LA DEPRAVACIÓN EN LOS HECHOS HUMANOS.
Juan 3:16-21.
INTRODUCCIÓN: Por más que los seres humanos nos esforcemos en querer hacer lo que es bueno, siempre nos daremos cuenta que junto con alguna cantidad de bien que logremos hacer, también habremos hecho lo que es malo, pues es más fácil hacer lo que es malo que lo bueno. Esto se debe a que la presencia y poder del pecado en todos los seres humanos ha depravado o afectado no solamente nuestros pensamientos, nuestro conocimiento, nuestros afectos, y nuestra voluntad, sino que también nuestros hechos o acciones. El poder del pecado hace que todo lo que hagamos no siempre salga bien. Aun el mejor esfuerzo de hacer el bien, cuando las hace una persona no creyente en Jesucristo, por el solo hecho de que tales acciones “… proceden de un corazón no purificado por la fe y no son hechas en la manera correcta de acuerdo con la Palabra, ni para un fin correcto, (la gloria de Dios); por lo tanto son pecaminosas, y no pueden agradar a Dios ni hacer a un hombre digno de recibir la gracia de parte de Dios. Y a pesar de esto el descuido de las obras por parte de los no regenerados es más pecaminoso y desagradable a Dios”, dice por ejemplo, la Confesión de Fe de Westminster (Cap. 16:VII2-6).
Pero, incluso las acciones que hacemos los que ya somos creyentes en Jesucristo, considerando que hemos sido antes regenerados por el Espíritu Santo de Dios, aun en estos casos: “… son buenas porque proceden de su Espíritu; y por cuanto son hechas por nosotros, son impuras y contaminadas con tanta debilidad e imperfección, que no pueden soportar la severidad del juicio de Dios” (Cap. 16:V3-4). En otras palabras, nadie se libra de hacer lo que es malo, aun cuando somos auxiliados por el Espíritu Santo de Dios. Siempre queda en nosotros la evidencia de la presencia y del poder del pecado afectando para mal todo lo que hacemos.
Basado en el texto bíblico para este mensaje (Juan 3:16-21), voy a exponerles en este momento que: El apóstol Juan plantea claras evidencias de que nuestros hechos están depravados por el pecado. / ¿Cuáles son las claras evidencias que el apóstol Juan plantea acerca de que nuestros hechos están depravados por el pecado? / A continuación les compartiré tres de tales claras evidencias.
La primera clara evidencia de que nuestros hechos están depravados por el pecado es que:
I.- EL PECADO TIENE AL SER HUMANO EN CONDENACIÓN DE AMAR MÁS LAS TINIEBLAS QUE LA LUZ.
En el versículo 19, el apóstol Juan se propone explicar un aspecto de la condenación en la cual se encuentra, en realidad todo el género humano, diciendo: “Y esta es la condenación: que la luz vino al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas. 20 Porque todo aquel que hace lo malo, aborrece la luz y no viene a la luz, para que sus obras no sean reprendidas” (Juan 3:19-20). La condenación de la cual habla el apóstol Juan en estas palabras es aquella que desde tiene que ver con la afectación presente que el primer pecado tanto de Eva como de Adán generó sobre todos los seres humanos desde el momento que uno es engendrado y concebido, al grado de que al nacer uno nace ya condenado por ello. El Catecismo de Heidelberg, enseña esto con claridad en la pregunta y respuesta número 8 diciendo: “¿Pero estamos tan corrompidos que somos totalmente incapaces de hacer ningún bien e inclinados a todo mal? Sí, a menos que seamos renacidos por el Espíritu de Dios”.
Es una condenación no propiamente imputada por Dios a los seres humanos sino imputada por la causa propia de haber ellos pecado contra Dios. No se trata en este caso, de un pago por el pecado, sino como una consecuencia por el pecado, ni se trata de la condenación eterna que ocurrirá después de esta vida terrenal, o hasta después de que Cristo vuelva, sino de una condenación que ocurre durante todo el tiempo de la vida terrenal de cada ser humano que nace en esta vida. Esta condenación tiene que ver con que desde entonces “los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas” (3:19). Todos los seres humanos nacemos con esta condenación que consiste en la depravación de nuestras acciones, realidad que David describió en uno de sus salmos explicando cómo Dios mira a la humanidad, que “Se han corrompido, hacen obras abominables; no hay quien haga el bien. […] Todos se desviaron, a una se han corrompido; no hay quien haga lo bueno, no hay ni siquiera uno” (Salmo 14:1bc, 3).
Tiempo después, Salomón hijo de David, también afirmó que: “Ciertamente no hay hombre justo en la tierra, que haga el bien y nunca peque” (Eclesiastés 7:20), y casi un milenio más tarde el apóstol Pablo afirma también a los romanos que: “No hay justo, ni aun uno; 11 No hay quien entienda, no hay quien busque a Dios” (Romanos 3:10b-11). Después de Eva y Adán, todos sus descendientes tenemos la inclinación forzada por el pecado de “amar más las tinieblas que la luz”. Y aunque no nos hayamos dado cuenta a tiempo, esa ha sido también nuestra propia conducta.
La segunda clara evidencia de que nuestros hechos están depravados por el pecado es que:
II.- A PESAR DE LA LUZ DIVINA MANIFESTADA EN JESUCRISTO, LOS SERES HUMANOS SIN DISTINCIÓN SIEMPRE HACEMOS LO QUE ES MALO.
Los seres humanos en general siempre demostramos con nuestros hechos o acciones que hay en nosotros una depravación pecaminosa que nos hace amar “más las tinieblas que la luz”, o sea, al pecado que el mismo diablo o que otras personas ajenas a Dios hacen para atraer a otras a pecar más, atrayendo incluso a quienes tenemos un poco de temor de Dios. No importa que no hayamos antes creído en Cristo o que ya hayamos creído en él, pues, también los creyentes en Cristo demostramos poseer esta depravación en nuestros hechos, y somos tan capaces como cualquier persona sin temor de Dios de hacer lo que es malo, aunque en realidad nos propongamos no hacerlo. El apóstol Pablo entendía bien este asunto de la condenación o depravación de amar “más las tinieblas que la luz”, pues él mismo siendo nada menos que un indiscutible apóstol de Jesucristo les escribió a los creyentes romanos diciéndoles de su propia persona que: “lo que hago, no lo entiendo; pues no hago lo que quiero, sino lo que aborrezco, eso hago” (Romanos 7:15).
Luego les aclara: “De manera que ya no soy yo quien hace aquello, sino el pecado que mora en mí” (Romanos 5:17), y les sigue explicando que: “… el querer el bien está en mí, pero no el hacerlo. 19 Porque no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso hago. 20 Y si hago lo que no quiero, ya no lo hago yo, sino el pecado que mora en mí. 21 Así que, queriendo yo hacer el bien, hallo esta ley: que el mal está en mí” (Romanos 7:18b-21). En otras palabras, todo lo que el mismo creyente en Jesucristo hace está contaminado por el poder del pecado, aun cuando ya hemos creído en Cristo. Este problema que reconoce en sí mismo el apóstol Pablo no solamente le ocurría a él, sino que también ocurre a todo ser humano, sea uno creyente en Cristo o no; y estoy seguro de que tanto usted como yo, experimentamos todos los días y en cada momento la realidad de la depravación que el pecado causa en nuestras acciones humanas. Muchas veces cada día hemos descubierto o hemos de descubrir que aun cuando queremos en el nombre del Señor hacer lo que es bueno, finalmente hacemos lo malo que no queríamos ni queremos hacer.
Pero, cuando uno ha creído en Cristo, no pecamos de manera deliberada, sin embargo, la depravación hace que pequemos haciendo lo malo. La presencia tanto de Jesucristo como del Espíritu Santo que viene a morar en nuestro corazón pone freno a nuestra inclinación a hacer lo malo, y entonces, somos capacitados para hacer más el bien que antes no hacíamos. Cuando creemos en Jesucristo, no significa que ya no somos más pecadores, sino que siempre lo seguimos siendo, solamente que ahora somos capacitados para hacer el bien, y auxiliados para hacer menos el mal. En los creyentes en Cristo, dice la Confesión de Fe de Westminster que: “Todavía quedan algunos remanentes de corrupción en todas partes” (cap. 13:II2), y que “la corrupción que aún queda puede prevalecer mucho por algún tiempo” (Cap. 13:III1), sin embargo, eso no significa que tenemos permiso para hacer lo malo, pues, “a través del continuo suministro de fuerza de parte del Espíritu Santificador de Cristo, la parte regenerada triunfa: y así crecen en gracia los santos, perfeccionando la santidad en el temor de Dios” (Cap. 13:II2-4).
La tercera clara evidencia de que nuestros hechos están depravados por el pecado es que:
III.- LOS HECHOS HUMANOS NO SIRVEN PARA EVITAR LA CONDENACIÓN, SINO SOLAMENTE EL CREER EN EL HIJO UNIGÉNITO DE DIOS.
El artículo 14 de la Confesión Belga, acerca de la caída de la humanidad, y que resalta la realidad de la depravación humana, dice que: “se hicieron culpables y sujetos a la muerte física y espiritual, habiendo llegado a ser impíos, perversos y corruptos en todos sus caminos. Perdieron todos los excelentes dones que habían recibido de Dios, y no retuvieron a ninguno de ellos a excepción de unos pocos vestigios suficiente como para hacerlos inexcusables. […] no son más que esclavos del pecado y no pueden hacer nada a menos que les sea dado desde el cielo”[1]. En Juan 3:16-18 el apóstol Juan resalta insistentemente que el requisito indispensable para la salvación de la condenación tanto eterna como del tiempo presente, es simple y sencillamente CREER en Jesús. Ser salvo del poder presente y terrenal del pecado que nos ha causado a todos la depravación no solamente con respecto de nuestros hechos, acciones, u obras humanas, sino de todos los aspectos de nuestro ser, es CREER. Y creer es un don dado por Dios para superar el poder que el pecado tiene sobre nuestra vida.
San Juan, explicando que tal como en la ocasión cuando muchas serpientes venenosas en el desierto mordían a los israelitas, y que a estos solo les bastaba mirar una serpiente de bronce que fue levantada en el desierto por Moisés y se libraban de la muerte, dice también de la gente pecadora en general que para ser salvos de la condenación eterna basta solamente con creer en el Jesús que para el tiempo que San Juan había escrito su versión del santo evangelio, ya había sido crucificado, resucitado, e incluso años que había regresado a su cielo eterno. No son los hechos humanos que consiguen la salvación del poder presente y eterno del pecado, sino solamente la fe en Jesucristo, pues este apóstol anuncia lo siguiente: “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna. 17 Porque no envió Dios a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él. 18 El que en él cree, no es condenado; pero el que no cree, ya ha sido condenado, porque no ha creído en el nombre del unigénito Hijo de Dios” (Juan 3:16-18).
Esto es lo que San Pablo predicaba en sus propias palabras para que el poder condenador del pecado no pese sobre nadie. Les escribió a los Efesios: “por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; 9 no por obras, para que nadie se gloríe” (Efesios 2:8-9). Al decir que uno es salvo solo mediante la fe en Jesús, descarta que nuestros hechos o acciones u “obras” afectadas por el pecado sean útiles para ser salvos. Dios hizo sencillo para nosotros su manera de salvarnos. Primero que es por medio de su Hijo, y luego que es solamente creyendo en su Hijo. Nada que hagamos podrá ser útil para nuestra salvación, pues, nuestras obras que están afectadas por el pecado solamente nos hacen más merecedores de condenación, pero la fe que dista de ser un hecho es aceptable por Dios para que todo pecador elegido por Él sea salvo tanto del poder presente y depravador, así como del poder eterno que el pecado tiene sobre nuestra vida humana.
CONCLUSIÓN: Bien, pues por todo lo expuesto en este mensaje, ya sabemos o quizá ya recordamos que es por el efecto depravador del pecado que tenemos la inclinación a amar “más las tinieblas que la luz”, más lo pecaminoso que lo santo, divino, y eterno; más que lo promovido por el diablo mismo que por Jesucristo el Hijo de Dios. Debimos ya haber entendido que esto es un mal que no es propio de las personas que nunca desean ni quieren tener una relación de fe con Dios por medio de su Hijo Jesucristo, sino que es un mal que alcanza a todos los seres humanos por igual. No importa si eres presbiteriano, bautista, nazareno, luterano, asambleísta, de la profecía, católico, mormón, testigo, o de cualquier otro de los cientos de nombres denominacionales de grupos que ostentan profesar la fe cristiana. La depravación está presente en todos sin distinción.
Pero, lo más importante que debemos saber es que para que el efecto depravador no nos acompañe a la eternidad, ni sigan imperando al 100% de nuestra vida, basta con CREER en Jesucristo el Hijo de Dios. La fe en él hace que el poder del pecado sea limitado, y por la presencia del Espíritu Santo que nos es dado, somos capacitados para que cada día podamos hacer las cosas con el mayor bien posible, y ya no para complacencia del mal, ni para el placer de nuestra carne y espíritu, sino para la gloria de Dios. Dejemos todos en las manos de Jesús y del Espíritu Santo que cada momento contrarresten de nuestra vida el poder del pecado, y cuando tengamos el privilegio de llegar a su eternidad, dicho poder del pecado sea eternamente eliminado de nuestro ser. Dios les bendiga.
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[1] https://www.rca.org/es/sobre/teologia/credos-y-confesiones/la-confesion-belgica/la-confesion-belga/
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