LA DEPRAVACIÓN EN LA VOLUNTAD HUMANA.
Juan 6:51-65.
INTRODUCCIÓN: Hemos aprendido que la presencia y el poder del pecado en la naturaleza humana causa depravación en el conocimiento espiritual. Jesús, ha explicado esto en sus diálogos con Nicodemo y con la mujer samaritana (cf. Juan 3, 4). Igualmente, el pecado afecta también los afectos espirituales con los que nos deberíamos relacionar tanto con Dios como con nuestros semejantes. Ya lo ha explicado Jesús en la reprensión que le hizo a un grupo de judíos a quienes les evidenció y probó en sus conciencias que querían matarle (cf. Juan 8:31-41). Esto es por la depravación que el pecado causa y hace en todas las facultades humanas. Ya hemos aclarado que cuando usamos la expresión: depravación total, no significa que el ser humano solamente hace maldad, pues ese nivel de depravación le corresponde solamente al diablo y a sus demonios los cuales tienen un grado superior y máximo de depravación que se llama depravación absoluta. Lo que realmente ocurre en todos los seres humanos y que describimos con el término: Depravación total, es que no hay facultad alguna del ser humano que no se encuentre afectada negativa y espiritualmente por la presencia y el poder del pecado. Hoy, basado en diversos textos en San Juan, sin omitir Juan 6:51-65 de nuestra lectura bíblica, lo que ahora estaremos aprendiendo es que la misma presencia y poder del pecado, deprava también la voluntad humana.
Lo que específicamente voy a predicarles en este momento, es que: Las dificultades para entablar una relación de fe en Jesús son consecuencias de la depravación que el pecado causa a la voluntad humana. / ¿Cuáles son las dificultades para entablar una relación de fe en Jesús que son consecuencias de la depravación que el pecado causa a la voluntad humana? / En esta exposición les explicaré tres dificultades para entablar una relación de fe en Jesús que son consecuencias de la depravación que el pecado causa a la voluntad humana.
La primera dificultad para entablar una relación de fe en Jesús que es una consecuencia de la depravación que el pecado causa a la voluntad humana, es:
I.- LA DIFICULTAD DE RECIBIR A JESÚS EN EL CORAZÓN.
Explicaré esta parte, recurriendo al primer capítulo del evangelio según San Juan, donde dice de Jesús que “A lo suyo vino, y los suyos no le recibieron. 12 Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios; 13 los cuales no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios” (Juan 1:11-13). Como se puede notar en estas palabras, hay unos que “no le recibieron” (cf. v. 11), y hubo otros “que le recibieron” (cf. v.12). Los que no le recibieron, evidentemente es porque no tuvieron la voluntad de recibirle; y en cuanto a los que le recibieron, no fue porque fueron más hábiles o capaces de recibirle, sino porque fueron auxiliados nada menos que por Dios mismo. Observemos que el resultado de haberle recibido fue que fueron “hechos hijos de Dios”.
Pero, recordemos que biológicamente uno llega a ser hijo, o un padre y una madre llegan a tener un hijo, por la decisión de ambos. Ninguno llega a ser hijo porque uno haya tenido la habilidad de ser un hijo. Uno mismo no decide ser engendrado o concebido, sino que es voluntad de nuestros padres. Lo mismo ocurre para “ser hechos hijos de Dios”. Nadie decide por su propia cuenta, y nadie se convierte en hijo de Dios por algún poder propio, sino que es Dios quien hace esta conversión o nacimiento espiritual para que podamos ser sus hijos. Es por eso que el apóstol Juan indica en términos generales y plurales o totales, que estos hijos “no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios”. Es Dios quien a todas las personas que llegarán a ser sus hijos, les guía en todo el proceso para llegar a serlo. Parte de este proceso es capacitar a sus elegidos para que reciban a su Hijo Jesucristo.
Quizá el término “le recibieron” o “no le recibieron”, se pudiera referir a un recibimiento o rechazo físico de su persona en las comunidades y aldeas donde Jesús llegaba a predicar, sin embargo, el sentido de esta expresión es más espiritual que físico. Se refiere más a la receptibilidad que pudiesen haber tenido con respecto al mensaje del reino de los cielos que él anduvo predicando; y esto ocurre nada menos que en el corazón. Se trata pues, de un recibimiento en el corazón o alma que tiene una gran necesidad de conocer la gracia de Dios. Este tipo de recibimiento no es fácil para nadie, sino que es difícil, dificultad que tiene su causa justo en la depravación que la presencia del pecado hace en nuestra naturaleza. Pero, cuando Dios nos capacita para darnos cuenta de nuestra necesidad de la obra de Jesús en nuestra vida, entonces, y solamente así, podemos recibirle en el corazón. Finalmente, no es el efecto de nuestra voluntad, sino de la voluntad de Dios.
La segunda dificultad para entablar una relación de fe en Jesús que es una consecuencia de la depravación que el pecado causa a la voluntad humana, es:
II.- LA DIFICULTAD DE CREER EN LAS VERDADES DE DIOS.
Cuando nos tocó leer Juan 3, la historia de la conversación entre Jesús y Nicodemo, escuchamos que, en algún momento de la conversación al no poder Nicodemo entender la orientación espiritual que Jesús le había dicho de que es necesario que uno nazca de nuevo, Jesús le dice a Nicodemo: “Si os he dicho cosas terrenales, y no creéis, ¿cómo creeréis si os dijere las celestiales?” (3:12). Es clara la explicación que Jesús le da Nicodemo de que cuando alguien no ha nacido de nuevo, simplemente tal persona no puede creer en Jesús y su evangelio. Por eso, Jesús le dijo a Nicodemo: “Si os he dicho cosas terrenales, y no creéis”. Esto de “nacer de nuevo” no puede ser un evento que uno mismo pueda realizar, sino que es Dios quien lo hace en la vida del ser humano dándole vida para poder hacer las demás cosas necesarias para la vida espiritual (cf. Efesios 2:1). Mientras Dios no haya hecho esta labor en una vida humana, a cualquier ser humano le va a pasar lo que a Nicodemo le sucedió, de no poder creer en Jesús.
En el capítulo 12, y en palabras del apóstol Juan quien interpretando la incredulidad de la gente a la que Jesús predicaba el evangelio del reino de los cielos, explica que no es nada menos que el cumplimiento de dos profecías específicamente con respecto a ellos. Acerca de la primera profecía citando a Isaías 53:1, dice de los habitantes de Jerusalén que: “… a pesar de que había hecho tantas señales delante de ellos, no creían en él; 38 para que se cumpliese la palabra del profeta Isaías, que dijo: Señor, ¿quién ha creído a nuestro anuncio? ¿Y a quién se ha revelado el brazo del Señor?” (Juan 12:37-38). Y acerca de la segunda profecía citando siempre a Isaías 6:10, para explicar el por qué no podrían creer, dice “Por esto no podían creer, porque también dijo Isaías: 40 Cegó los ojos de ellos, y endureció su corazón; para que no vean con los ojos, y entiendan con el corazón, y se conviertan, y yo los sane” (Juan 12:39-40).
Esto era lo que estaba ocurriendo con los personajes de nuestra lectura de Juan 6. No podían creer en Jesús como le sucedió a Nicodemo, y como le sucedió a los de Jerusalén que siguieron el itinerario de Jesús desde el día que él hizo su entrada triunfal en Jerusalén, pero le seguían no para creer en él, sino para demostrarse más incrédulos contra él. Por eso Jesús al dirigirse a ellos les dice: “Pero hay algunos de vosotros que no creen” (Juan 6:64a); y en su interpretación con respecto de Jesús dice San Juan: “Porque Jesús sabía desde el principio quiénes eran los que no creían” (Juan 6:64b1). En otras palabras, las personas que le estaban escuchando no tenían voluntad para creer en él, porque el pecado presente en sus vidas les tenía afectada su voluntad quitándoles todo deseo de creer en Jesús, como dijera también el mismo Isaías refiriéndose proféticamente a Jesús: “le veremos, mas sin atractivo para que le deseemos” (Isaías 53:2c). Lo mismo nos ocurrió antes a muchos de nosotros, si es que no a todos; y nos puede ocurrir otras muchas veces en la vida. Simplemente podríamos volver a tener dificultades para creer a Jesús, pero tenemos la confianza de que seremos capacitados para poder seguir creyendo en Jesús.
La tercera dificultad para entablar una relación de fe en Jesús que es una consecuencia de la depravación que el pecado causa a la voluntad humana, es:
III.- LA DIFICULTAD DE ACUDIR A JESÚS.
En nuestra lectura de Juan 6, escuchamos a Jesús decir: “Ninguno puede venir a mí, si el Padre que me envió no le trajere; y yo le resucitaré en el día postrero. 45 Escrito está en los profetas: Y serán todos enseñados por Dios. Así que, todo aquel que oyó al Padre, y aprendió de él, viene a mí” (Juan 6:44-45). Independientemente del tema de la resurrección que menciona Jesús para el día postrero, e independientemente del tema en el que cita que “Escrito está en los profetas”, su énfasis está en que para que alguien decida ir a Jesús, tal persona no es movida por su propia voluntad, sino que el Padre celestial es quien lleva a cabo la acción de traerle hacia su Hijo Jesús. También es claro que cuando Jesús les dice a sus oyentes que: “todo aquel que oyó al Padre, y aprendió de él, viene a mí”, queda claro que en la acción de escuchar la predicación de la palabra del Padre celestial, e incluso por cualquier persona que la predique, se origina la decisión y actitud de querer acudir a Jesús. No es un acto absoluto de la voluntad humana, sino de la capacitación divina para que la voluntad humana se aplique en acudir a Jesús.
Ahora, tengo que aclararles que acudir a Jesús, mientras él estuvo en esta tierra implicaba literalmente la acción de usar los pies y caminar para llegar a donde él estuviese, e incluso implica la decisión de seguirle a donde sea que el fuese, sin embargo, significa más que eso. Acudir a Jesús, tal cómo el usa las expresiones “venir a mí”, “el Padre… le trajere”, y “viene a mí”, no se refería solamente al acto de trasladarse de un punto geográfico a la ubicación donde Jesús físicamente se encontraba o a donde iba, sino que principal y esencialmente se refería a la decisión de acudir con el corazón espiritual a la divinidad que física y espiritualmente él representaba. No era un simple acercarse al hombre Jesús, sino al hombre-Dios Jesús el Hijo de Dios. Multitudes por miles le seguían a donde él iba, y se puede decir que físicamente todos estaban con él, y hasta se acercaban a él, pero en sentido espiritual no significa que habían venido a él, pues, es por eso que aun estando ellos cerca de él, les dice que “Ninguno puede venir a mí, si el Padre que me envió no le trajere”.
Dios el Padre es quien da a las personas la capacidad de la voluntad para que uno pueda acudir a Jesús. No es la iniciativa de la voluntad de las personas lo que las mueve a acudir a Jesús. Esto queda más claro aun cuando Jesús les dice a sus oyentes: “Por eso he dicho que ninguno puede venir a mí, si no le fuere dado por el Padre” (Juan 6:65). Con todas estas palabras y expresiones, Jesús enseña claramente que no hay voluntad natural en el ser humano para acudir a Jesús, por lo que para que se cumpla el plan del Padre él mismo da la capacidad a sus elegidos para que acudan a Jesús para que por medio de él reciban su plan de vida eterna. En una ocasión reciente, Jesús, a la gente de Jerusalén que no estuvieron de acuerdo que él hubiese sanado a un paralítico en el estanque Betesda, cerca de la puerta llamada: De las ovejas, les había dicho: “Escudriñad las Escrituras; porque a vosotros os parece que en ellas tenéis la vida eterna; y ellas son las que dan testimonio de mí; 40 y no queréis venir a mí para que tengáis vida” (Juan 5:39-40). Lo que significa la indicación de Jesús: “no queréis venir a mí para que tengáis vida”, es que sus oyentes, y por extensión, todos los seres humanos en general, no tenemos ahora por naturaleza la voluntad suficiente para acudir en fe a él, aunque de cierta manera y medida uno sepa lo que las Escrituras sagradas dicen acerca del Prometido de Dios para la humanidad, tal como ellos sabían mucho más que muchos de nosotros, pero no querían ir a Jesús porque su voluntad para querer simplemente no se los permitía.
CONCLUSIÓN: Bien, pues, como ustedes habrán observado en los textos bíblicos durante el desarrollo de este mensaje, el poder del pecado deprava la voluntad humana en todos los aspectos, pero de manera muy particular deprava la voluntad impidiéndole ser capaz de desear y de querer acudir a Dios por medio del creer en Jesucristo. Y el detalle favorable que también podemos observar es que todos aquellos que hemos “podido” (entre comillas) creer en Jesucristo, no es porque nuestra voluntad haya sido tan capaz de acudir a Jesús mediante la fe, sino que es Dios quien nos hace capaces para poder dar ese paso de fe. El apóstol Pablo así lo explica a los Filipenses a quienes les escribió que: “… Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer, por su buena voluntad” (Filipenses 2:13); es decir, Dios tuvo en su buena voluntad el capacitar a nuestra depravada e incapaz voluntad para que hayamos podido tener la voluntad de tomar la decisión de creer en Jesús para tener mediante él la vida que Dios ofrece a los pecadores, muy particularmente a sus elegidos para salvación y vida eterna.
Nadie es capaz por sí mismo de querer por naturaleza querer recibir a Cristo en el corazón; nadie está tan interesado por sí mismo de creer las verdades de Dios; y nadie tiene la facilidad natural para acudir a Jesús, sino que la buena y perfecta voluntad de Dios es la que capacita a los elegidos de Dios para que podamos acudir a Cristo. Gracias damos a Dios que siendo depravada nuestras voluntades para acudir a él mediante la sola fe, él nos dio la capacidad de querer la vida eterna mediante su santísimo Hijo Jesús.
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