LA PAZ DE DIOS GOBIERNE EN VUESTROS CORAZONES.
Colosenses 3:15a.
“Y la paz de Dios gobierne en vuestros corazones, a la que asimismo fuisteis llamados en un solo cuerpo; y sed agradecidos” (Colosenses 3:15).
INTRODUCCIÓN: Hemos conocido por la historia bíblica de Hechos 2, que un día de Pentecostés en la ciudad de Jerusalén, el Espíritu Santo prometido desde hace muchos siglos atrás por Dios el Padre (cf. Joel 2), y que posteriormente Jesucristo ratificó ante sus discípulos que en verdad el Padre enviaría al Espíritu Santo a quien describe como “otro Consolador” (Juan 14:16, 26). Y en el mensaje anterior, les expuse la afirmación del apóstol Pablo a los Gálatas con respecto del Espíritu Santo prometido, de quien dice que “Dios envió a vuestros corazones el Espíritu de su Hijo” (Gálatas 4:6). El Espíritu Santo, no solamente se mueve “sobre la faz de las aguas” como “en el principio” (cf. Génesis 1:1-2), sino que ahora está en el lugar que quizá menos pensamos o menos nos damos cuenta; está en nuestros corazones, en el de usted y en el mío.
En este mensaje, estaré explicando el enfoque del enunciado expresado por el apóstol Pablo a los Colosenses, en el que dice: “Y la paz de Dios gobierne en vuestros corazones” (Colosenses 3:15a). De estas palabras, hoy les predicaré que: Hay verdades importantes que debemos conocer con respecto de la paz de Dios que gobierna en los corazones de los que creemos en Jesucristo. / ¿Cuáles son las verdades importantes que debemos conocer con respecto de la paz de Dios que gobierna en los corazones de los que creemos en Jesucristo? / Les explicaré cuatro de estas verdades importantes.
La primera VERDAD IMPORTANTE que debemos conocer con respecto de la paz de Dios que gobierna en los corazones de los que creemos en Jesucristo, es:
I.- QUE LA PAZ QUE LOS CREYENTES NECESITAMOS EN EL CORAZÓN ES LA QUE PROCEDE DE DIOS.
Justamente en las primeras palabras del versículo 15 el apóstol Pablo habla de: “la paz de Dios”, por lo que no se refiere a la paz de la musicoterapia, o de la meditación trascendental, ni de la paz que ofrece la disciplina del yoga, sino que se refiere a “la paz de Dios”, una paz superior a toda técnica elaborada por el mismo ser humano, aunque sea de toque religioso. Todas las personas necesitamos paz en nuestra vida, pero muchas tratan de buscarla en otras fuentes que ofrecen con simulación, alguna forma de paz que finalmente perderá su efecto, pero “la paz de Dios” es perdurable por el solo hecho de tener su origen en Dios. Esta paz mencionada por San Pablo, que la cita como “la paz de Dios”, es la misma que la paz de Cristo. Es la paz de la cual Jesús mismo el Hijo de Dios, dijo: “La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da” (Juan 14:27).
En otras palabras, la paz que los creyentes en Jesucristo necesitamos tiene que ser la que procede de Dios, y que es otorgada ni siquiera por la iglesia, ni por pastor o ministro alguno, sino por Jesucristo mismo tal como dijo: “mi paz os doy”, y que también lo da por medio de la obra del Espíritu Santo en cada corazón. Tomando en cuenta que esta paz de Dios de la que estamos hablando no se encuentra en técnicas mentales, sistemas religiosos, o esfuerzos personales, el apóstol Pablo en sus palabras finales y de bendición a los creyentes de Tesalónica, les dice al final de su segunda epístola: “Y el mismo Señor de paz os dé siempre paz en toda manera. El Señor sea con todos vosotros” (2 Tesalonicenses 3:16). Es el Señor de paz (o sea, Jesucristo) el que da “paz en toda manera”. Y no solamente da paz a algunos creyentes y a otros no, sino a todos, tal como dice el apóstol cuando les bendice diciéndoles que “El Señor sea con todos vosotros”. Cuando esta paz que procede de Dios por medio de Jesucristo está en el corazón, las actitudes, reacciones, y decisiones del creyente se vuelven las mejores que uno pueda demostrar.
La segunda VERDAD IMPORTANTE que debemos conocer con respecto de la paz de Dios que gobierna en los corazones de los que creemos en Jesucristo, es:
II.- QUE EL CORAZÓN DE TODO CREYENTE DEBE SER GOBERNADO POR LA PAZ DE DIOS.
Tanto en este, como en muchos de los sermones siguientes de esta serie basada en versículos que contienen la expresión “vuestros corazones”, iremos conociendo la obra o función que ahora mismo está llevando a cabo en nuestros corazones el Espíritu de Dios, o Espíritu Santo, Espíritu de Cristo, Espíritu de su Hijo, entre otros nombres con el que se le identifica en las Sagradas Escrituras. En nuestro texto de este mensaje, el apóstol Pablo menciona “la paz de Dios” cumpliendo una función específica en el corazón de los creyentes. No dice que sea el Espíritu Santo que lo hace, sin embargo “la paz” es un aspecto del fruto del mismo Espíritu de Dios, como dice siempre San Pablo a los Gálatas: “Mas el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz …” (Gálatas 4:29). Es el segundo fruto de su lista, entre otros frutos.
Pero, acerca de esta paz, dice de manera muy enfática en tiempo presente continuo que: “gobierne en vuestros corazones”. El corazón del creyente por ser un corazón humano con naturaleza de afectación por el pecado tiene la necesidad de ser gobernado. La palabra griega usada por el apóstol que se traduce como “gobierne”, significa literalmente “servir como árbitro”. El corazón necesita un árbitro en su interior para validar las buenas decisiones y para desaprobar nuestras malas decisiones. Este árbitro que se llama “paz de Dios” se encarga de expulsar todo aquello que puede perturbar nuestro corazón a la hora de tomar decisiones en medio de circunstancias adversas e incluso no adversas. Este árbitro es extraordinario porque siempre favorece nuestro corazón para que con la calma divina tomemos decisiones no equivocadas sino las correctas. Su función nos conviene porque nos ayuda a que no seamos nosotros ni nuestro corazón pecaminoso el que gobierne nuestra vida, pues este árbitro lo hace con poder divino, lo cual nos libra de alteraciones y equivocaciones.
La tercera VERDAD IMPORTANTE que debemos conocer con respecto de la paz de Dios que gobierna en los corazones de los que creemos en Jesucristo, es:
III.- QUE TODO CREYENTE ES LLAMADO ENTRE OTRAS COSAS, PARA PRACTICAR LA PAZ.
Después de decir el apóstol: “Y la paz de Dios gobierne en vuestros corazones”, inmediatamente con respecto a dicha paz, añade: “a la que asimismo fuisteis llamados”. San Pablo, de manera muy específica está diciendo que la gracia de “la paz de Dios” que llega a la vida del creyente, no es una suerte o casualidad, sino una provisión especial que solamente los creyentes recibimos de Dios. No todos los seres humanos pueden tenerla y mostrarla en sus vidas, pensamientos, actitudes, y acciones, sino justa y solamente aquellos que se hacen verdaderos creyentes de Jesucristo. Se trata de un llamado divino que realmente no lo recibe toda la humanidad sino solamente los elegidos de Dios, entonces, podemos decir que es un llamado por gracia, es decir, no merecido, sino solamente otorgado como parte de la manifestación del amor de Dios en nuestra vida para poner en práctica los efectos de dicha paz.
Dios, no solamente llama a los pecadores para que procedamos al arrepentimiento con nuestro corazón, sino que nos llama para diversos fines. En este caso, San Pablo explicando con respecto de “la paz de Dios”, y al decir: “a la que asimismo fuisteis llamados”, queda claramente afirmado que es una dádiva divina que es otorgada solamente a quienes él llama para otorgarles su paz con la finalidad de formar en ellos (es decir, en nosotros), una sana y santa espiritualidad en sus vidas personales, familiares, sociales, comunitarias, eclesiásticas, y laborales, entre otras áreas. Es así como Dios no solamente llama al arrepentimiento, o para dar salvación eterna, sino que también llama para dar al creyente la paz especial que procede de su Ser divino y perfecto, para practicar una vida de paz y ser ejemplo de vida tanto a otros creyentes como para toda la humanidad.
Es por eso que en los versículos anteriores al versículo 15, San Pablo, destacando la necesidad de una vida de paz en la misma iglesia donde los Colosenses se congregaban, les dice: “Vestíos, pues, como escogidos de Dios, santos y amados, de entrañable misericordia, de benignidad, de humildad, de mansedumbre, de paciencia; 13 soportándoos unos a otros, y perdonándoos unos a otros si alguno tuviere queja contra otro. De la manera que Cristo os perdonó, así también hacedlo vosotros. 14 Y sobre todas estas cosas vestíos de amor, que es el vínculo perfecto” (Colosenses 3:12-14). La práctica de la paz se manifiesta en los actos de misericordia, benignidad, humildad, mansedumbre, paciencia, soportamiento, perdón, y amor hacia el prójimo y hacia los hermanos en la fe como evidencia de que el corazón está siendo gobernado por “la paz de Dios”.
La cuarta VERDAD IMPORTANTE que debemos conocer con respecto de la paz de Dios que gobierna en los corazones de los que creemos en Jesucristo, es:
IV.- QUE LOS LLAMADOS A PRACTICAR LA PAZ SON INTEGRADOS EN UN SOLO CUERPO DE PAZ.
Cuando el apóstol Pablo, al referirse a “la paz de Dios”, y explicar: “a la que asimismo fuisteis llamados”, define inmediatamente que dichos llamados son integrados “en un solo cuerpo”. En este caso, la expresión: “un solo cuerpo” es una referencia a nada menos que a la iglesia de Jesucristo; un cuerpo que, si bien son de personas salvadas de la condenación eterna para gozar de la plenitud de vida eterna, no dejan de ser pecadores, lo cual se va a reflejar dentro de la comunión de este cuerpo. Pero, a pesar del carácter muy personal y distinto de cada uno, este cuerpo que es la iglesia es el mejor cuerpo existente sobre la faz de la tierra en el que todos los que profesamos la fe en Cristo, pertenecemos a este cuerpo, y estamos obligados a practicar la paz unos con otros, porque somos capacitados para tratarnos en paz de todas las maneras posibles.
Desde que Jesús estableció su iglesia con el primer núcleo de sus discípulos, les encargó: “Este es mi mandamiento: Que os améis unos a otros, como yo os he amado” (Juan 15:12). Serían desde entonces, “un solo cuerpo” donde el trato mutuo no puede ser menos que de amor. Y si es de amor, entonces, el trato pacífico está incluido. De allí que la misericordia, la benignidad, la humildad, la mansedumbre, la paciencia, el mutuo soportamiento, y el perdón, se puede vivir en este cuerpo también llamado iglesia. A todos los que Dios llama para salvación eterna, también nos integra a este cuerpo eclesial no solamente para recibir “la paz de Dios”, sino también para practicarla en las relaciones fraternales. Aunque esta paz es personal, la verdad del asunto es que fuimos llamados a vivir con la paz y en paz, “en un solo cuerpo”, por lo cual requiere también que nuestro corazón sea gobernado por “la paz de Dios”. En la iglesia practicamos la paz, porque Dios nos ha dado su paz en nuestras almas. Con esta paz recibida, respetamos a todas las personas que ponen un pie en este lugar, sean nuestros hermanos en la fe o así sean personas que, sin ser de la fe, tienen a bien simpatizar de nuestras reuniones. Somos promotores de “la paz de Dios” con todos los que se reúnen en esta iglesia a la que fervorosamente concurrimos. Para esto también fuimos llamados.
CONCLUSIÓN: Damos gracias a Dios que él no tiene descuidado nuestros corazones, primero porque al enviar a su Espíritu Santo no fue solamente para circular sobre la faz de la tierra, o en el interior de los templos, o sobre el espacio donde se predique el evangelio, sino que lo envió justamente en nuestros corazones. Y segundo, al entrar en nuestros corazones no se queda allí pasivo sin hacer nada, sino que su presencia está siempre generando el fruto de diversas virtudes para un mejor carácter, entre los que destaca que él genera y sostiene la paz divina en nuestros corazones. Entonces, con la consideración de estas verdades importantes con respecto de “la paz de Dios” que gobierna en los corazones, lo que nos corresponde es estar siempre listos para llevar una vida de paz con Dios dejando que primeramente Jesucristo sea “nuestra paz” (cf. Efesios 2:14). Luego, tenemos que cerciorarnos que el tipo de paz que nuestros corazones debe conocer y experimentar no sea algo que el ser humano haya inventado como paz pero que en realidad no lo sea, pues, la paz que necesitamos debe proceder “de Dios”, y no de otra fuente.
Igualmente, cada uno de nosotros debe tener cuidado de que no sea otra cosa la que gobierne nuestros respectivos corazones, sino que sea “la paz de Dios” como el árbitro necesario para el divino favor de nuestra espiritualidad. Como resultado, seamos también practicantes de la paz “unos a otros”. Y finalmente, que la iglesia como cuerpo de Cristo sea bendecida por nuestra vida y actitudes de paz entre unos y otros.
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