JEREMÍAS, HABILITADO PROFETA DESDE LA ETERNIDAD.
Jeremías 1:1-19 (esp. vv. 1-10).
“Las palabras de Jeremías hijo de Hilcías, de los sacerdotes que estuvieron en Anatot, en tierra de Benjamín. 2 Palabra de Jehová que le vino en los días de Josías hijo de Amón, rey de Judá, en el año decimotercero de su reinado. 3 Le vino también en días de Joacim hijo de Josías, rey de Judá, hasta el fin del año undécimo de Sedequías hijo de Josías, rey de Judá, hasta la cautividad de Jerusalén en el mes quinto.
4 Vino, pues, palabra de Jehová a mí, diciendo:5 Antes que te formase en el vientre te conocí, y antes que nacieses te santifiqué, te di por profeta a las naciones. 6 Y yo dije: ¡Ah! ¡Ah, Señor Jehová! He aquí, no sé hablar, porque soy niño. 7 Y me dijo Jehová: No digas: Soy un niño; porque a todo lo que te envíe irás tú, y dirás todo lo que te mande. 8 No temas delante de ellos, porque contigo estoy para librarte, dice Jehová. 9 Y extendió Jehová su mano y tocó mi boca, y me dijo Jehová: He aquí he puesto mis palabras en tu boca. 10 Mira que te he puesto en este día sobre naciones y sobre reinos, para arrancar y para destruir, para arruinar y para derribar, para edificar y para plantar” (Jeremías 1:1-10).
INTRODUCCIÓN: En el mensaje de este momento, nos corresponde conocer acerca de otro joven llamado por Dios al ministerio de ser un profeta suyo hace como unos 2600 años en el tiempo de los últimos reyes: Josías, Joacaz, Joaquín y Sedequías del reino de Judá. Jeremías, en el momento del llamado que Dios le hizo para constituirlo en su profeta, le dijo a Dios: “¡Ah, Señor Jehová! He aquí, no sé hablar, porque soy niño” (Jeremías 1:6). Seguramente que no era un bebé que en verdad no sabe hablar, pues, si así fuera, no pudo haber hablado con Dios; y en realidad tampoco era tan niño, pues, como ya les comenté antes, se estima que para ese tiempo él tenía unos 17 a 20 años, lo cual lo posiciona entre la edad de la adolescencia y la juventud temprana. En este mensaje, lo consideraré como un joven. Sus palabras a Dios, era nada más que una expresión de una baja autoestima que tenía de sí mismo, pensando que no sería útil en las manos de Dios para llevar a cabo la gran tarea que Dios le estaba encargando de ser “profeta a las naciones” (Jeremías 1:5c). Dios le tuvo que amonestar y al mismo tiempo animar, así como hacerle responsable delante de Él para el cumplimiento de su respectivo llamado, pues, Dios le dijo: “No digas: Soy un niño; porque a todo lo que te envíe irás tú, y dirás todo lo que te mande” (Jeremías 1:7). Esto hace interesante para nosotros el llamado de Jeremías, y considero que, como jóvenes creyentes en Jesucristo, ustedes deben interesarse en conocer más lecciones acerca del llamado del entonces joven Jeremías, las cuales siguen siendo verdades en la actualidad.
Basado, entonces, en esta hermosa historia del llamado de Jeremías, lo que ahora voy a predicarles, es que Para llamar a personas (jóvenes o adultas) a algún ministerio, Dios los prepara de diversas maneras. / ¿Cuáles son las diversas maneras como Dios prepara a las personas que llama y comisiona a algún ministerio? / En este mensaje les compartiré dos de estas maneras.
La primera manera cómo Dios prepara a las personas que llama y comisiona a algún ministerio es:
I.- PLANEÁNDOLO TODO DESDE LA ETERNIDAD.
Dios no llama ni comisiona a nadie de manera arbitraria o espontánea, sino que todo lo hace mediante un plan que tiene su origen en la eternidad. Es muy significativo el testimonio que leemos del mismo Jeremías con respecto de su propio llamado el cual recibió mediante una revelación de Dios. Él dice que: “Vino, pues, palabra de Jehová a mí, diciendo: 5 Antes que te formase en el vientre te conocí, y antes que nacieses te santifiqué, te di por profeta a las naciones”. Estas palabras que le fueron dichas por Dios, dejan muy claro que su vocación, o más bien la vocación profética a la que Jeremías se dedicó fue similar al llamamiento que tuvieron los apóstoles de nuestra fe cristiana, pues, el apóstol Pablo también testifica acerca de su llamado diciendo a Timoteo, que él era: “apóstol de Jesucristo por la voluntad de Dios, según la promesa de la vida que es en Cristo Jesús” (2 Timoteo 1:1); o sea, que ni Jeremías ni Pablo, ni los profetas, ni los apóstoles desempeñaron por iniciativa o voluntad propia el oficio o ministerio que tuvieron a su cargo, sino absolutamente lo desempeñaron por voluntad de Dios; pero, esta voluntad de Dios no comenzó el día que a Dios le pareció que Jeremías era un niño muy simpático, o que era un muchachito que no tenía nada qué hacer en la vida, o porque viera que era un chico imponente o apuesto, sino que todo se remonta a su planeación determinada desde la eternidad, mucho antes de que Dios incluso comenzara a crear todo cuanto existe.
Esto se lo explica Dios a Jeremías diciéndole que: “antes que te formase” y desde “antes que nacieses”, “te di por profeta a las naciones”, lo cual también es la misma verdad o realidad para cada hijo de Dios de la actualidad que es llamado a asumir algún ministerio de la vocación cristiana. Es clarísimo entonces, que Dios no llama a nadie de manera arbitraria ni espontánea, sino que todo llamado que él hace ya fue perfectamente planeado desde la eternidad. Esto lo explica también San Pablo apóstol de Jesucristo quien le dice a los Efesios que los creyentes en Jesucristo, con relación a Dios: “somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas” (Efesios 2:10). Nada hace Dios de manera espontánea, sino que con respecto a lo que debemos hacer como nuestra misión de vida “Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas”. Así ocurrió con Jeremías, e igualmente así sucede con cada uno de nosotros, ya sea que seamos adultos o que seamos jóvenes, e incluso si todavía estamos en la etapa de la niñez.
La segunda manera cómo Dios prepara a las personas que llama y comisiona a algún ministerio es:
II.- ESCOGIÉNDOLOS SIN IMPORTAR EL LUGAR DE SU NACIMIENTO.
Desde el tiempo de Josué cuando los israelitas recién conquistaron Jericó y todo el territorio de la tierra prometida, dice la historia de aquel tiempo: “Y a los hijos del sacerdote Aarón dieron Hebrón con sus ejidos como ciudad de refugio para los homicidas; además, Libna con sus ejidos, 14 Jatir con sus ejidos, Estemoa con sus ejidos, 15 Holón con sus ejidos, Debir con sus ejidos, 16 Aín con sus ejidos, Juta con sus ejidos y Bet-semes con sus ejidos; nueve ciudades de estas dos tribus; 17 y de la tribu de Benjamín, Gabaón con sus ejidos, Geba con sus ejidos, 18 Anatot con sus ejidos, Almón con sus ejidos; cuatro ciudades. 19 Todas las ciudades de los sacerdotes hijos de Aarón son trece con sus ejidos” (Josué 21:13-19). Así es como encontramos que por derecho era una de las ciudades que les correspondía a los sacerdotes. Pero, para el caso de este mensaje, observen que, desde hace unos 800 años antes de Jeremías, Anatot, era una pequeña ciudad en la que Dios quiso que vivieran un grupo de sacerdotes como descendientes de Aarón. Jeremías tuvo la bendición y privilegio de nacer como hijo de un sacerdote, y nació justamente en Anatot, una pequeña ciudad de la cual Jeremías no se avergüenza por no ser originario de una gran ciudad como lo era Jerusalén, pues, según la Traducción en Lenguaje Actual en cuya versión es Jeremías quien habla de acerca de él mismo y de su familia al presentar su libro, dice: “Yo soy el profeta Jeremías hijo de Hilcías. Soy del pueblo de Anatot, y vengo de una familia de sacerdotes. Anatot está en el territorio de la tribu de Benjamín” (cf. TLA, Jer. 1:1-3). Con mucho orgullo no duda en presentarse como originario de Anatot. En esta ciudad que juntamente con las otras 12 ciudades de sacerdotes, aunque cercanas a Jerusalén, que ni siquiera se habla de ella en la historia sagrada como un lugar sobresaliente, pues, aquí nació Jeremías.
En el tiempo del inicio del ministerio de Jesús, un hombre llamado Natanael que estaba a punto de ser llamado por Jesús para ser uno de sus apóstoles dijo: “¿De Nazaret puede salir algo de bueno? Le dijo Felipe: Ven y ve” (Juan 1:46). Felipe, era otro que recientemente había sido invitado a ser discípulo de Jesús con el fin también de ser su apóstol. Natanael, así como Felipe, Pedro, y Andrés, eran de Betsaida de Galilea, cerca Nazaret, por lo que deberían conocer Nazaret, como para que se le ocurriera a Felipe a hacer semejante pregunta. Pero, con frecuencia Dios utiliza a personas de aldeas insignificantes para el entorno social, pero no para Él. Así es como Dios para su propio Hijo, le escogió Belén para su nacimiento, y Nazaret para crecer y vivir en ella parte de su niñez, en su adolescencia, y temprana juventud. Pero, igual, en el caso que nos ocupa ahora en esta predicación es que Dios escogió que Jeremías naciera en una pequeña ciudad llamada Anatot, que, aunque la biblia le llama ciudad, no era nada más que una pequeña aldea, pero no por ello Jeremías no pudiese ser un profeta de Dios. No hubo ningún error en Dios, de que un hombre nacido en Anatot una pequeña ciudad a 5000 metros de la gran ciudad de Jerusalén fuese llamado por Dios para ser un profeta destinado desde la eternidad a un ministerio hacia las naciones como Babilonia y Egipto.
Dios siempre envió a nacer a muchos de sus siervos no en la capital de Judá, en Jerusalén, sino eventualmente sabemos de siervos suyos que nacieron, por ejemplo, en Anatot como Jeremías, en Belén como David y su padre Isaí, y donde nació el mismísimo Hijo de Dios; en Tisbé de Galaad como el profeta Isaías frecuentemente citado como el tisbita (cf. 1 Reyes 17:1), Tecoa, como el profeta Amós (Amós 1:1); Ramá o Ramataín de Zofin, de donde nació el profeta Samuel, su padre Elcana, su abuelo Eliú, y su bisabuelo, Tohú (1 Samuel 1:1); aunque los hay también quienes nacieron en ciudades prominentes de aquellos tiempos, pero, ¿sabes? no importa si no naciste en una de las 74 ciudades más grandes de nuestro país[1], ni tampoco importa si naciste en un municipio del interior de algún estado, y no importa incluso si naciste en una comisaría, o en un ejido, o en una ranchería, pues, desde que Dios te eligió en su eternidad, no dudes que él te tomó en cuenta sin importar la pequeñez de tu lugar de nacimiento.
CONCLUSIÓN: Estimado joven creyente en Jesucristo (también a los adultos), ha sido un privilegio que Dios nos haya dado a conocer su evangelio o buenas noticias de salvación, y que nos haya dotado de la fe necesaria para creerlo y recibirlo. No fuimos nosotros los que fuimos tan atentos para descubrir el evangelio de Dios, porque por causa de nuestra naturaleza dañada por la presencia y poder del pecado no era posible que lo descubramos, pero debido a que Dios desde antes de la creación del mundo planeó hacer todo lo necesario para que su evangelio, su perdón, y su salvación llegue a nosotros, es solamente por ello que hoy podemos afirmar que por gracia somos salvos (cf. Efesios 2:8). Pero, no solamente nos quiso salvar, sino que al mismo tiempo que nos quiso salvar desde la eternidad, también nos preparó de antemano todas las obras necesarias que llevaríamos a cabo durante nuestra vida. Es así como en algún momento de nuestra niñez, adolescencia, juventud, o edad adulta en algunos casos, fuimos externa e internamente llamados para ponernos las pilas para hacernos cargo de algún ministerio que Dios eligió para nosotros. Cada uno de ustedes tiene un ministerio que no ustedes eligieron, sino que Dios eligió para ustedes. Cualquier barrera o impedimento que estén considerando como motivo para no llevar a cabo su ministerio, tengan por seguro que para Dios ya no es un impedimento de ninguno de ustedes. Ahora, ustedes son libres y capaces por el mismo poder de Dios, de servirle 24/7 en el ministerio que él ha querido entregarles confiando Él plenamente en que ustedes también lo llevarán a cabo para Su gloria.
Dios les bendiga amados hermanos jóvenes e iglesia en general.
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