EL MAGNIFICAT DE MARÍA: EXPONE RAZONES POR LAS QUE DEBEMOS ADORAR A DIOS

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EL MAGNIFICAT DE MARÍA: EXPONE RAZONES POR LAS QUE DEBEMOS ADORAR A DIOS

Lucas 1:46-55.

 

    INTRODUCCIÓN: Continuamos extrayendo de las palabras del “Magnificat”, otras enseñanzas especialmente con respecto de la adoración que el único Dios vivo y verdadero se merece.  En mensajes anteriores hemos aprendido que a Dios se le adora no como uno quiera sino como él mismo quiere.  En este caso, las actitudes correctas con el que debemos adorar a Dios son entre otras: Con el alma o corazón, con gozo, con humildad, y con gratitud.  Por otra parte, también hemos encontrado en el Magnificat de María, la indicación de algunos de los atributos de Dios que le hacen ser merecedor de adoración por parte de nosotros los pecadores, especialmente de los que somos elegidos y salvados por él.  Tales atributos indicados por María en el hermoso himno del Magnificat son: Su poder, Su santidad, y Su misericordia.  Pues, por estos atributos, y por cada uno de todos sus atributos, Dios es digno de adoración.  Todo su Ser es una invitación a que, así como en el cielo así también en la tierra cada ser humano sea un verdadero adorador de Dios, porque Él es nada menos que el único y verdadero Dios (cf. Jeremías 10:10).

   Ahora, continuamos con el mismo texto bíblico de Lucas 1:46-56, en el que descubriremos un nuevo enfoque del Magnificat.  María no solamente estaba adorando a Dios, sino que estaba testificando de Dios, indicando al mismo tiempo por qué razones ella había decidido expresar a Dios semejante preciosidad de himno de adoración.  Sus razones para adorar a Dios, aun cuando tienen que ver con su contexto personal, son prácticamente también las mismas razones por las que nosotros también debemos adorar a Dios.  Por eso en este mensaje basado en el Magnificat, ahora, les voy a predicar que hay razones importantes por las cuales los creyentes debemos adorar a Dios. / ¿Cuáles son las razones importantes por las cuales los creyentes debemos adorar a Dios? / Sigan el texto bíblico, y encontraremos las razones importantes que María nos comparte en el Magnificat.

 

   La primera razón importante por la cual los creyentes debemos adorar a Dios es:

I.- PORQUE ÉL ES NUESTRO SALVADOR.

   Observen cómo en el versículo 47, cuando María, hablando del origen profundo de su adoración a Dios, y del gozo igual de profundo con el cual ella adora a Dios, dice al respecto: “Y mi espíritu se regocija en Dios”, pero al finalizar su expresión en el que declara la razón importante por la cual adora a Dios en quien su espíritu se regocija, ella le describe como “mi Salvador” (Lucas 1:47).  Un detalle acerca del cual ella es muy clara dentro de es que ella no es salvadora y ni siquiera es ayudante del Salvador, sino todo lo contrario, el que es el completo y absoluto Salvador, es Dios.  Por otra parte, y es lo que enfatizo en este mensaje, que considerando que María no reclama ser algo en el plan de salvación de Dios, entonces, el único quien es digno de ser adorado es Dios, porque al igual que María, también nosotros y cada uno en lo particular podemos decir acerca de Dios que Él es “mi Salvador”.

   Según San Mateo, cuando ella recibió la notificación de que ella concebiría al Hijo de Dios, y que cuando naciera se llamaría Jesús, ella supo desde entonces que aquel niño que nacería: “él salvará a su pueblo de sus pecados” (Mateo 1:21).  A través de Jesús, Dios se estaría manifestando como Salvador para la humanidad.  Después del ministerio terrenal de Jesús, luego de haber muerto, sepultado, resucitado, e incluso poco más de mes y medio después de haber subido al cielo, el apóstol Pedro, al predicar acerca de Jesús refiriéndose a él en sentido figurado como una piedra angular que se usa en la construcción de edificios, les decía a sus oyentes: Este Jesús es la piedra reprobada por vosotros los edificadores, la cual ha venido a ser cabeza del ángulo. 12 Y en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos (Hechos 4:11-12).  Dios es el único Salvador por medio de la persona de su Hijo Jesucristo el Salvador.  María sabía todo esto, y por eso no duda en adorar nada menos al que verdadera y legítimamente es el Salvador, a Dios.

   Por esto es que los creyentes debemos adorar a Dios.  Cada uno de los que somos creyentes del Hijo de Dios, hemos recibido de Dios como el Salvador, el regalo de la salvación eterna.  Cada creyente dice el apóstol Pablo ya no puede irse al infierno, pues, “… ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús, …” (Romanos 8:1).  Entonces, el hecho de que Dios es “mi Salvador”, o nuestro Salvador, debemos adorar a Dios y dar testimonio de que Él es el Salvador.

 

   La segunda razón importante por la cual los creyentes debemos adorar a Dios es:

 II.- PORQUE ÉL NOS TIENE COMPASIÓN.

   En el versículo 47 observamos que María adora a Dios porque en lo personal ella le reconoce, según sus palabras como “mí Salvador”; pero siguiendo la letra de su cántico de adoración en los dos versículos siguientes, ella dice: “Porque ha mirado la bajeza de su sierva; Pues he aquí, desde ahora me dirán bienaventurada todas las generaciones. 49Porque me ha hecho grandes cosas el Poderoso; Santo es su nombre” (Lucas 1:48-49). Ya hemos antes observado que estas palabras de María indican el grado de humildad que ella tenía no solamente en el contexto social en donde ella vivía, sino también en el contexto de su relación espiritual ante Dios.  Ella no se sentía de ninguna manera superior ante Dios, aunque estaba siendo extraordinariamente privilegiada por Él, pero tampoco se enaltecía delante de nadie.  La humildad era una de sus características ya bien cultivadas a lo largo de los años de su joven vida.  También hemos observado en estas mismas palabras que encuentra en Dios razones por las cuáles él debe ser alabado, por ejemplo, por ser Poderoso, y Santo.

   Pero de estos dos mismos versículos, ahora quiero dirigir la atención de ustedes a otra característica relevante no de María sino de Dios.  Se trata de su compasión.  En nuestro país, por ejemplo, se habla de comunidades que por razones geográficas están lejos de sus cabeceras municipales, o incluso lejos de alguna ciudad importante de algún estado, incluso lejísimos de la capital, y que por ello no hay para ellos flujos de recursos para su desarrollo comunitario.  Se suele decir que tales comunidades están en el olvido de las autoridades.  Dios no es así con las personas que se encuentran en humildad de vida. Dios no es como las personas que escogen su círculo de amistades, basados en que sean de la misma categoría social o económica, sino que él toma en cuenta al huérfano, a las viudas, a los forasteros, a los peregrinos, a los enfermos, etc… y les hace primeramente el bien espiritual que ellos necesitan, así como el bien físico o material que les hace falta.  Eso es lo que Dios estaba haciendo con una muchacha pobre que ante Dios se describe como “bajeza”, no por algún complejo de inferioridad que había en ella, sino por una fortaleza de carácter humilde.  Se puede decir que Dios no la tenía olvidada, sino que la compasión de Dios le había reservado una gracia especial de ser la madre nada menos que de su Hijo unigénito Dios, tal como dice el autor del Salmo 103, que: Como el padre se compadece de los hijos, se compadece Jehová de los que le temen (Salmo 103:13).

   Igualmente, Dios también ha sido y todavía está siendo compasivo con nosotros. Todo lo que somos, y todo lo que tenemos, no son cosas o bendiciones que merezcamos, sino que las recibimos de él, gracias a la compasión que él ha decidido tenernos.  El hecho de que tengamos una familia es por su compasión. El hecho de que tengamos un oficio o una profesión por práctica o por haber estudiado, es otro aspecto de su compasión al permitirnos aprender a servir a otros con nuestro trabajo, y así recibir también la recompensa de nuestro trabajo para que el pan de cada día no nos falte en nuestras mesas.  Es por su compasión que siendo nosotros aun pecadores no quiso ni ha querido que quedemos en la condenación eterna a la que nos estábamos dirigiendo, pero que ahora él nos está redirigiendo a su eternidad gloriosa.  Su compasión, entonces, es una razón importante más por el que debemos adorar a Dios.  No olvidemos evaluar nuestra vida una y otra vez para descubrir siempre que todo lo que tenemos y somos no provino de nuestras fuerzas, sino en la causa primaria de las bendiciones que es Dios; y la respuesta natural que debe surgir de nuestra alma por tanta compasión es adoración, por cierto, no mensual y ni siquiera semanal o dominical, sino diaria, que magnifique el Nombre y el Ser de Dios.  No hay Dios más grande y compasivo que Él.

 

   La tercera razón importante por la cual los creyentes debemos adorar a Dios es:

III.- PORQUE ÉL FAVORECE NUESTRAS GENERACIONES.

   Después de recorrer los versículos 47, 48, y 49, ahora observemos primero el versículo 50, y omitiendo los versículos 51, 52, y 53, observaremos luego los versículos 54 y 55.  En el versículo 50 leemos que María canta: “Y su misericordia es de generación en generación a los que le temen” (Lucas 1:50).  Ya hemos abordado en otra ocasión el tema de la misericordia de Dios en el que María revisando la historia de los israelitas en general, y comenzando con el pacto que Dios hizo con Abraham desde 2000 años antes que ella, luego, ella se ubica como heredera de una milenaria misericordia de Dios.  Ya eran dos mil años del pacto que Dios hizo con Abraham y lo seguía cumpliendo “de generación en generación”.  Todas aquellas generaciones que durante los dos mil años después de Abraham habían disfrutado misericordiosamente de alguna manera el pacto de Dios, eran nada menos que los mismos descendientes de Abraham, Isaac, y Jacob, el pueblo elegido de Dios.  Lo que observamos en la expresión de María es que ella misma no se considera la única favorecida por Dios, sino que antes de ella hubo millones de personas que por el pacto de Dios hecho con Abraham, recibieron de Él alguna misericordia en el tiempo que les tocó vivir.

   Unos 100 años después de que Dios comenzó a formar su pueblo comenzando con Abraham, y cuando ya sus bisnietos descendientes de Jacob se multiplicaron en Egipto, allí fueron esclavizados durante unos 400 años, pero Dios no los dejó allí, sino que los sacó de tan infame e infrahumana condición como eran tratados.  De eso se refiere María cuando según los versículos 54 y 55 ella canta testificando de que fue Dios quien “Socorrió a Israel su siervo, acordándose de la misericordia de la cual habló a nuestros padres, para con Abraham y su descendencia para siempre” (Lucas 1:54-55).  Ella sigue siendo la muchacha humilde que no se enalteció por haber sido escogida para ser madre de nuestro Señor Jesucristo, sino que mira cómo en el pasado Dios ha bendecido a millones de personas de toda una gran familia que Dios constituyó para que sea su pueblo. María no piensa solamente en ella, sino también en cómo la misericordia de Dios se hace extensiva a la gente.  Estaba agradecida también porque Dios estaba siendo misericordioso con Zacarías y con Elisabet sus primos, aunque Zacarías estaba pasando un proceso de mudez, lo cual no le quita la misericordia de Dios.  Ella estaba agradecida a Dios porque estaba entendiendo que el Santo Ser que nacerá de ella “salvará a su pueblo” (ahora no de poderes humanos y terrenales, sino) “de sus pecados”, el peor mal que puede estar afectado tanto el presente como para la eternidad a todos los seres humanos.  Ella adora a Dios porque ha descubierto que Dios a cumplido su palabra y lo sigue cumpliendo a favor de todos aquellos que han sido, son, y serán el pueblo de Dios.

   Nosotros también, adoremos a Dios recordando cómo las antiguas promesas de Dios también se cumplen en nosotros, en nuestros descendientes, y en nuestros familiares, pero sobre todas las cosas, en todos aquellos que fueron electos desde antes de la fundación del mundo para ser parte de los que Dios tuvo a bien integrar a su pueblo que ama desde la eternidad, y que los tendrá con él hasta la eternidad hacia la cual nos está conduciendo por medio de su Santo Hijo Jesucristo.  Usted y yo estamos incluidos en tan bendita elección y llamado divino, pero no solamente nosotros fuimos escogidos y llamados, sino que hay también otros millones de seres humanos que Dios ha incluido en su pueblo, y por quienes nosotros también debemos ser agradecidos a Dios.  Cuando le adoremos, tomemos en cuenta agradecer que Dios también bendice a otros con la gracia de la salvación, y seamos como el apóstol Pablo que solía decir al principio de varias de sus epístolas: Gracias doy a mi Dios siempre por vosotros, por la gracia de Dios que os fue dada en Cristo Jesús (1 Corintios 1:4).

 

   La cuarta razón importante por la cual los creyentes debemos adorar a Dios es:

IV.- PORQUE ÉL ES NUESTRO DEFENSOR.

    Ya casi al final de su cántico de adoración, María hace referencia a los actos redentivos de Dios a favor de su pueblo escogido.  Ella lo hace exaltando el Nombre y la obra de Dios por los suyos.  Aunque pareciera que Dios abandona a sus escogidos, la realidad no es así.  Ella canta, según los versículos 51 al 53, diciendo que Dios: “Hizo proezas con su brazo; Esparció a los soberbios en el pensamiento de sus corazones. 52Quitó de los tronos a los poderosos, y exaltó a los humildes. 53A los hambrientos colmó de bienes, y a los ricos envió vacíos” (Lucas 1:51-53).  Por lo menos menciona una lista de 6 categorías de actos de Dios, que representan me atrevo a decir que de cientos de actos específicos que evidencian que cada vez que Dios intervenía hacía algo notorio era para defender a su pueblo.  En otro mensaje se ampliará este tema de las 6 o quizá hasta siete categorías.  Aquí, lo único que quiero resaltar es que si algún enemigo del pueblo de Dios le hacía daño a su pueblo, a veces Dios no lo impide porque a través de esas malas experiencias de su pueblo, Dios les estaba disciplinando, esperando que ellos aprendieran, aunque por las malas, pero el que tocaba a su pueblo, pobrecito, porque no quedaba impune.  Dios que dice: “Mía es la venganza” (Deuteronomio 32:35; Romanos 12:19; Hebreos 10:30), se encargaba de poner en su lugar con justicia al que agredió a su amado pueblo.  Es así como Dios “Hizo proezas con su brazo; […] Quitó de los tronos a los poderosos; […] y a los ricos envió vacíos”; todo ello para defender y favorecer a su pueblo.  En otras palabras, Dios fue siempre defensor de su pueblo.

   Hay un par de datos relevantes en el Salmo 34, en el que David testificando acerca de Dios, afirma la labor defensora de Dios a favor de su pueblo, diciendo que: “El ángel de Jehová acampa alrededor de los que le temen, y los defiende” (Salmo 34:7). Lo segundo que resalta David en estas palabras es que Dios a los que le temen, ¿qué hace con ellos?, “Los defiende”.  Pero, lo primero y más relevante que quiero enfatizar en este punto es que David dice que Dios tiene un “ángel” que, en este caso, como en otros muchos casos, “ángel” simplemente significa “enviado”.  Entonces, David está diciendo que Dios tiene un enviado que tenemos que identificar como un enviado especial, a quien David identifica en este salmo como “El ángel de Jehová”.  En el contexto teológico de la biblia, este “ángel de Jehová”, no es un ángel ordinario como los millares de ángeles que Dios tiene en su cielo y en su presencia, sino que es una referencia a una manifestación de él mismo como si fuera un “ángel”, pero en realidad se trata de él mismo.  Otra interpretación teológica de esta manifestación es que se trata nada menos que de Jesús mismo antes de ser dado a conocer como Jesús; era lo que ahora identificamos como la segunda persona de la Trinidad; se trataba de Jesús mismo.  En otras palabras, Jesús es el defensor del pueblo de Dios.  Nos defiende del poder del pecado; y del autor mismo del pecado, o sea, del diablo.  Es por esto que a José le fue dicho por un ángel (este sí era un ángel ordinario), que María a quien no debería abandonar: dará a luz un hijo”, y con respecto de este hijo, le fue dicho a José: “y llamarás su nombre JESÚS, porque él salvará a su pueblo de sus pecados” (Mateo 1:21).  Este Salvador Jesús es quien, en representación de Dios entre la humanidad, defiende a los elegidos de Dios, a su pueblo amado desde antes hasta ahora.  Es por este rol defensor de Dios por medio de Jesucristo, que también debemos adorar a Dios.

  Un detalle que también quiero indicar con respecto de Jesús es que de los tres oficios redentores que Jesús lleva a cabo: Profeta, Sacerdote, y Rey; este último, el de Rey, según se describe en el Catecismo menor de Westminister, en cuya pregunta 26 se lee: ¿Cómo ejecuta Cristo el oficio de Rey?, y la respuesta que presenta es que: Cristo ejercita el oficio de Rey, sujetándonos a sí mismo, rigiendo y defendiéndonos, y restringiendo y venciendo a todos sus enemigos y los nuestros.   La doctrina de este documento con respecto de Jesucristo es que él en su oficio de Rey, ahora mismo, entre otras cosas que él está haciendo, es que está “defendiéndonos”.  Dios es nuestro defensor por excelencia, y esto es una razón más por lo que Él merece recibir nuestra adoración para honra y gloria de su Ser divino.

 

   CONCLUSIÓN: Bien, pues, qué preciosas palabras, lecciones, y enseñanzas encontramos en el Magnificat.  Todo se centra en el reconocimiento del único Dios vivo y verdadero que es digno de recibir la adoración de cada integrante, ciudadano, o miembro de su pueblo.  María, en su humildad, no reclama absolutamente nada que ella pueda ser merecedora de recibir de parte de sus semejantes seres humanos, ni de mujeres, ni de hombres, ni de jóvenes, ni de ancianos, sino que el merecedor de toda adoración es solamente el Dios Poderoso y Santo.  Es el único y nadie más quien en los cielos eternos, según la visión del apóstol Juan es adorado con palabras como: Grandes y maravillosas son tus obras, Señor Dios Todopoderoso; justos y verdaderos son tus caminos, Rey de los santos” (Apocalipsis 15:3).  Gracias a Él por haber enviado a su Hijo Jesús a nacer en este mundo, y para ser nuestro mediador entre nosotros y Dios.  Jesús nos conduce y acerca a Dios para adorarle, porque:

I.- PORQUE ÉL ES NUESTRO SALVADOR.

II.- PORQUE ÉL NOS TIENE COMPASIÓN.

III.- PORQUE ÉL FAVORECE NUESTRAS GENERACIONES.

IV.- PORQUE ÉL ES NUESTRO DEFENSOR.

   Que este mensaje, anime a usted a no decaer en la gran misión de ser un auténtico adorador del único Dios vivo y verdadero que nos ha salvado, que se compadece de nosotros, que favorece a nuestras familias y a los de su iglesia universal, y que nos defiende.  A Dios sea la gloria.

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El Pbro. Diego Teh Reyes, es Licenciado en Teología y Servicio Social; Maestro en Estudios Teológicos; y Doctorante en Ministerio; y actualmente es Ministro de la Palabra y los Sacramentos como pastor de la Iglesia Nacional Presbiteriana de México "PENIEL", de la ciudad de Mérida, Yucatán.

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