EL MAGNIFICAT DE MARÍA: HACE EVIDENTE SU CONOCIMIENTO DE LA PALABRA DE DIOS.
Lucas 1:46-55.
INTRODUCCIÓN: En el libro del Santo Evangelio según San Lucas, se registra 4 cantos evangélicos en torno a Jesús el Hijo de Dios. El primer canto es conocido como “El Magníficat” o “Cántico de María”, del cual nos ocuparemos en este momento. Se llama “Magnificat” simplemente porque en la biblia en idioma latín conocida como La Vulgata Latina, la primera palabra que María pronunció en este canto fue: “Magnificat”. Es la traducción de la palabra griega “μεγαλυνει” (megaluni) que San Lucas escribió registrando las palabras que María utilizó en su cántico. La primera frase completa en latín dice: “Magnificat anima mea Dominum” que, en nuestras biblias en idioma español, especialmente en la versión RV60 que hoy hemos leído, dice: “Engrandece mi alma al Señor” (Lucas 1:46b). Lo que podemos observar es que “Magnificat” se traduce como “Engrandece”. En el sentido bíblico la palabra griega: “μεγαλυνει” (megaluni), o “Magnificat” en latín, o en español: “engrandece”, es una manera de referirse a la adoración que Dios se merece, siendo un deber o responsabilidad del alma humana reconocer la grandeza insuperable de Dios. Este es el tenor del “Magnificat” de María: “Magníficat ánima mea Dóminum” = “Engrandece mi alma al Señor” (Lucas 1:46b).
Su “Magnificat” fue un canto espontáneo, porque cuando lo cantó no lo hizo en una visita que haya hecho en el templo de Jerusalén, sino que lo hizo cuando fue a visitar a su prima Elisabet, quien le aventajaba con quizá un poco más de 6 meses de embarazo. Para ese entonces, María quizá ya tenía unos días o pocas semanas de embarazo, pero ya era gestadora nada menos que del Hijo de Dios en su vientre. Solamente con la presencia de María embarazada en la puerta de la casa de su prima, y con solo haber llamado ella a la puerta, el hijo de Elisabet dio su patadita, y Elisabet expresó palabras de bendición para su prima María. Maria, al saber todas estas experiencias que les estaba ocurriendo a ella y a su prima, también expresó en alabanza las palabras que ahora conocemos como el “Magnificat”. Pero, como un detalle relevante acerca de María, es que a pesar de que su cántico fue evidentemente espontáneo, ella no usó palabras del lenguaje juvenil de moda de su tiempo, ni siquiera usa un lenguaje como el que hoy usarían algunos cantautores cristianos o no cristianos (que omiten mencionar en su contenido el nombre de Dios), sino que usó un lenguaje abundantemente de las Sagradas Escrituras existentes en su tiempo, lo cual resalta que María era una mujer que aun siendo todavía una jovencita, había dedicado tiempo de su vida cotidiana al aprendizaje de la palabra de Dios.
Por eso en este mensaje, basado en un sencillo análisis de las palabras del “Magnificat”, pero más en el conocimiento que María demuestra con respecto a la palabra de Dios, les voy a predicar ahora que una buena reacción de una persona piadosa ante cualquier circunstancia es expresar alguna aplicación de la palabra de Dios para tal ocasión. En el “Magnificat”, se puede apreciar cómo la reacción de María fue citar diversas porciones del Antiguo Testamento, después de saber que la presencia de Jesús en ella fue identificada por el bebé todavía no nacido de su prima Elisabet. Si usted lee en Éxodo 15:1-18, 20-21 el cántico de Miriam, si usted lee en 1 Samuel 2:1-10 el cántico de Ana, y si su usted lee 2 Samuel 7 un cántico de David, usted va a encontrar similitudes no solamente en su estructura sino en sus palabras y conceptos que María entona. Esto demuestra que María conocía bien las Sagradas Escrituras, y podía aplicarla a su vida como para reconocer la grandeza de Dios.
Por ejemplo, cuando dice: “Engrandece mi alma al Señor; 47 Y mi espíritu se regocija en Dios mi Salvador” (vv. 46b-47), está citando un cántico antiguo de una mujer llamada Ana, madre del profeta Samuel de unos 1200 años atrás. Las palabras de dicho cántico estaban escritas en el 1er libro de Samuel 2:1a,b, cuando ella expresó a Dios su agradecimiento por haber sido escuchada por Dios, y bendecida con un hijo, habiendo antes sido ella estéril durante muchos años. Ana dijo en su momento: “Mi corazón se regocija en Jehová, mi poder se exalta en Jehová” (1 Samuel 2:1). María era conocedora de la historia de cómo Dios había bendecido la maternidad de Ana, así como ella estaba siendo privilegiada por Dios.
Igualmente, María, implícitamente cita al profeta Habacuc quien previendo si en algún momento no hubiese provisiones para su alimentación, había dicho y escrito: “Con todo, yo me alegraré en Jehová, y me gozaré en el Dios de mi salvación” (Habacuc 3:18). María en su “Magnificat” comprendía que, si hay gozo alguno en su vida, no es solamente porque a uno no le hace falta el pan de cada día en su mesa, sino porque Dios bendice con la importante y necesaria salvación a quienes temen a Él. Es por eso que María dice: “mi espíritu se regocija en Dios mi Salvador”, tal como Habacuc decía: “me gozaré en el Dios de mi salvación. El niño que María estaba por traer al mundo era nada menos que “el Salvador”, y fue el gozo tanto del todavía no nacido Juan el Bautista y futuro hijo de Elisabet, como de Elisabet misma. El “Magnificat” entonces, nos enseña a gozarnos de la salvación que Dios nos preparó de antemano.
Cuando María dijo: “Porque me ha hecho grandes cosas el Poderoso; Santo es su nombre” (v. 49), ella estaba citando primeramente un salmo que contiene las palabras de oración de un anciano que dijo a Dios: “Tú has hecho grandes cosas; oh Dios, ¿quién como tú?” (Salmo 71:19b). Esto manifiesta el respeto que ella le tenía a personas mayores que tenían algo que enseñarle a ella. Cuando dice de Dios: “Santo es su nombre”, estaba inicialmente citando otra frase del cántico de Ana en 1 Samuel 2, cuando dijo: “No hay santo como Jehová; porque no hay ninguno fuera de ti, y no hay refugio como el Dios nuestro” (1 Samuel 2:2); pero también es una cita del Salmo 111 en la tercera parte del versículo 9 que dice con respecto de Dios: “Santo y temible es su nombre” (Salmo 111:9c) María había aprendido que Dios es Santo, y le atribuye esta verdad como si fuera el propio nombre de Dios.
Cuando María dice: “Y su misericordia es de generación en generación a los que le temen” (v. 50), ella está citando palabras del Salmo 103 donde David dice: “Mas la misericordia de Jehová es desde la eternidad y hasta la eternidad sobre los que le temen, y su justicia sobre los hijos de los hijos” (Salmo 103:17), y no quepa duda de que se sabía las palabras finales del Salmo 100 que muchos conocemos, y cuya letra dice: “Porque Jehová es bueno; para siempre es su misericordia, y su verdad por todas las generaciones” (Salmo 100,5). Tampoco hay duda de que conocía el Salmo 136, que consiste en una letanía que insiste en resaltar la bondad de Dios, afirmado como razón: “Porque para siempre es su misericordia” (Salmo 136). Se percibe que ella conocía bien no solamente un salmo o parte del libro de los Salmos, sino una amplia lista de Salmos, y había comprendido por medio de este libro la misericordia histórica de Dios para con su pueblo, y antepasados de María. Pero, los Salmos son también maestros que nos enseñan a orarle a Dios, y decirle lo que sentimos y pensamos. Sin duda que María no solamente conocía los Salmos, ni que solamente cantaba algunos o muchos de ellos, sino que también oraba como oraban los autores de los Salmos. Era para María como lo puede ser también para nosotros, una bendición el conocer la palabra de Dios. Ella podía percibir que el anuncio que el ángel le había dado de que ella sería la madre nada menos que de Jesús “el Santo Ser” (Lucas 1:35), era el cumplimiento de la promesa de Dios hecha desde prácticamente el principio de la humanidad. Aun después de tantas generaciones después de Adán y Eva, la misericordia de Dios no desparece, sino que se cumple, y María reconoce que el momento de tal cumplimiento había llegado.
Cuando María dijo en su “Magnificat” acerca de Dios en el pasado, que: “Hizo proezas con su brazo; esparció a los soberbios en el pensamiento de sus corazones” (v. 51). Con tales palabras estaba citando parte del Salmo 89 donde su autor Etán Ezraita le dijo a Dios en una oración suya: “Tú quebrantaste a Rahab como a herido de muerte; con tu brazo poderoso esparciste a tus enemigos. […] Tuyo es el brazo potente; fuerte es tu mano, exaltada tu diestra” (Salmo 89:10 y 13). Ella entendía no solamente el simbolismo de poder que representa un “brazo”, sino que ella sabía por la historia de los hechos de Dios, que en muchas ocasiones no solamente antes del salmista Etán, sino también después de él, Dios había actuado con poder en contra de los que atentan contra los que piensan mal contra Dios y contra su pueblo. En su cántico estaba pendiente de que el nacimiento del Hijo que ella traería al mundo era el poderoso que acabaría con el enemigo de Dios y del ser humano. Ella, ya sabía que el poderoso Hijo de ella, “herirá en la cabeza” (cf. Génesis 3:15) al diablo mismo, la serpiente del Edén. María entendía que el poder del brazo de Dios va más allá de los enemigos humanos del pueblo de Israel, entendía que va en contra del enemigo eterno de Dios.
María, al usar el simbolismo del “brazo”, también estaba citando en su canto al profeta Isaías que unos 700 años antes había profetizado: “He aquí que Jehová el Señor vendrá con poder, y su brazo señoreará; he aquí que su recompensa viene con él, y su paga delante de su rostro” (Salmo 89:11). De igual manera, este mismo concepto del “brazo” de Dios también es usado por el profeta Isaías quien le anunció al pueblo de Dios: “He aquí que Jehová el Señor vendrá con poder, y su brazo señoreará; he aquí que su recompensa viene con él, y su paga delante de su rostro” (Isaías 40:10); “Despiértate, despiértate, vístete de poder, oh brazo de Jehová; despiértate como en el tiempo antiguo, en los siglos pasados. ¿No eres tú el que cortó a Rahab, y el que hirió al dragón?” (Isaías 51:9). María, comprendía que su futuro hijo dado por Dios de manera extraordinaria era el brazo de Dios que actuaría con poder para predicar, para sanar, para confrontar, para morir, pero también para resucitar. Y así ocurrió. Qué verdadero conocimiento el de María, un conocimiento basado en la palabra escrita de Dios.
Cuando María en su “Magnificat” dijo acerca de Dios que: “Quitó de los tronos a los poderosos, y exaltó a los humildes” (v. 52), es que por lo menos conocía las historias de los tiempos de Job, la historia de Saúl, y de Nabucodonosor. En la historia del pueblo israelita, Dios quiso que sea rey de su pueblo, pero habiendo sido Saúl un hombre desobediente ante Dios, fue Dios mismo quien lo quitó de su trono; y María sabía esta historia escrita por el profeta Samuel; y sabía también por parte del profeta Daniel, que aquel antes poderoso rey de Babilonia llamado Nabucodonosor que contribuyó a grandes conquistas imperiales, y que hizo grandes y gloriosas construcciones como nunca hubo en ningún imperio, en algún momento se exaltó a sí mismo atribuyéndose a sí mismo toda la gloria de su imperio, afirmando que el verdadero Dios no tiene nada que ver con sus éxitos, y que Dios le quitó de su trono y lo humilló al nivel de las bestias del campo. Pero, cuando Nabucodonosor en su humillación y locura, reconoció su equivocación y pecado, y lo reconoció delante de Dios, Dios lo exaltó. Pero, Dios no hace esto solamente con los reyes del mundo, sino también con ciudadanos comunes. No está demás decir, que al decir en su “Magnificat” que Dios: “Quitó de los tronos a los poderosos, y exaltó a los humildes”, estaba citando también las palabras de exhortación dichas por el célebre Job a gente de su pueblo que descuidaba en su tiempo el actuar con sabiduría. Sus palabras fueron también con respecto de Dios, diciendo que: “El hace andar despojados de consejo a los consejeros, y entontece a los jueces. 18 El rompe las cadenas de los tiranos, y les ata una soga a sus lomos. 19 El lleva despojados a los príncipes, y trastorna a los poderosos” (Job 12:17-19). María en su canto y en actitud general, no se consideraba una persona de alta sociedad, sino de los pobres, sin embargo, Dios la estaba exaltando para ser madre nada menos que del prometido Hijo de Dios. Razón tenía para magnificar a Dios. Su reacción es producto del conocimiento de la palabra e historia de los hechos de Dios en la historia de su pueblo. Esto nos enseña lo relevante que debería ser también para nosotros conocer y aprender la palabra histórica de Dios.
Cuando María dijo en su canto que: “A los hambrientos colmó de bienes, y a los ricos envió vacíos” (v. 53), estaba expresando nada menos que el salmo 34, en la parte que explica como Dios provee a los que le buscan. El autor de dicho salmo explica que: “Los leoncillos necesitan, y tienen hambre; pero los que buscan a Jehová no tendrán falta de ningún bien” (Salmo 34:10); e igualmente estaba citando algunas palabras del Salmo 107, las que dicen: “Alaben la misericordia de Jehová, y sus maravillas para con los hijos de los hombres. 9 Porque sacia al alma menesterosa, y llena de bien al alma hambrienta” (Salmo 107:8-9). El alma menesterosa del Salmo 107 no se refiere propiamente al alma espiritual, sino que al ser entero de una persona le llama alma. Y hay almas (personas) necesitadas, menesterosas, que padecen incluso hambre. Y María conocía a este tipo de personas no solamente en libros canónicos de historia, sino también en la vida real del entorno donde ella vivió; y de alguna manera, podía apreciar cómo Dios colma “de bienes”, o “llena de bien al alma hambrienta”. Este cántico de María era profético con respecto a su hijo Jesús, que posteriormente durante su ministerio, tuvo ocasión de servir y alimentar a gente verdaderamente pobre.
Cuando María cantó la frase que dice acerca de Dios que: “Socorrió a Israel su siervo, acordándose 55de la misericordia de la cual habló a nuestros padres, para con Abraham y su descendencia para siempre” (vv. 54-55), parte de estas palabras, especialmente el concepto de “siervo” debió haberlo aprendido del profeta Isaías quien de parte de Dios con dulces palabras un día le predicó a los israelitas de su tiempo diciéndoles: “Pero tú, Israel, siervo mío eres; tú, Jacob, a quien yo escogí, descendencia de Abraham mi amigo. 9 Porque te tomé de los confines de la tierra, y de tierras lejanas te llamé, y te dije: Mi siervo eres tú; te escogí, y no te deseché. 10 No temas, porque yo estoy contigo; no desmayes, porque yo soy tu Dios que te esfuerzo; siempre te ayudaré, siempre te sustentaré con la diestra de mi justicia” (Isaías 41:8-10). María estaba siendo analítica de cómo Dios siempre con misericordia trató tanto a la primera familia con la que comenzó a formar su pueblo (la familia de Abraham), sacándolo de un lugar ciertamente lejano, pero no pobre, sino próspero, pero con el fin de hacerlo hijo suyo una vez para siempre. Pero lo que Dios prometió a Abraham, se siguió cumpliendo tanto en su hijo Isaac, como en su nieto Jacob (quien también se llamó Israel), igualmente también por misericordia. Simplemente porque Dios les quería hacer un bien tanto terrenal como eterno.
La parte donde María dice que Dios se acordó “de la misericordia de la cual habló a nuestros padres, para con Abraham y su descendencia”, es también una referencia que María toma de Moisés en el Génesis donde se relata que Dios en su trató con Abraham le hizo una promesa de misericordia que en palabras de Dios consistió en: “… estableceré mi pacto entre mí y ti, y tu descendencia después de ti en sus generaciones, por pacto perpetuo, para ser tu Dios, y el de tu descendencia después de ti” (Génesis 17:7). Aquella misericordia que María alude en su “Magnficat” diciendo que fue hecha por Dios: “con Abraham y su descendencia para siempre”, fue confirmado también por David en sus experiencias. En un cántico que el también hizo y que se registra en 2 Samuel 22, después de una liberación que él experimentó luego de haber sido perseguido para matar, dice de Dios que “Él salva gloriosamente a su rey, y usa de misericordia para con su ungido, a David y a su descendencia para siempre” 2 Samuel 22:51. Dos mil años después de aquella promesa hecha a Abraham, Dios todavía seguía cumpliendo aquella misericordiosa promesa. Dios quería manifestar el cumplimiento de su promesa de misericordia a la gente de los tiempos de María, y obviamente también para nuestros tiempos, enviando a su Hijo Jesucristo para una misericordia mucho más mayor que la que los israelitas disfrutaron en sus generaciones. A nosotros se nos da la misericordia de la salvación y de la vida eterna por medio de la fe en Jesús. María, comprendía ahora que con el “el Santo Ser… Hijo de Dios” (Lucas 1:35), la misericordia de Dios continuará su curso que ahora como en los tiempos pasados, Dios quiere demostrar su misericordia. Dios no solamente es Dios misericordioso de la historia sino también del presente continuo. ¡Qué precioso mensaje de María en el “Magnificat”!
CONCLUSIÓN: He tenido el privilegio de enseñar a muchos catecúmenos que por descuido han estado en la iglesia por muchos años, y que se les puede ver llegar a los cultos con una biblia en mano, pero cuando en la clase les pregunto si conocen textos bíblicos esenciales que son de los primeros que deberían ser aprendidos, simplemente en su gran mayoría me dicen que nunca lo habían leído. Y eso no solamente ocurre con los catecúmenos, sino con muchos creyentes que ya tienen años de fe, pero me doy cuenta de que no se saben versículos esenciales como Juan 1:12 y 3:16, Romanos 3:23, y 5:8, Efesios 2:8, y 1 Pedro 3:18. Desde luego que hay otros más. Amados hermanos, una evidencia de nuestra vida piadosa, es el aprendizaje de la palabra de Dios. María es un ejemplo de conocimiento de la palabra de Dios a través no de predicadores o lectores de la palabra en lugares de culto, sino directamente de las Sagradas Escrituras. Eso le llevó también a ser una madre ejemplar para inculcarle a Jesús desde sus primeros años, el aprendizaje de las Escrituras Sagradas. No hay duda de que ella y su esposo procuraron cumplir la instrucción del Shemá, o credo israelita que ordena que: “las repetirás a tus hijos, y hablarás de ellas estando en tu casa, y andando por el camino, y al acostarte, y cuando te levantes” (Deuteronomio 6:7). Debió haber influido en su hijo Jesús a quien a sus 12 años lo vemos sentado delante de los doctores de la ley de Dios, y le oímos conversando con ellos acerca de la palabra de Dios. Sin duda que, a pesar de su divinidad en su naturaleza humana, también le fue necesario aprender, y no hay duda que le fue más fácil junto a una madre ejemplar en el conocimiento de la palabra de Dios, y en el hogar que es el mejor lugar para aprender las Sagradas Escrituras.
Amados hermanos, el “Magnificat”, cántico del engrandecimiento que todo ser humano debe hacer para con Dios, nos instruye con el ejemplo de María su autora, que debemos tener amplio conocimiento de cómo la palabra de Dios tiene aplicación en cada circunstancia que nos toca enfrentar en la vida. Y ese conocimiento solamente se puede tener leyendo, aprendiendo, memorizando, y viviendo las Sagradas Escrituras. Así que una de las grandes enseñanzas que nos deja el “Magnificat”, es que debemos interesarnos en el aprendizaje de la palabra de Dios.
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