EL MARAVILLOSO PROCESO DEL PERDÓN

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EL MARAVILLOSO PROCESO DEL PERDÓN.

Mateo 18:15-22.

 

Predicado por el Pbro. Diego Teh Reyes, el domingo 14 de abril 2024, a las 11:00 hrs. en la Igl. El Divino Salvador, de la Col.  Centro; Mérida, Yuc, como segundo sermón de la serie: SANANDO LAS HERIDAS DEL PASADO A TRAVÉS DEL PERDÓN.
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“Por tanto, si tu hermano peca contra ti, ve y repréndele estando tú y él solos; si te oyere, has ganado a tu hermano. 16 Mas si no te oyere, toma aún contigo a uno o dos, para que en boca de dos o tres testigos conste toda palabra. 17 Si no los oyere a ellos, dilo a la iglesia; y si no oyere a la iglesia, tenle por gentil y publicano. 18 De cierto os digo que todo lo que atéis en la tierra, será atado en el cielo; y todo lo que desatéis en la tierra, será desatado en el cielo. 19 Otra vez os digo, que si dos de vosotros se pusieren de acuerdo en la tierra acerca de cualquiera cosa que pidieren, les será hecho por mi Padre que está en los cielos. 20 Porque donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos.
21 Entonces se le acercó Pedro y le dijo: Señor, ¿cuántas veces perdonaré a mi hermano que peque contra mí? ¿Hasta siete? 22 Jesús le dijo: No te digo hasta siete, sino aun hasta setenta veces siete” (Mateo 18:15-22).

 

   INTRODUCCIÓN: Es una verdad, no una herejía de que no solamente se peca contra Dios, sino que los seres humanos pecamos en contra de cualquier ser humano, así como también otros llegan a pecar en contra de nosotros.  En la parábola del hijo pródigo creada por Jesús, leemos la historia de un hijo cuyo pecado en contra de su padre comienza cuando le dice: Padre, dame la parte de los bienes que me corresponde; y les repartió los bienes” (Lucas 15:12). Fue pecado contra su padre porque no había llegado el tiempo común para que el padre de este hijo repartiera sus bienes a sus hijos.  La historia de pecado de aquel hijo continúa cuando Jesús dice que: “No muchos días después, juntándolo todo el hijo menor, se fue lejos a una provincia apartada; y allí desperdició sus bienes viviendo perdidamente” (Lucas 15:13).  Cuando todo lo hubo malgastado, … y (cuando) comenzó a faltarle. 15 Y (cuando alguien le contrató) “para que apacentase cerdos. 16 Y (cuando) deseaba llenar su vientre de las algarrobas que comían los cerdos, pero nadie le daba”, dice su historia que 17 … volviendo en sí, dijo: ¡Cuántos jornaleros en casa de mi padre tienen abundancia de pan, y yo aquí perezco de hambre! 18 Me levantaré e iré a mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti. 19 Ya no soy digno de ser llamado tu hijo; hazme como a uno de tus jornaleros” (cf. Lucas 15:14-19).  Él reconoció que había pecado no solamente en “contra el cielo” sino también en contra de su padre, así que arrepentido regresó a casa, y en aquel encuentro que se dio aun antes de entrar en la casa de su padre, tal como había pensado decirle, le dijo: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti, y ya no soy digno de ser llamado tu hijo” (Lucas 15:21). Este mismo concepto es el que según nuestra lectura de Mateo 18, Jesús enseña al decir: “si tu hermano peca contra ti” (Mateo 18:15a).

   Cualquier mentira que alguien diga en contra de usted delante de otros, o cualquier hecho cierto o peor aún si no ha sido un hecho, que alguien va y lo dice a otras personas (o sea, lo que se llama chisme) con tal de dejarlo mal a usted, significa que tal persona ha pecado en contra de usted.  Cualquier persona padre o madre hacia sus hijos o viceversa, yernos y nueras hacia sus suegros o viceversa, vecinos a sus vecinos, patrones a sus empleados o viceversa, esposo o esposa o viceversa, y en cualquier otra relación humana, si hubiese la expresión de una palabra grosera, obscena, calumniadora, prepotente, iracunda, amenazadora, de menosprecio, o injusta que alguien dijere directamente o a espaldas de otra, es un pecado primeramente delante de Dios porque Él no aprueba tales actitudes de alguien contra otra persona, pero también es un pecado contra la persona aludida.  Los ofensores deberían pedir perdón porque no es poca cosa ofender a algún semejante nuestro, sin embargo, si alguien le llegase a pedir perdón a usted, también usted tiene el deber de perdonar al que le ha ofendido con sus acciones o palabras, por más ofendido que usted haya sido.  Usted no puede pensar ni decir: Que Dios lo perdone, yo no soy Dios para perdonarlo, que le pida perdón a Dios; pues, tanto usted como yo como creyentes en Jesucristo somos responsables de perdonar, porque en realidad cuando uno no perdona, el daño mayor le ocurre al que no perdona y no al ofensor que no tuvo conciencia de pedir perdón, aunque por ello en algún momento de su vida también le tocará enfrentarse con Dios a quien inevitablemente le rendirá cuentas de sus ofensas y demás hechos.

   Pero, lo que debo enfatizar en este mensaje y que es lo que está prometido en el título anunciado es: EL MARAVILLOSO PROCESO DEL PERDÓN.  En el caso del hijo pródigo, por ejemplo, lo maravilloso de aquel proceso en el que fue perdonado es que su papá dice la historia tejida en la parábola que: “Y cuando aún estaba lejos, lo vio su padre, y fue movido a misericordia, y corrió, y se echó sobre su cuello, y le besó” (Lucas 15:20b), y más tarde: “el padre dijo a sus siervos: Sacad el mejor vestido, y vestidle; y poned un anillo en su mano, y calzado en sus pies. 23 Y traed el becerro gordo y matadlo, y comamos y hagamos fiesta; 24 porque este mi hijo muerto era, y ha revivido; se había perdido, y es hallado” (Lucas 15:22-24a).  Es con la misericordia en el corazón que realmente comienza el maravilloso proceso del perdón; luego con la iniciativa de ir hacia el que ha pecado tal como hizo el padre del pródigo hacia quien él “corrió” no poco sino mucho porque corrió hacia él “cuando aún estaba lejos”, y no corrió solamente para demostrar su fortaleza física, sino que corrió para abrazarle efusivamente porque relata Jesús que aquel padre “se echó sobre su cuello, y le besó”.  Por otra parte, este proceso comenzó no en el momento que vio que quien venía de lejos era su hijo, sino que comenzó desde el día que con misericordia y dolor vio partir a su hijo que se iba a vivir “perdidamente”.

   Pero, de manera más específica lo que voy a predicarles en este momento es que: En su enseñanza acerca del perdón hacia los ofensores, Jesús presenta claras indicaciones de lo que se debe evitar para que el proceso de otorgar perdón a alguien que nos ha ofendido sea verdaderamente maravilloso.  ¿Cuáles son las claras indicaciones de lo que según la enseñanza de Jesús acerca del perdón se debe evitar para que el proceso de otorgar perdón a alguien que nos ha ofendido sea verdaderamente maravilloso?   En este mensaje, voy a exponerles algunas de estas indicaciones de lo que se debe evitar.

 

   La primera clara indicación de lo que se debe evitar para que el proceso de otorgar perdón a alguien que nos ha ofendido sea verdaderamente maravilloso es:

I.- QUE NO DEBE HABER NINGUNA DIFAMACIÓN EN CONTRA DEL QUE HA COMETIDO UNA o MÁS FALTAS.

   Lo primero que resalta en la enseñanza de Jesús que hemos observado en la lectura de Mateo 18 es que la visión de Jesús va más allá de esperar que el ofensor venga a uno a pedir perdón, sino que el ofendido sin necesidad de esperar que el ofensor sea quien venga a él, podría y debería tomar la iniciativa de acercarse con las medidas de seguridad necesarias al que le ha ofendido con tal de procurar con tal persona una reconciliación por la relación ya rota o afectada; pues Jesús enseñó: “si tu hermano peca contra ti, ve y repréndele estando tú y él solos” (cf. Mateo 18:15); y esto requiere de perdonar, en realidad no en el momento que se pueda dar el encuentro o confrontación al ofensor, sino aun desde antes de ir a tal persona.

   Acerca de esta instrucción de Jesús hagamos la sencilla pregunta: ¿Por qué es necesario estar solos los dos? La razón también es sencilla pero importante, pues así evitaríamos involucrar a otra persona que no tiene por qué saber nada de lo que ha sucedido entre los dos.  En realidad, mientras haya oportunidad de reconciliarse mutuamente, y mientras haya esperanza de que el ofensor proceda al arrepentimiento y a remendar su falta si todavía es posible, no hay necesidad de que alguien más intervenga sino solamente los dos afectados o las partes directamente afectadas.  Un caso bíblico, aunque no tiene qué ver con alguna ofensa sino con el desconocimiento de una gran parte de la verdad de los hechos de un maestro que por no haberlo entendido antes no enseñaba completamente la verdad, sino solamente de manera parcial, se trata de un poderoso predicador llamado Apolos, de quien dice San Lucas que cuando le oyeron Priscila y Aquila, le tomaron aparte y le expusieron más exactamente el camino de Dios” (Hechos 18:26b), después el resultado fue grandemente favorable, pues, “con gran vehemencia refutaba públicamente a los judíos, demostrando por las Escrituras que Jesús era el Cristo” (Hechos 18:28).  Esto es la favorable de no hacer más público las ignorancias, equivocaciones, faltas, errores, y pecados de los demás, sino que se deben tratar “a puerta cerrada” entre el ofensor y el afectado.

   Para procurar el arrepentimiento de alguien que nos haya ofendido, y para demostrarle que comprendemos la situación en el que ha incurrido, y en el que le estaríamos expresando que le perdonamos, no se requiere de testigos, ni de acompañantes especiales, menos de acompañantes agresivos, belicosos, imprudentes, inmaduros, etc…, porque no sería un encuentro maravilloso, sino solamente sería maravilloso cuando este primer paso y ojalá que con ello sea suficiente, debe ser solamente entre usted y el ofensor, porque llevar a otros, a menos que hayan sido testigos de la ofensa, sería nada menos que propiciar una difamación en contra del ofensor, porque para entonces, ya habremos hecho saber a otros lo que no tenían que saber del ofensor; pero, desde la excelente enseñanza de Jesús no hay necesidad de hacer una difamación de nadie.

 

   La segunda clara indicación de lo que se debe evitar para que el proceso de otorgar perdón a alguien que nos ha ofendido sea verdaderamente maravilloso es:

II.- QUE ANTES QUE ACUSAR O JUZGAR A UN OFENSOR ES IMPORTANTE DARLE UNA OPORTUNIDAD DE CORREGIRSE (ARREPENTIRSE).

   Suele ser que cuando alguien ha cometido una falta ya sea en contra de nosotros, o que vimos que alguien cometió en contra de Dios, las personas recurrimos primero al proceso de juicio, tal como hicieron aquellas personas que sorprendieron en adulterio a una señora y la fueron a acusar ante Jesús diciéndole: “Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en el acto mismo de adulterio. Y en la ley nos mandó Moisés apedrear a tales mujeres. Tú, pues, ¿qué dices?” (Juan 8:4-5).  La respuesta que obtuvieron de Jesús fue: El que de vosotros esté sin pecado sea el primero en arrojar la piedra contra ella” (Juan 8:7b).  No es que no sea grave el pecado que otros cometen, sino que lo que es más grave es no ver el pecado que también uno ha estado cometiendo. Desde luego que Jesús no era el juez que debería juzgar en ese momento a aquella señora, sino que eran otras autoridades competentes, sin embargo, Jesús tenía bien claro que antes de ir a acusar a alguien hay que aprovechar los recursos de confrontación, de búsqueda de arrepentimiento del infractor.  Por eso las palabras de Jesús fueron: 15 Por tanto, si tu hermano peca contra ti, ve y repréndele estando tú y él solos; si te oyere, has ganado a tu hermano.  16 Mas si no te oyere, toma aún contigo a uno o dos, para que en boca de dos o tres testigos conste toda palabra. 17 Si no los oyere a ellos, dilo a la iglesia; y si no oyere a la iglesia, tenle por gentil y publicano” (Mateo 18:16-17).  Primero hay que hacerlo solo, luego, y solamente si es necesario, con uno más o máximo dos personas más para constancia del interés que se tuvo de procurar su pronto arrepentimiento.  La acusación se podría hacer cuando: “si no los oyere a ellos, dilo a la iglesia” (v. 16).  Lo que usted necesita conseguir no es perder a su hermano sino ganar a su hermano no solamente para su amistad sino para que él o ella siga dando con su vida la gloria a Dios.

   Sin embargo, en esta historia en la que los acusadores fueron heridos y divinamente alcanzados en sus conciencias con las palabras de Jesús, ninguno condenó a aquella mujer.  Lástima que todos se habían retirado y no escucharon a Jesús decirle a la señora: “Mujer, ¿dónde están los que te acusaban? ¿Ninguno te condenó? 11 Ella dijo: Ninguno, Señor. Entonces Jesús le dijo: Ni yo te condeno; vete, y no peques más” (Juan 8:10b-11).  Con estas palabras, Jesús dejo claro que lo que uno debe procurar con los que son sorprendidos en alguna falta no es acusarlo de primeras a primeras llevándolos a un juicio, sino que es necesario perdonar para restaurar haciendo como Jesús hizo y tal como tiempo después lo enseñó San Pablo, como cuando escribió a los Gálatas: “Hermanos, si alguno fuere sorprendido en alguna falta, vosotros que sois espirituales, restauradle con espíritu de mansedumbre, considerándote a ti mismo, no sea que tú también seas tentado. Sobrellevad los unos las cargas de los otros, y cumplid así la ley de Cristo” (Gálatas 6:1-2).  La ley de Cristo es la ley del amor, de la misericordia y de la restauración, la ley que él utilizó con la mujer que le llevaron para que la juzgara y emitiera su sentencia según la ley.

   Un juicio tiene un proceso complicado. Se requiere de un acusador, se requiere de un juez o tribunal de juicio, se requiere de escritos, se requiere de pruebas, se requiere de testigos, e incluso se requiere de defensores, y se requiere de varias sesiones del tribunal de primera instancia, se requiere de dictado de sentencias, se requiere de comunicados, y si hay apelaciones a tribunales superiores se requiere de más escritos, recursos de revisión, etc…  Todo esto, no es nada maravilloso, en cambio para otorgar a alguien el perdón eso sí que es verdaderamente maravilloso. Lo maravilloso está en el ofendido que puede demostrar el corazón misericordioso que la misma misericordia de Dios le ha generado, como evidencia de que Dios cambia el corazón de piedra por un corazón de carne que comprende a los demás; y lo siguiente maravilloso se aprecia y se goza uno de ello cuando los infractores que se dan cuenta de su equivocación proceden al arrepentimiento.  Esto es grandemente maravilloso.

 

   La tercera clara indicación de lo que se debe evitar para que el proceso de otorgar perdón a alguien que nos ha ofendido sea verdaderamente maravilloso es:

III.- QUE EN EL ENCUENTRO DE RECONCILIACIÓN, JESÚS ESTARÁ PRESENTE PARA PROVEER LAS VIRTUDES QUE AMBOS NECESITAN.

   Otras de las palabras que Jesús dijo en su enseñanza acerca del tomar la iniciativa de estar reconciliado con el que nos ha causado una ofensa, fueron: 19 Otra vez os digo, que si dos de vosotros se pusieren de acuerdo en la tierra acerca de cualquiera cosa que pidieren, les será hecho por mi Padre que está en los cielos. 20 Porque donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos” (vv. 19-20).  Estas palabras en la que Jesús no promete su presencia, sino que de entrada asegura que él está presente “donde están dos o tres congregados” en su nombre, no se refiere a las ocasiones en las que los creyentes no llegaron al culto sino solamente el que abre el templo, el que dirige el culto, y el que va a predicar, que desde luego esto no suele suceder en iglesias con una gran cantidad de miembros.  Se trata de personas que se han congregado para reconciliarse, en el que los elementos de la reunión y conversación serán la reprensión, quizá el enojo, pero también el arrepentimiento, el perdón, etc…, no es un culto de adoración de las 11 de la mañana o de las 6 de la tarde, pero Jesús está presente.

   ¿Qué implica que Jesús esté presente en una reunión de dos personas que no van a hacer culto, sino que va a platicar acerca de sus problemas por los cuales sus corazones se encuentran distanciados por el rencor, la envidia, el enojo, el resentimiento, etc…?  Implica que Jesús está allí para garantizar que el arrepentimiento y la búsqueda de perdón que deben proceder del corazón del ofensor pueda ocurrir.  Implica que Jesús está allí para garantizar que la misericordia y el perdón que deben proceder del corazón del ofendido pueda ocurrir. Se trata de la presencia espiritual pero real de Jesús, como cuando en una ocasión o quizá en diversas ocasiones el apóstol Pablo no sintió el apoyo de los consiervos que le abandonaron en algún juicio en el que fue presentado acerca del cual le dijo a Timoteo: En mi primera defensa ninguno estuvo a mi lado, sino que todos me desampararon; no les sea tomado en cuenta. 17 Pero el Señor estuvo a mi lado, y me dio fuerzas” (2 Timoteo 4:16-17ª).  Esto es lo que Jesús “el Señor” hace, ya sea en medio de dos o más personas, o al lado de una sola: Dar fuerzas.  Del corazón y labios del creyente va a salir arrepentimiento, petición de perdón, expresión de misericordia y de perdón.  Con Jesús presente ello no solamente va a ser posible, sino que va a suceder contundentemente para bien de ambas personas, especialmente para la que tiene que perdonar maravillosamente.  El perdón será maravilloso porque Jesús presente en nuestra reunión otorga las maravillosas palabras de perdón que debe de salir de un corazón que sabe ha sido perdonado para siempre por el mismísimo Señor Jesús.

   Cuando usted tenga que hacer esto, no lo haga según alguna astucia que sin duda somos bien expertos de poner en acción.  Hágalo con la provisión de las virtudes espirituales que Jesús estará proveyendo durante todo el transcurso de la conversación en la reunión correspondiente.  No es algo quizá que comúnmente hacemos, pero es así como ocurre las maravillosas experiencias de ofensores y ofendidos.

 

   La cuarta clara indicación de lo que se debe evitar para que el proceso de otorgar perdón a alguien que nos ha ofendido sea verdaderamente maravilloso es:

IV.- QUE EL OFENSOR TIENE DERECHO A PRIVILEGIO DE PERDÓN TODAS LAS VECES QUE SEAN NECESARIAS.

   En este contexto que el apóstol Mateo nos dice que al preguntarle a Jesús el apóstol Pedro: “¿cuántas veces perdonaré a mi hermano que peque contra mí? ¿Hasta siete? (Mateo 18:21), la respuesta que obtuvo de él fue: “No te digo hasta siete, sino aun hasta setenta veces siete” (Mateo 18:21-22).  Uy, en una interpretación pobre de estas palabras de Jesús, solamente multiplicando “setenta veces siete” obtendríamos la escandalosa cifra de 490 veces, sin embargo, el tenor de esta expresión de Jesús arroja una cifra quizá para alguien, más escandalosa, que así como pudiera ser menos de 490 veces pudiera ser todavía una cantidad más alta, sin límite de ocasiones, tal como lo parafrasea la TLA en la cual leemos que: No basta con perdonar al hermano sólo siete veces. Hay que perdonarlo una y otra vez; es decir, siempre” (Mateo 18:22 TLA), así sean 500 o más veces.

 

   CONCLUSIÓN: Para practicar la gracia del perdón es necesario evitar caer en la difamación, el chisme de ir a contar a otros lo que a uno le consta aun siendo verdad o peor si no es verdad; es necesario evitar ser primeramente una persona acusona, sino una persona perdonadora, porque el perdón restaura, pero todo lo anterior, condena, reprime, hiere, etc…  Si usted se siente afectado(a) por causa o culpa de otra persona, usted puede librarse de todas las consecuencias que esos problemas nos dejan, y podemos ser perdonadores por la misma gracia de Dios que opera en nuestras vidas.  Termino con las palabras del apóstol Pablo que enseñando a los Efesios de cómo manejar la decisión de perdonar a los que nos ofenden, les escribió: Quítense de vosotros toda amargura, enojo, ira, gritería y maledicencia, y toda malicia. 32 Antes sed benignos unos con otros, misericordiosos, perdonándoos unos a otros, como Dios también os perdonó a vosotros en Cristo” (Efesios 4:31-32).  Experimentemos cuando sea necesario, el maravilloso proceso del perdón.  Un proceso que consiste en que Cristo me perdonó, y yo perdono al que me ofende.

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diegoteh.org

El Pbro. Diego Teh Reyes, es Licenciado en Teología y Servicio Social; Maestro en Estudios Teológicos; y Doctorante en Ministerio; y actualmente es Ministro de la Palabra y los Sacramentos como pastor de la Iglesia Nacional Presbiteriana de México "PENIEL", de la ciudad de Mérida, Yucatán.

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