Teh Reyes, es Licenciado en Teología y Servicio Social; Maestro en Estudios Teológicos; y Doctorante en Ministerio; y actualmente es Ministro de la Palabra y los Sacramentos como pastor de la Iglesia Nacional Presbiteriana de México "PENIEL", de la ciudad de Mérida, Yucatán.

Comentarios

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *