LA DEPRAVACIÓN EN LOS AFECTOS ESPIRITUALES.
Juan 8:31-41.
INTRODUCCIÓN: Entendamos por afecto, el sentimiento favorable que una persona puede tener hacia otra o hacia algún objeto, expresándole aprecio, cariño, estima y cordialidad, y se puede demostrar con una caricia, un gesto, una atención, un cuidado por la persona, un beso, o hasta con un saludo. Dios nos creó para poder demostrar afecto para con todos, pero también para con él, sin embargo, el pecado ha causado lo que estamos llamando depravación total haciendo que no seamos los humanos afectuosos que Dios espera que seamos. En nuestro pasaje bíblico de Juan 8:31-41, entre los diversos diálogos de Jesús con un grupo de judíos que, por cierto, no eran tan incrédulos, porque en el versículo 31 dice San Juan de ellos “que habían creído en él (en Jesús)” (Juan 8:31), sin embargo, lo que tenían era una fe limitada y condicionada por ellos mismos, pues en el fondo de sus corazones tenían sus dificultades espirituales tanto en el tema de la fe, así como en cuanto a la realidad de sus afectos para con Jesús. Esto se deja ver con más claridad, cuando Jesús les tiene que decir: “pero procuráis matarme, porque mi palabra no halla cabida en vosotros” (Juan 8:37b). Solamente con darle un vistazo o lectura rápida a los evangelios, podemos notar que prácticamente desde que Jesús inicia su ministerio, su público, particularmente los más apegados a la religión como los fariseos y los saduceos, quienes siempre estuvieron procurando tenderle a Jesús alguna trampa para acusarle de mal interpretar la ley de Dios la cual no mal interpretaba; de identificarse igual a Dios lo que en realidad sí lo era desde antes; y de traición al César o al poder del imperio romano, lo cual no era cierto, porque sus enseñanzas se referían al reino de los cielos, y no a un reino terrenal al que Jesús estuviese aspirando; pero, en fin, lo que querían era matarle. Esto es lo que le dice al grupo de judíos de nuestra lectura al evidenciarles: “procuráis matarme, porque mi palabra no halla cabida en vosotros”.
Lo que específicamente les voy a predicar en este mensaje es que: Se puede observar en diversas actitudes humanas que los afectos espirituales de nuestra naturaleza se encuentran depravados por la presencia del pecado. / ¿Cuáles son las diversas actitudes humanas en las que se puede observar que los afectos espirituales de nuestra naturaleza se encuentran depravados por la presencia del pecado? / En esta predicación les voy a compartir algunas de estas actitudes humanas en los cuales se puede observar que los afectos espirituales de nuestra naturaleza están en estado de depravación.
La primera actitud humana en la que se puede observar que los afectos espirituales de nuestra naturaleza se encuentran en depravación por la presencia del pecado, es:
I.- EL RECHAZO CONTRA JESÚS.
El hecho de que Jesús les dijera a aquellos judíos: ““pero procuráis matarme, porque mi palabra no halla cabida en vosotros” (Juan 8:37b), se puede identificar que aquellos judíos simulaban un tanto en creerle a Jesús, pero, por otra parte, y era la mayor realidad de sus corazones sin afecto, es que no le querían. Había un rechazo que les surgía de la falta de un buen afecto hacia la persona de Jesús al que no podían reconocer como el personaje que cumple la promesa de las profecías. Lo mismo ha de haberle pasado en algún momento a alguno de nosotros en la actualidad. No fue un problema exclusivo de los judíos, sino en realidad de todo ser humano.
Solamente observen que el apóstol Juan describe quién es realmente Jesús, y explica que es así como Jesús se dio a conocer, y no a extraños que no estuviesen en su lista de personas amadas por él, sino a los que San Juan identifica que eran “los suyos” de Jesús. En Juan 1, este apóstol clarifica a los lectores del santo evangelio que Jesús es nada menos que el “el Verbo, … y el Verbo era Dios” (Juan 1:1), luego que él es nada menos que él es la vida porque “En él estaba la vida”, (Juan 1:4), y que también es la luz (vv. 4,5,9). Pero, qué sorpresa, cuando leemos Juan 1:11, nos sorprendemos de la actitud de respuesta que tuvieron aquellos que repito, no eran extraños para él, sino la gente que él reconoce como “suyos”. San Juan dice de Jesús, que: “A lo suyo vino, y los suyos no le recibieron” (Juan 1:11). Esta gente, bien se sabía descendientes de Abraham, y que finalmente son hijos del pacto de Dios con Abraham, lo cual les daba una posición privilegiada de ser objetos del amor de Dios, sin embargo, como evidencia de estar afectados por el pecado sus afectos espirituales, simplemente rechazaron a Jesús.
Personas que tienen esta actitud del corazón cerrado en contra de Dios, y en contra de su Hijo Jesucristo, tienen los afectos espirituales depravados, por lo que no pueden sentir ningún poco de aprecio a Jesús, a menos que Dios les regale el don de la fe, para poder creer en él. En Juan 1:12, se aclara que sí bien hay personas cuyo afecto espiritual no es suficiente para apreciar a Jesús, también los hay quienes, siendo capacitados por la gracia de Dios para creer en Jesús, dice San Juan con respecto estas personas y Jesús, que: “Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios” (Juan 1:12). Esto es lo que Dios espera de cada persona, no tan solamente que creamos en que Jesús es el Hijo de Dios, y que es el único Señor y suficiente Salvador, sino que, en vez de rechazarle, le recibamos en nuestra vida.
La segunda actitud humana en la que se puede observar que los afectos espirituales de nuestra naturaleza se encuentran en depravación por la presencia del pecado, es:
II.- LA MALA INTENCIÓN CONTRA JESÚS.
Los judíos en particular no solamente rechazaban a Jesús, sino que el alcance de su falta de buen afecto para con él los llevó a tener actitudes más graves. Según nuestra lectura de Juan 8:31-41, Jesús, dirigiéndose al grupo de judíos a quienes les compartió la preciosa enseñanza de que la verdad les puede hacer libres; les dijo también lo que Jesús percibía de ellos y que revela la mala intención que tenían en el fondo de sus corazones. Las palabras de Jesús para ellos fueron: “Si fueseis hijos de Abraham, las obras de Abraham haríais. 40 Pero ahora procuráis matarme a mí, hombre que os he hablado la verdad, la cual he oído de Dios; no hizo esto Abraham” (Juan 8:39-40).
Por ejemplo, aquel martes de controversia durante la semana de la pasión de Jesús, gente de entre los judíos, específicamente los fariseos, fueron quienes le preguntaron a Jesús: “Dinos, pues, qué te parece: ¿Es lícito dar tributo a César, o no?” (Mateo 22:17), pero San Mateo quien relata este incidente dice que luego de una charla anterior con ellos: “se fueron los fariseos y consultaron cómo sorprenderle en alguna palabra. 16 Y le enviaron los discípulos de ellos con los herodianos, diciendo: Maestro, sabemos que eres amante de la verdad, y que enseñas con verdad el camino de Dios, y que no te cuidas de nadie, porque no miras la apariencia de los hombres. 17 Dinos, pues, qué te parece: ¿Es lícito dar tributo a César, o no?” (Mateo 22:15-17). Por cierto, duce Mateo que “Jesús, conociendo la malicia de ellos, les dijo: ¿Por qué me tentáis, hipócritas?” (Mateo 22:18). Esto nos deja claro que aquella conversación con él no fue bien intencionada, pues lo que querían era “sorprenderle en alguna palabra”, y que de fondo era una “malicia”. No lo lograron, pero finalmente, por soborno, mentiras, y traición, llevaron a Jesús a que fuese sentenciado a muerte, sin embargo, el mismo Pilato que fue quien le sentenció a muerte solamente por la exigencia de la gente, él mismo dijo: “Inocente soy yo de la sangre de este justo; allá vosotros” (Mateo 24:27b).
Mis amados oyentes, si hoy tuviésemos a Jesús predicando la verdad en contra de nuestra falsa confianza de ser descendientes de alguna persona de fe, pero no le hiciéramos caso a él, seríamos tan capaces de hacer todo por matarle. La falta de afecto espiritual favorable en nuestro corazón humano haría que actuemos decididos a matarle como lo hicieron los judíos de su tiempo. Es más, gracias a Dios el Padre que es Espíritu e Invisible, si no, creo que seríamos tan capaces de intentar matarlo, aunque en esencia fue por nuestra culpa que Jesús fue muerto. Tiene razón en parte el loco citado por el filósofo Friedrich Nietzche en 1822 (no sé si verdaderamente era solo un loco, o era, un predicador al que él llama loco en dos de sus escritos: La gaya ciencia (o como es conocido en español como: El alegre saber), y en Así habló Zaratustra. El supuesto loco decía a la gente: ¡DIOS HA MUERTO!, pero en su discurso ante gente no cristiana en cierta plaza pública les argumentó: “¡Y nosotros le dimos muerte! ¡Cómo consolarnos nosotros, asesinos entre los asesinos! Lo más sagrado, lo más poderoso que había hasta ahora en el mundo ha teñido con su sangre nuestro cuchillo. ¿Quién borrará esa mancha de sangre? ¿Qué agua servirá para purificarnos? […] La enormidad de este acto, ¿no es demasiado grande para nosotros?”[1]. En otras palabras, aunque nosotros no fuimos los judíos de los tiempos de Jesús, ni somos descendientes de aquellos judíos, somos iguales de depravados, no solamente capaces de hacerle maldad al hijo de Dios, sino que de ser posible lo haríamos el intento de matar también al Padre Celestial, lo cual, por cierto no podrá llevarse a cabo, porque Dios no está destinado a morir. De hecho, el apóstol Pablo en una lista de pecados en el que indican la gran variedad de maneras cómo los seres humanos expresamos nuestra falta de afecto a nuestros propios semejantes, incluye uno con respecto al trato que también somos tan capaces de darle a Dios, y le llama: “aborrecedores de Dios” (Romanos 1:30c).
Gracias a Dios que ahora, hemos sido capacitados por Dios no para hacerle maldad sino para amarle. Ahora, estamos conscientes, gracias a Jesús, de que el primer mandamiento es: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente” (Mateo 22:37). Ahora, este es nuestro afecto tanto para Jesucristo como para su Padre Celestial, así como para el Espíritu Santo procedente tanto del Padre como de Jesús. Los amamos, y no pensamos males contra toda esta trina divinidad.
La tercera actitud humana en la que se puede observar que los afectos espirituales de nuestra naturaleza se encuentran en depravación por la presencia del pecado, es:
III.- LA MALA ACTITUD HACIA NUESTRO PRÓJIMO.
En la epístola a los Romanos, en el capítulo 1 que ya les he citado antes, por ejemplo, San Pablo describe conductas que no son afectuosas y que son consecuencias del dominio del pecado en la naturaleza humana. No fuimos nosotros a los que se refiere el apóstol Pablo, pero cualquiera de nosotros es tan capaz de actuar como los que él describe en su epístola. En los versículos 29 al 31, tenemos una lista de diversas actitudes y acciones humanas que indican lo depravado que es el ser humano en el plano de sus afectos tanto para con sus semejantes, así como para con Dios. Comenzando con la palabra “maldad”, la lista incluye: “… maldad; llenos de envidia, homicidios, contiendas, engaños y malignidades; 30 murmuradores, detractores, aborrecedores de Dios, injuriosos, soberbios, altivos, inventores de males, desobedientes a los padres, 31 necios, desleales, sin afecto natural, implacables, sin misericordia” (Romanos 1:29-31). A parte del pecado hacia Dios, el de ser “aborrecedores de Dios”, la mayoría de estas descripciones se enfocan principalmente en la falta de afecto hacia otros seres humanos, pero incluso podrían ser contra nuestra propia familia como el caso de los hijos “desobedientes a los padres”. Todas estas actitudes y hechos son causadas precisamente por la influencia, poder, y presencia del pecado en nuestra naturaleza, lo que en esta serie de mensaje estoy llamando: DEPRAVACIÓN TOTAL, y que (valga la expresión) afecta nuestros afectos.
San Pablo podía observar en la conducta no sé si de algunos o de muchos que ya se profesaban creyentes en Cristo en la ciudad de Éfeso, pero que en sus vidas y reacciones era evidente que de sus corazones salía: “amargura, enojo, ira, gritería y maledicencia, y toda malicia”, acerca de los cuáles les dice: “Quítense de vosotros toda amargura, enojo, ira, gritería y maledicencia, y toda malicia” (Efesios 4:31). A otro grupo de creyentes también les escribió: “Pero ahora dejad también vosotros todas estas cosas: ira, enojo, malicia, blasfemia, palabras deshonestas de vuestra boca. 9 No mintáis los unos a los otros, habiéndoos despojado del viejo hombre con sus hechos, 10 y revestido del nuevo, el cual conforme a la imagen del que lo creó se va renovando hasta el conocimiento pleno” (Colosenses 3:8-10). Imagínense ustedes todo el mal que es posible ejecutar cuando uno se encuentra embargado por estos sentimientos depravados que revelan la gran falta de afecto que hay en la vida y en el corazón, el asiento de los afectos humanos y espirituales. Uno es capaz de ejecutar cualquier tipo de acciones viles y vergonzosos.
Pero, los que creemos en Cristo, podemos superar esta depravación; es por eso que el apóstol Pablo les dice a los Efesios, en su calidad de esposas, de esposos, de hijos, de padres, de siervos, y de amos, y de cualquier otra relación humana: “Someteos unos a otros en el temor de Dios. 22 Las casadas estén sujetas a sus propios maridos, como al Señor” (Efesios 5:21-22); “Maridos, amad a vuestras mujeres, así como Cristo amó a la iglesia, y se entregó a sí mismo por ella” (Efesios 5:25); “Hijos, obedeced en el Señor a vuestros padres, porque esto es justo” (Efesios 6:1); “padres, no provoquéis a ira a vuestros hijos, sino criadlos en disciplina y amonestación del Señor” (Efesios 6:4); “Siervos, obedeced a vuestros amos terrenales con temor y temblor, con sencillez de vuestro corazón, como a Cristo” (Efesios 6:5); y “amos, haced con ellos lo mismo, dejando las amenazas, sabiendo que el Señor de ellos y vuestro está en los cielos, y que para él no hay acepción de personas” (Efesios 6:9). En todas las áreas de nuestras relaciones humanas, tenemos que ser afectuosos, porque con Cristo y el Espíritu Santo en nuestras vidas, ahora, sí podemos luchar en contra de la depravación que afectan nuestros afectos.
CONCLUSIÓN: Es verdad que nuestros afectos están afectados por la presencia y poder del pecado en nuestra naturaleza, y que antes de creer en Cristo, por eso somos considerados como “muertos en nuestros delitos y pecados” (Efesios 2:1), pero, a los que hemos creído en Jesucristo al ser vivificados por la gracia de Dios, ahora sí podemos sobreponernos a cualquier limitante que el pecado nos haya establecido en nuestro ser. Es por eso que ahora, podemos cumplir la petición que Dios mismo nos hace y que Jesús nos lo recuerda, el de: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente” (Mateo 22:37); el de “buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios. 2 Poned la mira en las cosas de arriba, no en las de la tierra” (Colosenses 3:1b-2).
Amemos a Dios y todas las cosas de Dios; y amemos también al prójimo, pero primeramente a los de nuestra familia, y luego a los hermanos en la misma fe en Cristo.
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[1] Nietzsche, Friedrich (1882). La gaya ciencia, Alba: Madrid, 1997, pp. 137-138.
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